Ricardo Menéndez Salmón
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2018, 270 páginas.
Dos
acontecimientos de distinta naturaleza, según reconoce el escritor, se hallan
en la fuente de inspiración de este libro. Un viaje de dos meses a China, en el
que lo que allí vio Ricardo Menéndez Salmón, chinos incluidos, le pareció
inescrutable. El otro, global: el accidente aéreo de Germanwing en los Alpes en
el que el copiloto Andreas Lubitz estrelló voluntariamente su avión contra las
montañas en 2015, con la muerte de ciento cincuenta personas. Precisamente el
apellido de este suicida-asesino es el que aparece en el título de la novela.
Son las dos circunstancias que le prestan al libro su clima y proyectan una
historia que acontecerá diez años más tarde. Una novela exigente, perturbadora,
una ácida reflexión sobre la condición humana, pero recordemos el lema del
escritor asturiano: “Conmover, perturbar, incluso irritar. Un libro que no
logre ninguna de estas tres cosas no me interesa.”
Homo Lubitz es una novela tan compleja como rica y
profunda. Una historia en la que hay acciones, acontecimientos, pero sobre todo
ideas. Novela que posiblemente merezca ser rotulada como novela filosófica,
porque la filosofía ha coqueteado desde siempre con las fronteras de la
ficción. Para no pocos escritores, la filosofía no deja de ser otra forma de
ficción, aunque le otorga al lector otro tipo de claves para imaginar la
realidad. Y no pocas obras de la gran literatura, sin excluir la lírica, están
atravesadas por la filosofía. Mas ese género de la ficción literaria en el que
la mayor parte de lo escrito está dedicado a la reflexión discursiva, suele ser
extremadamente arriesgado. Una comprobación es este Homo Lubitz en el que un escritor tan bregado, dueño de un estilo
brillante que llega incluso a arrebatar, graduado en filosofía, materia que
enseñó hasta que decidió dedicarse exclusivamente a la escritura, deja confuso
al lector que no acaba de comprender a qué vienen muchas de las secuencias de
la novela.
Quizás
porque Menéndez Salmón construye, no un andamiaje narrativo para sostener un
edificio novelesco, sino un edificio reflexivo en el que lo alegórico y lo
críptico superan a lo narrativo. Y Homo
Lubitz es claramente una alegoría, la alegoría del vacío y del absoluto
control de la vida humana, incluida su vertiente política, por las grandes
corporaciones.
Mas no
por lo hasta ahora dicho cabe pensar que Homo
Lubitz carezca de argumento. Una distopía situada en un cercano futuro que
el narrador relata ya como hechos acontecidos: año 2025, en Shanghái, una
corporación multinacional, Arconte Limited firma un contrato con el gobierno
chino para que los millones de chinos con intolerancia a la lactosa se sometan
a un tratamiento farmacológico, un novedoso producto que les permitirá superar
dicha intolerancia. El negocio es movido por el agente Richard O’Hara. La
empresa gana quinientos millones de dólares y la recompensa para el creativo
O’Hara es de cinco millones. Pero tendrá que asumir un nuevo reto. Acompañado por
una mujer llamada Amanda, deberá hallar un paisaje representado en una antigua
fotografía. Durante más de un año, recorren los cinco continentes en búsqueda
de un espejismo. Un peregrinaje que desemboca en el vacío, la violencia, la
culpa y la autodestrucción. O’Hara vive y experimenta en su carne la atmósfera
del lujo deshumanizado de los hoteles asiáticos junto con el intérprete Zhao,
la anciana Amanda y Control, un paradigma por excelencia del Gran Hermano.
A través
de esta trama y de sus ingredientes, y con un O’Hara obsesionado por los
accidentes, especialmente por las catástrofes aéreas como la provocada por Andreas Lubitz,
desarrolla Ricardo Menéndez Salmón una fábula que pretende profundizar en algunos de los rasgos comportamentales del
hombre actual, de los seres humanos que viven en un mundo que posibilita la
existencia de un “homo Lubitz” que está suplantando al “homo sapiens”, y entre
cuyos rasgos el escritor asturiano singulariza la anomia o sensación de
angustia ante el vacío; la espectacularidad, es decir la idea de que todo puede
ser transmitido, y cualquier gesto, por nimio que sea, tiene la capacidad de
convertirse en espectáculo; un nihilismo vacío, alejado de la idea de rebeldía
o transformación que se agota en el propio gesto.
Un
asesinato masivo como el de los Alpes es una muestra de ese vacío que rodea a
muchos seres humanos de nuestros días. Todo carece de sentido, y, a la vez,
existen personas que quieren singularizarse mediante lo espectacular con
resonancias planetarias, aunque eso lleve consigo cientos de muertes. Andreas
Lubitz, en el fondo, solamente era un síntoma de una enfermedad que se lleva
gestando desde hace mucho tiempo en el mundo occidental.
Otra de
las líneas de fuerza más inquietantes de la novela se centra en los mecanismos
del poder, un poder omnímodo, como el de Control que había levantado un
inconmensurable órgano de poder al margen de parlamentos, gobiernos, capaz de
redibujar desde la sombra las relaciones planetarias.
En Homo Lubitz resuenan los ecos del
cineasta David Cronenberg y de pensadores y escritores como J.G. Ballard,
William Gibson y Don DeLillo. Todos ellos son testigos e un mundo que cambia a
gran velocidad, como un laberinto sin centro. Y hace así mismo que su
protagonista sea un amante del arte de Louise Burgeois, porque las piezas de
esta pintora transparentaban, en su narrativa, historias de desamparo y de
reconstrucción de lugares de refugio.
Una
novela que no admite lecturas planas como se ha dicho, mezcla de varios géneros:
desde el relato de misterio hasta el thriller. Con una excelente captación de la realidad china en las cien primeras
páginas. Esa China, a la vez transparente e inescrutable. Con distintos ritmos
narrativos: lento, intermezzo, moderato, presto, especialmente a partir del
capítulo “Mister Cronenenberg dicta una lección”. Un estilo de prosa brillante
y magnético con originales metáforas (“La noche era un bronce audaz”). Todo
ello hace más soportable la lectura de un alegato con tintes morales que, a veces,
se pierde en parajes ásperos y quebrados donde el lector acaba igualmente por
extraviarse.
Fragmentos
“Dicho suceso, prosiguió O’Hara al comprender que el pájaro no regresaría,
no había afectado más que a un centenar de personas, no había cambiado el statu
quo de ningún Estado, no había bautizado una nueva era. Y sin embargo, aquel
acontecimiento había abierto el más profundo
abismo al que el ser humano se había asomado en décadas. Porque aquel
suceso había ratificado, de forma radical, tanto la existencia del mal como la
evidencia de su implacable corolario: el carácter soberano, indomesticable de
la libertad humana. En realidad, concluyó O’Hara eructando e staccato y
arrojado piedrecitas hasta acertar en una roca en forma de yuquee que asomaba
entre los juncos, no muy lejos donde la garza se había detenido a
contemplarlos, ese suceso constituía la prueba definitiva contra cualquier
tentación de una explicación coherente del mundo, contra cualquier noción de
seguridad, contra cualquier atisbo de un relato de sentido.”
…..
“Fue entonces cuando mudó el nombre de Control, borrando las huellas que se
había permitido en su anterior avatar, y con una astucia acumulada de siglos y
un capital más que generoso levantó un órgano de poder al margen de parlamentos
y corporaciones, en una oscuridad tanto más seductora en la medida en que huía
de una definición precisa. Arconte Limited auspiciaba así a una élite capaz de
redibujar desde la sombra las relaciones planetarias, una internacional del
Talento enfocada a conectar entre sí los elementos rectores de la realidad para
propulsar reformas de diverso orden, u simulacro de lector universal del
inagotable texto en que el mundo se había convertido. Porque todo consistía en
un asunto de narrativa, de perceptivas, de la hermenéutica adecuada a cuanto
sucedía fuera. La clave era cómo decir el mundo.”
…..
“Allí estaba el aura del poder, la sustancia incolora, inodora, insípida
pero tan preciada como el agua, aquel clima que había sentido el día que
conoció al comodoro Li y que se le había reiterado, elevado a una potencia
superior en su visita a Control. Políticos, sabios, artistas, los dueños del
aura, vástagos de un país sin mapas, cuyos súbditos cambiaban a capricho de las
mareas de la Historia, si es que la Historia consistía e algo más que en la
abrumadora elasticidad del espíritu humano, en su capacidad irrevocable para
crecer en Astarté y e Moloch, el cero y el infinito, las tablas de logaritmos y
el círculo cuadrado.”
(Ricardo Menéndez Salmón, Homo Lubitz, paginas 72-73, 203, 183)
Buen artículo ...
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