Rafael Argullol
Acantilado,
Barcelona, 2015, 72 páginas
Pensador, ensayista, poeta y narrador. Un escritor todoterreno que rompe los moldes genéricos, que suele
suturar en esa “escritura transversal” -es el epígrafe que él mismo ha creado-
la mayoría de sus creaciones escriturales. Es Rafael Argullol, el autor de Mi Gaudí espectral. Una narración, y que sigue pensando prácticamente desde que
se inició en la escritura que las fronteras entre los géneros literarios son y
deben de ser difusas o incluso neutras. La pequeña obra que hoy comento, es la
confirmación y a la vez el oportuno aprovechamiento de ese recorrido
transversal, cuyo fruto es un acercamiento híbrido, entre la biografía
intelectual, la crónica urbana barcelonesa y alguna cala en las propias
experiencias vitales del escritor, a la existencia de Antoni Gaudí, al que
Argullol recupera en forma espectral y con el que dialoga en un monólogo -valga
en este caso la oposición entre ambas acciones-, un pretexto razonable para
rescatar las luces y las sombras de Antoni Gaudí, “el Arquirtecto de Dios”. Un
creador titánico, sin mesura, encuadrable en la sacrosanta “secta” de los
grandes y desmesurados artistas: Miguel Ángel, Beethoven, Mozart, Nietzsche...
Como ellos, Gaudí fue víctima de las grandezas y miserias de la desbordante
capacidad creadora y de las dificultades vitales para gozar plenamente de la
felicidad. Antoni Gaudí, el arquitecto de las paradojas que desechó la dictadura
de la línea recta que imponía el siglo XX, a favor de la curva, que luchó de
forma intempestiva para lograr “una luz única a través de la piedra”. El
visionario que delineó e inició la Sagrada Familia, la última catedral de
Europa o la catedral de un futurible dios desconocido.
Una justificada prolepsis inicia la narración con la muerte de Gaudí. Porque
solamente se puede hablar con un fantasma después del fallecimiento de la
persona que lo encarnó en este mundo. Gaudí no murió como un héroe, sino como
un pobre vagabundo anónimo con las pintas de un mendigo. Atropellado por un
tranvía y desangrado en el pasillo del Hospital de la Santa Creu junto a otros
miserables, porque nadie le había reconocido. Murió como un pobre desgraciado -símbolo
del artista decadente y olvidado-, pero con un funeral solemne con miles de
asistentes. Pero del Gaudí vivo todo el mundo huía. Era a la vez “Arquitecto de
Dios” y pobre diablo, despilfarrador de la mejor piedra de las canteras y
del dinero ajeno. Por eso la gente cambiaba de acera al divisarle en cualquier
calle.
El autor narra con pericia ese amor/detestación del pueblo barcelonés
hacia su famoso y dilapidador arquitecto, integrándolo así mismo en su propia
biografía. En las percepciones del niño conformadas por los comentarios del
padre. El adolecente que contempla la Sagrada Familia como un conjunto de
cuatro cucuruchos de piedra ennegrecida que crece lentamente desde finales del
siglo XIX. La Casa Batlló, una excentricidad con un dragón en el techo. La
Pedrera, una aberración colosal incrustada en la mejor calle de Barcelona. Las
recaudaciones de fondos para las obras del Templo Expiatorio de la Sagrada
Familia, en las que participa como bachiller de un colegio católico. Sus años
de estudiante universitario en los que aprende a detestar, “con supuesto conocimiento de
causa”, la obra del espectro que había irrumpido en su vida, porque sus
creaciones arquitectónicas estaban en las antípodas del moderno rumbo
arquitectónico y de la sensatez racionalista.
También la ciudad percibe la obra de Gaudí de forma incómoda, sin saber
muy bien qué punto de vista adoptar: extravagancia, desmesura y al mismo tiempo
amor borroso, salvador, no obstante, de la Sagrada Familia en más de una
ocasión de las fiebres incendiarias. Y a la par, los éxitos foráneos que han
transformado la catedral de los pobres en un verdadero becerro de oro, sobre
todo tras la celebración de los Juegos Olímpicos.
Una narración atractiva que al mismo tiempo incita a la reflexión sobre
la creatividad y la experiencia estética y sus recepciones en el seno de la
sociedad. Así como el reflejo de la incompatibilidad entre la vida y la obra,
porque Antoni Gaudí, que renunció al amor a los placeres de la carne, incluso
como alimento esculpiéndose como asceta, fue un verdadero caníbal en sus
“desmesuradas” creaciones arquitectónicas.
Un relato en el que el fantasma de Gaudí no habla, aunque sus
pensamientos se transmiten a través de sus ojos, y que Rafael Argullol recoge
en un relato preñado de ficción y de realidad. La mejor guía, sobre todo una
guía alternativa, para los millones de visitantes que cada año peregrinan por
los “lugares santos” gaudinianos ante la indiferencia de los nativos, para
comprender la arquitectura a contra corriente de Antoni Gaudí y el espíritu de
su creador.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“-Así que no moriste como un héroe sino
como un pobre desgraciado. Ibas vestido como un pobre desgraciado: sucio, con
trajes raídos y zapatos gastados de tanto caminar. ¿Es verdad que llevabas los
pantalones sujetos con imperdibles? Con el paso de los años te habías
abandonado cada vez más. Apenas comías, jamás renovabas tu vestuario. Sin
embargo, en tu juventud, cuando llegaste a Barcelona para estudiar arquitectura,
te considerabas un dandi. Te comprabas los trajes en las mejores tiendas de la
ciudad. Sobre todo te gustaban los guantes de cabritilla y los sombreros de
copa, que comprabas en la sombrerería más refinada.
El día de tu accidente, al bajar por la
calle Bailén, en dirección al barrio Gótico para acabar visitando el
confesionario de Sant Felip Neri -tu itinerario de siempre- en nada te
distinguías de un mendigo. En realidad, ya habías estado varias veces a punto
de ser atropellado por uno de esos tranvías de frenos gastados que no se
detenían ante los zarrapastrosos y los borrachos. A ti el tranvía, tras
golpearte con fuerza, te lanzó contra una farola. Luego el conductor continuó
su trayecto. ¿Fue así? Quedaste magullado. Perdías y recobrabas el conocimiento.
La sangre brotaba de una de tus orejas, tiñendo la barba enmarañada. Tu
aspecto, por tanto, empeoró.”
…..
“En mi aprendizaje de los desatinos de
Gaudí no tardé en percibir que La Pedrera era el objeto del mayor de los
sarcasmos. Mientras que los otros edificios del arquitecto eran juzgados con
cierta ambivalencia. La Pedrera merecía una reprobación absoluta, como si fuera
el prototipo de las monstruosidades arquitectónicas. No había avaricia al
dedicarle calificativos, ninguno de ellos elogioso. El erudito en anécdotas
burlescas nos informó minuciosamente de lo que, si el destino no lo hubiese
impedido en forma de falta de fondos, habría sido la más espectacular pesadilla
legada a la ciudad por Gaudí: una virgen mastodóntica, erigida por su amigo el
escultor Mani, colocada encima del edificio de viviendas. De creer al erudito
antigaudiniano, la colosal escultura era, según la idea de Gaudí, tan
desproporcionada que La Pedrera hubiese constituido un mero pedestal para
asentar la tremenda Madona que, en adelante, tutelaría la ciudad.”
…..
Todo, si el templo sobrevive, ¿cuál será
su destino final, su mensaje a los tiempos venideros? ¿Has imaginado por un
momento que el resultado sea completamente opuesto al previsto? ¿No podría ser
acaso que tu templo, la última catedral de Europa, sea el anuncio de la
extinción del cristianismo, y que al elevar la cruz sobre la Torre de Jesús, en
2020, según se dice, coronada tras siglo y medio tu Sagrada Familia, se
proclame que los europeos ya han dejado de ser cristianos pues prefieren, en
adelante, esperar a un nuevo dios desconocido? ¿Y si se diera la paradoja de
que, en definitiva, tu obra es ya ese altar vacío que aguarda la irrupción de
otra divinidad?”
(Rafael Argullol,
Mi Gaudí espectral. Una narración, páginas
8-9, 25-26, 68-69)
Una interesante perspectiva...histórica...
ResponderEliminarPrueba de que el dinero no hace la felicidad. Al final fue un hombre pobre de dinero... pero rico para la eternidad.
ResponderEliminarTodo este andamiaje estilístico me encanta, y de contenido metamorfoseado por una rica imaginación, retadora como por instinto, no sé si de sobrevivencia con grandes dosis de talento, en fin, todo un banquete que te gradezco, amigo. Abrazos.
ResponderEliminarMuy interesante, esta novela que nos adentra al pensamiento de este gran arquitecto. Me parece magia pura hechizando el corazón de la creatividad. Gracias por compartir tu reseña, siempre es y será un gran regalo leerte. Un abrazo.
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