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viernes, 21 de septiembre de 2018

LA ATEOLOGÍA DE BERTRAND RUSSELL


Por qué no soy cristiano
Bertrand Russell
Traducción de Josefina Martínez
Edhasa, Barcelona, 384 páginas.

 

     

   En esta obra Bertrand Russel (1872-1970) reúne catorce ensayos escritos entre 1899 y 1954. Son el fruto del ingenio de un pensador de primera línea, un icono del pensamiento racional para muchas generaciones. Seguramente el filósofo más influyente del siglo XX, al menos en los países de habla inglesa. También uno de los grandes agnósticos o ateólogos de la modernidad. Pienso que son más apropiados estos apelativos que el de hereje en moral y en religión, empleado por Paul Edwards, el compilador de los escritos de Russell sobre temas religiosos. El mismo pensador, aunque pensaba que la religión poco más era que una superstición, en 1949 manifestaba en un discurso las dificultades sobre el hecho de llamarse a sí mismo ateo o agnóstico. Ante una audiencia filosófica, comenta, tendría la obligación de describirme como agnóstico, pero ante la gente común de la calle, debería decir que soy ateo, “porque cuando no puedo probar que no existe Dios, debería igualmente agregar que no puedo probar que no existen los dioses homéricos” (Collected Papers, vol. 11, página 91).
   En el libro en el que se distribuyó el discurso de Bertrand Russell, para algunos analistas un ejemplo del “estragador poder de la fría lógica”, expone y desarrolla los motivos de su agnosticismo, discute la validez de los distintos argumentos a favor de la existencia de Dios. El de la causa primera, un argumento muy antiguo, con precedentes en Aristóteles y Avicena, mas formulado como tal por Tomás de Aquino, es para Russell una falacia. Al de la ley natural, favorito de Newton, lo rechaza porque para la ciencia actual no existen leyes naturales, sino simples medidas estadísticas que surgen al azar. Por otro lado, la idea de que las leyes naturales implican un legislador se debe a la confusión entre leyes naturales y leyes humanas. El argumento del plan (“todo en el mundo está hecho para que podamos vivir en él, y si el mundo variase un poco no podríamos vivir”) se descalifica solamente con acudir a la parodia de la que hablaba Voltaire: la nariz se diseñó para sostener las lentes!
   De forma semejante rechaza Russell los argumentos morales, en especial en el que se presenta en la formulación kantiana, y el argumento del remedio de las injusticias. Con todo, en su  discurso, Russell pasa por alto el argumento ontológico que, en sus años de estudiante, le parecía coherente.
   Debido a que en alguno de los ensayos efectúa Russell una discriminación de los elementos esenciales y diferenciadores del cristianismo y uno de ellos es la creencia en Cristo como ser divino, o al menos como el mejor y el más sabio de los seres humanos, el pensador efectúa así mismo una lectura, basada en la hermenéutica de la razón, de los evangelios, y concluye que ciertas máximas o preceptos de Cristo ni son novedosos ni parecen proceder de una persona muy sabia y bondadosa. Además, algunos de ellos, como el anuncio de sus segunda venida, no llegaron a cumplirse. Cristo además no puede ser el mejor y el más sabio de los hombres puesto que creía en el infierno. Una persona profundamente humana no puede creer en un castigo eterno. Así mismo, la figura de Cristo que describen los evangelios, es la de un ser reiteradamente vengativo y cruel. Su doctrina sobre el castigo por haber pecado es cruel y además originó y sostuvo la crueldad en el mundo a lo largo de los siglos.
   La conclusión que extrae Russell, es que la gente acepta la religión, no en base a argumentos, sino por razones emocionales. “La gente no cree en Dios debido a argumentos intelectuales, sino porque se les enseñó a hacerlo desde su más tierna infancia”
   Anoto una conclusión de Russell que no se ajusta del todo a la verdad. El pensador acusa a la Iglesia católica de haber declarado como dogma que la existencia de Dios pude probarse mediante la razón, sin ninguna ayuda. Es verdad que el Concilio Vaticano I anatematizó justamente contra los librepensadores, a todos aquellos que defendiesen que Dios no puede ser conocido con certeza, con la luz de la razón, mediante las cosas que fueron hechas. Sin embargo, el mismo Concilio afirmó que la revelación divina resulta moralmente necesaria en el estado actual de la naturaleza caída del hombre. Así pues, el tema de la existencia de Dios es algo que pertenece al campo de la fe y no al de la razón. A pesar de ello, los textos de Betrand Russell muestran la clarividencia de un intelectual eximio, su fina ironía, la inteligencia de un hombre cuyo lenguaje es fácilmente comprensible, pero que no se amedrenta en afirmar, por ejemplo, que cuanto más intensa fue la religión en cualquier periodo de la historia y más profunda la creencia dogmática, mayor ha sido la crueldad y peores las atrocidades.



Bertrand Russell


Fragmentos

“Luego hay otra forma muy curiosa de argumento moral que es la siguiente: se dice que la existencia de Dios es necesaria para traer la justicia al mundo. En la parte del universo que conocemos hay gran injusticia, y con frecuencia sufre el bueno, prospera el malo, y apenas se sabe qué es lo más enojoso de todo esto; pero si se va a tener justicia en el universo en general, hay que suponer una vida futura para compensar la vida de la tierra. Por lo tanto, dicen que tiene que haber un Dios, y que tiene que haber un cielo y un infierno con el fin de que a la larga haya justicia. Ese es un argumento muy curioso. Si se mira el asunto desde un punto de vista científico, se diría: «Después de todo, yo sólo conozco este mundo. No conozco el resto del universo, pero, basándome en probabilidades, puedo decir que este mundo es un buen ejemplo, y que si hay injusticia aquí, lo probable es que también haya injusticia en otra parte». Supongamos que se tiene un cajón de naranjas, y al abrirlas la capa superior resulta mala; uno no dice: «Las de abajo estarán buenas en compensación». Se diría: «Probablemente todas son malas»; y eso es realmente lo que una persona científica diría del universo. Diría así: «En este mundo hay gran cantidad de injusticia y esto es una razón para suponer que la justicia no rige el mundo; y en este caso proporciona argumentos morales contra la deidad, no en su favor». Claro que yo sé que la clase de argumentos intelectuales de que he hablado no son realmente los que mueven a la gente. Lo que realmente hace que la gente crea en Dios no son los argumentos intelectuales. La mayoría de la gente cree en Dios porque les han enseñado a creer desde su infancia, y esa es la razón principal. Luego, creo que la razón más poderosa e inmediata después de ésta es el deseo de seguridad, la sensación de que hay un hermano mayor que cuidará de uno. Esto desempeña un papel muy profundo en provocar el deseo de la gente de creer en Dios.”

…..

“Concediendo la excelencia de estas máximas, llego a ciertos puntos en los cuales no creo que uno pueda ver la superlativa virtud ni la superlativa bondad de Cristo, como son pintadas en los Evangelios; y aquí puedo decir que no se trata de la cuestión histórica. Históricamente, es muy dudoso el que Cristo existiera, y, si existió, no sabemos nada acerca de Él, por lo cual no me ocupo de la cuestión histórica que es muy difícil. Me ocupo de Cristo tal como aparece en los Evangelios, aceptando la narración como es, y allí hay cosas que no parecen muy sabias. Una de ellas es que Él pensaba que Su segunda venida se produciría, en medio de nubes de gloria, antes que la muerte de la gente que vivía en aquella época. Hay muchos textos que prueban eso. Dice, por ejemplo: «No acabaréis de pasar por las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del hombre». Luego dice: «En verdad os digo que hay aquí algunos que no han de morir antes que vean al Hijo del hombre aparecer en el esplendor de su reino»; y hay muchos lugares donde está muy claro que Él creía que su segundo advenimiento ocurriría durante la vida de muchos que vivían entonces. Tal fue la creencia de sus primeros discípulos, y fue la base de una gran parte de su enseñanza moral. Cuando dijo: «No andéis, pues, acongojados por el día de mañana» y cosas semejantes, lo hizo en gran parte porque creía que su segunda venida iba a ser muy pronto, y que los asuntos mundanos ordinarios carecían de importancia. En realidad, yo he conocido a algunos cristianos que creían que la segunda venida era inminente. Yo conocí a un sacerdote que aterró a su congregación diciendo que la segunda venida era inminente, pero todos quedaron muy consolados al ver que estaba plantando árboles en su jardín. Los primeros cristianos lo creían realmente, y se abstuvieron de cosas como la plantación de árboles en sus jardines, porque aceptaron de Cristo la creencia de que la segunda venida era inminente. En tal respecto, evidentemente, no era tan sabio como han sido otros, y desde luego, no fue superlativamente sabio.”

…..

“Luego, se llega a las cuestiones morales. Para mí, hay un defecto muy serio en el carácter moral de Cristo, y es que creía en el infierno. Yo no creo que ninguna persona profundamente humana pueda creer en un castigo eterno. Cristo, tal como lo pintan los Evangelios, sí creía en el castigo eterno, y uno halla repetidamente una furia vengativa contra los que no escuchaban sus sermones, actitud común en los predicadores y que dista mucho de la excelencia superlativa. No se halla, por ejemplo, esa actitud en Sócrates. Es amable con la gente que no le escucha; y eso es, a mi entender, más digno de un sabio que la indignación. Probablemente todos recuerdan las cosas que dijo Sócrates al morir y lo que decía generalmente a la gente que no estaba de acuerdo con él.
Se hallará en el Evangelio que Cristo dijo: «¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo será posible que evitéis el ser condenados al fuego del infierno?» Se lo decía a la gente que no escuchaba sus sermones. A mi entender este no es realmente el mejor tono, y hay muchas cosas como éstas acerca del infierno. Hay, claro está, el conocido texto acerca del pecado contra el Espíritu Santo: «Pero quien hablase contra el Espíritu Santo, despreciando su gracia, no se le perdonará ni en esta vida ni en la otra». Ese texto ha causado una indecible cantidad de miseria en el mundo, pues las más diversas personas han imaginado que han cometido pecados contra el Espíritu Santo y pensado que no serían perdonadas en este mundo ni en el otro. No creo que ninguna persona un poco misericordiosa ponga en el mundo miedos y terrores de esta clase.”

(Bertrand Russell, Por qué no soy cristiano)

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