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jueves, 13 de marzo de 2014

"UN DÍA EN LA VIDA DEL INMORTAL MATHIEU": HUMANOS SIN CORAZÓN



Un día en la vida del inmortal Mathieu

Mario Martín Gijón

Ediciones Irreverentes, Madrid, 2013, 158 páginas



   En esta su primera novela, Mario Martín Gijón se disfraza de amigo del protagonista de esta novela futurista, el psicólogo Mathieu Beaujour, y usa el artificio de traductor al castellano de las reflexiones almacenadas en la memoria de su amigo en el año 2070. De este modo, Mario Martín, autor de destacados y premiados libros de ensayo y del libro de relatos Inconvenientes del turismo en Praga (2012), se adentra en la narrativa de ciencia ficción, en esos viajes prospectivos, no a las lejanías interestelares, sino a esos otros mundos más decisivos para la humanidad que son, como recuerda el protagonista de la novela, “los que se realizaron dentro de nosotros mismos” (página 147).

   En 1981 Günter Rophol escribía que la pregunta kantiana ¿qué debo hacer? se halla conectada, más que nunca, a aquello de lo que soy capaz de hacer. Y en nuestro tiempo el campo del quehacer humano se ha agrandado de forma tan extraordinaria, gracias a la tecnociencia, que la aniquilación del planeta, la muerte esencial de la especie homo sapiens sapiens es un peligro específico de nuestros días. Como lo es la posibilidad de una perfectibilidad prácticamente inacabable. Porque el ser humano es en la actualidad una materia prima que posee una plasticidad casi inagotable. Nuestra especie es para muchos algo que debe de ser modificado y mejorado. Pero aquello que es maleable es también susceptible de ser controlado. La mayoría de los defensores de la perfectibilidad humana -los “nuevos redentores” como los denomina José Sanmartín- ya no razonan como antaño en términos morales. Al mismo tiempo podemos constatar que han desparecido la mayoría de los recelos que en los años 70, 80 y 90 generaba el determinismo tecnológico, expresado de forma elocuente en estas palabras de Steven Levy (Hackers, 1984), un auténtico anatema contra la tecnología informática: “Los ordenadores se utilizan mayoritariamente contra las personas en lugar de para las personas. Se utilizan para controlar a la gente en vez de para liberarla”.

   En estas coordenadas se mueve la ficción de Mario Martín, que, como ya señalé, se sitúa en los albores del 2070. Su protagonista, el psicólogo Mathieu  Beaujour es un verdadero cyborg, un zomboide o robot humanoide biológico, que pauta su jornada,  desde que se “enciende” a las cinco y media de la mañana, mediante reflexiones en las que, a modo de diario, recuerda y recapacita sobre la senda recorrida en la apuesta de la humanidad por la extensión vital indefinida. En efecto, un sabotaje en Siberia contra las torres computacionales pone en peligro los avances conseguidos, y ante ese hecho y evidente amenaza, Mathieu recuerda el arduo camino recorrido por los defensores de la prolongación indefinida de la vida, que no inmortalidad. Primer paso: creación de entidades programadas para sobrevivir durante un determinado período de tiempo, reproducirse y autodestruirse algunos años más tarde. Todo ello, echando mano de la ingeniería de tejidos, la autoreproducción programada para, en una etapa posterior, substituir nuestra frágil biología por soportes más sólidos y fiables. El resultado es una sociedad transhumana  que prefiere la imaginación a la realidad, el abrazo mental al abrazo real, la comida virtual se impone así mismo sobre la real, la estimulación mutua a través de chats es más frecuente y deseable que las relaciones sexuales no virtuales.

    Como pieza de ciencia ficción, ésta es una novela prospectiva que ficcionaliza un mundo futuro, posiblemente realizable, y sobre todo interroga al lector con cuestiones cruciales. La más transcendente, en mi opinión, es la que se personifica en las angustias unamunianas -muy oportuna la referencia al Diario íntimo de Miguel de Unamuno- : el destino del ser humano a desparecer para siempre, frente al deseo de persistencia innato en neutra especie. Mérito así mismo del autor al escribir la novela es el hecho de no perderse en demasía en disquisiciones y descripciones tecnocientíficas, sino ahondar en aquellos interrogantes sobre el significado en la existencia humana, de esa prolongación vital indefinida. ¿Cómo afecta a nuestra condición humana la integración en máquinas inteligentes. Las respuestas o reflexiones del protagonista posibilitan una lectura de la novela en clave distópica, pero también en clave utópica. ¿Con mentes conectadas a la Red no desapareceremos como seres autónomos para convertirnos en simples partes de un conjunto de nódulos de una supermente? ¿Dónde deja pues un ser humano de ser humano? Pero al mismo tiempo, como ha ocurrido desde los primeros pasos de la humanidad, ¿no nos hace humanos el querer superar nuestras fronteras, sobrepasar los obstáculos que la naturaleza nos ha impuesto, ir más allá de nuestros límites?

   En mi lectura de esta pieza del subgénero del Biopunk predominan los elementos distópicos. Y en una valoración de la tecnociencia aplicable a esta extensión vital indefinida, rechazaría tanto el imperativo tecnológico como el conservacionista y me centraría en esa vía que articula lo instrumental con lo simbólico; es decir, los entornos simbólicos tales como la cultura, la ideología, las instituciones, las tradiciones que rodean a las posibilidades tecnocientíficas, deben ejercer un papel importante en la evaluación de las mismas. Lo simbólico, aquello que nos otorga lo que llamamos dignidad humana en tanto que personas, debería ser la barrera que impida que nos convirtamos en puros medios o instrumentos de los imperativos tecnocientíficos. Cuando Mathieu  Beaujour admira y envidia la vehemente fisicidad  de Natasha con una gotas de sudor recorriendo su frente o cuando siente nostalgia por los atardeceres rebosantes de aromas y sonidos, creo que camina, quizás de forma inconsciente, por la senda de la resistencia a la objetivación y a la mecanización de unos seres humanos  a los que los avances científicos del año 2070 ha privado de corazón.

   Registro en el haber de la novela una excelente literariedad. Mario Martín, atado a la ciencia, pero sin abusar de su terminología, presenta una historia bien contada, elige una estructura narrativa sólida y adecuada, persigue la belleza en la narración de los hechos y reflexiones de su protagonista. Como en cualquier otro género literario.



Francisco Martínez Bouzas





Mario Martín Gijón


Fragmentos



“Recuerdo con seguridad una de las objeciones más inteligentes planteadas por nuestros detractores, que no siempre eran simples fanáticos con miedo a lo nuevo. Si nuestras mentes, si nuestros cerebros, decían, son conectados a la Red, ¿quién garantizará nuestra independencia, nuestra cualidad de individuos? ¿No pasaremos a ser simplemente partes de un conjunto, nódulos, órganos de una supermente? ¿No desapareceremos como seres autónomos? A pesar de las concienzudas argumentaciones de los científicos involucrados en el proyecto, las dudas persistían. ¿Quién me garantizaba, por ejemplo, que  a través de la Red no me fueran a ser descargados programas ejecutables  automáticamente, que me impusieran desde mi actitud antes las nuevas tecnologías a mis ideas políticas, orientación sexual, o hábitos alimenticios.”



…..



“Recuerdo con qué ingenuidad, hace más de un siglo, creíamos que nuestro futuro estaba en lejanos viajes interestelares, que ahora sólo se planean a muy largo plazo y en caso de extrema necesidad. Se soñaba en llegar cada vez más allá, cruzando fronteras que no podíamos vislumbrar. Pero los viajes más importantes, las expediciones más escalofriantes y los pasos más gigantescos para la humanidad fueron, por supuesto, los que se realizaron dentro de nosotros mismos.”



(Mario Martín Gijón, Un día en la vida del inmortal Mathieu, páginas 49, 147)

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