Xulia Alonso Díaz
Traducción: Xulia Alonso Díaz
Mar Maior (Sello de editorial Galaxia), Vigo, 2014,
233 páginas
La versión original gallega de este libro de
Xulia Alonso fue publicada en el año 2010 y, como era de esperar, provocó en
los lectores un gran estremecimiento, conmoción y al mismo tiempo un inmenso
halo de fe y esperanza en la capacidad de los seres humanos para hacer germinar
la vida cada día y transformar una verdadera bajada a todos los infiernos en
una increíble y hermosa superación. Me
atrevo a apostar que la misma amalgama de sentimientos va a provocar la versión
española de Futuro imperfecto, uno de los nueve productos
editoriales con los que el sello editor Mar Maior comienza a tener presencia en el mercado
global y su lectura se hace más accesible para millones de potenciales lectores.
Porque, esta por el momento única pieza
narrativa de Xulia Alonso, es ciertamente literatura brutal -el relato de un
“recorrido forzado hacia la muerte” página 191)- y, al mismo tiempo, un canto
al amor, a la capacidad humana de renacer cada día de la desolación y alcanzar
horizontes de esperanza. Y una radiografía en carne propia de la llamada
“Generación perdida”, la juventud gallega que, en las décadas de los 80 y 90,
víctima de la heroína y del SIDA, sembró de dramatismo, y sobre todo de muerte,
los hogares de miles de familias. Todo eso lo hace Xulia Alonso en este su
“testamento vital”, escrito a quemarropa, sin recatos, sin eufemismos para no
olvidar. No olvidar ni siquiera el tacto, el olor, la sonrisa, el momento del
ser amado, ni la secuencia temporal de los hechos y transmitirlos no solo a su
hija, que ya conocía a grandes rasgos la historia, sino también a todos
nosotros, igualmente herederos testamentarios de aquellos que se dejaron la
vida en el camino.
Aunque Futuro
imperfecto aparezca en la colección literaria de Mar Maior, poco o nada
tiene que ver con la ficción. Y si alguien se empeña en leer el libro como
novela, se equivoca, porque, a pesar de que el debut literario de la autora es
una simbiosis entre vida y literatura, también es un ajuste de cuentas personal
y una recuperación de la memoria histórica de aquella Generación perdida, entre
cuyas víctimas figuraron ella y Nico, el amor de su vida. Si es verdad, como
escribió Borges que un hombre es su memoria, Xulia Alonso, por medio de su
testimonio experiencial, pretende acercarnos, con intención de superadora
catarsis, a la memoria de la generación gallega que alcanzó la pubertad y la
juventud en las décadas de 1980 y 1990, y pagó un pavoroso tributo a aquel
frenesí libertario de amor libre, sexo droga, seducida también por paridas
publicitarias como aquel invento mediático “Madrid escríbese con V de Vigo”.
Pero lo hace en carne propia, como privilegiada y azarosa superviviente de
aquel abismo de dependencias de la heroína y de la pandemia del SIDA.
El relato da comienzo con los primeros
síntomas de la enfermedad de su compañero sentimental, del amor de su vida -la
autora, ajena a cualquier pudor, no ahorra expresiones amorosas-. Narra el
avanzar imparable del mal, el coraje de ambos para afrontarlo. Y repasa su
propia experiencia vital anclada en la memoria. Con diecisiete años, estudiante
universitaria en Santiago de Compostela en un momento (1978) de efervescencia y
frenesí, sobre todo entre la juventud tras décadas de dictadura y con un único
deseo de ser transgresores. El gusto incontrolable por todo lo hasta entonces
prohibido. Y en medio, como ella misma declara, se infiltró el gran negocio
moderno: la heroína, que penetró de forma masiva y virulenta en apenas unos
años. Ella y Nico, su gran amor, víctimas incautas de ese infierno, y tras
haber salido del mismo con inmenso coraje, positivos en VIH, de la que solo se
sabía que su final era la muerte. La decisión, entre un mar de incertidumbres y
quizás de forma irresponsable, de tener un hijo juntos. El agravamiento de Nico,
con la seguridad de cual va a ser el final, el puto punto y final y de
que llegará muy pronto. La valiente determinación de exprimir el presente hasta
el fatídico desenlace, sin renunciar a nada, tampoco al íntimo acercamiento
físico.
La memoria que según la autora -y constata
una gran verdad- guía la escritura de este libro, lo convierte una pieza probablemente única
o de las pocas que existen en su género, escrita sin recato, sin retóricas
vacías, sin eufemismos, rebosante de verdades y de una gran sensibilidad. Libro
demoledor, pero al mismo tiempo henchido por las certezas de los sentimientos
amorosos. Pocas veces se ha escrito con tanta fuerza y verdad una historia de
amor y de apuesta por la vida, en una colosal batalla contra la muerte,
encarándola y haciéndole frente. Literatura de intensísimo dolor que ser
introduce directamente en la médula de las emociones. Pero a pesar de que la
narración de Xulia Alonso cala en lo más profundo de la sensibilidad, no hay en
ella una sola brizna melodramática, ni ninguna excitación sensiblera y
victimista. No obstante, a más de un lector le brotaron lágrimas de emoción
ante este friso de amor/dolor y de permanente lucha con la muerte.
Con no pocos valores añadidos, como el
reflejo de una época con luces y sombras; el testimonio de la solidariedad de
amigos y familiares, solidariedad salvadora de las dependencias de los dos
protagonistas, de la cercanía afectiva a una pareja de “malditos sidosos”. Y la
fascinante inmersión en la memoria familiar.
Esta explosión, casi paralizante y a la vez
muy profunda de emociones y sentimientos, no exime en una lectura crítica, de
la atención a otros aspectos formales del libro o que tienen algo que ver con
su narratividad. Considero, en primer lugar, un acierto de la autora, los
saltos en el tiempo, alternando el discurso de la adicción y enfermedad con el
relato de su propia vida y el buceo en la historia y perfiles del clan
familiar. Se trata de una arquitectura compositiva que favorece la comprensión
de muchas cosas en la lucha titánica por la vida -la recuperación, por ejemplo
de la abuela Rosa que, después de muerta, sigue siendo un manantial de
respuestas-, del perfil humano de ese hombre de mirada atlántica y de la mujer
de la Galicia profunda que, a su lado, libró con él, para él y para el fruto de
su amor, una lucha gigantesca. La acción o historia narrada en este libro de difícil
catalogación es absolutamente verosímil porque su plasmación en la escritura
nació con el propósito de ser un testamento vital. Considero además que se
desarrolla dentro de la lógica interna de la narración autobiográfica.
En este tipo de literatura del yo se hacía
necesaria la presencia de un narrador omnisciente al que le corresponde la voz narradora, que cuenta todo lo que los
personajes hacen, comenzando por ella misma. Narradora omnisciente que
justifica además por qué conoce todos los datos. Una espacialización altamente
plausible, no solo porque se privilegian ciertos espacios gallegos, sino porque
son en si mismas excelentes descripciones que permiten convertir el espacio de
la historia en un verdadero espacio verbal. Bien seleccionados los epígrafes
del inicio de la mayoría de los capítulos, especialmente los fragmentos poéticos
de Lois Pereiro, otra víctima de la misma Generación perdida. Mas, no solamente
los de este poeta monfortino: las voces de Rosalía de Castro, Celso Emilio
Ferreiro, Carlos Fontes, Manuel Rivas o Gioconda Belli, entre otros, cumplen su
función de pequeñas cápsulas narrativas que resumen y comentan la esencia del
texto. Oportunas así mismo las notas del paratexto, sobre todo muy útiles para
los lectores no gallegos. Un estilo de prosa explosivo a veces, pero sensillo,
directo, reiterativo, escritura a bocajarro, como ya se ha indicado; sin
eufemismos, dotado de una gran fuerza denotativa; no abundante en metáforas,
pero muy logradas aquellas que representan las secuencias más abisales de la
historia. Cierta anisicronía o remansamiento del ritmo que la autora introduce
cuando se sumerge y explora la saga familiar, mas sin que actúe como ralentí ni
en el tiempo de la historia ni en el del discurso.
Libro pues altamente recomendable -es la
primera ocasión en la que en este cuaderno tiene cabida tal juicio valorativo-;
recomendable para todos los públicos, sin excluir consiguientemente al juvenil.
Pero aconsejable sobre todo para aquellas y aquellos que aceptan ser
penetradas/os intelectual y emocionalmente por esta brutal pero hermosa
historia de lucha y superación.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
Me
preparé, pues para salvarte, y así empezó el último capítulo de nuestra vida
juntos, un capítulo que sería de tal intensidad, autenticidad, sencillez y
complejidad, que, a pesar de fracasar en mi propósito de salvarte, dio sentido
a toda mi existencia, la pasada, la presente y la futura, y eso, amor mío, no
te salvó a ti, pero sí a mi. Así, cuando finalmente dejaste de respirar para
descansar como merecías, no me sentí vacía, aunque era consciente de lo irreparable
de tu pérdida, porque te incorporaste
ami genoma y a mi flujo sanguíneo, porque a tu lado aprendí las
lecciones más importantes y eso me mejoró, me hizo consciente y fuerte, aprendí
a encajar el fracaso, aprendí a esperar pacientemente, aprendí que la ley
natural no tiene nada que ver con la justicia, que los buenos no siempre ganan,
aprendí que solo se pierde aquello de lo que uno se desprende y se conserva lo
que se retiene y que, después del duelo, del llanto incontenible, de la pena
infinita y de la rabia por lo irremediable, se puede convivir con las
presencias que se mantienen vivas en la memoria, ¿o debería decir el corazón?
Eso se convirtió en quien definitivamente sé que soy: frágil y fuerte, sensible
y racional, inquieta pero ¡por fin! paciente, lenta pero segura y, sobre todo,
leal, imperfecta y pluscuaperfecta, torpe pero capaz.”
…..
“Llegabas
a casa. La mesa puesta. Adela, eficiente y discreta, se despedía:
-hasta
mañana.
Y
tú me recibías invariablemente con tu media sonrisa y tus ojos llenos de
acogida, cálida, tierna, un poco triste:
-No
puedo sonreír mejor que ayer, lo siento.
¡Ah!
Tus ojos, tus ojos…cuanta fuerza me daban, cuanta fuerza me sigue dando tu mirada
atlántica. Yo besaba tu boca hemipléjica
como si nada pasara y empezábamos nuestra jornada de tarde llena de normalidad.”
…..
“Un
día, no recuerdo dónde ni quién, alguien me invitó a un chute de caballo. Es
curioso que no recuerdo el momento ni el ritual que lo rodea. Mi primer
recuerdo me traslada a mi cama, en aquella pensión, en mi primer año en Santiago.
Había vomitado, pues ese es el primer efecto de la heroína al entrar en el
cauce sanguíneo: vomitas. No es aparatoso, es un acto automático, mecánico y rápido,
lleno de simbología: la heroína te vacía y, luego, te ocupa. En aquella cama
estaba despierta pero sentía mi entorno como si estuviera en un sueño, una
sensación como la de flotar en un fluido denso que me sostenía y me permitía
trasladarme por un espacio desconocido hasta el momento para mí. El primer
encuentro fue suave como un arrullo, fue dulce como una nana, fue cálido como
un abrazo, trasladándome aun espacio que
identifiqué como «mi interior». Me dormía en sus brazos y me desperté serena y
despejada. Nada hacía presagiar ningún tipo de amenaza. ¡¡Atención!! No dejó de
ser un encuentro más, una novedad más. Había tantas cosas nuevas en mi vida en
aquel momento que no pasó de ahí durante algún tiempo.”
…..
Tú
compartías conmigo el asombro y disfrutabas junto a mi de aquellos días, plácidos,
por fin tranquilos, parecía que definitivamente tranquilos. Observabas
asombrado cómo mi minúsculo cuerpo mutaba para convertirse en el contenedor, el
portador de una nueva vida, portador de vida y no de ninguna otra cosa. Tus
dientes aparecerían enmarcados por tus magníficos labios cada vez que me
mirabas, dibujando una y otra vez esa sonrisa tuya tan abierta, poderosa, que incrementaba
el nivel de ácido fólico, de hierro y oxígeno en mi flujo sanguíneo, que subía
mi hemoglobina, que despertaba mis neuronas y todas las terminaciones nerviosas
de mi cuerpo para poder sentir con mayor intensidad, si es que era posible, la
afinada armonía que habíamos compuesto y que sonaba en nuestros oídos aquellos
días. Acariciabas mi vientre, besabas mi boca, abarcabas mi contorno con tus
brazos y respirabas en mi oreja para que escuchara claramente el sonido de tu
felicidad, perfectamente acompasada con la mía. Te sumergías entre mis tetas
transformadas en grandes y hermosos pechos como si allí estuviera el centro del
universo. Era el centro del universo, creo que sí que lo era, el centro de
nuestro universo.”
…..
“A
ellos, como a mí, amor mío, los atraías tú, tu fortaleza, tu valor, tu dignidad,
tu sentido del humor, tu risa, ya fuera de media luna o de cuarto menguante, tu
esfuerzo por hablar aunque la lengua no te obedeciera, tu empeño por andar
aunque tuvieras que arrastrar las piernas, tu tozudez por vivir aunque la vida
se empeñara en abandonarte. Compartías con nosotros tus logros y tus fracasos,
siempre con el mejor semblante, regalándonos en cada instante lo mejor de ti,
tu voz, tu risa, tu mirada atlántica, esa que se mantuvo aún cuando perdiste la
capacidad de hablar, de reír, de moverte, y tuviste que rendirte.
Tu
mirada atlántica, amor mío, ni ella ni nuestra guerrilla aliada me han
abandonado nunca desde entonces.”
(Xulia Alonso Díaz, Futuro imperfecto, páginas 15, 58, 90, 162, 181)
Felices Fiestas y mis mejores deseos para 2015 !
ResponderEliminarVerdaderamente conmovedor, escrito con una prosa poética penetrante, vivencial. Gracias, amigo, por este regalo. Que tengas un feliz año que viene. Abrazos.
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