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sábado, 5 de mayo de 2018

TERROR EN MARES ABISALES


Los botes del Glen Carrig

William Hope Hodgson

Editorial Valdemar, Madrid, 288 páginas

(Libros de siempre)



   

   Marginado al ostracismo durante muchos años, William Hope Hodgson (1877-1918), es sin embargo una de las cumbres de la narrativa de terror marino. Un escritor de aliento profundo, sin límites, capaz de saciar el espíritu aventurero de cualquier lector que disfrute con la narrativa asentada en el llamado terror sobrenatural. Fue sin duda uno de los creadores del terror cósmico que posteriormente desarrollarían H. P. Lovecraft y su círculo. Se suele decir que Lovecraft tuvo muchos discípulos, pero un único maestro: William Hope Hodgson al que consideró que pocos le podrían igualar en la representación de una humanidad asediada por formas innombrables y entidades monstruosas. Hope Hodgson forma parte, por consiguiente, de esa literatura marinera que se inicia con el famoso retorno de los héroes aqueos tras haber saqueado Troya contado por Homero, y que continúa, en tiempos más cercanos con la novelística simbólica y metafísica de Hermann Melville y Joseph Conrad. El viaje en la nave como viaje del alma en los barcos del destino, de la muerte o de la visión salvífica es por lo tanto un tema tan antiguo como el mismo mundo.

   William Hope Hodgson forma parte de pleno derecho de la familia de los narradores de raza. Nace en Blackburn (Inglaterra en 1877). En contra de la voluntad de sus padres, decide embarcarse a los catorce años, como Melville, como Conrad o como otros muchos jóvenes ingleses y americanos prisioneros de la sed de exploración de lo desconocido. Fruto de esas experiencias en los mares de medio mundo es su Trilogía del Abismo (Los botes del Glen Carrig, La casa en el confín de la tierra y Los piratas fantasmas).

   Los botes del Glen Carrig fue la primera novela que escribió Williann Hope Hodgson, aunque sería una de las últimas en ser publicada (1907). La novela narra en primera persona y por boca de uno de los marineros, las terribles aventuras y hechos sorprendentes en los que se ven envueltos los tripulantes del buque del mismo nombre, náufragos a la deriva en dos botes. Esos dos botes surcan el mar en medio de una gran tormenta. A lo lejos, una isla, promesa de salvación o fuente de nuevos horrores. Los náufragos se introducen en una especie de estuario-laguna, y circunvalan las extrañas costas de la isla, donde crece una vegetación exótica  y desconocida, formada por árboles achaparrados y malsanos. La noche se ve invadida por extraños quejidos  que provocan el terror en los marineros. Más tarde, hallan en una ensenada una nave abandonada. Pero por la noche vuelven a escuchar un grito distante y prolongado que los deja atormentados. Es el peligro, representado para ellos por la Cosa, paradigma del ser maligno. Prosiguen el viaje a la deriva, enfrentándose con temporales, mares de sargazos, monstruos marinos, pulpos gigantes… una verdadera caterva de seres demoníacos llegados de los abismos, y muchos más  aterrorizadores que los que habitan los íncubos más angustiosos.

   El océano se transforma así en la platea de esta increíble aventura en la que los protagonistas afrontan peligros y fatigas en una lucha desesperada contra fuerzas oscuras y ancestrales que generan visiones espantosas, reflejos de los abismos más tenebrosos de la psicología humana.

   William Hope  Hdgson, con una escritura imaginaria muy incitante, crea con gran habilidad una atmósfera de suspense que involucra al lector en una historia apasionante y envolvente. Los botes del Glen Carrig está considerada como un clásico de la literatura fantástica del mar. Las peripecias de los náufragos de Hope Hodgson se transforman en una verdadera peregrinación al lado más obscuro  y ancestral de la mente humana. De esa forma, el mar de Hope Hodgson es en realidad una fiel e inteligente representación del inconsciente colectivo y un paso imprescindible para entender el origen de muchos elementos y formas de terror que serán desarrollados por la literatura a lo largo del pasado siglo.

   Un estilo directo, alternando con algunas digresiones eruditas de naturaleza náutica, y no tan recargados como opinaba Lovecrfat, le sirven de vestimenta a este libro que amalgama aventura y terror n los escenarios de los mares del Sur.









William Hope Hodgson

Fragmentos




"El contramaestre se puso a la cabeza de un grupo y dejó al marinero de mayor graduación al mando del otro, ordenando a todos que tuvieran sus armas a mano. Luego se encaminó a las rocas que rodeaban la base de la colina más cercana, enviando a los demás a la otra; en cada grupo portábamos un barrilete colgando entre dos juncos recios, para echar directamente en su interior la más mínima cantidad de agua que encontráramos antes de que ésta se evaporara en el aire caliente; y para extraer el agua llevábamos unos cazos de latón y uno de los cubos que usábamos para achicar el bote.
Al cabo de un rato, y después de trepar bastante por entre las rocas, encontramos un charco de agua muy dulce y fresca, de donde sacamos casi quince litros antes de que se secara; después de ése hallamos otros cinco o seis más, aunque ninguno tan grande. Sin embargo, no nos pareció insuficiente, pues casi habíamos llenado el barrilete, así que emprendimos el camino de regreso al campamento, preguntándonos cómo le habría ido al otro grupo.
Cuando llegamos al campamento descubrimos que los demás habían llegado antes y parecían muy satisfechos, de manera que no hizo falta preguntarles si habían conseguido llenar el barrilete. Al vernos corrieron a nuestro encuentro para informarnos de que habían encontrado una gran reserva de agua dulce en un profundo hueco cerca de la mitad de la ladera de la colina más lejana, y al oír las nuevas el contramaestre nos indicó que dejáramos nuestro barrilete y fuéramos todos a la colina para poder examinar en persona si esta noticia era tan buena como parecía.
Poco después, guiados por el otro grupo, llegamos a la parte de atrás de la colina y descubrimos que la subida hasta la cima no era complicada, con muchos salientes y grietas, de manera que era casi tan fácil subir por allí como por una escalera. Después de escalar unos veinticinco o treinta metros, llegamos al sitio donde estaba el agua y comprobamos que nuestros compañeros no habían exagerado, ya que el charco tenía casi seis metros de largo por cuatro de ancho, y era tan transparente como si de un manantial se tratase; sin embargo, tenía una profundidad considerable, como comprobamos metiendo una lanza. "



…..

“El país de la soledad
Hacía cinco días que estábamos en los botes, y en todo ese tiempo no habíamos descubierto tierra. Pero en la mañana del sexto día, el contramaestre, que capitaneaba la lancha salvavidas, lanzó un grito: lejos, por babor, hacia proa, había algo; pero apenas asomaba en el horizonte, y nadie pudo asegurar si era tierra o simplemente una nube matinal. Sin embargo, como la esperanza empezaba a nacer en nuestros pechos, avanzamos fatigosamente hacia aquel sitio, y alrededor de una hora después descubrimos que sí era la costa de algún país llano.
Luego, poco después del mediodía, estábamos ya tan cerca que podíamos distinguir con facilidad qué clase de tierra había más allá de la costa, y descubrimos así que era de una abominable chatura, más desolada de lo que yo hubiese imaginado jamás. Aquí y allá parecía cubierta por retazos de una extraña vegetación, aunque yo no podría decir si aquellos eran árboles o arbustos grandes; pero si de algo estoy seguro es de que no se parecían a nada que yo hubiese visto jamás.
Deduje todo eso mientras nos movíamos con lentitud siguiendo la costa, buscando una abertura por donde desembarcar; sin embargo, tardamos mucho en encontrar lo que buscábamos. Pero al fin apareció: una ensenada de orillas legamosas que resultó ser el estua-rio de un gran río, aunque nosotros lo llamá-
bamos siempre riachuelo. Entramos por él y avanzamos despacio remontando la sinuosa corriente, observando las orillas chatas a ambos lados, buscando algún sitio donde desembarcar; pero no encontramos ninguno: las orillas estaban formadas por un detestable barro que no nos alentaba a aventuramos en él imprudentemente.
Luego de recorrer poco más de una milla río arriba llegamos junto a las primeras plantas que yo había visto desde el mar, y ahora, separados de ellas por una distancia de pocos metros, podíamos estudiarlas mejor. Así descubrí que se trataba principalmente de una clase de árbol muy bajo y achaparrado, de un aspecto que se podría describir como malsano. Noté que eran las ramas lo que me había hecho confundir a esos árboles con un matorral, hasta que estuve cerca, porque eran unas ramas delgadas y lisas que pendían sobre la tierra, bajo el peso de un enorme fruto semejante a un repollo que parecía brotar de cada punta.”

(William Hope Hodgson, Los botes del Glen Carrig)

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