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martes, 25 de marzo de 2014

"SANTA" : PROSTITUTAS, CHULOS,CANALLAS Y LOS VANOS SUEÑOS DE REGENERACIÓN



Santa

Federico Gamboa

Editorial Drácena, Madrid, 2013, 300 páginas.



   Federico Gamboa fue un diplomático, periodista, narrador y autor dramático mexicano, nacido en 1864 en Ciudad de México y fallecido en la misma capital en 1939. La obra que lo proyectó a la fama, Santa, fue curiosamente editada en Barcelona en 1930. A lo largo del pasado siglo y del actual se han sucedido las reimpresiones, fue llevada al teatro y su adaptación cinematográfica se convirtió en la primera película hablada rodada en México. Santa fue pues el primer best seller  mexicano y al mismo tiempo su contrario: “el long seller, el libro que continúa leyéndose a lo largo de muchos años (José Emilio Pacheco). Factores que promovieron su éxito editorial fueron, sin duda, el sensacionalismo que su argumento suscitó entre la conservadora moral porfirista de comienzos del pasado siglo y el morbo de leer el relato de situaciones y experiencias de una vida crapulosa.

   Si desde el punto de vista político e ideológico, la existencia de Federico Gamboa solo cobra sentido en el Porfiriato en el que encuentra su sitio, en literatura, especialmente en la novela Santa, es preciso ubicarlo dentro de la corriente naturalista hispanoamericana. El mismo autor era consciente de ello y  manifestó en alguna ocasión  que su propuesta fue aclimatar, en su narrativa, los postulados enumerados y practicados por Zola y Goncourt. Y todo ello  a pesar de que Santa está huérfana de los substratos en los que se alimenta el naturalismo: la alta burguesía, la gran industria, la vida en las grandes urbes que hacen posible una imagen del hombre deshumanizado, brutal y decadente. Mantiene intactos además los juicios religiosos y morales mamados en el catolicismo. Por  todo ello, por  el choque con el naturalismo francés, Santa conforma una estética que reorganiza los elementos europeos dando lugar a un naturalismo original y privativo: el naturalismo mexicano. Santa sería la novela en la que se estrena y reivindica esa estética enraizada en México, y para ello Gamboa hace visible la figura de la mujer transgresora por  excelencia, la personificación literaria de la degradación del México del siglo XIX.

   Ése es precisamente el tema  de la novela, una trágica historia argumental, encarnada en las amargas vicisitudes de una joven mujer originaria del campo que, envuelta en las galanterías de un militar, queda embarazada, es abandona por su familia y recurre a un burdel de la capital para solicitar trabajo como prostituta. En ese ambiente de degradación, Santa (así se llama la protagonista) se convierte muy pronto en la mujer más codiciada, la preferida del prostíbulo. El hastío de la vida libertina hace mella en ella y provoca que intente, en más de una ocasión, regenerar su vida, reivindicándose socialmente viviendo en  pareja. Intentos vanos que terminan en el fracaso, con el consiguiente retorno a la práctica de la prostitución en burdeles cada vez más astrosos. El alcoholismo y una enfermedad la van minando y termina conviviendo con el pianista ciego del primer burdel que la había amado desde siempre. Con él se reivindica momentos antes de su muerte.

   La novela se inicia “in media res”, en un punto medio de la historia (cuando un coche de alquiler conduce a Santa al prostíbulo en Ciudad de México), lo que provocará  a lo largo de la narración frecuentes retrospecciones o analépsis. En efecto, echando mano de no pocos flashbacks, Federico Gamboa brinda al lector el pasado de la protagonista, numerosas escenas de Santa, “su largo peregrinar a través de su vida” (página 65), presentadas como si acontecieran en el tiempo presente.

   El discurso narrativo, a  pesar de esas frecuentes retrospecciones, se ajusta a una arquitectura perfectamente diseñada, con una trama de la que necesariamente se desprende un trágico desenlace. Las descripciones de los tugurios prostibulares, la “cultura marginal” del burdel, las prostitutas, los chulos y canallas cobran una poderosa vitalidad realista. Así mismo el narrador diseña personajes, y los hace creíbles, a partir de unos pocos rasgos esenciales. La misma Ciudad de México, en la pluma de Federico Gamboa, no es un simple marco espacial de la acción, sino que actúa como un personaje que condiciona, de forma prácticamente determinística, los comportamientos de los personajes. Esa interacción ciudad-personajes es justamente una de las tesis del naturalismo. La ciudad, así pues, convertida en una plasmación colectiva que de forma simbólica, con su ambiente degenerado, determinará la decadencia y el crepúsculo moral y físico de la protagonista. Determinismo social que se aúna con un cierto determinismo genético (la degradación de la protagonista, resultado de la herencia biológica). Ambos códigos son propios de las tesis naturalistas.

   Es imposible obviar el tono moralista de la novela, herencia no tanto de una pacata moral católica, sino de la exaltación de los ideales románticos. Por ello mismo y por el uso de un peculiar español decimonónico -la colocación enclítica de los pronombres átonos, por ejemplo- y el excesivo alargamiento de algunas escenas, Santa no puede ser considerada como una novela actual, aunque siga atrayendo el interés de los lectores.



Francisco Martínez Bouzas



 
Federico Gamboa

Fragmentos



“Fue el Pedregal un cómplice discreto y lenón, con sus escondrijos y recodos inmejorables para un trance cualquiera, por apurado que fuese, a diferencia de la tapia de Posadas o por los sotos de la hacienda de Guadalupe (…) Y en el Pedregal acaeció el lento abandono de Santa que dejó que le apretaran una mano; luego, que le ciñeran la cintura; luego, que Marcelino se le acostara en el regazo, con objeto -afirmaba el tuno- de contemplarla a sus anchas; y por último, dejando que le besara las manos -¡las manos nada más!-; después el cuello, con un besar suave y diabólico rozando la piel; después la boca, en los mismísimos labios entreabiertos y húmedos de la doncella, que se estremeció de voluptuosidad y trató de escapar, temblorosa, implorante.

-Suéltame, Marcelino, suéltame, Por Dios Santo…¡que me muero…!

Sin responderle y sin cesar de besarla, Marcelino desfloró a Santa en una encantadora hondonada que los escondía.”



…..



“A contar de la edificante cena, trocose Santa de encogida y cerril, en cortesana a la moda, a la que todos los masculinos que disponían del importe de la tarifa, anhelaban probar. Más que sensual apetito, parecía una ansia de estrujar, destruir y enfermar esa carne sabrosa y picante que no se rehusaba ni defendía; carne de extravío y de infamia, cuya dueña, y juzgando piadosamente, pararía en el infierno; Carne mansa y obediente a la que con impunidad podía hacerle cada cual lo que mejor le cuadrase.”



…..



“A pesar de la decadencia de Santa, esta gehena la anonadó. ¡Qué noches y qué tardes y qué mañanas y qué agonía! Salía de los brazos de un forajido y caía en los del mal que por dentro la trituraba o en los del alcohol falsificado que bebía a torrentes para ver de aniquilarse, de no sentir, de que la tirara encima de su camastro o en el vivo suelo, y roncar embrutecida e insensible. Y asistía, presenciaba lo que se sucedía, inconsciente y atónita, sin protestas ni remedios, cual todos sufrimos las pesadillas peores que no se acaban, las que enloquecen, las que, despiertos, nos hacen temblar, pedir fervorosamente a Dios que lo visto y sentido no lo veamos ni sintamos nunca, más que en pesadilla.”



(Federico Gamboa, Santa, páginas 56, 68-69, 266)

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