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sábado, 15 de octubre de 2016

"CERO K": LA QUIMERA DE LA INMORTALIDAD DE LOS BILLONARIOS



Cero K
Don DeLillo
Traducción de Javier Calvo
Editorial Seix Barral, Biblioteca Formentor, Barcelona, 2016, 318 páginas.

   Seix Barral publica en español Zero K (2016), la última novela de Don DeLillo, el escritor de Bronx, referencia imprescindible en la literatura norteamericana (narrativa de ficción, teatro, ensayo, guiones cinematográficos). El reconocimiento unánime lo alcanzó en 1985 con White Noise (Ruido de fondo en la traducción española), si bien se sigue considerando a Underworld (1997, Submundo en la traducción española) su mejor novela. Ganador de los grandes premios de las letras estadounidenses, eterno candidato al Nobel, sus ficciones reinciden en más de una ocasión en el destino del ser humano, el ancestral miedo a la muerte y aquellos hábitos consumistas y tecnocientíficos que nos introducen en quimeras y fáusticas aspiraciones para evitarla. Cero K se inscribe en esta línea por retener la vida, por eludir ese destino que es la muerte.
   Obsesionados por la muerte que acecha de mil maneras y a la vuelta de cualquier esquina, los personajes de su ficción intentan conjurarla, luchando incluso contra ella mediante el sometimiento voluntario y transitorio a sus exigencias: por medio del fallecimiento inducido, la congelación mediante un procedimiento criogénico secreto (el proyecto Convergencia, organizado por una secta apocalíptica), en espera de que los avances tecnológicos futuros sean capaces de curar sus enfermedades y recuperar cuerpos y mentes. Cero K es la unidad especial de ese ultra secreto complejo y donde los pacientes que han adoptado la decisión de morir, harán la transición al siguiente nivel (la muerte artificial y la congelación a la temperatura del cero absoluto o cero k en la escala de Kelvin). Evitan así la muerte natural.
   La esposa de Ross Lockhart, discapacitada por varias enfermedades, elige esa forma de muerte artificial / suicidio asistido. Pero de pronto su marido cuya salud es perfecta, decide acompañar a su esposa y someterse igualmente al procedimiento criogénico. A una comuna situada en Kazajistán, rodeada de rocas precámbricas,  son conducidos los billonarios que aspiran a la inmortalidad, entre ellos Ross, principal inversor del proyecto Convergencia y su esposa Artis Martineau. Pero la ficción hace así mismo que hacia allí viaje Jeffrey Lockhart, narrador homodiégetico  y conductor de la historia, para asistir a los últimos momentos de su madrastra que pondrá fin a una versión transitoria de la vida para acceder a otra más permanente. Mas Jeffrey mantiene una visión escéptica de ese procedimiento / espectáculo extravagante en el que participan su padre y su esposa, por más que el padre pretenda, en una comunicación adornada de sentimientos, que el hijo apoye su decisión vital, la forma de poder revivir algún día. Morir para no morir. Jeffrey se rebela contra la decisión paterna, consciente de que le habían lavado el cerebro y de que lo que pretende hacer su progenitor es un crimen mafioso en el que al morir en forma humana le sucederá algún día un revivir convertido en un dron isométrico.
   En buena parte todo sucede como estaba previsto, pero la novela, en su desenlace, se convierte en una celebración de la vida mortal, la de este mundo repleto de enfermedades, achaques, guerras, catástrofes, caos, terrorismo. Es la voz del protagonista quien nos lo transmite de una forma muy simple: “No necesitaba la luz del paraíso. Ya tenía los gritos maravillados del niño” (página 318).
   Cero K no es una novela complaciente, una golosina literaria, pero sí un relato sin concesiones, de potencia demoledora, que nos invita a interrogarnos sobre el poder y los límites de la tecnociencia, esa ciencia que altera todas las creencias previas. Aún admitiendo que la secta apocalíptica de la Convergencia tuviera, mediante criopreservación, la posibilidad de devolver la vida a aquellos a los que previamente se la había quitado, la pregunta kantina “¿Qué debo hacer?” sigue estando ahí, con la misma fuerza con que la formuló el filósofo de Könisberg. La tecnociencia ha agrandado de forma casi infinita el campo del quehacer humano, el futuro de nuestra especie, hoy perfectamente moldeable. Mas aquello que es moldeable, también es susceptible de ser controlado. El mismo Don DeLillo lo dice a través de la voz de su protagonista: “Me pregunté si estaba mirando el futuro controlado, hombres y mujeres subordinados, de forma voluntaria o no, a alguna forma de mando centralizado” (página 168). Vidas convertidas pues en maniquíes.
   Aunque sin censuras inquisitoriales, no podemos admitir sin más el imperativo tecnológico: “poder implica deber”; la quimera de la inmortalidad de los millonarios por otro lado que viajan hacia el renacer, está totalmente fuera de esa narración que denominamos Historia, y produce en la voz narradora un verdadero sobrecogimiento.
   Atendiendo a su arquitectura compositiva, Cero K, tras plan
tear su núcleo argumental, nos sumerge en profundas reflexiones, a veces dialogadas, sobre las relaciones padre-hijo, la identidad personal y la posibilidad del despojamiento de la propia persona, entendida en el sentido etimológico griego (máscara); cavilaciones así mismo sobre el sentido de la muerte y el elemento definitorio que es la vida y que algún día terminará. Un comienzo quizás demasiado abstracto y filosófico, al que sigue el meollo de la trama. La descripción del complejo Convergencia, sus pasillos laberínticos, habitaciones sin ventanas, guardianes que parecen más una forma de vida que seres humanos. En definitiva un ambiente kafkiano. Y el relato con tintes de ciencia ficción de como se prepara  a Artis y a otros candidatos para su tránsito hacia un futuro renacer.
   Con gran acierto introduce el autor un monólogo de Artis desde la cápsula en la que reposa su cuerpo criopreservado, inquiriéndose  si es alguien o son solamente las palabras las que le hacen creer que es alguien.
   Son muchos y variados los recursos narrativos de Don DeLillo, entre ellos las analépsis, eses saltos hacia el pasado que hacen inteligible las razones del punto de no retorno de la relación padre e hijo. También el nuevo lenguaje para poder  definir ese morir momentáneo y la fe de sentirse vivo en el futuro. Una lengua que se ajusta a la tonalidad de la novela y a la complejidad  de sus temas: alejada de cualquier floritura complaciente, seca, fría, precisa, quizás minimalista, pero no por ello menos contundente.

Francisco Martínez Bouzas
                                                    
Don DeLillo
Fragmentos

“- ¿Conoces los procedimientos por los que vas a pasar, los detalles, cómo lo van  a hacer?
-Los conozco exactamente.
-¿Piensas en el futuro? ¿En cómo será volver? El cuerpo será el mismo, sí, o incluso mejorado, pero ¿qué pasa con la mente? ¿La conciencia no se verá alterada? ¿Serás la misma persona? Te mueres siendo alguien  con un nombre determinado, y con tu historia, tus recuerdos y tu misterio reunidos en esa persona y ese nombre. Pero ¿te despiertas con todo eso intacto? ¿Es simplemente como dormir durante una noche muy larga?
-Ross  y yo tenemos un chiste recurrente. ¿quién seré yo al despertar de nuevo? ¿Acaso mi alma habrá abandonado mi cuerpo y habrá migrado a otro? ¿Cuál es la palabra adecuada para el proceso? ¿O bien me despertaré convencida de que soy un murciélago de la fruta de Filipinas? Con hambre de insectos.”

…..

“Amor de una mujer, sí. Pero me acordé de lo que habían dicho los gemelos Stenmark en la sala de piedra, hablando directamente con los ricos benefactores. Dad el salto, les habían dicho. Vivid el mito de la inmortalidad para los multimillonarios ¿Y por qué no hacerlo ya?, pensé. ¿Qué más le quedaba por adquirir a Ross? Dales a los futuristas su dinero manchado de sangre y ellos te permitirán vivir para siempre.
La cápsula será su mausoleo por derecho.”

…..

“Aquellas figuras, aquellos santos del desierto, momificados, disecados en su cámara mortuoria subterránea, el poder claustrofóbico de la escena, el ligero hedor a podredumbre. Estuve un momento sin poder respirar. ¿Acaso podía interpretar aquellas figuras como la versión ancestral de los hombres y las mujeres erguidos en sus cápsulas, humanos reales al borde de la inmortalidad? Yo no quería interpretación. Quería ver y sentir lo que había allí, por mucho que no estuviera a la altura de la experiencia que se estaba desplegando a mi alrededor.”

(Don DeLillo, Cero K, páginas 56-57, 136, 153-154)

3 comentarios:

  1. Admirada de tanta riqueza que nos compartes

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  2. Una obra realmente interesante, que confirma el Principio de Pareto...

    Saludos

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  3. Muy interesante, amigo. Un gran escritor sin dudas. Me gusta ese estilo directo, la economía de palabras, y por supuesto, el tema de la vida y la muerte, los sueños. Un abrazo agradecido.

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