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miércoles, 2 de abril de 2014

"LA VIDA ERA ESO": LA PÉRDIDA Y LA SUPERACIÓN



La vida era eso

Carmen Amoraga

Ediciones Destino, Barcelona, 2014, 319 páginas.



   Una novela intimista pero que al mismo tiempo sale fuera de las grutas interiores del yo, fue la ganadora de la setenta edición del Premio Nadal de este año, el de mayor o uno de los de mayor reconocimiento de la literatura española, no obstante su relativamente modesta dotación económica (18.000 euros). Me estoy refiriendo a La vida era eso de la escritora valenciana Carmen Amoraga, periodista de profesión, autora de siete novelas y con una trayectoria ya consolidada, aunque no demasiado conocida por el público.

   En otro sitio de esta bitácora ya dejé constancia del origen  de la gestación de esta pieza narrativa, esbocé una breve sinopsis, así como algunas de las claves de la misma ficción, con base, no obstante en hechos reales. Resumo ahora lo ya resumido y abordo sobre todo una valoración crítica de la misma.

   La novela parte de una base real: la autora conoció a una pareja con la que trabó amistad. Él, grande y fuerte, usuario muy activo de Facebook. Pero poco después Carmen Amoraga supo que un cáncer se lo había llevado casi de inmediato. Su mujer, sin embargo, en el período de duelo había comprendido que los seres humanos estamos diseñados para sobrevivir. Y eso es lo que se propuso: salir adelante junto a sus hijas. Era la historia que la autora ansiaba contar y así nació La vida era eso. Carmen Amoraga convierte a su amiga en Giuliana, al marido en William y les adjudica nacionalidad argentina, hecho que aprovecha la autora para hacerles hablar, desde la primera página (“las tirás mañana”), con los localismos y fraseología del español de Argentina.

   El tema de la novela lo ha expresado la autora en diversas entrevistas: aprender a perder para aprender a vivir. Dicho con otras palabras: para sobrevivir y transitar por el duelo de la muerte del ser que es tu media vida, es preciso incorporar a la propia existencia cualquier cosa que pase, sin desechar la pérdida y todas las herramientas que nos ofrecen las actuales tecnologías. Aunque nos introduzcan de lleno en el mundo virtual. Y, en efecto, la narración de Carmen Amoraga tematiza las diferentes fases del dolor y del duelo y muestra el tránsito por las mismas de la principal protagonista y cómo la vida se abre paso a través del infernal túnel de la tragedia para asomar de nuevo y retoñar, al menos con brotes de incierta esperanza, con la ayuda de las redes sociales. Porque, después del fallecimiento de su marido, Giuliana abre una cuenta en Facebook, aunque sin cerrar la de aquel, y se contagia del virus de la interactuación  a través de Facebook, puesto que esas interactuaciones con los amigos virtuales le hacen sentir que no está sola, dándole así la razón a Gabo (“Si contás, si explicás lo que te pasa, la vida es mejor”, página 70). Cuando está metida en Facebook se siente alegre, le dicen sus hijas. Allí hace bromas, se ríe, pone emoticonos con caras graciosas. Contenta pues en la vida virtual -supera de algún modo la tragedia-, deprimida en la real. Y  a través de las redes sociales y de la interacción con familiares y amigos, la protagonista, en cierta medida dura y huraña en vida de su marido, aprende que para sobrevivir es preciso asumir la pérdida.

   La novela estructura su substancia diegética en cinco secciones, rotuladas con los epígrafes de las fases del duelo (Negación, Ira, Negociación, Depresión, Aceptación) por las que transita la protagonista. Narrada en tercera persona, pero focalizada  desde la mirada y los sentimientos de la protagonista. Los héroes de La vida era eso, como en general los de la narrativa de Carmen Amoraga, son gente corriente que viven sus vidas a base de escenas cotidianas, su día a día y que, sin embargo, protagonizan la proeza de sobrevivir a la pérdida del ser querido. La autora hace un hábil uso de las analépsis o saltos hacia el pasado en el tiempo de la historia. Giuliana, la protagonista femenina, en las etapas de su duelo, recupera lo bueno y lo malo; los días felices y las decepciones, las alegrías y las traiciones.

   Novela creíble porque parte de una base real: la historia de la pareja que la autora conoció. Los post que salpican el relato están transcritos casi todos, confiesa Carmen Amoraga, tal como los escribió la protagonista de la historia real,  ahora amiga de la escritora.

   Es oportuna en mi opinión la introducción de las redes sociales en la trama narrativa, porque la literatura lo aprovecha todo, no puede ser ajena a los distintos medios de comunicación y las redes sociales son un cauce más, en un momento en el que incluso existe la “tuiteratura” (libros escritos en base a los tuits  escritos por los seguidores de determinada gente).

   La línea argumental de La vida era eso se presta al sentimentalismo melodramático. No obstante, el carácter duro y arisco del propio personaje, cierto humor irónico y sobre todo la plenitud de vida y positivismo de los que la novela está preñada, lo evitan. La sintaxis narrativa además no pretende corregir injusticias ni hacer llorar al lector. La novela es sin embargo un buen ejemplo de literatura intimista, esa escritura introspectiva que le presta atención a las crisis del individuo, en sus estados de conciencia o inscosciencia, y escudriña en las ondulaciones psicológicas de unos personajes que la autora perfila profundamente, haciéndoles verosímiles.

   Un final abierto que abre las ventanas de la ilusión y de la esperanza y el estilo de una prosa construida con frases cortas pero cálidas y envolventes arropan esta pieza narrativa que tematiza la pérdida, la muerte y el duelo, pero paradójicamente esta rebosante de vida y de esas estrategias que nos dan fuerzas para no tirar la toalla.


Francisco Martínez Bouzas







Carmen Amoraga después de recibir el Premio Nadal 2014 de manos  de Ana María Matute


Fragmentos



“A veces, esas noches que no duerme, repasa con la mano las tarjetas, sin sacarlas ni leerlas, y tiene la fantasía de que los bordes de las cartulinas aún conservan un resto de la piel de William. Ama esas células epiteliales impregnadas en el papel. También le da rabia no haber tomado en consideración la importancia de la piel de su marido. La piel es el mayor órgano del ser humano. El mayor, y ella la ignoró, igual que ignoró tantas cosas en el tiempo que pasaron juntos. Sí. Lo sabe. Se martiriza. Pero prefiere obsesionarse con la piel que con qué hacer con los zapatos de su marido, si donarlos o no, si quedárselos y entretenerse observando la manera en que su pisada deformaba la suela hacia abajo, hacia dentro, o si llevarlos a la Casa de la Caridad para que alguien que los necesite siga caminando los pasos que él ya no podrá dar y así, quién sabe, lo mismo sus huellas se cruzarán por la ciudad, un día cualquiera, y se reconocerán doloridas y abadanadas por los adoquines, ignorantes del prodigio que acaban de presenciar.”



…..



“Sabe que el duelo no es una enfermedad, pero sabe también que significa lo mismo que herirse o quemarse gravemente. Sabe que en cualquier momento, en cualquier parte del mundo, en cualquier cultura, personas que nunca se han conocido ni se conocerán reaccionarán de la misma manera ante una pérdida: negándola, sucumbiendo al mismo denodado esfuerzo para recuperar el objeto perdido, tratando de convencerse de que la muerte no es un final.

Sabe que las ocas grises vuelan juntas y en pareja toda la vida y que, cuando una de ellas desaparece, la respuesta de la que queda es buscar a la otra en los mismo lugares. Sabe que la oca, inquieta, vuela día y noche y recorre grandes distancias, yendo a los lugares que conocieron juntas y en los que cree que podría hallarse su compañera, y sabe que, en el camino, la oca viva lanza su penetrante llamada. «Vuelve aquí. Vuelve conmigo.». Sabe  que el animal vuela cada vez más lejos, cada vez más cansado. Sabe que, en ocasiones, la oca que busca se pierde y no encuentra el camino de vuelta, y desaparece también.

Lo sabe y se le encoge el corazón. Por eso decide volver a Einstein y en sus dos formas de entender la vida.”



…..



“Piensa en William y lo imagina una noche cualquiera haciendo lo que ella hace, investigando en las páginas que hablan sobre el cáncer, sobre sintomatología, sobre la supervivencia; lo imagina tecleando palabras claves en el buscador, abriendo enlaces que le lleven de un lado a otro, leyendo testimonios de hombres que se curan y siendo testigo del dolor que dejan los que no lo consiguen. Puede ver cómo tragó saliva cuando llegó al lugar en el que hablaba de los tratamientos paliativos. «Si los tratamientos no dan resultados -dice esa web-, lo importante es que usted esté cómodo», y también dice: «Es importante que usted deje de hacer cosas que no desea y se concentre en hacer las que siempre quiso hacer».

En la misma postura en la que ahora está ella, se lo figura sobrecogido al saber la cercanía del final. «En cierta manera este momento es una oportunidad para reenfocarse en las cosas más importantes de su vida», dicen. O sea, deje sus asuntos en orden porque pronto se va a morir.”



(Carmen Amoraga, La vida era eso, páginas 66, 110-111, 288)

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