Benedict
Wells
Traducción
de Beatriz Galán Echeverría
Malpaso
Ediciones, Barcelona, 2018, 283 páginas
En pocas ocasiones un texto promocional ha
estado tan acertado y ha sido tan fiel a la trama novelesca como el que Malpaso
Ediciones elaboró para este libro. En efecto, Benedict Wells maneja el
argumento de esta novela cargada de elementos dramáticos que a veces nos hieren
el alma “sin caer en la grandilocuencia o el alarde sentimental”. Fue este precisamente
uno de los méritos que catapultaron a El
fin de la soledad a ganar el
Premio de Literatura de la Unión Europea en 1916. Novela ciertamente
fascinante, conmovedora y doliente, y al mismo tiempo reflexiva, y que no deja
al lector apesadumbrado. Es la tercera obra de ficción que publica Benedict
Wells (Munich, 1984), basada posiblemente en experiencias personales, ya que el
autor realizó sus estudios en tres internados
y como Jules, el narrador y principal protagonista, renuncio a los
estudios universitarios para dedicarse al incierto oficio de la escritura.
Una novela cuyo tema central es sin duda las
posibilidades que nos ofrece la vida para superar la soledad. El precipicio de
la soledad, como nos alerta una frase de F. Scott Fitzgerald que el autor
coloca en el íncipit de la narración.
“Hace tiempo que conozco a la muerte, pero ahora ella también me conoce a mí”.
El libro cuenta la vida de tres hermanos
ingresados en un internado tras la muerte de sus padres en accidente
automovilístico. La narra Jules Moreau, el hermano menor. Él será también el
principal protagonista. Tras una prolepsis en la que Jules se presenta a sí
mismo desde la cama de un hospital ya que un accidente de moto ha estado a
punto de costarle la vida, se siente constreñido a reconstruir su vida. Es así como la trama
retrocede a 1980 cuando Jules tiene siete años y, con su familia, pasa el
verano en Francia. Mientras los hermanos se divierten, los padres montan en un
Renault. Serán arrollados por un Toyota. Una terrible casualidad trunca sus
vidas. Los huérfanos son ingresados en un internado público en Munich. Allí
vivirán en un mundo paralelo, un duro aprendizaje de la vida, solamente
dulcificado cuando Alva, una niña de la edad de Jules, se sienta a su lado y se
convierten en inseparables. Durante dos años, sus respectivas soledades se
entrecruzan, se persiguen, saben que están enamorados pero son incapaces de
declararse y de vivir su amor. Mientras tanto, la vida de los otros dos
hermanos se debate entre la dedicación al estudio o el inicio del camino de las
drogas duras. Mas la vida no se detiene y suceden múltiples cosas: hermosas,
horrorosas, impredecibles, inexplicables. Jules huye de Alva al verla acostada
con otro hombre. Será así como deje atrás la juventud.
Es la segunda parte donde se produce el
camino de vuelta: el reencuentro con Alva, casada con el escritor ruso Romanov
al que los dos admiran. El futuro será de ellos, si bien son conscientes de que
la vida es un juego que tiene que acabar en cero, aunque más tarde rectifica:
la vida no tiene que ajustar cuentas, las cosas suceden sin más. A veces es
justa y todo tiene sentido. A veces es tan injusta que uno duda de todo. Con la
pareja, con esa niña de pueblo que se acerca a un niño de ciudad, los dos
huérfanos de todo menos de soledad, la vida no será justa: un cáncer imparable
destruye la vida de Alva.
Es en esta segunda parte donde Benedict
Wells muestra un delicada habilidad para llevar el dramatismo a los ojos y al
corazón de los lectores; lo hace, no obstante, sin truculencias
sentimentaloides, con maestría y tacto exquisito, visibilizando los
sentimientos reales que provoca una enfermedad invasora que una vez más genera
soledad y orfandad.
Similar maestría muestra el autor a la hora
de formular preguntas cruciales que indagan en el sentido de la vida y nos
aproximan a grandes temas existenciales: el amor por la vida, las diferentes
vertientes de las relaciones amorosas, la pasión por el arte de la escritura.
La misma habilidad a la hora de elaborar una sólida estructura, amalgamando el
tema de la soledad de los huérfanos, la psicología de numerosos personajes
secundarios, el sentido de la escritura, el trabajo del escritor, sin que
falten pequeñas reflexiones metaliterarias.
Novela dura, pero tan real como humana,
hecha de colores otoñales, de la melancolía de los recuerdos. Un estilo de
prosa fluido y preciso, detallado, capaz de bucear en lo más profundo del alma
de los personajes para extraer de ellos lo más feo y lo más hermoso, y sobre
todo alimentarlos con la seguridad de que siempre se puede superar la soledad.
Fragmentos
“Los ojos de gata
de Alva eran verdes. No del verde pálido y oscuro de los billetes de un dólar,
sino de un verde claro, brillante, que contrastaba de un modo fascinante con su
pelo rojo. Pero su mirada resultaba algo ausente, casi fría. No era la mirada
de una chica de diecinueve años, sino la de una mujer indiferente que había
dejado de ser joven. «Todo es posible», repitió, pero algo cambió en su mirada
y el frío se volvió calidez.
Una gota cayó sobre
el brazo de Alva y ambos miramos al cielo. Unas nubes enormes ocultaban el sol
u un trueno muy fuerte emergió de la nada. Unos segundos después, llovía
torrencialmente sobre nuestra cabeza.”
…..
“Durante unos
segundos me cuesta mantener la compostura. «Piensa en otra cosa, piensa en otra
cosa.» Los pensamientos se mezclan en mi cabeza e inesperadamente me remonto a
mis años en Berlín. Pienso en los momentos de soledad en los que bailé solo en
mi habitación, dominado por una idiotez desesperada. Pienso en el sótano de
Suiza y en los paquetes con las armas de fogueo. Pienso en el momento en que
volví a escribir. Las imágenes se acumulan cada vez más deprisa en mi interior,
y de pronto vuelvo a ver lo que me sucedió antes de mi accidente. El abismo me
mira a los ojos.
Y yo miro hacia
atrás.”
…..
“La última vez que
abrió los ojos fue a primera hora de la tarde. Me miró, y cuando vio que yo
lloraba en silencio, abrió más los ojos
como si quisiera pedirme perdón. Entonces volvió apretarme la mano y
luego cerró los ojos. Yo pude sentir sus pensamientos corriendo por la
habitación, abarcando todo el tiempo y el espacio, buscando un último momento al
que asirse antes de partir. Quizá pensó en los niños y en mí, o quizá en sus padres
y hermana. Quizá pensó en el pasado y en el futuro. Quizá todo a la vez. Un último
cúmulo de pensamientos y sentimientos, de temor confuso y de confianza, mientras
se marchaba de aquí, sorprendentemente rápido e infinitamente lejos.”
(Benedict
Wells, El fin de la soledad, paginas 76,
119, 257)
Muy interesante ...
ResponderEliminarSaludos
Mark de Zabaleta