Ian McEwan
Traducción de Jaime Zulaika
Editorial Anagrama, Barcelona, 2015, 213 páginas
La ley
del menor (The Children Act,
2014) es la última novela de Ian McEwan (Aldershot, U.K), uno de los miembros
de la generación de los “Young British Novelists de 1983, de la que también
formaron parte Julian Barnes o Salman Rushdie. La ley del menor es una novela en la que el escritor británico ya
no escandaliza a sus lectores ingleses, ni a los de ningún otro país, como hizo
en sus primeras ficciones de formato largo y en sus colecciones de relatos: Primer amor, últimos ritos, Amor perdurable
o El inocente. Sin embargo,
McEwan no ha perdido un solo átomo de pulso narrativo, y mantiene la misma
intensidad emocional, si bien penetrando en conflictos, especialmente en
dilemas éticos, como los que el lector puede apreciar en la trama de esta
novela.
Ian McEwan ha declarado que le fascinan la
narrativa de ideas. La ley del menor
se encuadra justamente en esa zona arisca donde chocan dos ideas: las creencias
religiosas y el derecho. Pero no conviene equivocarse: ese tipo de colisiones
se suelen analizar en el género ensayístico. McEwan, sin embargo, hace que
penetren en nuestras zonas racionales y emocionales mediante la ficción. Con
piel, con humanidad, con personajes reales para coexistir al lado de conflictos
que son dramas que afectan a las personas de carne y hueso, no a individuos
entes abstractos. Por eso, en La ley del
menor conviven dos tramas: la de la colisión de ideas ya aludida y una
trama paralela que penetra también en la médula de Fiona Maye, la principal
protagonista.
A ella aludiré en primer lugar. Fiona Maye
es magistrada del Tribunal Superior de Justicia, especializada en temas de
familia. Casada con Jack, considera que su vida profesional y personal está
estabilizada. No obstante ninguno de los dos miembros de la pareja recuerda
cuándo había sido la última vez que practicaron sexo. El suyo es un matrimonio
que ha llegado a ese punto en que sus miembros viven como hermanos. Jack, en
las puertas de los sesenta, quiere vivir la última gran relación apasionada con
otra mujer, por supuesto más joven que Fiona, pero sin divorcio, sin romper su
matrimonio. Ella considera que es una propuesta indignante y se niega. Jack
sigue adelante y se va de casa.
En esa situación de ruptura, y después de
contextualizar el caso que constituye el nudo de la novela, con otros en los
que Fiona tiene que dictar sentencia (entre ellos, la separación de dos
siameses que causará la muerte de uno de ellos), le llega en efecto el nuevo
proceso, el de Adam Henry, un joven testigo de Jehová, enfermo de leucemia que
le llevará sin ninguna duda a la muerte
si no recibe una transfusión de sangre. A punto de cumplir los dieciocho años,
decide asumir los dictados de la fe de sus padres y rechazar la transfusión.
Por ser menor de edad, la decisión le corresponde al tribunal de Fiona. Ella
tendrá que decidir entre el derecho de los pacientes a elegir o rechazar los
tratamientos, o las recomendaciones del hospital de llevar a cabo cuanto antes
la transfusión. O con otras palabras, entre la vida y la muerte de una persona
que, dentro de tres meses, cumplirá los dieciocho años y será autónoma para
decidir. Mas, antes de que Fiona emita la sentencia, decide visitar de
inmediato a Adam Henry en el hospital. Para ella es importante saber el grado
en que el chico comprende su situación y a lo que se enfrenta si falla contra
el hospital.
Lo hace y no solo hablarán de esos dilemas,
sino también de poesía, porque Adam, cuya vitalidad está siendo asfixiada,
escribe poemas, toca el violín y la jueza lo acompaña cantando. Percibe así
mismo que Adam posee plena conciencia de su situación, una concepción romántica
del sufrimiento, mas quizás sus ideas no son suyas puesto que fue condicionado
desde la infancia por una ininterrumpida y categórica visión del mundo.
Prevalecerá el interés de Adam y la jueza tomará una decisión entre dos malas
opciones que, por respeto al lector no debo revelar. Anoto solamente que los
padres de Adam llorarán de rabia y gritarán de alegría.
La novela, sin embargo, dará mucho más de
sí. Lo que sigue después es una propuesta descabellada y al mismo tiempo
inocente. Y la tragedia, porque Adam había ido a buscarla y ella no le había
ofrecido nada en lugar de la religión, sin comprender en ese momento lo que
dicta la Ley: el bienestar del menor como consideración prioritaria. Su único
asidero será un matrimonio que comienza a renovarse a trompicones.
La ley
del menor es una novela de ideas, especialmente de enfrentamientos entre
ideas legítimas: el derecho y las creencias religiosas, que pierden su
legitimidad cuando se convierten en veneno, y de las que es preciso proteger a
los menores de edad. Cargada de múltiples referencias y detalles concernientes
a la administración de justicia en Inglaterra, la burbuja gris en la que vive
la protagonista. Pero también, especialmente en las páginas finales, una novela
sobre la vida, sobre la búsqueda de sentido, un sentido que jamás se verá
colmado con la razón, cuando opera alejada de la pasión y de las emociones, de
los sueños que, también en la madurez, siguen siendo un horizonte, quizás
utópico, pero necesario.
Una ficción llena de historias estremecedoras
que acontecen en el ámbito de la justicia familiar que son reflejo de la vida
real, y que McEwan concluye de una forma redonda, bien cerrada, lo que ha ido
tejiendo con una prosa armoniosa, sin estridencias, con presencia frecuente de la música, ese arte
capaz de abrir el corazón de los personajes. Una novela que solamente demanda
lectores adeptos de las buenas historias, capaces de dejarse seducir por ellas,
y gozar, en una sola sesión, de una de las mejores novelas del gran narrador
inglés.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Él
dio un sorbo cuidadoso al whisky. No iba a emborracharse para reivindicar sus
necesidades. Sería grave y racional cuando ella habría preferido que fuese
ruidos en el agravio.
Sostenido
su mirada le dijo:
-Sabes
que te quiero.
-Pero
te gustaría tener una mujer más joven.
-Me
gustaría tener una vida sexual.
Era
una invitación a que ella formulara promesas efusivas, a atraerle hacia ella, a
disculparse por estar atareada o cansada o indisponible. Pero ella miró a otra
parte y no dijo nada. No iba a dedicarse, sometida a presión, a revivir una
vida sensual por la que en aquel momento no sentía apetencia. Sobre todo porque
sospechaba que la aventura ya había empezado. Él no se había molestado en
negarlo y ella no iba a preguntárselo de nuevo. No era sólo por orgullo. Aún
temía la respuesta.”
…..
“-¿No
es cierto que si accediera a recibir una transfusión sería excomulgado, como
dicen ustedes? ¿Expulsado de la comunidad, en otras palabras?
-Desasociado.
Pero eso no va a ocurrir. No va a cambiar de opinión.
Técnicamente,
señor Henry, es todavía un niño a su cargo. Por eso quiero que usted cambie de
idea. Su hijo tiene miedo de que le rehúyan, ¿no es la palabra que emplean? De
que lo rechacen por no hacer lo que usted y los ancianos quieren. El único
mundo que conoce le daría la espalda por preferir la vida a una muerte
terrible. ¿Es eso una elección libre para un chico joven?
Kevin
Henry hizo una pausa para reflexionar. Miró por primera vez a su mujer.
-Si
usted pasara cinco minutos con él se daría cuenta de que sabe lo que hace y es
capaz de tomar una decisión conforme con su fe.
-Yo
prefiero pensar que encontraría a un chico aterrado y gravemente enfermo que
quiere con toda su alma la aprobación de sus padres. Señor Henry, ¿le ha dicho
a Adam que es libre de recibir una transfusión si lo desea? ¿Y que seguiría
queriéndole?
-Le
he dicho que le quiero.
-¿Sólo
eso?
-Es
suficiente
-¿Sabe
usted cuándo se les ordenó a los testigos de Jehová rechazar las transfusiones de
sangre?
-Está
escrito en el Génesis. Data de la Creación
-Data
de 1945, señor Henry. Hasta entonces era perfectamente aceptable. ¿Le satisface
una situación en que en los tiempos modernos un comité de Brooklyn ha decidido la
suerte de su hijo?”
…..
“El
trabajo del departamento de Familia proseguía. Era fortuito que tantos
conflictos matrimoniales de las listas le llegasen a Fiona. Y una pura
coincidencia que ella también tuviese el suyo. No era frecuente en esta sección
encarcelar a gente, pero aún así en sus momentos de asueto pensaba que podía
meter presos a todos los casados que querían, a expensas de sus hijos, una
mujer más joven, un marido más rico o menos aburrido, un barrio distinto, sexo
nuevo, amores nuevos, una nueva visión del mundo, un nuevo y bonito comienzo
antes de que fuera demasiado tarde. Mera persecución del placer. Kitsch moral.”
…..
“¿Alguna
vez dejaría de llover? Vio la figura solitaria (de Adam Henry) que subía el
sendero de entrada de Leadman Hall, encorvado contra el temporal, avanzando en
la oscuridad mientras oía la caída de las ramas. Debió de ver al fondo las
luces de la casa y supo que ella (Fiona Maye) estaba allí. Refugiado en una
construcción anexa, dudaría, aguardaría una oportunidad de hablar con ella,
arriesgándolo todo en ese intento de… ¿qué, exactamente? Y creyendo que podría
obtenerlo de una mujer sexagenaria que no había corrido ningún riesgo en la
vida, aparte de unos pocos episodios temerarios en Newcastle, muchos años
atrás. Debería haberse sentido alagada. Y preparada. En cambio, en un arranque
imperdonable y poderoso, le besó y luego le expulsó. Después ella también huyó.
No contestó a sus cartas. No descifró la advertencia en su poema. Cómo le
avergonzaban ahora sus mezquinos temores por su reputación. Su transgresión
sobrepasaba el alcance de cualquier comisión disciplinaria. Adam había ido a
buscarla y ella no le había ofrecido nada en lugar de la religión, ninguna
protección, aún cuando la Ley era clara, su consideración prioritaria era el
bienestar del menor. ¿Cuántas páginas y cuántas sentencias había dedicado a este
concepto? La asistencia, el bienestar, eran sociales. Ningún niño era una isla.
Pensó que sus responsabilidades terminaban dentro de las paredes del tribunal.
Pero ¿cómo podían terminar allí? Él fue a buscarla, quería lo mismo que quiere
todo el mundo y que sólo podían darle los librepensadores, no los seres
sobrenaturales. Un sentido.”
(Ian McEwan, La ley del menor, páginas 31-32, 84-85, 134-135, 208-209)
Es fascinante, amigo, esta narrativa que no se sonroja ni ante lo surrealista no menos real que la realidad misma, me atrapa. Un abrazo y muy feliz año nuevo.
ResponderEliminarRealmente interesante..
ResponderEliminarFeliz 2016 !
Uff!! el tema me atrapó, un esquema muy bueno de aprendizaje de vida, combinado con el arte de la música y la poesía. Me encantó tu reseña, gracias por la invitación a leer a este autor que parece promete mucho con esta novela. Un fuerte abrazo con todo cariño. Felicidades.
ResponderEliminarJustamente eso es la novela. Intenta leerla porque estoy seguro de que te encantará. En México hay distribuidor de Editorial Anagrama. Un saludo cordial
ResponderEliminarAcabo de terminarla. Un libro realmente estupendo Francisco!
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