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domingo, 8 de diciembre de 2013

"LA INTERPRETACIÓN DE UN LIBRO": LA LITERATURA COMO FETICHE



La interpretación de un libro
Juan José Becerra
Editorial Candaya, Avinyonet del Penedés (Barcelona), 2012, 124 páginas.

   La interpretación de un libro es la primera novela que se publica en España del escritor argentino Juan José Becerra (Junín, Buenos Aires, 1965), ensayista, novelista y articulista. Edita la novela la catalana Editorial Candaya, uno de los pocos sellos editoriales que apuestan por escritores innovadores. Una novela donde una vez más la metaliteratura actúa como plataforma narrativa y nos deja percibir, y también apropiarnos de todos sus frutos, sin entorpecer el desarrollo de la historia, que en una escueta sinopsis se podría contar en dos líneas: un hombre conoce a una mujer y deciden ir a vivir juntos. Lo hacen y poco más tarde se separan.
   A primera  vista, una cuotidiana y banal historia de amor entre dos seres humanos, pero resulta que en el fondo esa historia de amor es por los libros. Una obsesión amorosa, enfermiza, corrosiva, delirante proyectada en los libros. Por eso mismo, la novela de Juan José Becerra no solo es reiteración de ese discurso de la literatura dentro de la literatura -una matrioska literaria más-, sino un relato sobre el libro convertido en objeto de deseo, objeto fetiche.
   El corazón de la trama nos presenta a un escritor, Mariano Mastandrea. Acaba de publicar una novela titulada Una eternidad. Pero su libro no termina en las manos lectoras, sino en pilas polvorientas de ejemplares acumulados en las mesas de saldo de las librerías de la Avenida Corrientes. El autor pasa los días sumergido en la contemplación de su fracaso: miles de ejemplares y ningún lector. Y en una obsesiva pesquisa: recorre la ciudad de Buenos Aires intentando descubrir a alguien que lea su libro. Y la pesquisa detectivesca un día da sus frutos. Mastandrea halla un día en el tren subterráneo bonaerense a una joven y bella mujer portando en sus manos un ejemplar de su libro. Es Camilla Pereyra, la “loca de los libros”, tal como la conocen los empleados del Jardín Botánico. El escritor sigue sus pasos y, sin otra presentación que la de ser el autor del libro que ella se dispone  a leer, la aborda y la interroga sobre las razones de su elección lectora.
   Es el inicio de una relación entre ambos que terminan convertidos en pareja. Será, sin embargo, una relación amorosa muy peculiar: la del autor y el lector, porque, a lo largo de la novela, se amalgaman tanto los sentimientos que entre ellos surgen, como los que brotan del acto de crear convertido en un delirio, una suerte de religión marginal, como la define el escritor. Y también de la lectura cuando ésta es así mismo una compulsión enfermiza. La relación intempestiva entre el frustrado escritor y su única lectora.
   Pero así como La interpretación de un libro tiene un comienzo, tras el paso de los días tediosos y estáticos en el monoambiente de Mastandrea, también llega el final: el escritor que ya no escribe y la lectora que ya no lee, se rinden ante la distancia sentimental que los está separando, porque en realidad  viven en mundos tan distantes e idealizados que jamás confluyen. Vegetan únicamente a expensas de sus sueños y estos solamente se entrecruzan en un breve período de tiempo.
   Es reseñable en la novela de Juan José Becerra la sutura de ficción y realidad que se produce en la relación de ambos personajes: las personas físicas terminan convertidas en personajes de ficción. El escritor argentino crea así mismo una novela que él mismo define como omnívora: asimila cualquier cosa: el ensayo, un tratado de amor, una crítica de arte. Incluso una guía telefónica podría tragarse con la seguridad de que nada le va a ocurrir. La metaliteratura juega igualmente un papel importante: el hilo conductor de la fracasada historia de amor es la literatura, que en este libro actúa como un fetiche entre un escritor que en su monoambiente se convence de que su fracaso es el gran triunfo y una lectora loca que lee con el cuerpo. El autorrobo que Becerra hace de uno de sus libros, utilizando párrafos enteros de su novela larga Miles de años, tiende a reforzar ese talante metaliterario, ya que una novela empieza a tener vida en otra novela. Echa mano así mismo el escritor de elementos del lenguaje pictórico, por ejemplo los cuadros de Hopper que, desde la llegada de su lectora compulsiva, empiezan a decorar el interior del monoambiente. Cuadros que son la representación más plástica posible de mujeres entregadas al vicio de la lectura. En definitiva, una excelente reflexión sobre el desamparo amoroso condimentado con buenas dosis de literatura entendida como  un talismán obsesivo.

Francisco Martínez Bouzas



Juan José Becerra

Fragmentos

“Pero por alguna razón el libro fue un fracaso. Las revistas de literatura no lo reseñaron, ni siquiera refirieron su existencia, y pronto terminó apilado  en las mesas de saldo que Mastandrea controla, sin que surjan novedades, cada día, cada semana. En algún momento de su recorrido en tren, el novelista emerge del subsuelo y patrulla las librerías de oferta de la Avenida Corrientes con una modalidad similar a la que utiliza como pasajero del ramal D: de punta apunta, de ida y vuelta, del margen izquierdo y del derecho, y varias veces. Es un desplazamiento que obedece a la táctica del rastrillaje, un tipo de movimiento que comienza la exploración y la termina completamente pero que en su recorrido pierde los  detalles más profundos que desea extraer, siempre borrado por el exceso de atención.”

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La emisión de Mariano Mastandrea, desde el punto de vista de Camila Pereyra, no es de índole sexual sino literaria. El fluido se desprende de sus depósitos calefaccionados, viaja a gran velocidad por los tubos interiores –mangueras finas en el interior de mangueras gruesas- y se esparce en las amígdalas, la lengua, las encías, los dientes y el paladar de la lectora; y ésta, purificada por la bendición del arte verbal, ya no sólo piensa sino que experimenta la analogía. El líquido blanco entrando en el cuerpo oscuro es para Camila un trazo de tinta a mano alzada inscribiéndose en el papel que lo absorbe, lo conserva en forma de letra, de palabras, de frase y le da un sentido.”

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“El distanciamiento del novelista y su lectora en el interior del departamento se ha hecho tan ancho y tan profundo que la vida cotidiana que han estado llevando gracias a coincidencias espontáneas y naturalizadas se ha convertido en dos líneas paralelas de hábitos basadas en un doble uso horario. Si Mastandrea duerme de noche, Camila lo hace de día, y así van rotando, turnándose en las salidas sin compartir ninguna, y omitiendo los encuentros básicos, aunque  a veces, en los puntos de encastres de las líneas que arman la rueda del día, encastran ellos mismos de manera todavía apasionada y silenciosa.”

(Juan José Becerra, La interpretación de un libro, páginas 19, 79, 106)

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