Natica
Lola Fernández Estévez
Editables, San Cugat del Vallès, Barcelona, 2018,
218 páginas.
Lola Fernández Estévez, cordobesa de nacimiento, pero, como tantos otros y
otras, trasplantada a Barcelona, tiene muy claro cuál es su vocación:
escritora. Y ciertamente lo está consiguiendo, sin prisas pero sin pausas. En
el año 2016 degustamos, con el placer de las buenas lecturas, Tiempos de sal, una novela con una trama
amarga como la sal, porque las historias de esclavas lo son. Ahora nos sorprende
de nuevo, y muy gratamente, con su segunda pieza, Natica, una novela que fusiona, en proporciones adecuadas, trazos
del costumbrismo literario con esa literatura tan de moda en los últimos
tiempos que apela a la realidad, la novela-verdad, que convierte a personajes
reales en “dramatis personae”, en personajes de ficción, suturando biografía y
ficción, historias reales transferidas en una invención literaria, en un relato
novelesco. Porque lo que Natica
recupera es la historia real de una mujer cordobesa de la primera mitad del
siglo XX, Natividad Fernández -Natica desde el día que nació- tamizada por la
ficción, tras un riguroso proceso de documentación tanto en libros y
hemerotecas como a través de testigos vivos que conocieron a esta mujer libre,
nacida en un tiempo equivocado, porque esa época no lo era.
La novela
traslada al lector al año 1926, un tiempo en el que nacer mujer significaba ser
primero presa de la familia y después cautiva del marido. Ese año nace Natica
con la desgracia de ser pobre y mujer. Hija, la segunda de nueve hermanos, de
un matrimonio humilde -el padre piconero- que comparte cocina, retrete, pozo
comunitario y pilón para lavar la ropa en la Rinconada de San Antonio. Natica
nace pájaro libre, según el mal fario del gitano Tallero; y libre, en efecto,
será su vida. Con su familia soportará las hambres de la pobreza, el terror
impuesto en Córdoba y en la serranía por los golpistas franquistas, comandados
por el siniestro general Varela que está a punto de fusilar a toda la familia,
incluidos los niños por la única culpa de ser hijos de padres que, incluso en
su ignorancia, se sentían republicanos. Desafía las miradas lascivas de los
hombres que la rapan y la desnudan porque, aunque la estén humillando, piensa Natica,
nadie podrá con ella. Vive en carne propia el negocio de la carne de muertos y
de la grasa, igualmente de fusilados, para freír churros, porque el azote del
hambre no se arredra ante el canibalismo.
Pero
sobre todo Natica no quiere pertenecer al “melindre cursi” que la rodea, a esa
condición de mujeres resignadas a su suerte, nacidas para someterse y parir
hijos. Ella quiere para sí una vida más plena, de persona, dueña de su
sexualidad, un regalo de Dios junto con el pensamiento y la libertad. Por ello
luchará durante toda su vida.
Y así
transcurre su existencia: pájaro libre que amará y por amor se entregará a
quien le apetezca, a pesar del insufrible ruido de fondo y de superficie de la
maledicencia. Víctima de violencia de género, de amores traicioneros y con un
desenlace trágico que no es mi papel desvelar. Todo ello y mucho más constituye
el núcleo central de esta novela.
Una de
las grandes líneas de fuerza de la misma es la denuncia que, en la voz vicaria
de la protagonista, hace la autora de la hipocresía que hace mella incluso
entre los menos favorecidos. Lo único que le importa a la madre de Natica es
los que piensen y digan las vecinas. Por eso es incapaz de aceptar que su hija
se sienta una mujer libre y actúe como tal: no resignada a su suerte y dueña de
su sexualidad. El nuevo párroco que llega a la Rinconada, delator de cientos de
feligreses que fueron fusilados y que predica desde el púlpito contra la oveja
descarriada, tiene por costumbre flagelarse y rezar mientras le chupa el cipote
a Agustinico, un gay perseguido solo por serlo. “Si el pecado es contrarrestado
al instante, ninguna falta se comete, hijo mío, ya que saldas las deudas con el
Santísimo sin que medie tiempo” (página 147).
Otra es
el feminismo, por supuesto ajeno a cualquier formación teórica, que alienta el
pensamiento y la acción de la protagonista, y que le marca sin vacilaciones su
lugar en el mundo.
La novela
rehace así mismo historias de perdedores, personas humildes, ajenas a partidos
políticos, que simplemente aceptaban el orden constitucional y que fueron
torturadas y fusiladas masivamente. En ese sentido, Natica es también una novela política, comprometida con la realidad
y con la historia, que toma partido por los inmolados, por los miles de
fusilados en Córdoba, pocos “desagravios”, sin embargo para Queipo de Llano.
La vida y
la ficción de Natica se desenvuelve, como ya señalé, en un contexto literario
costumbrista, considerado frecuentemente un género menor de la literatura. Es
verdad que la autora describe lo más impactante de la vida cotidiana y
frecuentemente lo hace de forma colorista. No obstante, Lola Fernández Estévez
se limita a describir la realidad, y esa forma de vida pintoresca y hasta un
poco tópica era la real en aquellos tiempos. La escritora además rehúye
cualquier propósito moralizante; es más, la juzga y la critica por la boca y
las actuaciones de su protagonista.
Crea
además una galería de personajes inolvidable, el de Natica por supuesto, pero
también el del Tío Papeles. A pesar de la modalidad narrativa de una novela en
tercera persona, con presencia manifiesta del narrador, no decrece la
objetividad del discurso, porque el personaje central no es una invención, y en
segundo lugar porque hasta los objetos más nimios está documentados.
Novela de
temporalización lineal, tiempos marcados además por los encabezamientos de las
secuencias. Así pues, el tiempo de la historia y el tiempo del discurso
coinciden plenamente. Excelentes las descripciones de los marcos escénicos y
temporales -años de miseria, hambre y atrocidades-, y una tonalidad neutra a lo
largo de casi toda la novela, pero que roza lo épico en el desenlace de la
ficcionalización de esta mujer que se negó a ser eclipsada y no quiso estudiar
para santa.
Lola Fernández Estévez |
Fragmentos
“María Jesús es viuda, tiene un hijo y una hija de su anterior matrimonio,
se amancebó con Faustino hace diez años, justos los que viven en la Rinconada.
La mujer gusta de vestir de luto riguroso en honor a su estado de viuda
oficial, demostración ostentosa de dolor que a Faustino le parece excesiva
después de tantos años durmiendo juntos, pero lo que más le repatea las tripas
es tener colgado, en sitio de privilegio, en la pared de su casa, al difunto
marido presidiendo el hogar…”
…..
“Una vecina embarazada rescata al niño del ensimismamiento y de la cólera
del guardia. Es Rosa, la mujer de José, el que está preso con el Tío. El
guardia observa unos segundos su barriga baja de preñada cumplida, explotará en
breve, lástima de cuerpo desfigurado, piensa. La conoce, siempre le ha gustado
la Rosa, recuerda haberla visto andar por Córdoba con el vientre vacío y sus
buenas tetas antes de que el rojo la encintara, también conoce a su hombre,
sabía de qué pie calzaba. Le pregunta por él. «no sé nada, a lo mejor me lo han
matao», le responde Rosa. Al guardia le tranquiliza la respuesta, hace tiempo
que la tiene en el punto de mira, se había adherido a la batida solo para
cazarlo a él. Decide, cuando vuelve al cuartel, asegurarse del destino de José,
después ya tendrá tiempo de volver a por Rosa cuando suelte la criatura.
Además, le hará un favor al nuevo hijo que llega, sabe que las cosas de los
rojos se contagian de padres a hijos como una plaga que hay que cortar de
raíz.”
…..
“-¡Ay! ¿Qué has hecho natica, a ti t’han desgraciao? Ha sido don Jorge,
¿verdad? ¿Te ha forzao? Lo he visto salir de despachar con el señor y marchar
pa’l corral; pero, cómo me iba yo a figurar…¿Sabes que vuelve a Barcelona? Ese
sinvergüenza no ha perdido el tiempo, el muy canalla.
-Tranquila, Gloria, lo que ha pasado ha sido porque he querido yo. No tiene
ninguna obligación conmigo ni yo se la he pedido, nos gustamos, nada más
-Gloria pone cara de susto- Sabía que se marchaba, desde hace días, me lo dijo
él mismo. No tengo nada que reprocharle. Quién sabe, a lo mejor me voy a
Barcelona y me ayuda a buscar una academia para aprender canto. Lo que sí me ha
prometido es que va a escribirme.
- Pero, mujer, ¿no te das cuenta?, ese hombre solo ha querío aprovecharse
de ti.
-Pues mira, mala suerte, si no cuaja, peor para él, qué le vamos a hacer.
También puedo haber sido yo quien me haya aprovechado de él, ¡no? Al fin y al
cabo lo hemos pasado bien los dos.
-Que no, Natica, que tú has perdío más, has perdío la honra, ¿te das cuenta
lo que has hecho chiquilla? Las mujeres somos las que tenemos toas las de
perder. Y después, si no te quiere…, no te va a querer nadie. Los hombres no
quieren saber na de mujeres usás.
-¿Por qué tenemos que estar sujetas a alguien, Gloria? Ya te he dicho que me
gusta ese hombre, pero si no es él, será otro, o ninguno, quien sabe…”
(Lola Fernández Estévez, Natica páginas 22, 57-58, 136-137)
Bastante interesante por su aire de liberalismo sobre la época, las novelas históricas, siempre llaman mi atención, así que la leeré sin duda. Gracias por compartir tu brillante reseña Francisco, te dejo un abrazo lleno de admiración.
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