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jueves, 13 de octubre de 2016

MEMORIA DE DARIO FO



Con dos noticias de signo distinto, nos sorprende este 13 de octubre. A las 13 horas conocíamos la concesión del 109 Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan. Un premio controvertido, “por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”, tal como lo justificó la Academia Sueca. Horas antes, conocíamos el fallecimiento de Dario Fo (Sangiano, 24 de marzo de 1926), igualmente Premio Nobel de Literatura en 1997, “por emular a los bufones de la Edad Media en la autoridad flagelante y por defender la dignidad de los oprimidos”.
   Dario Fo, autor, director, actor, escribió su primera obra teatral en 1944, y en 1948 el mismo debutó como actor en la escena. En colaboración con su esposa, Franca Rame (fallecida en 2013), escribió y representó más de cincuenta obras de teatro, ácidas sátiras políticas en las que arremete sin piedad contra el poder político, el capitalismo, la mafia y la Iglesia jerarquía del Vaticano. Misterio Buffo y otras comedias, Muerte accidental de un anarquista o Aquí no pasa nada son algunas de sus obras maestras. En 2014, Dario Fo publicó su primera novela, Lucrecia Borgia, la hija del Papa, editada en España por Siruela. Y el pasado año volvió a la narrativa con C‘è un re pazzo in Dinamarca editada igualmente en español.
   En recuerdo y homenaje de este Arlecchino de Italia, heredero de la tradición de los juglares, azote del poder político y eclesial, activista incansable que lo convirtió en referente moral de la izquierda italiana que dejó de existir el día “en que se casó estúpidamente con el poder”, reproduzco dos textos de Dario Fo, inmenso maestro de la sátira, extraídos  de Hay un rey loco en Dinamarca.

Hay un rey loco en Dinamarca
Dario Fo
Traducción del italiano de Carlos Gumpert
Ediciones Siruela, Madrid, 2016, 182 páginas

   La idea de este libro, surge, tal como confiesa el autor en la nota introductoria, a raíz de una investigación realizada por su hijo Jacopo sobre los reyes daneses del siglo XVIII, en concreto, de las  crónicas, comentarios y diarios que desde el siglo XV solían escribir los hombres que tenían práctica en las letras. De este modo, han llegado hasta nosotros testimonios de personajes históricos que alcanzaron la fama. El hallazgo de estos papeles ha permitido reconstruir los trágicos y grotescos sucesos que marcaron Escandinavia durante el período comprendido entre mediados del siglo XVIII y mediados del siglo XIX, desconocidos durante mucho tiempo. El autor más importante de estas memorias salidas a la luz es Cristián VII, rey de Dinamarca y de Noruega desde 1766 a 1808, que a pesar de que sufría graves problemas mentales, posiblemente esquizofrenia, y era un crápula y libertino, asumió el trono tan solo con dieciséis años. A esa esa misma edad se casó con la princesa de Gales, Carolina Matilde de Hannover, hermana del rey Jorge III de Gran Bretaña.

Francisco Martínez Bouzas

Dario Fo en 2008 (foto de Bernardo Pérez)

Textos

Dentro y fuera de un cuento de hadas

“Me llamo Cristián y soy de fe luterana. Tengo treinta años, más o menos, no lo recuerdo con exactitud, pero me molesta pedir información sobre mi nacimiento a alguien de la servidumbre o de la corte. Vine al mundo en Copenhague, supongo que en el palacio real con la ciudad cubierta de nieve, ¡fue en pleno invierno…! Más o menos  a mediados del siglo XVIII.
Mi madre, Luisa de Hannover, fue la primera mujer de Federico V, rey de Dinamarca como es natural. De ella no tengo casi memoria, ni de su voz ni de sus senos mientras me amamantaba. Y es que fui depositado de inmediato entre los brazos de una nodriza de la que recuerdo con exactitud sus pechos tiernos y henchidos de leche y una voz que me cantaba para que me adormeciera. Mi madre murió cuando yo tenía dos años y no lo supe hasta mucho más tarde, cuando mi padre el rey volvió a casarse con otra mujer noble, muy hermosa pero codiciosa también, y carente de humanidad, Juliana María de Brunswick-Lüneburg, de la que me esforzaré por hablar ampliamente dentro de poco. Solo anticipo al lector que descubrir a esa señora, que parecía surgida de las leyendas mitológicas de un antiguo narrador escandinavo, fue para mí algo terriblemente desagradable. Era una auténtica madrastra, como la de esos crueles cuentos de hadas inventados a propósito para asustar a los niños.
El día en el que, al cabo de un año, la madrastra dio a luz a su primogénito caí prostrado por unas terribles fiebres, no desde luego  a causa de ese nacimiento. El médico, llamado con urgencia, decretó que era probable que no se tratara de nada grave: un fenómeno normal, propio del desarrollo infantil. Pero, por desgracia, el diagnóstico era completamente erróneo; no me recuperé más que al cabo de meses de semiinconsciencia. (…)

…..

Escenas de un loco amor

“Me desperté en el momento en el que las criadas empezaban a quitarme la ropa para ponerme una túnica de seda perfumada. Cristián también apareció al rato con una especie de paño decorado a la oriental encima. Dio órdenes para que toda la servidumbre desapareciera. Al quedarnos solo, dejó caer la gualdrapa y apareció desnudo ante mí. Se metió en la cama y me abrazó. No tardamos en caer dormidos como dos criaturas.
Me desperté todavía en sus brazos, era el amanecer. De la habitación de al lado venía olor a café y  a pásteles de crema. Me deslicé con la mayor ligereza posible fuera de la cama y, desnuda como estaba, me asomé para echar un vistazo a la enorme mesa en la que estaba preparado un desayuno imposible.
Me senté frente a aquel desfile de pasteles y de frutas, así como de bebidas, y empecé a pellizcar de unos y de otras igual que hacía de niña. En ese momento aparece ante mí Cristián y de inmediato exclamo entre aspavientos:
-¡Dios mío, mi marido! ¡Él también desnudo!
-¡No estoy desnudo en absoluto, mírame bien! –Y señala las frutas que le penden de las orejas, y las bayas y piñas colgando de la cintura enmascarando apenas su intimidad. Cristián se ríe, no se preocupa lo más mínimo por ponerse prenda de vestir alguna, exactamente como me he comportado yo. Desayunamos con una voracidad de huérfanos hambrientos. Él me acaricia la cara con las manos bañadas en crema y luego me besa limpiándome con voluptuosidad, casi como si me hubiera convertido en un cruasán recién horneado. Yo hago lo mismo rociándolo de mermelada de manzanas y, sin pudor alguno, trato de lamerlo aquí y allá.
-¡No! ¡Cosquillas no, no puedo soportarlas!
Me arroja sobre la mesa y rodamos entre platos y tazas repletas de toda clase de manjares. Ambos nos reímos y pataleamos igual que dos amantes. Estoy viviendo una luna de miel realmente triunfal. Me siento feliz, sobre todo porque en el comportamiento de Cristián no se aprecia en ningún momento el menor atisbo de enfermedad o locura. Pero, por desgracia, esta condición maravillosa estaba destinada a durar poco.”

(Dario Fo, Hay un rey loco en Dinamarca, páginas 14-15, 35-36)

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