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sábado, 22 de marzo de 2014

EL CURIOSO MUNDO DE LAS PERSONAS NORMALES



El curioso mundo de las personas normales

Xosé Monteagudo

Traducción de Estela Vilar

Pulp Books (sello de Rinoceronte Editora), Cangas do Morrazo, 2014, 112 páginas.



    
   No es ésta la primera vez que Xosé Montagudo ficcionaliza hechos y acontecimientos reales. Me viene a la memoria, por ejemplo, su novela Un tipo listo (2009), en la que, desde el territorio de la ficción, narra el enorme pufo financiero producido en una sucursal de un banco de Vigo, atribuido al director de la misma, conocido como Pepe do Banco Pastor. Repite de nuevo con esta novela breve, El curioso mundo de las personas normales, editada originariamente en gallego en el año 2012, e inspirada así mismo en un caso real: la vida del paciente de la habitación 415 del Hospital Provincial de Pontevedra: Agapito Pazos, fallecido el año 2010, tras haber pasado setenta y siete años en esas dependencias hospitalarias, como consecuencia de haberle sido detectado un cierto atraso mental, la espina bífida, cuando con apenas dos años fue abandonado allá por 1930. La novela acaba de ser traducida y editada en castellano por Pulp Books.

   De las noticias periodísticas publicadas entonces, surge el corazón temático de esta historia, que, no obstante, no es la biografía de este paciente perpetuo, sino un verdadera ficción contada desde un peculiar punto de vista del autor, fruto de un verdadero acto creativo, si bien el paciente real (Agapito Pazos) y el personaje de la novela comparten ciertas características (el miedo  a las gaviotas y la salida fuera de las paredes del Hospital durante un fin de semana). Todo lo demás, especialmente la visión del mundo real que tiene el personaje de Xosé Monteagudo, es fruto de su imaginación.

   El mayor reto para el escritor fue sin duda encontrar la perspectiva apropiada para transmitir una historia de un personaje que no se mueve del escenario de las cuatro paredes de una habitación hospitalaria, sin resultar su relato una historia insufrible, sin llegar a aburrir al lector. En la novela encontraremos al narrador haciendo desfilar, a través de los ojos de su personaje, una buena parte de la historia del siglo XX, sin excluir la Guerra Civil. De ahí, que por exigencias del guión, el personaje novelesco ingresa en el centro hospitalario, no en el año 1933 con dos años como Agapito Pazos, sino un poco antes para dotarlo de la capacidad de percibir a través de voces vicarias lo acontecido en el año 36.

   Resulta legítimo cuestionarse si el personaje novelesco puede tener una perspectiva histórica sobre los que acontece extra muros de su cuarto hospitalario y de lo que solamente tiene noticias a través de personas interpuestas: lo que le cuentan los médicos, cuidadores, los otros pacientes, sus familiares. O lo que capta alguna que otra vez a través de murmullos o medias palabras, percibidas desde su retraso mental y sin ningún referente objetivo real, y sobre todo, sin conocer el significado de las palabras, de palabras como felicidad, amor, honor… No obstante, el autor sale airoso de esta situación y, a través de la información que deberá completar el lector, nos permite presenciar o adivinar la situación de Galicia (la Guerra Civil, los miedos de la represión franquista que se ceba en el doctor al que le dieron matarile (palabra que él obviamente no entiende); las peripecias de los huidos al monte, la “sabiduría” de no preguntar que observa en alguna persona de fuera, ciertas señales de cambio en la transición democrática…así como la captación parcial que el enfermo va adquiriendo del mundo exterior.

   Es aquí donde Xosé Monteagudo convierte a los receptores de su protagonista en una mirada cruda, a la vez inocente e irónica, que no es capaz de entender el funcionamiento y el falso proceder de las personas normales.

   Al margen pues de la vida exterior, ajeno incluso a la vida administrativa hasta los últimos años, el protagonista construye en el cubículo hospitalario su propio espacio vital, en el que se siente cómodo y satisfecho, aunque en algún momento sueñe con el amor de una enfermera. Y sobre todo llega a la conclusión de que el mundo de afuera es bien curioso y funciona bajo unas reglas que su cerebro es incapaz de entender.

   Xosé Monteagudo nos aporta el punto de vista de este paciente perpetuo, y lo hace por medio de un narrador en tercera persona debido a la discapacidad mental de su protagonista. Narra además de una forma verosímil, sencilla, a la vez tierna y desoladora, con gotas de humor, haciendo que en la mente lectora brote paradójicamente una visión crítica de lo que conocemos como la sociedad normal, captada desde la perspectiva de una persona discapacitada, privada del mundo e incluso de deseos y que, a  pesar de ello, da la impresión de haber vivido feliz,  no obstante su absoluta vulnerabilidad.



Francisco Martínez Bouzas





Xosé Monteagudo

Fragmentos



“Lo que sí intentó siempre fue aprender de todo lo que veía y oía a su alrededor,  a pesar de que los actos y las palabras de los demás tuviesen casi siempre una segunda cara que no percibía a simple vista y que, a menudo, contradecía lo que él había entendido de primeras. Los dos pacientes que tenía por compañeros en su habitación, por ejemplo, podían estar muy tranquilos y sumisos en presencia del doctor que los venía a examinar, e incluso aceptar sus palabras con una sonrisa de agradecimiento, pero cuando el médico abandonaba la habitación, se dedicaban a comentar entre ellos que aquel era un burro que sabía poco más que las cuatro letras.”



…..



“Un día se presentó ante él una enfermera nueva cubierta con una bata blanca, y cuando le dijo su nombre y él le llamó sor Berta, la enfermera le contestó que quitase el sor. Así descubrió Tomás que se podía ser enfermera sin ser monja al mismo tiempo. Observó que la enfermera Berta era diferente al resto de las enfermeras que eran monjas, porque ella además era una mujer y sonreía e iba peinada y trazaba unos gestos y movimientos que se parecían mucho más a los de las jóvenes visitas femeninas que tenían los pacientes que  alas enfermeras que eran monjas.”



…..



“Hasta entonces Tomás sólo conocía dos clases de vida: la del hospital, que había encarnado él, y la del mundo de afuera que percibía por lo que oía y por la visita de aquel fin de semana. Lo que nunca había llegado a sospechar era que existiese una tercera, y que esa le correspondiese vivirla por igual a los de dentro y a los de afuera. A tan avanzada edad ni siquiera podía concebir que le fuese posible nacer a una vida nueva, y al parecer secreta, de la que gozaban todas cuantas personas lo rodeaban. Pero eso fue lo que le ocurrió un día de pronto, cuando, junto  a la enfermera Berta, entró en la habitación una chica de bata blanca llamada Nuria. Descubrió que la nueva no era enfermera nada más oírle la primera frase.

-Usted no tiene vida administrativa- le dijo Nuria.

La frase no dejó de sorprenderlo por el calificativo que la chica acababa de aplicarle a la palabra vida, que alguna cualidad misteriosa tendría, imaginó, para que el hecho de no tener vida administrativa no fuese tan trágico como era costumbre en aquel lugar. Asumido, pues, que aquella clase de vida no debía ser tan importante, ni de lejos, como la otra, lo primero que pensó Tomás fue que no podía representar para él ningún interés tener o dejar de tener vida administrativa.”



(Xosé Monteagudo, El curioso mundo de las personas normales, páginas 28-29, 80, 97)

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