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jueves, 12 de diciembre de 2013

"LOS ÁNGELES MUEREN POR NUESTRAS HERIDAS", UNA GRAN HISTORIA DE EXCLUIDOS



Los ángeles mueren por nuestras heridas
Yasmina Khadra
Traducción de Wnceslao-Carlos Lozano
Ediciones Destino, Colección Áncora y Delfín, Barcelona 2013, 378 páginas.

   Es quizás la novela más grande jamás escrita sobre la Argelia colonial. Así califica el escritor argelino Yasmina Khadra (Mohammed Moulessehoul es su verdadero nombre) su última novela, Les anges meurent de nos blessures, editada casi a la par en Francia y en España. El autor, Yasmina Khadra (Sáhara argelino, 1955) es un escritor reconocido en todo el mundo, con muchas de sus obras traducidas en más de cuarenta países. A los pocos años de sus anterior novela, Lo que el día debe a la noche, 2008), adaptada recientemente a la gran pantalla, Yasmina Khadra sumerge a los lectores en la Argelina colonial de entre guerras (años veinte y treinta del pasado siglo). Es un regreso del escritor a sus orígenes con una gran historia de amor y aventuras, pero sobre todo de superación. El relato del incansable tesón de un hombre que busca el amor y la dignidad en el contexto de una época y de un ambiente social que el escritor retrata con maestría: la reconstrucción de un mundo devastado por la Gran Guerra, el choque cultural, religioso, de mentalidades distintas en la ciudad argelina más europea: Orán.
   En las paradojas y contrastes grises y brumosos de ese período de entre guerras, recién salidos de las monstruosidades bélicas, se inspira Yasmina Khadra. Y entre las arenas movedizas de ese período, coloca el escritor a su protagonista, Turambo, al que hace hablar en primera persona desde la cárcel y en espera de subir al patíbulo y ser guillotinado.
   La novela, en efecto, echa a andar en un presidio de la Argelia colonial. El joven Turambo aguarda la hora de su ajusticiamiento como castigo por un crimen cuya naturaleza no revela el autor. Son semanas que actúan como maléfico presagio de la fatalidad que guía la existencia del protagonista. Lo que le sobra es el tiempo y Turambo hace hablar a su memoria y rememora su biografía desde el momento en que en su infancia un corrimiento de tierras borra del mapa el pueblo de su nacimiento, dejando a su familia sumida en la miseria. A los once años, “que me sabían a once cadenas perpetuas”, Turambo se marcha a vivir  a Graba, un lugar donde la gente se limita  a ser pobres, nadie paga por sus crímenes y sus habitantes lo comparten todo excepto las desdichas. Rodeado de perdedores, niños convertidos en matones, homosexuales que el puritanismo de la época les obliga a esconder su condición, prestamistas que violan para cobrar deudas.
   Turambo no se resigna a ser uno más. Él se ha propuesto gobernar su propio destino y por eso se traslada a Orán, en búsqueda de una vida mejor. Y lo hará iniciándose en el boxeo tras una pelea callejera y con el propósito de convertirse en una estrella del ring, así poder vivir como un europeo y dejar de ser un paria en una sociedad controlada por inmigrantes racistas provenientes de Europa, que trata a los musulmanes como basura social.
   La novela se divide en tres grandes secciones, rotuladas  con nombres de mujer: Nora Aïda e Irène. Ellas forman el esqueleto del libro y nos permiten conocer los avatares sentimentales, profesionales y sobre todo vitales del protagonista. Esas tres mujeres dejan sus huellas, y también sus heridas, en el corazón del protagonista. Heridas sangrantes, mucho más aún que las del boxeo, porque a través de amores complejos, inconvenientes o incondicionales, Turambo busca el sentido a una vida que ya no se contenta con gloria y dinero. Su gran trofeo será el amor de una mujer.
   Son muchas las virtudes de este libro. Yasmina Khadra convierte su historia en un viaje iniciático, en el que la superación y el amor son la gran fuerza que impulsa en el recorrido. El escritor sigue además la senda de las narraciones clásicas: el libro, por eso mismo, es un gran mosaico de vidas, de personajes, pergeñados y dibujados con gran maestría. Con un argumento al estilo de las grandes historias, tejido con una prosa de excelente calidad y luminosa plasticidad literaria. Considero oportuna así mismo la narración en primera persona, desde el punto de vista del protagonista que, en mi opinión no le resta verosimilitud a la novela y mucho menos cuando el héroe de la misma nos deja entrever sus heridas, sus desgracias, las lacras que lo convierten en antihéroe. No es mérito menor el realismo con el que Yasmina Khadra describe los ambientes sin adulterarlos y la veracidad con la que da voz  a los excluidos sin caer en ningún género de literatura panfletaria ni maniquea. En resumen, una excelente novela recomendable para aquellos lectores que todavía andan a la caza de grandes historias.

Francisco Martínez Bouzas

 
Yasmina Khadra


Fragmentos

“En Graba, la noche no llegaba ni caía, sino que se vertía desde el cielo sobre nosotros como una gigantesca caldera de alquitrán fresco, elástica y espesa, tragándose las colinas y los bosques, mientras impregnaba las mentes con su negrura. La gente callaba repentinamente, como senderistas sorprendidos por una avalancha. No se oía el menor ruido, el menor crujido en la espesura del monte bajo. Luego, poco a poco, sonaba el chasquido de un correaje, el chirrido de una verja, el vagido de un bebé, una riña entre chiquillos. La vida regresaba por sus fueros y las angustias nocturnas emergían como termitas, royendo las tinieblas. Y, justo cuando se apagaban las velas para dormir, los aterradores berridos de los borrachos sonaban a coro, y los rezagados se apresuraban en regresar a sus casas, no fueran sus cuerpos a aparecer de madrugada encharcados en sangre.”

…..

“Los ogros no son sino los frutos alucinógenos y las coartadas de nuestras supersticiones, de modo que apenas valemos más que ellos, pues, siendo a la vez falsos testigos y jueces expeditivos, solemos condenar antes de deliberar.
El ogro Graba no era tan monstruoso.
Viéndola desde el mirador de mi colina, esa gente me parecía apestada y sus chabolas trampas mortales. Estaba equivocado. Bien pensado, el gueto era llevadero. Sin duda parecía un purgatorio, pero no lo era. En Graba, nadie pagaba por sus crímenes ni por sus pecados; nos limitábamos a ser pobres.”

…..

“Aída clavó un codo en la almohada, apoyó la mejilla en la palma de la mano y se quedó viendo como me vestía. La satinada sábana destacaba la armoniosa curva de su cadera. Estaba espléndida en su pose de ninfa exhausta de amor a punto de dormirse. Su larga cabellera negra se desparramaba sobre sus hombros y sus pechos, que aún llevaban la huella de mis abrazos y parecían dos frutos sagrados. ¿Qué edad tendría? Parecía tan joven, tan frágil. Cuando la abrazaba, cuidaba de no apretar demasiado su cuerpo de porcelana. Hacía ya dos meses que acudía con regularidad a recuperarme en su aromatizada estancia, y cada vez mi corazón latía con más fuerza por ella. Creo que la amaba. Procedía de la alta cuna beduina de la Hamada. La habían casado a los trece años con el hijo de un cadí en alguna parte de las Altas Mesetas. Al año su marido la había repudiado por infecunda, y su propia familia, para la cual aquello supuso una afrenta, le dio de lado. Marcada por el estigma de la esterilidad, ningún primo se dignó tomarla por esposa. Una mañana, echó a andar sin mirar atrás. Unos nómadas la dejaron en la entrada de un pueblo colonial, donde la acogió una familia cristiana. Bien entrada la noche, y por su turno, los hijos de sus empleadores acudían a abusar de ella en el sótano donde, entre telarañas y trastos arrumbados, se alojaba. Cuando a sus violadores les dio por convertirse en verdugos, Aïda se vio obligada a huir hasta que, al cabo de unas semanas, la detuvieron por vagabundeo. Luego pasó de manos de un chulo  a las de una alcahueta, como si fuera mercancía de contrabando, antes de ir  aparar al club de madame Camelia.”

(Yasmina Khadra, Los ángeles mueren por nuestras heridas, páginas 25, 35, 230-231)

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