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sábado, 23 de febrero de 2019

ILUSOS Y PERDEDORES


Sánchez
Esther García Llovet
Editorial Anagrama, Barcelona, 2019, 130 páginas.

    


   Esther Garcia Llovet vive como en un cercano oeste, a cien metros de la M-30 madrileña. Para muchos un no-lugar, para ella un potente observatorio porque le permite conocer ese otro Madrid de personajes secundarios extraordinarios, personajes insomnes que buscan la vida procurando que la suya no se les vaya de las manos entre deudas, trapicheos, un bar  a la deriva, un galgo que no tienen con el que pretenden montar una carrera y obtener un botín. Un antiguo novio gafado, y un  joven amigo de una familia acaudalado, el último dinero del paro. Es el Madrid de los personajes estrafalarios que recrea la ciudad rebosante de timbas ilegales, gente que trafica con anabolizantes, buscavidas que se ganan el manduque  dando golpes a la gente, niños pijos que encadenan una fiesta tras otra.
   Es el Madrid tan real como el día, que nutre la segunda entrega de la Trilogía intensa de Madrid que publica la autora, tras Cómo dejar de escribir. La nueva novela es un artefacto narrativo que en nada se parece ni remeda a las novelas sobre el Madrid de los años ochenta y noventa. Es otro el contexto el modelo y el paradigma. Sánchez, que podría perfectamente titularse Nikki o Beltrán, los otros dos personajes principales, es una extremada novela corta que nos precipita, casi sin percibirlo, e los bajos fondos madrileños. En una noche de los urbanitas del Madrid más cutre. Unos bajos fondos sin crimines, sin gran tráfico de dogas ni atracos. Protagonistas de baja estofa, macarras, que se buscan la vida en algo más prosaico: timbas, trapiche, butrones, una historia de enrancia, de sonambulismo y delirio por un Madrid suburbano, si bien sus alucinados actantes podrían muy bien haber surgido de los barrios bien.
   La acción se desarrolla en una noche, y transformada en trama novelesca, es a la vez un thriller canallesco y un road movie. Narra la historia en primera persona Nikki, una estudiante de Filología que dice ser la encargada de un bar de copas, pero que sobrevive con los que le sale. Busca un galgo de pura sangre con el que tiene la intención de montar una carrera ilegal. Pero para ello debe localizar a al gafe de su antiguo novio, Sánchez, “un macarra de bajona” · y a  Beltrán,  un pijo raro, último dueño del perro.
   Personajes estrafalarios que, en una noche de estrellas fugaces, transitan por un Madrid extrarradio  persiguiendo una quimérica oportunidad. Son tres personajes insomnes, con varios días sin dormir que en lo único que piensan es buscarse el galgo llamado Cromwell con el que esperan obtener el botín.
   El ritmo de la novela es endiablado, porque la acción se concentra en una noche, con diálogos tan vivos como cuidados y con la virtud de reproducir la jerga, el lenguaje a la vez marginal y cotidiano y casi siempre surreal. El lenguaje de la calle con  el alfabeto y la gramática de sus tribus suburbiales.
   En definitiva, una novela breve, un pequeño artefacto narrativo, mitad novela negra, mitad road movie por la que transitan en una sola noche ilusos perdedores, que tienen bastante -y sienten que han cumplido- con sobrevivir en los bajos fondos madrileños. Es el destino, centrado en uno de sus polos opuestos: el del infortunio.

Francisco Martínez Bouzas



Esther García Llovet


Fragmentos

“La última vez que había visto a Sánchez fue unos tres años atrás, en una timba de las que montaban por Tetuán, muy cerca de la Dehesa de la Villa, en la trastienda de un local de uñas de gel que hacía esquina y que unos meses más tarde reconocí en u reportaje de la tele sobre juego clandestino en Madrid. En el reportaje hablaban de cómo se montaban las timbas, era un programa de los de madrugada, a veces sacaban La Mecco por dentro o entrevistaban a gente del clan de los Charlines o a los rumanos de los que recataban los botines millonarios en forma de cobre de nuestra infinita basura ambulante.”

…..

“Les pidió a unos chavales que dejaran de beber pero no le hicieron caso, y la guardia se marchó como si no hubiera dicho nada. Tenía un brazo más largo que otro. Fui a encender la radio. No había radio. Era un coche de sordomudos. Llegó un autobús interurbano y se bajo una familia entera de borrachos,
 el  padre, la madre, los dos hijos adolescentes y uno pequeño, los cinco borrachos como cubas, haciendo eses, sin tener ni idea de dónde estaban. Sánchez me miró. Se levantó, arrojó el cartón de arroz a la basura y cruzó la avenida dirigiéndose al coche. Se me ocurrió de pronto que igual en su momento fui yo también una novia imaginaria.”

(Esther García Llovet,  Sánchez, páginas 13, 49)

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