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martes, 22 de mayo de 2018

ATRAPADO EN UN BUCLE


El sonido de Atlantis

Borja Cabada

Algaida Editores, Sevilla, 2017, 278 páginas.



    

   Borja Cabada (Córdoba, 1983) con una novela que narra una aventura en un mundo postapocalíptico, un mundo arrasado al más puro estilo de The road de Cormac McCarthy, se hizo ganador de la segunda edición del Premio Logroño de Novela para Jóvenes Escritores. No deja de llamar la atención que un escritor relativamente joven y con una pieza narrativa que, si nos fiamos por el rótulo del libro, parece ir dirigida a lectores jóvenes, y que es sobre todo una novela compleja e intrincada, se haya alzado con el galardón logroñés. No obstante, conviene no olvidar que los premios literarios no dejan de ser frecuentemente un encasillamiento a la vez promocional y discriminatorio.

   El sonido de Atlantis, sin ser estrictamente una novela de ciencia ficción, comparte muchos de sus elementos, y se inicia asentándose en los mismos presupuestos de la obra mencionada de Cormac McCarthy. La acción narrativa transcurre en dos épocas distintas y en escenarios diferentes. Y es en esa duplicidad en la que se origina y reside el conflicto del personaje principal, dividido entre dos historias que son mitad y mitad  suyas. Una de ellas transcurre en un presente más o menos actual, con un Chicago postapocalíptico; y la otra es el retorno a un pasado que tiene lugar en la Varsovia ocupada por los nazis. En esas distintas épocas y espacios geográficos, se siente atrapado el personaje principal, Jay Schwartz, y deberá decidir qué historia quiere vivir: la del presente del Chicago en ruinas o la del pasado de su infancia como niño judío escapado del gueto de Varsovia. Una época que, sin embargo, él recuerda como la más dichosa y placentera que la del presente. Tendrá que decidir, tras la comparación de ambos espacios temporales por cuál de las dos historias opta. Y ahí precisamente reside su personal conflicto.

   Por eso mismo, en la novela, estructurada en un preludio, un acto primero, un acto segundo y un epílogo, se alternan y entrecruzan secuencias referidas a Jay -el personaje adulto- con otras que hacen referencia a Jaros, el protagonista en su infancia polaca.

   La novela se inicia en un Chicago en ruinas: calles vacías, carreteras destrozadas, vehículos oxidados. Cascajos de un lugar pretérito. Un mundo que dejó de existir el 15 de octubre de 1983. La hilera interminable de casas donde Jay tuvo su hogar, presenta ahora un aire hostil. Todas se hallan reducidas a cenizas, excepto una. Tras la puerta, Jay percibe que hay algo peor que la muerte. Mas en su mente reviven las voces del pasado con el decreto de creación del gueto de Varsovia. Y así comienza la reescritura de su infancia, incluso en contra de su voluntad, por parte del escritor O’ Sullivan. Él se verá obligado a hacer los que el escritor diga o disponga. Jaros, en palabras de su madre, tiene seis años y está encerrado en el gueto, pero gracias a la generosidad cómplice de una actriz, Isabella, que le acoge como hijo, se libra de ser asesinado por las SS. La narración lleva igualmente al lector a los pasillos y dependencias del Hospital Psiquiátrico de Hartgrove, un verdadero cementerio de sonidos. Y una vuelta al punto de partida: un bucle, un ciclo que se repite de forma indefinida, sin posibilidad de escapar de él.

   Abundan los aspectos reseñables en El sonido de Atlantis: un ritmo vertiginoso repleto de acontecimientos y secuencias, algunas prescindibles; una escritura muy plástica, visual, auditiva y cinematográfica -transversalidad con el cine, reconoce al autor-, pero, sin duda lo más relevante de la novela es su carácter fragmentario, su no linealidad narrativa, que a veces puede ser interpretada como un cierto caos narrativo. Y sobre todo, su naturaleza metaficcional. Un libro metaliterario en el que hay una reflexión sobre el acto de crear. Ficción, pues, que incluye en sí misma un comentario sobre su propia identidad narrativa en palabras de Hutcheon. ¿En qué consiste el acto de crear un mundo y unos personajes y determinar su destino? Ya que, como reconoce el protagonista, es el escritor el que crea el personaje: “Sin ti… sin tu yo sería una página en blanco” (página 238). Por mucho que Jay pretenda romper el flujo narrativo, descuartizar la maraña literaria, está siempre en manos del escritor: él lo crea, él lo reescribe; y al acabar la lectura del libro, todos los personajes que transitan por su ficción, se acaban, dejan de existir.

   Son varios los temas y cuestiones tratadas en la novela: el amor, el perdón y especialmente la lucha por el presente aunque no aparezca como placentero porque es lo único que existe, y no quedarnos estancados en un pasado feliz o traumático.







                                                   
                                                  
Borja Cabada




Fragmentos



   “Un bosque, un mundo abandonado, hospitales, cenizas, niebla, sol oculto, el metro elevado, tren enloquecido, calles destrozadas, costras de asfalto, noche, luna vacía, tormenta, recuerdos, lágrimas, dolor, monstruos, invierno, historia, máquina de escribir, gafas redondas, otra historia, un médico, la verdad, gotas de silencio, confinamiento, amanecer, bajo tierra, manuscrito, ciudad. Magnificent Mile, erosionada, destruida, derrumbada, lluvia calmada, lluvia feroz, tinieblas, gusanos, el mismo final, una y otra vez, cementerio, lápidas, leyenda, castillo en ruinas, cuervos, princesa, muerta, música, coche, accidente, y saña y cristales y sangre y arañazos y disparo -despierta, despierta, despierta.”



…..



  “Las calles de Varsovia estaban desoladas, completamente cubiertas de nieve. La luz de las farolas se difuminaba etérea, como hálitos espectrales, única presencia en los corredores de una ciudad moribunda e interrumpida.

   Era terrible la sensación de aislamiento. Regía la dictadura  silenciosa del invierno más crudo que se recordaba en muchos años, y aquello propiciaba la introversión, incluso la demencia y el delirio. Pero eso no lo percibía Isabella como algo malo. No hacía mucho que aquel pensamiento había irrumpido en su cabeza. Quizá la locura fuera el estado más puro en que podía encontrase la mente humana después de todo. Locura no agresiva, por supuesto, locura sana de psiquiátrico. Isabella había empezado peligrosamente a verlo como el mejor refugio contra el mundo, un cubil donde pasar desapercibida ante la guerra, el hambre, la enfermedad, la hipocresía, la política, la oxidación, el desamor. Qué tranquilidad, solía pensar. Allí por fin podría estar a salvo.”



…..



   “El doctor Railich condujo  hacia la entrada del hospital. Ya había anochecido, y el edificio principal parecía una bestia torpe y altargada, iluminada por la luz macilenta de las farolas que poblaban el perímetro del complejo.

   Tenía aspecto cansado, y se movía muy despacio, como si cada paso que daba hacia el vestíbulo lo mortificara. Pero ya no podía hacer nada. Bajo el brazo sostenía varios documentos y expedientes, y una pequeña grabadora portátil en la mano. Vaho al respirar. Y nieve apilada a ambos lados del camino.

Había manchas de sangre en su abrigo y sus manos.

Empujó la puerta y entró.”



(Borja Cabada,  El sonido de Atlantis, páginas 30-31, 111, 243)

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