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lunes, 3 de diciembre de 2018

EL TESTAMENTO ANTIRRELIGIOSO DE MARK TWAIN


Cartas desde la Tierra
Mark Twain
Traducción de Christine Monteleone
Epílogo de Roberto Blatt
Trama Editorial, Madrid, 112 páginas
(Libros de siempre)

    

  Samuel Langhorne Clemens (Florida, Misuri1 835- 1910), más conocido por el heterónimo Mark Twian, fue un escritor de tendencia y predilección progresista. Escritor popular, orador y humorista, alcanzó con sus obras un gran éxito en Norteamérica.  Es autor de obras tan conocidas como Las aventuras de Tom Sawyer y sobre todo Las aventuras de Hucleberry Finn, considerada como la gran novela norteamericana. Sus ideas de corte progresista se hicieron más radicales con el paso de los años, y aparecen reflejadas en gran medida en Cartas desde la Tierra, cuya primera edición no fue autorizada hasta 1962, cincuenta años después del fallecimiento del escritor, debido a la oposición de su hija Clara Clemens que las consideraba demasiado críticas con las creencias cristianas.
   Mark Twain siempre se consideró a sí mismo un escritor modesto, sin pretensiones de alta cultura. Sin embargo, con el paso de los años, resultó ser uno de los grandes clásicos de la literatura de Estados Unidos.
   Cartas desde la Tierra es una suma de ensayo, ficción y anotaciones personales del autor, y se ha convertido en uno de los máximos exponentes de la literatura satírica. Rebosante de humor negro y corrosivo, se trata de un libro sobre Dios, la Biblia, la naturaleza humana y las paradojas y contradicciones de las creencias religiosas de los seres humanos. Consideraciones sobre la evolución de la tierra y de la humanidad, transmitidas al lector por medio de un personaje muy especial, el Arcángel Satán, alter ego de Mark Twain.
   El ingenio del escritor reproduce una situación trágico-cómica que tiene lugar en las geografías celestes: el arcángel Satán comenta con mucha retranca y sarcasmo algunos de los trabajos y obras del creador. Los destinatarios de sus confidencias son los así mismo arcángeles Miguel y Gabriel. Pero otros ángeles inferiores también escuchan las conversaciones, y dan parte de las mismas al creador. La condena fue inmediata: un día celestial de destierro en el espacio. Entonces busca la Tierra y percibe como se desenvuelve el experimento de la raza humana. Y al darse cuenta de lo que aquí acontece, empieza inmediatamente a escribir cartas a Gabriel y Miguel, sus amigos, en las que les comenta  los estropicios y las incongruencias de la creación.
    En sus comentarios aparece de forma especial el problema que más tarde atormentaría a varios escritores existencialistas: el problema del mal. Con una fuerte tonalidad irónica presenta el tema y la cuestión centrales: ¿cómo es posible creer en un Dios infinitamente bondadoso, a cuya imagen fuimos creados, mientras que en la Tierra, el hombre, la obra más noble de Dios, mata a sus semejantes y jamás aprende de sus errores? Mark Twain no niega directamente la existencia de Dios, pero le atribuye características tan diferentes de las que predican las religiones, que resulta casi imposible llegar a pensarlo o a imaginarlo.
   El estilo de Mark Twain, ameno, directo, irónico y la estructura epistolar de la obra convierten la lectura de este libro-opúsculo en un acontecimiento placentero, y a la vez iluminador con relación a  las contradicciones de las creencias religiosas. Y no solamente las del cristianismo.

Francisco Martínez Bouzas

                                                   
Mark Twain

Fragmentos

“Nada les he dicho sobre el hombre que no sea cierto” Deben perdonarme si repito esta observación de vez en cuando en mis cartas; quiero que tomen en serio lo que les cuento y siento que si yo estuviera en el lugar de ustedes y ustedes en el mío, necesitaría este recordatorio cada tanto para evitar que flaqueara mi credulidad. Porque no hay nada en el hombre que no resulte extraño para un inmortal. No ve nada como lo vemos nosotros, su sentido de las proporciones es completamente distinto y su sentido de los valores diverge tanto que, a pesar de nuestra gran capacidad intelectual, es improbable que aun el mejor dotado de nosotros pueda nunca llegar a entenderlo. Tomen, por ejemplo, esta muestra: Ha imaginado un Paraíso y dejo fuera del mismo el supremo de los deleites, el éxtasis único que ocupa el primerísimo lugar en el corazón de todos los individuos de su raza -y de la nuestra-: ¡el contacto sexual! Es como si a un agonizante, perdido en un desierto abrasador, le permitiese un eventual salvador poseer todo aquello largamente deseado, exceptuando un anhelo, y éste escogiera eliminar el agua. Su Cielo se le asemeja: extraño, interesante, asombroso, grotesco. Les doy mi palabra. No posee una sola característica que él realmente valore. Consiste -entera y completamente- en diversiones que no le atraen en absoluto aquí en la Tierra, pero que está seguro de que le gustaran en el Cielo. ¿No es extraño? ¿No es interesante? No deben pensar que exagero, porque no es así. Les daré detalles. La mayor parte de los hombres no cantan, no saben hacerlo, ni se quedan donde otros cantan si el canto se prolonga por más de dos horas.”

…..
 

“Dios está tras esto. Ha pensado durante seis mil años para tomar Su decisión. La idea de exterminar el parásito fue Suya. Estuvo a punto de hacerlo antes de que lo hiciera el doctor Charles Wardell Stiles. Pero está a tiempo para cosechar el mérito. Siempre lo está. Va a costar un millón de dólares. Probablemente Él estuvo a punto de contribuir con esa suma, pero alguien se le adelantó, como de costumbre el señor Rockefeller. Él pone el millón, pero el mérito se le atribuye a otro,como es habitual. Los diarios de la mañana nos informan sobre la acción del parásito intestinal:
“Los parásitos intestinales a menudo disminuyen tanto la vitalidad de las personas afectadas que se retarda su desarrollo físico y mental, se vuelven más susceptibles a contraer otras enfermedades, disminuye la eficiencia laboral, y en los distritos donde la enfermedad es más notoria hay un intenso aumento en el índice de mortalidad por tuberculosis, neumonía, fiebre tifoidea y malaria. Se ha demostrado que la disminución de la vitalidad en la población, atribuida durante largo tiempo a la malaria y al clima de ciertas zonas y que afecta seriamente el progreso económico, se debe en realidad a este parásito. El mal no se limita a una determinada clase de personas; cobra su tributo de sufrimiento y muerte lo mismo entre los acomodados y altamente inteligentes que entre los menos afortunados. Un cálculo conservador señala que dos millones de habitantes están afectados por este parásito. El mal es más común y más grave en los niños de edad escolar. A pesar de ser una infección grave y de estar muy generalizada, hay un punto positivo. La enfermedad puede ser fácilmente reconocida y tratada con eficacia. Puede prevenirse (con la ayuda de Dios) mediante precauciones sanitarias apropiadas y sencillas.”

(Mark Twain, Cartas desde la Tierra)

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