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martes, 21 de julio de 2015

"ADIÓS A BERLÍN": LA PRUEBA GENERAL DE UN DESASTRE



Adiós a Berlín
Christopher Isherwood
Traducción de María Belmonte
Acantilado, Barcelona, 2014, 261 páginas

   Goodbye to Berlín es uno de los dos volúmenes que forman las Crónicas berlinesas de Christopher Isherwood (1904-1986), con el Berlín pre nazi  como telón de fondo. Son los libros que hicieron famoso su nombre y que han sido considerados como novelas autobiográficas. No obstante, el escritor inglés advierte que aunque haya dado su propio nombre al yo relator, no debemos pensar que las páginas de Adiós a Berlín son exactamente autobiográficas. Christopher Isherwood no es en realidad otra cosa que “el práctico muñeco del ventrílocuo”. De todos modos, el escritor británico se instaló en Berlín en 1929, siendo testigo de la descomposición de la República de Weimar y de la llegada de los nazis al poder, por lo que sus retratos ficcionales de la capital germana, durante aquellos años turbulentos en los que la corrupción estuvo a la orden del día, son un fiel reflejo de la realidad, de un mundo hedonista, dominado por depredadores, por seres borrachos no solo de alcohol, sino también de sexo, y que pronto será engullido por la barbarie nazi y por la guerra.
   La edición de Acantilado en la versión de María Belmonte, actualiza una antigua traducción de  Jaime Gil de Biedma. Cabe destacar como acicates paraliterarios de este libro, que sobre las Crónicas berlinesas de Isherwood se filmaron dos películas: Soy una cámara (1951) y la famosa comedia musical Cabaret (1972), interpretada por Liza Minelli y Michael York, inspiradas las dos en la segunda secuencia de este libro, “Sally Bowles y en su personaje central, uno de los mejores delineados por Christopher Isherwood.
   Es preciso advertir que para el canon compositivo de lo que actualmente se entiende por novela, la estructura de Adiós a Berlín rompe con toda ortodoxia. El libro está compuesto por secuencias independientes -y como tales pueden ser leídas-, pero no obstante mantiene una indiscutible unidad, tanto formal como ambiental y, sobre todo, reproduce desde la ficción el clima del Berlín fatalista de la República de Weimar. Su situación social y política, dominada por los bajos fondos, con una absoluta disipación de los valores ciudadanos, y en la que el gran becerro de oro es el mercado y la corrupción. Con la gente común que se ve incapaz de llegar a fin de mes. Una decadencia social y ética que se convertirá muy pronto en camino trillado para la llegada al poder del terrible experimento político y social que fue el nazismo. Aquello que Bertol Brecht llamará la irresistible ascensión  de Arturo Ui, es decir de Adolf Hitler.
   La novela se mueve en el ambiente decadente de los mundos convulsos. Por eso, tal como ha escrito Javier Alfaya, su propósito es elegíaco. Un mundo hundido en la miseria material y social, que se despide en medio de una desesperación tan absoluta que el único antídoto parece ser la danza del abandono a lo que la suerte depare.
   La obra, como he dicho, estructura su contenido en seis episodios: “Diario de Berlín” (otoño de 1930), “Sally Bowles”, “En la isla de Rügen”, (verano de 1931), “Los Nowak”, “Los Landauer” y de nuevo “Diario de Berlín” (invierno de 1932-1933). En esos episodios Isherwood registra la realidad que le rodea con la objetividad impasible de una máquina fotográfica (“Soy una cámara con el obturador abierto, totalmente pasiva que registra sin pensar”, página 9), que fija tanto las grandes transformaciones como los mínimos detalles. Y el libro da fe de ello: los personajes que deambulan por sus páginas son prostitutas, multimillonarios, vagos, actrices diletantes, gente de la alta sociedad que se ve forzada a aceptar inquilinos en sus mansiones, mujeres de mal vivir que se confunden con las cantantes de ópera. Toda una humanidad desesperada que aparece retratada con la fascinación de lo decadente: Fraülein Schroeder, la anciana que alquila habitaciones en su pensión, hipócrita y dominante; Sally Bowles que canta pésimamente en un cabaret, pero es sensual, divertida, embotada de sexo y alcohol, que acepta acostarse con viejos productores de cine con la esperanza de obtener un gran papel como actriz; la señora Nowak que con inmenso esfuerzo intenta mantener a su familia, sumergida en el infierno de la miseria; los Landauer, ricos empresarios judíos que pronto serán perseguidos por los nazis; Peter y Otto, una pareja homosexual que viven su tormentosa relación en una isla rodeados de nazis.
   En el invierno de 1932-1933, Isherwood se instala de nuevo en la pensión de Fraülein Schroeder y es testigo de la demagogia nazi, de las farsas grotescas con un público que se emociona y al que resulta fácil hacerle creer cualquier cosa. Con Hitler haciéndose cada vez con más adeptos que no se contentan solamente con vencer, sino que exigen que corra mucha sangre. Y un pueblo alemán poco entusiasta con los anhelos de libertad, como comenta Herr Brik, director de un reformatorio.
   La figura de Sally Bowles domina la novela. Ella es el fiel reflejo de una época que Isherwood retrata con una prosa sencilla, pero ágil y fluida; con la tonalidad a la vez de un drama y de una comedia que se presentan como un prólogo, como “la prueba general de un desastre”, en palabras del mismo escritor.

Francisco Martínez Bouzas

                                                 
Christopher Isherwood (foto de Calvin Brodie)

Fragmentos

“Los habitantes de esta calle ya me conocen de vista. En la tienda de ultramarinos, la gente ya no vuelve la cabeza al oír mi acento inglés cuando pido una libra de mantequilla. Después de anochecer, las tres prostitutas de la esquina ya no me susurran con sus voces guturales: «Komm, Süsser!» (¡Ven, cariño!) cuando paso.
Las tres prostitutas pasan sin duda de los cincuenta. No tratan de ocultar su edad. No llevan exceso de colorete ni de maquillaje. Llevan viejos y holgados abrigos de piel, faldas bastante largas y sombreros de señora respetable. Se las mencioné casualmente a Bobby y me explicó que existe una reconocida demanda de este tipo tranquilo de mujer.
Muchos hombres maduros las prefieren a las jóvenes. Incluso atraen a las adolescentes. Un chico, me explicó Bobby se siente cohibido con una chica de su edad, pero no con una mujer que podría ser su madre. Como la mayoría de bármanes, Bobby es un gran experto en cuestiones sexuales.”

…..

“Una noche de octubre de 1930, aproximadamente un mes después de las elecciones, hubo un gran tumulto en Leipzigerstrasse. Bandas de matones nazis se manifestaron contra los judíos. Maltrataron a algunos transeúntes de nariz afilada y pelo oscuro, y rompieron los cristales de todos los comercios judíos. El incidente no fue en sí muy notable; no hubo muertos, apenas unos disparos y una veintena de detenciones. Lo recuerdo únicamente porque fue mi primer contacto con la política de Berlín.
Fraülein Mayr, por supuesto, estaba encantada:
-¡Les está bien empleado!- exclamó. Esta ciudad está harta de judíos. Levantas una piedra y salen a gatas un par de ellos. ¡Están envenenando el agua que bebemos! Nos están ahogando, robando, chupando la sangre. Mira todos esos grandes almacenes: Wertheim, KDW, Landauer. ¿De quién son? ¡De asquerosos judíos.”

…..

“Hoy brilla un sol resplandeciente; el tiempo es suave y benigno. Salgo sin abrigo ni sombrero a dar mi último paseo matutino. El sol brilla y Hitler es el amo de la ciudad. El sol brilla y docenas de amigos míos -mis alumnos en la Escuela Laboral, los hombres y las mujeres a quienes conocí en la IAH (Internationale Arbeiter-Hilfe)- están en la cárcel o probablemente muertos. Pero no estoy pensando en ellos, en los lúcidos, los resueltos, los heroicos; ellos reconocieron y asumieron los riesgos. Estoy pensando en el pobre Rudi, en su absurdo blusón ruso. Su fantasioso y novelesco juego se ha convertido en algo serio; los nazis jugarán con él a ese mismo juego. Los nazis no van  a reírse de él; tomarán en serio aquello que pretendía ser. Tal vez en este mismo momento estén torturando a Rudi hasta la muerte.
Capto la imagen de mi cara en el espejo de una tienda, y advierto con horror que estoy sonriendo. Es inevitable sonreír con un tiempo tan hermoso. Los tranvías suben y bajan como siempre por la Kleiststrasse. Ellos, la gente en la acera y la cúpula de la estación de Nollendorplatz, con su aspecto de cubreteteras, tienen todos un aire de curiosa familiaridad, guardan un asombroso parecido con algo que uno recuerda normal y agradable en el pasado: algo parecido a una fotografía muy buena.
No. Ni siquiera ahora puedo creer del todo que estas cosas hayan sucedido realmente.”

(Christopher Isherwood, Adiós a Berlín, páginas 21, 179, 260-261)

2 comentarios:

  1. Tu descripción siempre ayuda a la hora de leer un libro. Tus críticas generalmente despiertan el deseo de saber más profundamente de qué se trata esto.
    Aunque por lo que se trasluce, pareciera que el mundo no ha cambiado tanto, y es como si la descripción en la función de cada personaje pudiéramos representar una parte del mundo por cada uno de ellos, que integrados logran hacer ese comportamiento global que hoy se sufre bastante, en cuanto a la parte negativa de él. Parece, a lo mejor sin proponérselo el autor, o yo divagando en mis conclusiones, una alegoría del mundo en el que hoy estamos inmersos.
    Me gustan mucho tus críticas.
    Saludos.

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