Patrick Modiano
Traducción de
María Teresa Gallego Urrutia
Editorial
Anagrama, Barcelona, 2015, 149 páginas
Pour que tu ne te perdes pas dans le quiartir es el título de
la novela con la que Patrick Modiano recibió, recién editada, el Premio Nobel
de Literatura. Anagrama, que desde hace años publica las obras del escritor,
nos la ofrece ahora en esmerada traducción como siempre de María Teresa Gallego
Urrutia. Una traducción que, conservando la fidelidad a la lengua original, ese
estilo tan personal y preciso de Modiano, le hace hablar con la naturalidad del
español, como si fuese su idioma materno. Una narración breve como todas las
suyas que también se inspira, como la mayoría de las mismas, o quizás más que
ninguna otra, en la propia biografía del escritor. Porque esta novela es un
nuevo buceo en las brumas del recuerdo, como con acierto señala la presentación
de la edición española. En los indescifrables
mecanismos de la memoria, en esos “recuerdos encubridores”, expresión
que el mismo Modiano rescata de Freud. Su propia infancia, muy alejada de
cualquier feliz paraíso, reconoce Modiano, explica buena parte de los que
escribe. También en esta novela.
La trama de la historia que Modiano nos ofrece en esta pieza, es
ciertamente fiel a la cita de Stendhal
colocada en el pórtico de la narración: el escritor no aportará la
diáfana realidad de los hechos, sino únicamente su sombra. Y en esas sombras
biográficas se sumergen las páginas de la novela, porque una de las constantes
del macrotexto modianesco es que lo vivido por el escritor impregna sus obras.
En este libro, reconoce Modiano, hay trazos, pliegues y estrías de esa infancia
peculiar, privada del calor parental, de la vida familiar y otros muchos
detalles autobiográficos, presentes no con una finalidad confesional, sino
formando parte de la ficción.
Nada es ajeno en Para que no te
pierdas en el barrio a las ideas-eje de eso que se ha llamado “Universo
Modiano”: la escritura como recuperación del ayer, contra el olvido de todo:
familia, amigos, los bulevares, garajes y calles del viejo París, del París
onírico e intemporal de principios de los años 50, y del París “demasiado liso y
embalsamado” del presente del relato (año 2012). La fascinación por las
penumbras inquietantes, las incursiones en pasados turbios. Y el arte de la
memoria, uno de los argumentos de mayor peso que tuvo en cuenta la Academia
sueca para otorgarle el Nobel. O la propia infancia del escritor, clave también
en esta novela.
Ese macrotexto modianesco toma forma en la novela en la historia de un
viejo escritor, Jean Daragane, claro alter ego del propio Modiano -ambos no
utilizan el móvil, se equivocan con las teclas; los dos tienen la sensación de
no haber tenido padres-, una persona solitaria, inmerso en un París ajeno al
tiempo. Pero un día el teléfono suena con insistencia en su “despacho”. Quien
habla es una voz desganada y amenazadora que le comunica que ha encontrado su
libreta de direcciones debajo de un asiento del bar de la estación de Lyon. Le
propone una cita que Daragane acepta de mala gana. Se presenta puntual y entra
en contacto con su interlocutor, Gilles Otollini, que llega acompañado de una
mujer joven de rasgos orientales. El desconocido se interesa por un tal Guy
Torstel, cuyo nombre estaba anotado en la agenda de direcciones y del que
quiere saber más. Desde ese momento, entre sombras, obscuridades y no pocas
pesadillas y buenas dosis de suspense y un delito cometido muchos años antes,
la trama se complica y Daragane intentará explorar su propio pasado. Hasta que
sale a relucir el nombre de Annie Astrand, la joven a cuyo cuidado
lo había dejado su madre, que le metía en el bolsillo una hoja doblada con la
dirección del domicilio y la indicación “Para que no te pierdas en el barrio”.
Persiguiendo las huellas de Annie Astrand, el protagonista intenta explorar el
pasado lejano, un pasado sin raíces, el tiempo perdido, porque será a través de
la memoria brumal como podrá finalmente extinguir los fantasmas de una niñez
extremadamente difícil.
Si hay algo que llama poderosamente la atención en esta novela es sin
duda la anulación del tiempo, su circularidad, la constatación de que el tiempo
puede ser dominado, de que el pasado puede ser recuperado, no mediante el
psicoanálisis ni los métodos arcaicos u orientales, sino gracias al poder de la
memoria. “El presente y el pasado, constata la voz relatora, se confunden y
parece algo natural porque sólo los separaba un tabique de celofán” (página
32). Será suficiente encontrar en un libro el nombre de una persona para que
ese tabique se derrumbe, la memoria salte como un muelle y los rastros de ese
pasado nebuloso se hagan presentes. Una historia pues que se cimenta en la
memoria y en el tiempo que Modiano con gran acuidad y hondura es capaz de
ensamblar en una historia aparentemente banal.
De ahí
la necesidad del escritor de echar mano de aquellos recursos narratológicos que
tienen que ver con los movimientos temporales. De las anacronías especialmente
que nos proyectan en el pasado. Otros recursos reseñables son algún juego
metaliterario -la novela tematiza la escritura de una novela- y ciertos
ingredientes detectivescos que se entremezclan en este buceo y recuperación del
pasado. Y la prosa que siempre encontraremos en la novelística de Modiano:
lengua precisa, sobria, simplicidad formal, escritura elusiva, pinceladas
escuetas que, sin embargo, son capaces de atrapar al lector con la fuerza de
una hipnosis y proyectarlo en una suerte de estado onírico.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“Había llegado a los soportales de le
Palais-Royal. Había caminado sin destino concreto. Pero, al cruzar el puente de Les Artes y el patio del Louvre,
seguía un itinerario que le resultaba familiar en la infancia. Iba bordeando
esa galería que se llama El Louvre de los Anticuarios y recordó, en el mismo
lugar, los escaparates de Navidad de Los Grandes Almacenes del Louvre. Y ahora
que se había detenido en medio de la galería de Beaujolais, como si hubiera
llegado al final del paseo, surgió otro recuerdo. Llevaba tanto tiempo
enterrado y a tal profundidad, resguardado de la luz, que parecía nuevo. Se
preguntó si era de verdad un recuerdo o más bien una instantánea que había dejado
de pertenecer al pasado tras haberse desprendido de él como un electrón libre:
su madre y él -una de las pocas veces que estaban juntos- entraban en una
tienda de libros y de cuadros y su madre hablaba con dos hombres, uno sentado a
un escritorio, al fondo del local, y el otro con el codo apoyado en la repisa
de mármol de una chimenea. Guy Torstel. Jacques Perrin de Lara. Petrificados en
ese lugar hasta el fin de los tiempos. ¿Cómo era posible que aquel domingo de
otoño en que volvía de Le Tremblay con Chantal y Paul en el coche de Torstel
ese nombre no le hubiera sonado de nada, ni tampoco la tarjeta de visita donde,
sin embargo, figuraba la dirección del comercio.”
…..
“Acabamos por olvidarnos de los detalles
de nuestra vida que nos resultan molestos o demasiado dolorosos. Basta con
hacerse el muerto y quedarse flotando suavemente en la superficie de las aguas
profundas, con los ojos cerrados. No, no siempre se trata de un olvido
voluntario, le había explicado un médico con el que había trabado conversación
en el café, en los bajos de los bloques de edificios de la glorieta de Le
Graisivaudan. Por cierto que el hombre aquel le había regalado un librito que
había publicado en Les Presses Universitaires, El olvido.”
…..
“Recordaba haber ido por una calle al
final de la cual se veía el Moulin-Rouge. No se había atrevido a ir más allá
del terraplén del bulevar por temor a perderse (…) Quince años atrás, paseaba
solo muy cerca de allí, bajo un sol de julio, y ahora era diciembre. Siempre
que salía del Aero era ya de noche. Pero para él las estaciones y los años se
confundían de pronto. Decidió andar hasta la calle de Laferrière -el mismo
itinerario de antaño-, recto, siempre recto. La oscuridad se aclararía al
llegar a la parte de debajo de la calle de Fontaine, sería de día y volvería a
haber un sol de julio. Annie no se había limitado a escribir las señas en el
papel doblado en cuatro, sino también las palabras PARA QUE NO TE PIERDAS EN EL
BARRIO, con su letra grande, una letra antigua que no enseñaban ya en la
escuela de Saint-Leu-la Forêt.”
(Patrick
Modiano, Para que no te pierdas en el
barrio, páginas 77-78, 98, 138-139)
Me gusta la reseña que haces de esta novela, la buscaré....
ResponderEliminar