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viernes, 26 de diciembre de 2014

"TELÓN DE BOCA": LA IGUALDAD DE LOS MUERTOS COMO ÚNICA CERTEZA



 

Telón de boca

Juan Goytisolo

El Aleph Editores, Barcelona, 100 páginas

(LIBROS DE FONDO)



   Lo prometió y lo cumplió. El Premio Cervantes 2014 anunció en 2003 que Telón de boca sería su última pieza ficcional, sencillamente porque, confesó entonces, no tengo nada más que decir en este terreno. A partir de aquel momento Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) se centró en otros géneros. En la poesía y en el ensayo literario: en el estudio, por ejemplo de la figura de Manuel Azaña (El Lucernario: la pasión crítica de Manuel Azaña). Y en la poesía. En 2008 publicó El exiliado de aquí y de allá, que es sin embargo otra cosa: media docena de textos independientes con el mismo personaje que nace en Señas de identidad, se transfigura en Reivindicación del conde don Julian y  en  Makbara, para ocupar finalmente el lugar central en Paisajes después de la batalla. Textos independiente de naturaleza ficcional pero que sin embargo no son islas. Intelectual crítico, Goitysolo sigue siendo uno de los autores españoles más influyentes en el extranjero.

   La obra ficcional de Juan Goitysolo atraviesa toda la segunda mitad del siglo XX. Sun inicios explosivos en la década de los cincuenta pusieron a disposición de los lectores cinco piezas narrativas (Juego de manos, Duelo en el paraíso y los volúmenes de la trilogía El mañana efímer). A inicios de los sesenta, publicaría La isla y Fin de fiesta títulos que clausuran una etapa narrativa. Después de años de reflexión, aparece de nuevo el  escritor fabulador e intelectual, aunque con notables cambios en su  concepción novelística. Si en otras etapas la escritura de Goitysolo pretendía mostrar sobre todo aspectos externos de la realidad, poco a poco sus obsesiones convergen en luchar contra los mitos imperantes de la sociedad patria y en la transformación de la lengua española. Es la época de sus libros más emblemáticos: Señas de identidad, Reivindicaciones del conde don Julián, Juan sin tierra o Makbara, obras que significan una verdadera peregrinación en la búsqueda de las propias raíces, en el sentido de la historia española y en un proceso imparable de racionalización que lo conducirá a romper con sus orígenes, con un pasado cultural  y, por último, con la propia lengua, que progresivamente se va transformando en caracteres árabes en las últimas páginas de Juan sin tierra.

   En 2003, como ya he dicho, el intelectual rebelde ante el franquismo y uno de los pocos supervivientes del espíritu crítico, como lo calificó Günter Grass, se despidió de la literatura de ficción  con este pequeño volumen, un libro extremadamente conciso, en el que nada queda a salvo y que se ciñe ciertamente a lo que dice su título: Telón de boca. El paño que esconde el escenario cuando termina una representación, pone de manifiesto la voluntad del escritor de poner silencio definitivamente a su labor ficcional.

   Telón de boca es una pequeña obra de arte, escrita de forma primorosa y muy concisa, que rezuma intimismo y, sobre todo, pesimismo en cada página. Tres personajes arrastran sus problemas existenciales por los episodios de la novela: una mujer indirectamente evocada (Monique Lange, fallecida en 1996), su viudo y un doble de este, un verdadero demiurgo que le interroga e increpa. En un paréntesis entre “la nada y la nada”, el viejo protagonista, alter ego del propio autor, desde una ciudad “ocrerrosada” -posiblemente Marrakech- nos proyecta una amarga y desolada reflexión sobre la existencia que tiene la seguridad que dejará muy pronto. Desde la frontera de la muerte, realiza un repaso de su vida con extrema clarividencia y con grandes dosis de pesimismo. Su hablar se transforma en un recuerdo de la esposa fallecida y en un reconocimiento del poder cruel de los vivos frente a la indefensión de los muertos. Un espécimen  de demiurgo, apodado “El desalmado” y confirmable su condición en la percepción pesimista de la especie humana, la especie más nociva del universo.

   Únicamente somos poseedores de una certeza: la igualdad de los muertos, pero esa igualdad no la veremos al morir. Novela pues que semeja que el manto de la noche pende sobre todos nosotros que también anochecemos sin darnos cuenta. Un símbolo extraído de Tolstoi y que aparece en el epígrafe, el cardo amputado, con flores ennegrecidas, se convierte en la gran metáfora del desvanecimiento de toda certeza y de la inevitabilidad del destino al que están condenados los descendientes de la Caverna: partir sin haber hallado el sentido de nuestra vida.



Francisco Martínez Bouzas



 
Juan Goitysolo

Fragmentos



“Su destino -el de ella, de él y todos los descendientes de la Caverna- sería el del cardo cuya imagen obsesionaba a Tolstoi, el mismo cardo tenaz que él buscó en las montañas del Cáucaso. Iba en una chatarra de automóvil por el camino enfangado a Shatoi y pudo atisbar, cuesta abajo, los tanques y vehículos calcinados en una emboscada similar a la tendida a los soldados del zar siglo y medio antes. Verificó una vez más la necia reiteración de la historia, su crueldad obtusa. En el valle de Argún había una magnífica variedad de flores. A través del intérprete, preguntó por la planta a uno de los reclutas que les detenía a mendigar cigarrillos. No supo darles respuesta y, aunque siguió escrutando entre retén y retén, no divisó ninguna. El trayecto a las ruinas aún recientes del pueblo le confirmó en su certeza de pertenecer a la especie más dañina del universo. El cardo amputado y sus flores ennegrecidas cobraban el valor de un símbolo. El carro ciego que las tronchó era el que segaba metódicamente sus vidas.”



…..



“Discurría el cariño del sol, con un ejemplar de La sonata en el regazo, cuando irrumpió la voz del que, entre risas, afirmaba ser a la vez creador y creado.

«¿Piensas que puede existir, no ya una mísera tribu, sino una sociedad de las que llamáis modernas o posmodernas sin alguna forma de creencia irracional y fantástica?¿Sin palio blanco, manto de brocado, clámide purpúrea, diadema de oro, cetro pontificio? Los pueblos, vuestros rebaños, no lo soportarían. ¡Mira en lo que fueron a parar las utopías y crisis místicas de tu mentor! Sus compatriotas pretendieron condenarme al olvido pero forjaron en seguida ídolos crueles como yo, aunque contingentes y efímeros: ¡el profeta arrengador de la perilla y el déspota con bigotes de cucaracha! Dime: ¿qué ha sido de ellos? No lograron suplantarme, fueron derribados de sus peanas mientras yo sigo ahí tan fresco, con los hechiceros que bendicen a la soldadesca e inciensan sus matanzas. Las botas aplastan de nuevo el cardo. ¿Merecerían la pena tantos esfuerzos, sacrificios y horrores para volver a la casilla del comienzo? No creas que soy megalómano si sostengo que, malvado o bueno, me necesitáis y no desapareceré  en un futuro probable. Sois una colonia de insectos en la que cada uno tira por su lado y busca el provecho inmediato a costa de los demás. La igualdad fraterna en la que algunos sueñan no pasa de quimera. Sólo tenéis una certeza, pero no queréis mirarla ala cara: es la igualdad de los muertos y, al morir, no serás tú quien la vea.”



(Juan Goitysolo, Telón de boca, páginas 29-30, 47-48)

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