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martes, 17 de diciembre de 2019

UN MACONDO DE LA GALICIA PROFUNDA


El niño que comía lana
Cristina Sánchez-Andrade
Editorial Anagrama, Barcelona, 2019, 211 páginas.

    

   


   Galicia es una tierra pródiga en historias contadas a la luz del candil, una expresión que incluso sirve de título a una libro de un escritor emblemático de esta Galicia profunda, rural y llena de misterios, de mundos mágicos: Á lus do candil de Ánxel Fole. Cuentos contados al calor del fuego de la lareira y transmitidos a través de la oralidad, que suturan elementos extremadamente fantásticos, oníricos y tremendistas, retrato de un país ultrarrealista que en nada tiene que envidiar a Macondo, y en el que rige una lógica no real, una dialógica, alejada de los  axiomas de a lógica clásica, que da lugar a la Galicia inmaterial, tan bien descrita por la insondable capacidad fantástica de Álvaro Cunqueiro.
   En ese miso manantial de riquezas imaginativas, transmitidas sobre todo a través de la oralidad, bebe Cristina Sánchez-Andrade (Santiago de  Compostela, 1868), tal como ya lo pudimos percibir en alguna de sus novelas, especialmente en Las Invirnas.
   El niño que comía lana es u libro de relatos. Quince relatos que, a pesar de su sordidez, constituyen un libro hermoso. No son relatos absolutamente independientes. Su único nexo es el retrato de la Galicia profunda, pero en su estructura se cuela el hecho de que algunos personajes aparecen en varios relatos. Lo que da lugar a historias entrelazadas. El gran rasgo diferenciador es la variedad tonal para retratar un universo bastante uniforme, pues casi todos los relatos giran en torno a la vida de la Galicia rural y de sus gentes pobres y en distintas épocas.
   La autora, con frecuencia, echa mano del humor, pero en otros relatos quedamos aturdidos por un tono amargo y macabro de situaciones límites. La pobreza hace acto de presencia en otros cuentos como trampolín para amalgamar un tono con acentos líricos y a la vez tremedista, que confirma, como se ha escrito, un tratado literario de la crueldad, o una poética de lo corriente y de lo extraño; y también del hedor.   El resultado es un inmenso tapiz compuesto de gentes miserables, atenazadas por la soledad, el dolor, la desesperación y la impotencia.
   Son múltiples las historias y anécdotas encerradas en este libro.  No obstante, la impresión que saca el lector es la de estar viajando por un mundo imaginario, sustancialmente semejante: el retrato de gente mísera, acongojada por estampas de dolor, soledad, desesperación e impotencia. Personajes abatidos por las circunstancias, por la desilusión, como el oficinista que busca novia por catálogo; otros lo hacen escapando a través de la emigración a donde “no huela a aceras fregadas ni a sopa de fideos”.
   También la violencia tintura algunos relatos. Es el caso de la niña Purita, abandonada y explotada por su padres, o el caso de los viajeros forzados por el hambre antropófaga, el viejo avariento que reúne un grupo familiar de asesinos para robarles las dentaduras a los muertos o medio muertos, que luego venderá.   Tremendismo, lo revulsivo, el feísmo, la escatología.
   Otro tematizan lo grimoso o lo tufo: el perro de Manuela que mama de sus senos para que no se le seque la leche en el viaje a América del relato “Manuela das fontes”. O la bola de lana que vomita el niño envuelta en un líquido amarillo y viscoso como el amor. O la escena del Marqués de Alcantara del Cuervo colocándose la dentadura, masticando como si papara moscas y desprendiendo un olor a  tripas y a secretos y complicados procesos digestivos. Dentaduras arrancadas de los dientes de los moribundos, de la trágica miseria mezcladas, con creencias meigas. Lo bufo tratado a la manera de farsa trágica como “Purita”, la niña que tiene seis dedos, los pelos como estopa, vestida de harapos e incapaz de caminar, convertida en bordadora y en atracción de las ferias. El hambre se viste de realidad, debido a la fuerza con la que la describe el relato homónimo.  Los náufragos supervivientes de una lancha sacian su hambre y su sed mamando de las tetas de Faustina. Lo mismo hace la  protagonista de “Manuela das Fontes”, ahora en Cuba, amamantando a un indiano, seducido por el sabor de su leche dulce, del relato “La niña del Palomar”.
    

                                          
Cristina Sánchez-Andrade


Y sobre todo “El Pacheco”. En este relato la autora se centra en el tonto del pueblo, “que en realidad es el más listo”. En un trazo de su perfil, lo vemos yendo a misa para mirar las piernas de las mujeres. Es el tonto del pueblo, tan tonto/listo que se quedaba con todas las vueltas. Un papel perfectamente logrado, que la autora logra basculando entre la tradición literaria de la figura del pícaro y el retrato realista.
   Una excelente colectánea por la que deambula lo más excéntrico de la Galicia macondiana: nobles degenerados, niños envejecidos prematuramente debido a la pobreza, pícaros, seres afectados por enfermedades mentales. Y junto a ellos, episodios que retratan esa Galicia mágica y profunda, pero también absurda  patria del hambre. Un gran reclamo para leer este libro.

Francisco Martínez Bouzas

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