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miércoles, 26 de febrero de 2020

LA VIDA SIGUE A PESAR DEL HORROR


Rewind

Juan Tallón

Editorial Anagrama, Barcelona, 2020, 209 páginas.



  


   Sin duda ha sido una bendición laica el hecho de que en estos últimos años Juan Tallón no  haya decido dedicarse a otra cosa, que algo siga yendo bien en su interior para seguir escribiendo y no hacer cosas aún peores, porque escribe sin saber por qué lo hace. Pero no es un escritor con vocación de infelicidad, como advierte  George Simenon; un escritor que ha interiorizado en su conciencia que lo primero, lo segundo y lo tercero es escribir. Juan Tallón no se desanimó a pesar de que su primer libro editado, por quedar finalista  de un pequeño premio literario, recibió una crítica acerva, una valoración lamentablemente desencajada. No se descorazonó y siguió escribiendo; y lo sigue haciendo afortunadamente, porque la suya es una de las voces más originales y rompedoras del panorama narrativo español.

   No es un tipo al que le guste pensar que todo es literatura, y eso lo trasladó a varias de sus novelas (Fin de poemas, el váter de Oneti, Fin de poema, Salvaje oeste). Se nos dice que Rewind supone un volantazo con relación al anterior trabajo de Juan Talló en el que sentía una cierta debilidad literaria por la descomposición de los individuos, por esas vidas tranquilas que empiezan a torcerse. Un giro radical frente a una técnica literaria plenamente vanguardista. Juan Tallón en varios de sus libros fue un narrador metaficcional. Escribía sobre todo metanovela, apoyándose en el frgamentarismo, en multitud de impts, asumía un debilitamiento de las barreras entre géneros y el empleo deliberado de la intertextualidad. Así son la mayoría de los libros de Juan Tallón, sobre todo los primeros. Pero el volteo fue radical, y en la estructura de esta novela se deja sentir, es lineal excepto quizás en el empleo de un cierto fragmentarismo para darle voz a varios narradores.

   Rewind trata de la muerte, no de la muerte como destino perseguido como en Fin de poema, sino de la muerte que camina a nuestro lado, que no juega partidas de ajedrez, que no sorprende  a nadie y menos a uno mismo. En ese momento fatídico e imprevisto que le da un giro total a nuestras vidas. ¿Hay tiempo, capacidad, decisión de rebobinar?  Porque la muerte, especialmente si se produce en cierta edad no avisa para que nos preparemos.

   El núcleo temático en torno al que gira la novela revive un lance inesperado y horroroso, y lo proyecta hacia el futuro con distintos efectos, con angustia o entereza. Y para que todo tenga sentido resumo a su mínima expresión la sinopsis de la novela. Es la mitad de  un día perfecto, un viernes por la noche. Un grupo de seis jóvenes estudiantes (chicas y chicos) se reúnen e un piso en Lyon, simplemente para pasarlo bien. El narrador da cuenta de que fue a mear, lo hizo y todo se desintegró. De repente, la vida se derramó sin solución. Los estudiantes que viven en el piso confían en la idea de que  vivir consistía también en desperdiciar el tiempo, aunque sin llegar a perder su control.

   Pero esa noche todo se vino abajo. Uno de ellos sobrevive y transmite el aire de celebración de estas fiestas estudiantiles, así como el ímpetu de la explosión provocada por el activismo terrorista islámico que destruye el edificio. A partir de aquí varios narradores indagan en ella y en sus consecuencias.

   Uno de los grandes aciertos de la novela, desde el punto de vista literario, es el relato dramático del estudiante que sobrevive, soslayando en buena medida el tema del terrorismo islámico, ya demasiado tratado. Varios narradores, víctimas y testigos, en una mirada retrospectiva, exploran lo sucedido. Un tema novedoso frente a la reiteración de la investigación del terrorismo. Relatan algunos detalles de la experiencia vital de los jóvenes sin ahorrar detalles en algunos casos. En definitiva el sentimiento de unos jóvenes que se abren camino en la vida. Son felices cenando rápido y mal y por el hecho de compartir la convivencia en un edificio que sería su tumba.

   Es lo más novedoso de la obra. Cinco personajes (allegados, vecinos, familiares, el superviviente…) aportan tres años después, en primera persona, su visión del terrible suceso y algunas consecuencias de él derivadas: parálisis, pesadillas, inutilidad de las propias vidas ante la muerte de la hija, desolación, escisión en la pareja (de los padres), tristeza abstracta, un inmenso vacío, todo teñido de marrón para la quiosquera del barrio amiga de los jóvenes, crisis psicológicas que acaban en suicidio, familias resquebrajadas, desazón o la decisión de no divorciarse ante el ataque a la familia para hacer frente al desamparo). Sobresale la crudeza con que habla el sobreviviente. Sin saber si está vivo o muerto, engullido en el aturdimiento, sin saber si se está deslizando por el tobogán  de la muerte. Atrapado y magullado, no siente el dolor sino la soledad de tener que enfrentarse a la propia muerta, y el rostro cubierto con una espesa capa de polvo.

   

                                              
Juan Tallón (Foto: Europa Press)


   Sin embargo, en esta novela de destrucción y de amor sobre la brutalidad de la existencia y sobre lo que perdemos para siempre, existe un centro oculto, a veces no tan escondido. Y es el convencimiento de que, a pesar de la tragedia que se consumó aquella noche y tuvo la capacidad de alargarse durante años, existe una certeza y esta es que, aunque se hayan perdido los planes, el brazo izquierdo para pintar -es el caso del superviviente Paul Madiot- es preciso empezar a creer en el futuro, porque la vida que puede precipitarnos en los abismos, nos tiende después las formas para salir de  ellos. El pasado siempre vuelve, se rebobina con frecuencia, pero el único sobreviviente llega a la conclusión, a los tres años, de que la etapa de recordar la tragedia, ya había quedado atrás.



Francisco Martínez Bouzas

sábado, 22 de febrero de 2020

ECRITURA DEL DOLOR EN TIEMPO REAL



Siberia

Un año después

Daniela Alcívar Bellolio

Editorial Candaya, Avinyonet del Penedès (Barcelona), 2019, 157 páginas.



    


   Esta vez me sirvo de las claves sobre el libro Siberia. Un año después que publica Editorial Candaya. Mi valoración de la novela de Daniela Alcívar Bellolio (Guayaquil, 1982) aparecerá en este texto, fruto exclusivo de mi lectura del mismo. Siberia fue publicada en Ecuador y ha sido considerada la mejor novela editada en ese país latinoamericano. Una novela que rinde tributo al dolor personal de una madre que pierde a su hijo recién nacido, en medio del paisaje quiteño. Según las escritores Giovanna Rivero y Magda Baudoin, el talento de la autora no se detiene en la frase retórica a la hora de narrar el duelo absoluto por la muerte del bebé que la autora acaba de parir. Porque además se atreve a escribir una novela autobiográfica en la que las categorías del yo se encuentran, y ese yo se funde en ese magma inconmensurable que es la narrativa de la vida, En  Siberia se constituye una “escritura del dolor en tiempo real” (Karina Marin). El paisaje quiteño y en ocasiones bonaerense, se configuran como un personaje más que aparece y se disipa, intriga e interactúa con la protagonista.

   Siberia  es claramente una novela autobiográfica, provocada por la muerte de un hijo recién nacido, pero es novela, y por consiguiente lo que en ella podemos leer ha pasado por el filtro de la ficción. Por eso es novela y no un libro autobiográfico sobre el duelo de una madre. Pero la ficción se reviste en Siberia de un atuendo literario demoledor que nos viene a decir que para la madre escritora que pare mediante una cesárea y que desea y ama a su hijo, todo es vacío, “hueco veraz”, y que solo se hace perceptible usando un lenguaje siberiano. La autora intenta superar la pérdida que atormenta su ser al margen de los universales literarios, de las caladas escatológicas que circulan por cierta literatura relacionada con lo luctuoso.

   La novela comienza en abril de 2018, al poco tiempo de que Daniela y su marido, prevenientes de Buenos Aires, aterrizaran en Quito. En la capital argentina habían transcurrido sus últimos años y también allí una parte de ellos habían desaparecido para siempre: el bebé recién nacido había muerto nueve meses antes. Y así empieza Siberia, en forma de relatos cortos, de fragmentos, como está hecha Siberia; de pedazos. La autora, madre doliente trata de hallar un poco de calma por la pérdida del bebé, mediante la escritura. Como una forma de apoyo donde agarrarse. Lo intentará en un pueblito ecuatoriano, El Quinche. Pero por mucho que lo intenta confiesa que la escritura fracasa ante la experiencia del dolor.

   Daniela Alcívar ha sido capaz de intentar convertir en literatura la pérdida del hijo fallecido nada más nacer. Sin morbo y teniendo en cuenta que la realidad está tamizada por la ficción, en una historia escrita con una sinceridad que hiela la sangre con pasajes turbadores. Y eso no resulta fácil, porque después de la muerte no se entiende nada. Por eso, con frecuencia, se acaba por recurrir a la literatura. Los libros del duelo, los libros íntimos resultan irreducibles con la calificación de artefactos literarios. Evidentemente un libro donde su autor o autora nos cuenta cómo murió su pequeño, puede ser muy malo. Porque sentir piedad no es sentir la admiración propia de un producto literario valioso. Hay pues diferencias entre unos libros y otro de entre los dedicados a la muerte de los allegados. Y esa diferencia es la capacidad de universalización de la propia desgracia y de expresar cómo de profundo se hunde ese cuchillo de escribir. Entonces hay literatura y no sentimentalismo, y eso es lo que hallo en el libro de Saniela Alcívar, que nos ofrece una experiencia no solo sentida, sino sagazmente interpretada.

   Siberia, reitero, comenzó siendo pequeños fragmentos, con saltos en el tiempo, aparente desorden a la hora de narrar los eventos, pero eso le permitió a la escritora ir reordenando su mundo, rescatarlo del caos. Y es eso lo que percibe el lector. Y máxime teniendo en cuenta de que el yo narrativo es capaz de salir de su propio caos interior y hallar un cierto sosiego en el paisaje en el que halla paz.

En efecto, la autora le concede un cierto poder curativo al paisaje. Por eso abundan las descripciones, sobre todo de Quito donde el sol a veces limpia el panorama, o azota desiertos de arena y piedra. La majestuosidad del Pichincha, tan inmutable como siempre. Asaltada por los recuerdos de las visiones pasadas o por la presencia presente del paisaje, parece que se atenúa el dolor. La extensión lumínica de la noche quiteña que no se parece en nada a la de Buenos Aires, y cubre todo el territorio visible. Formas muy personales de mitigar el dolor..

    


                                            
Daniela Alcívar Bellolio


   Daniela Alcívar ha tenido la acuidad y la capacidad de huir del hecho de convertir la novela en un lamento lacrimoso y plano de una tragedia familiar. Siberia -y ese es su gran mérito-  es un pedazo de vida, por mucho que ese trozo de vida esté roto o desaparecido.

   Los componentes de Siberia son esos fragmentos inconexos que Daniela Alcívar compuso un año después de la muerte del hijo. Y empieza presentándose como una narradora que, entre efluvios alcohólicos, vive una vida, digamos normal, repleta de erotismo y furia amorosa con su pareja. La tragedia no aparece hasta bien avanzado el libro. Y la autora no rehúye dellalles, ni siquiera los físicos del parto mediante una cesárea: …Luego tienes que vivir con la cicatriz, el hueco…y sin el bebé…Sus senos que producen leche para su hijo muerto y se la tienen que sacar con una ventosa, sin un hijo para dársela. Es un dolor no solo psicológico, sino  físico y extremo. El dolor suele ser un catalizador de la escritura y del arte en general. Y eso fue Siberia para la autora: un salvavidas, aunque se sienta como un pasajero abandonado en la proa de un barco, mientras afuera la vida sigue su plácido curso.



Francisco Martínez Bouzas

jueves, 20 de febrero de 2020

BAJO LA IMPRONTA DEL PATRIARCADO


En el arrozal
Marquesa Colombi
Contraseña Editorial, Zaragoza, 2019,165 páginas.

   



    En el caso de este libro, no está de más un breve apunte sobre su autora. Marquesa Colombi no fue un miembro de la aristocracia  italiana, sino el pseudónimo de María Antonia Antonia Torriani (Novara, 1840). A los veinte años se instaló en Milán donde comenzó a colaborar en revistas. Fue así mismo, la primera mujer que escribió en el Il Corriere de la Sera, periódico fundado por quien fuera su marido, Eugenio Torelli. Como escritora fue bastante prolífica (novelas, relatos ensayos, obras de teatro, libros de literatura infantil). Su obra más conocida es sin duda Un matrimonio en provincias. Tanto en esa novela como en esta que comento, hizo de la sencillez un movimiento literario: sencillez en cuanto a cronología de la trama y disposición de su escritura, franqueza directa del estilo; personajes bien perfilados y sin dobleces en una historia sobre cómo salir adelante sin renunciar a las ilusiones dentro de una existencia modesta, pero aportando toda la fuerza y sacrificio, a pesar de que las cosas se tuerzan.
   El  libro, escrito en 1878, está cronológicamente muy alejado, del novecentismo italiano surgido en la posguerra de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, con ese movimiento comparte el objetivo de mostrar las condiciones sociales más auténticas y humanas, alejándose del estilo grandilocuente que había impuesto el fascismo.
   En el arrozal se anticipa además al neorrealismo al descubrir las situaciones reales muy duras con un cierto tono de alegría en medio de las adversidades y en el retrato de la espontaneidad natural de la gente humilde.
   La novela, ambientada en los arrozales de las llanuras del norte de Italia, nos da cuenta del difícil aprendizaje, de la realidad y de la dureza de la vida de Nanna, una joven hermosa, hija de campesinos, sencilla y con valores asentados en la tradición. Entre sus proyectos, cumplida la edad para buscar novio, se ve en la necesidad de ponerse a trabajar, dejando de lado el cuidado de las ocas de su infancia, - eso solo puede tolerarse en la edad de la inocencia, le dice su madre- así como el trabajo en el huerto. Como joven casadera, precisa comprar los alfileres de plata para la cabeza. Sin ellos, no se le acercará ningún joven. “Esa fría aureola metálica es la armadura de la que se revisten las muchachas de nuestros campos para entrar en la liza amorosa” (página 16). Pensaba en los alfileres de plata sobre todo por Gaudencio, un joven carretero.
   La solución fue ir a trabajar al arrozal junto con su hermano Pietro. Las labores de “mondina” en los arrozales, termina, sin embargo por consumir su físico, su salud y es víctima de las fiebres tercianas. Nanna resiste el primer año a pesar de la fatiga, aligerada por los cantos, y sobre todo por la esperanza de una vida mejor.
   La autora en la descripción de este primer año en el arrozal, refleja fielmente las costumbres y tradiciones de la zona y las exigencias del duro trabajo. Pero la situación de la protagonista da
un giro radical durante el segundo año a causa de unas fiebres mal curadas. Además de perder la salud -se queda completamente calva-, ve esfumarse la posibilidad de matrimonio. Se siente traicionada por la vida al no verse aceptada como mujer.
    

                                            
Marquesa Colombi


   El libro es una clara denuncia de las penosas condiciones laborales en las que tienen que trabajar las “mondine”. Y de las férreas imposiciones de la tradición, sobre todo con relación a las mujeres a mediados del siglo XIX en la Italia rural. Y de la explotación que los hombres hacen de ellas con la excusa de que si no las cumplen, no contraerán matrimonio a tiempo.
  La autora, profundamente feminista, expone con cierta atenuación, soluciones vitales injustas. Es su forma de poder plantear la denuncia. La narración, intensamente sugerente, e incluso hipnótica, se cierra mostrándonos un personaje que ha evolucionado a base de las duras experiencias vividas.
   El libro se lee fácilmente; un estilo sencillo refleja en su justa medida el mundo del campesinado, con páginas que retratan las costumbres y tradiciones típicas de los arrozales, y con una atención especial al mundo femenino y a las duras, precarias e injustas condiciones de vida a las que se ven sometidas las mujeres. Una novela que no envejeció, que denuncia la sumisión absoluta en la en el siglo XIX y buena parte del XX viven las mujeres del campo.

Francisco Martínez Bouzas

martes, 18 de febrero de 2020

EL ABSURDO POR EL ABSURDO


Me llamo Vila-Matas como todo el mundo
A.G. Porta
Acantilado, Barcelona, 2019, 72 páginas.

     


   No sé si en una más de las tantas frases publicitarias que sobre tantos libros, con convencida certeza o por cumplir con el encargo, Enrique Vila-Matas escribe en la faja de este minúsculo libro de A.G. Porta, en la que afirma que  las páginas de este librito minúsculo explicarían mejor que cien ensayos lo que él escribe. Y no me queda duda porque A.G. Porta, pseudónimo de Antoni García Portas, “autor levemente de culto” y sobradamente conocido por haber escrito a cuatro manos, con Roberto Bolaño, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Jpyce, experiencia que repetiría más tarde con Gregorio Casamayor en Otra vida en la maleta.
   En un libro dialogado -diría hasta el paroxismo- el texto de A.G. Portas lo primero que provoca en el lector es la impenetrable inutilidad de descifrar lo que hay de real o de parodia en el mismo. El libro es la negación del principio de identidad: nada es verdad y todo lo puede ser al mismo tiempo.
   ¿Sinopsis? No es fácil hallarla en este pequeño volumen de apenas setenta páginas. Unos diálogos entre A.G.Portas y Vila-Matas cuyo detonador es la búsqueda de una neoyorkina que iba a participar en ciertas obras de teatro, en concreto en Buscando a Allison, quizás un bucle infinito. Y a partir de aquí, un verdadero despiece, hecho con frases dialogadas muy cortas sobre el universo de Vila-Matas, en el que entra todo, sus obras, sus experiencias vitales, muchas de ellas ficticias, juicios sobre otros escritores, tanto de narrativa como de cine. Y una prolongada conversación, sabiendo de antemano que no conduce a ninguna parte que no sea el territorio del absurdo. Y sí, este libro explica mejor que cien ensayos lo que escribe Vila-Matas porque casi todo es paradójico.
   Y así contemplamos a Vila-Matas, no como escritor, sino como prologuista, teniendo como temática su propia obra. Lo cual no es sencillo porque Vila-Matas parece estar discurriendo, en un laberinto infinito, sobre los límites de la literatura. Y lo que Vila Matas ha hecho con tanto escritor (definirlos), ahora lo intenta hacer consigo mismo.
   Un verdadero diálogo de sordos o de besugos, como se ha escrito, que pretende acercar al lector al intransferible mundo de Vila-Matas. Algún apunte sobre alguna de sus obras; y al menos sabemos que calza deportivas blancas!
   Por los diálogos se cuelan varios escritores: Paul Auster, Salinger, Ionesco, Beckett…Pero lo que prima es una cierta sensación de desvaríos a través de una larga conversación disparatada. Eso sí, con gran presencia de la metaliteratura (…piensa que escribe que una vez escribió que pensaba escribir…)
   


                                           
A.G. Porta


 Lo más positivo es sin duda reconocer la grandeza de la ficción que lo permite todo. Puede ser lo uno y lo otro. También una original definición del escritor y de la existencia. Ser escritor es tener una visión distorsionada del mundo, y vivir es construir ficciones.
   El absurdo funcionó en la literatura y funciona cuando actúa a modo de metáfora. Por ejemplo, como una visión de la vida. Ahora bien, dos personajes enfrascados en un diálogo -lo positivo es que no es extenso- sobre una pieza de teatro que por haber desaparecido el alma del proyecto, Allison, acabe plasmado en un  texto, es como mínimo un dislate. Obra paródica como la concibió el autor y que solamente de refilón nos explica quién es Vila-Matas

Francisco Martínez Bouzas