Dolores Prato
Traducción de César Palma
Posfacio de Elena Frontaloni
Editorial Minúscula, Barcelona, 2017, 71 páginas.
Dolores Prato (Roma 1892-Anzio 1983) es una
extraña figura literaria que atraviesa buena parte del siglo XX, porque en su
existencia no hizo otra cosa que escribir, acumulando originales que jamás vio
publicados. Antes de su fallecimiento pudo dar a la imprenta Quemaduras que obtuvo el premio
Stradanova de Venecia, pero no halló editor. La escritora lo publicó en
autoedición en el año 1967, asumiendo
todos los gastos. Es a partir de entonces cuando Dolores Prato encuentra su
verdadera vocación como escritora: escritos autobiográficos extraídos de sus
notas, breves fragmentos escritos en primera persona en los que amalgama
descripciones, reflexiones y narraciones en un estilo a la vez sencillo y
furioso, como hace notar en el posfacio Elena Frontaloni.
Dolores Prato había proyectado escribir y
publicar cinco volúmenes, pero solamente logró componer dos: el ya mencionado Scottature (Quemaduras) y Sagiocondo
(1963). Su libro más conocido Giù la
Piazza non c’è nessuno, una larga narración autobiográfica, vio la luz en
1980 en Einaudi en un versión mutilada por Natalia Ginzburg con la que la
autora nuca estuvo de acuerdo.
Las circunstancias del nacimiento, infancia
y adolescencia de la escritora condicionaron toda su vida y el contenido de
este relato: hija de padre desconocido, su madre viuda con cinco hijos a su
cargo la cedió a dos familiares ancianos que vivían en Treia, una pequeña
población de la provincia de Macerata, donde Dolores pasa toda su infancia y la
adolescencia. Primero con los familiares (el párroco del pueblo y su hermana
soltera) y posteriormente en el convento salesiano de Santa Chiara dirigido por
monjas de clausura.
Quemaduras
es pues un relato autobiográfico en el que Dolores Prato sabe conjugar
acertadamente la realidad con la ficción. Por no tener una verdadera familia se
considera una especie de tierra de nadie. A un lado, un viejo tío cura que se
trasladó a vivir a Argentina; al otro las monjas del convento de Treia que
actuaban con relación a la adolescente como con una especie de derecho adquirido,
por el uso que habían hecho de ella.
En el relato, Dolores Prato habla del dolor
que siente por no haber sido reconocida por sus padres biológicos; del tiempo
transcurrido en la casa del tío sacerdote, de la partida de este para América,
un alejamiento cargado de promesas que nunca se cumplieron y cuyo único es un
anillo; de la vida en el convento en el que le vetaban el surgimiento de nuevos
sueños excepto el de “una sublime renuncia”, y donde constantemente la
previenen contra los peligros mortales del mundo, la quemaduras que el mundo
provocaba a quien intimaba con él; de la propuesta del tío para que viaje a
América y se case con un candidato que él mismo le había buscado, a lo que se
oponen las monjas excepto la más anciana. El miedo a la culpa le impide irse.
Se sentía atada al convento, considera que debe quedarse para pagar por la
educación y la comida, la caridad que el convento había invertido en ella. Pero
le permitirán ir a la universidad porque las monjas piensan que retornará al
convento con un título universitario muy útil. La alegre ilusión que le produce
descubrir el mar que, sin embargo, la quema; las dificultades en su relación
con las otras chicas del internado que la pretenden rescatar y, en todo caso,
esperarla en el camino de Damasco. La participación, poco menos que forzada, en
los misterios conventuales, herméticamente cerrados. Hasta que finalmente se
libera de la clausura monjil y simultáneamente de la clausura que se había
impuesto a si misma.
Un relato tan breve como intenso en el que
Dolores Prato nos permite visualizar las fotografías que retratan parte de su
pasado y del tránsito de una inconsciencia dolorosa a un estado de conciencia
igualmente doloroso pero libre. Y, a través de esos fotogramas, una reflexión sobre
aquello que nos retiene o nos ata, metaforizado
en la cadena que impide volar a sus anchas a la lechuza del tío cura.
Los principales ingredientes de este relato
autobiográfico son la reacción de una joven que se niega a dejarse enjaular por las reglas de un
convento; el descubrimiento del mundo de afuera, a veces amargo y doloroso,
pero siempre rebosante de vida; y en definitiva, la búsqueda de la libertad plena. Todo ello
delineado con una escritura ágil, repleta de lirismo que brota desde dentro,
desde la verdad que habita en la escritora que es a la vez su propio personaje.
Dolores Prato |
Fragmentos
“¡No,
no podía irme!
Estaba
atada a la alcándara, como la lechuza de mi tío. En el convento me habían dado
de comer, como mi tío a la lechuza, pero yo, para demostrar mi gratitud, no
podía hacer reverencias como ella; lo único que podía hacer era quedarme, porque
eso era lo que se esperaba de mí.
Solo
era parcialmente deudora de la educación y de la comida; pero, de todos modos,
tenía que pagar.
Siempre
había intuido que mi tío no se acordaba de mandar con regularidad el dinero de
la pensión. ¿De qué? De todo: de los libros escolares, que siempre me tocaban
ajados; de la suerte en las rifas, donde siempre me caían bagatelas, mientras
que a las otras les correspondían objetos que me acostumbré a considerar
prohibidos para mí. ¡No, no! No podía marcharme; primero tenía que pagar.”
…..
“Pero
yo había comprendido únicamente que Dios era mi acreedor, no las monjas. (Aún
no sabía que el titular de las letras de cambio religiosas también era Él, pero
que ellas, para cobrarlas, las endosaban a su propio nombre.) Así pues, si Dios
era mi acreedor, podía suspender en el acto el pago, pues tenía con Él la
confianza que me faltaba con sus criaturas humanas. No tuve miedo de la
testarudez ni de los celos que le atribuía la superiora, sino que más bien me
gustó la relación que esa cuenta pendiente creaba entre Él y yo.
Si
renunciaba a América ganaría tiempo con las monjas, pero iría a la
universidad.”
…..
“En
el mundo estudiantil había un pequeño mundo femenino, cerrado y abierto como
una iglesia: cerrado a las ideas, abierto a las personas. Todas sus integrantes
tenían vocación apostólica y predicaban, refutaban, alardeaban de estigmas y de
fe, decían que su mayor deseo era el martirio.
El
grupo reparó en mí y me cercó. Por la calle, dejarme en medio, unas cuantas aun
lado, otras tantas al otro, era una de sus misiones; decían que era un pájaro
de reclamo, al que había que rescatar y volver inocuo.”
Excelente artículo ...
ResponderEliminarMuy interesante este relato autobiográfico, es triste que no haya publicado más obras esta autora, Así pasa muchas veces, se pierden grandes historias, por no encontrar editorial o simplemente, porque no se luchó en ello. Gracias Francisco, por el arte de tus reseñas, te dejo un abrazo lleno de admiración.
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