Roberto Saviano
Traducción de Juan Carlos Gentile Vitale
Editorial Anagrama, Barcelona, 2017, 377 páginas.
Por primera vez y a los diez anos de la
publicación de Gomorra (2006) que transformó su vida obligándolo a
vivir con escolta, Roberto Saviano (Nápoles, 1979) escribe una novela de
ficción, La paranza dei bambini,
editada recientemente en español por el sello barcelonés Anagrama. Un libro
que, como sus publicaciones precedentes, no ha cesado de suscitar polémicas.
Como su autor: idolatrado por sus fans y odiado por sus detractores a causa de
sus éxitos que no se perdonan fácilmente, y de la obsesión de protagonismo del
propio escritor. Mas lo que no admite dudas es que Roberto Saviano es hoy en
día uno de los intelectuales más interesantes de Italia, un personaje reputado
y carismático.
El título de la novela en italiano es
intraducible al español. “Paranza” es un sustantivo que proviene del mar; es el
nombre de los barcos que van a la caza de peces por la noche a los que engañan
con las luces. Los peces buscan la luz y quedan atrapados en las mallas de las
redes. Una metáfora muy apropiada porque del mismo modo la “paranza” humana va
a la caza de vidas humanas a las que engaña con hermosas promesas y brillante
joyería. La banda de los niños es
ciertamente una novela, pero bebe de la realidad que reflejan los periódicos y
la investigación policial que, hace dos años (2015), llevó a la detención de
Pascuale Sibillo de veinticuatro años, jefe de la banda de los niños real, esa
que controla el negocio de la droga en las calles de Nápoles, y que a los
dieciocho años o menos tienen ingresos cercanos al medio millón de euros. Un
dinero que vuela, ya que la muerte les puede estar esperando a la vuelta de la
calle. Forma parte de su trabajo.
La novela gira en torno a la mafia
napolitana, protagonizada por adolescentes con apodos infantiles y
aparentemente inofensivos: Marajá, Tucán, Dientecito, Lollipop, Pichafloja,
Esatableciendo, Dron, Bizcochito o Cerilla entre otros. Ellos son los
“pececitos” que son arrastrados y engañados por la luz criminal. Matan y serán
matados porque entre esas mafias casi infantiles solo hay dos categorías en las
que se divide el mundo, según reitera en más de una ocasión el líder de la
banda, Nicolás Fiorillo, alias Marajá: jodidos y jodedores. Paulatinamente la
banda de los niños logra introducirse en los diversos estratos de la
delincuencia napolitana: en sus actividades criminales y copia así mismo sus
métodos y rituales, tales como las ceremonias de adhesión, juramentos y ritos
de omertà.
La acción de la novela la sitúa Saviano en
Forcella, un barrio céntrico napolitano. El discurso narrativo comienza “in
media res”, lo que provoca a continuación analepsis, retrospecciones. Ese punto
medio es el “enmierdamiento”; prohibido mirar a alguien porque la mirada es
territorio. Prohibido poner “me gusta” en las fotos de Letizia, la chica de
Nicolás Fiorillo porque le pertenece. Si alguien lo hace como Renatino recibe una
tremenda paliza y Nicolás le caga en la cara.
La banda de los niños surge porque los
capos mafiosos adultos, los históricos, han sido liquidados o están presos.
Ellos los sustituirán, quieren ocupar sus tronos y para ello se disponen a
luchar por el territorio. Se suben a sus escúteres y corren a todo gas.
Rápidos, insolentes, maleducados: pisotear, chocar y correr. Ese es su lema.
Ellos serán la nueva mafia italiana, la Camorra 2. Consiguen algunas armas y
comienzan a currar con el revolver. El primer golpe, un atranco a un estanco.
Segundo paso, la extorsión a los vendedores ambulantes y a los aparcacoches
después de los partidos de futbol. Pero en Nápoles eso es moneda corriente.
Hasta los niños de ocho años forman bandas y se ganan su dinero con extorsiones
a las madres y abuelas en los parques públicos, aliándose con los gitanos.
Los llamaban niños y eran niños de verdad,
y, como quien no ha empezado a vivir, no tienen miedo de nada. Niños sí, pero
con pelotas y pistolas, especialmente desde que El Arcángel, un viejo capo de
la mafia en arresto domiciliario, apuesta por esa banda de adolescentes y les
entrega las armas que estaban escondidas
desde hacía años. Y como no sabían matar -solamente habían sido asesinos de
videojuegos-, precisan entrenarse y lo hacen disparando a dos indios, un negro
y un marroquí. Ellos serán sus dianas. Tal como suelen hacer los grupos
mafiosos, Nicolás somete a los miembros de su banda a un ritual de omertà: pan,
vino y sangre que los hermana. Desde ese momento son una banda y Nicolás será
el capo, el ras. Han creado su Sistema y la deslealtad con la banda se paga de
forma muy cara: quedarse con una pistola, incluso para defender a la banda de
la policía, exige una reparación: ¿cortarle una manos? ¿cortarle las orejas?
No, la penitencia será traer a la hermana para que les haga una mamada a todos
los miembros de la banda. Se implicarán a fondo en el negocio de las drogas; en
ejecuciones estratégicas a sangre fría porque Marajá sabe que cada muerte tiene
dos rostros: la decisión y la lección.
Son algunos de los ingredientes que emplea
Roberto Saviano para relatar la creación y la consolidación de la banda mafiosa
compuesta por chiquillos menores de edad. Violencia, ferocidad, dulcificadas de
vez en cuando por los ligues, los brindis con Moët & Chandon, las fiestas,
los conciliábulos en la madriguera. Y en un final que no es propiamente un
desenlace, la tempestad, un verdadero tifón.
Más en el fondo que en la forma, La banda de los niños es un
bildungsroman, una novela de formación. El aprendizaje de la vida, no en libros
de texto sino en Tou Tube, en You Porn, en Porn Hubb y en las películas sobre
la mafia y la camorra. Ellas son la fuente de su educación sentimental. Y los
consejos de El Príncipe de Maquiavelo del que Nicolás aprende que no
se debe de hacer profesión de la piedad. La política se hace mejor con el
miedo. La única categoría del espíritu que admiten son la de perdedores y
ganadores y ellos quieren pertenecer a
la segunda. Lo esencial no es la ética sino el poder. No imitarán a sus padres
que se rompían la espalda por un mísero salario. Obtendrán mucho dinero, pero
como entraba, salía, sin pensar en ahorrar porque saben que la muerte no avisa
y puede estar a la vuelta de la esquina.
Novela verista, o novela-verdad, a pesar de
las acusaciones que ha recibido Saviano de haber escrito un libro irreal, que
sigue vertiendo basura sobre Nápoles. En la obra sobran posiblemente secuencias
prescindibles, que favorecerían una lectura más rápida, no más placentera. Los
personajes, especialmente el de Nicolás, alias Marajá, el gran protagonista
son, en algunos de sus rasgos, una copia de estereotipos. Pero la realidad, una
vez más, supera a la ficción: cuenta Roberto Saviano que los niños de ciertos
barrios de Nápoles leen su libro y se ríen de forma chulesca: “estos, dicen
orgullosos, son chistes, nosotros hacemos cosas mucho peores…solo han hecho
medio homicidio, aquí disparamos todos los días.”
Fragmentos
“A
última hora de la mañana De Martino visionó la filmación. Se la entregaron y se
encerró solo en el taller de artes plásticas, donde estaban los aparatos.
Apareció en la pantalla la cara de Nicolás. Los ojos miraban directamente a la
cámara, y en verdad viéndolo así, dentro del espacio del encuadre, Fiorillo era
todo ojos. Nicolás había aceptado el desafío y ahora contaba el inicio del
capítulo diecisiete de El Príncipe como quería:
-Alguien
que debe ser el príncipe no se preocupa si el pueblo le teme y dice que da
miedo. A alguien que debe ser príncipe le importa un pimiento ser amado, porque
si eres amado, los que te aman lo hacen mientras todo va bien, pero en cuanto
las cosas se ponen feas, te joden de inmediato. Más vale de tener fama de ser
un maestro de la crueldad que de la piedad.”
…..
“La
única arma que tenían era la ferocidad que los cachorros de hombres aún
conservan. Animalitos que actúan por instinto. Muestran los dientes y gruñen,
eso basta para que se cague encima el que está enfrente.
Volverse
feroces, sólo así quien aún infundía temor y respeto los tendría en
consideración. Niños, sí, pero con pelotas. Crear desconcierto y reinar sobre
él: desorden y caos para un reino sin coordenadas.
-Se
creerán que somos criaturas, pero nosotros tenemos ésta…y también éstas.
Y
con la mano derecha, Nicolás cogió la pistola que tenía en los pantalones.
Enganchó el guardamonte con el índice y empezó a hacer girar el arma, como si
no pasase nada, mientras con la izquierda señalaba el paquete, la polla, las
pelotas. Tenemos armas y pelotas, ése era el concepto.”
…..
“Ahora
en aquella casa todos los chavales se habían convertido en hermanos de sangre.
El hermano de sangre es algo de lo que no se puede volver atrás. Los destinos
se ligan a las reglas. Se muere o se vive según la capacidad de estar dentro de
las reglas. La ‘ndrangheta
siempre ha contrapuesto los hermanos de sangre a los hermanos de pecado, es
decir, el hermano que te da tu madre pecando con tu padre al hermano que
eliges, aquel que no tiene nada que ver con la biología, que no procede de un
útero, de un espermatozoide. Aquel que nace de la sangre.
-Esperemos
que no tengáis el sida, que nos hemos mezclado todos -dijo Nicolás. Ahora que
todos había terminado también él estaba entre los otros, como una familia.”
…..
“Dron
tenía la mano en la manilla para marcharse, aún convencido de que estaban todos
de broma. Pero aquella palabra -«hermana»- disparada a quemarropa lo hizo volverse de golpe.
-¿Y
qué…? –preguntó.
-¿Cómo
qué y qué…? ¿Te acuerdas de la película El camorrista? ¿Te acuerdas de cuando está aquel chaval que dice «en mi opinión, el profesor era medio marica?
-¿Y…qué
tiene que ver?
-Espera.
Ahora te lo explico. ¿Lo recuerdas?
-Sí
-¿Y
te acuerdas qué pregunta el profesor?
-¿Qué
pregunta?
-Eh,
pregunta: «Esa chica que
te viene a buscar es tu hermana, ¿no?»
Ahora como penitencia me traes a tu hermana. Debes hacer eso. Pero no me la
traes a mí, porque no es que me hayas ofendido a mí robando una pistola. La
debes traer a toda la banda.
-¿Qué
estás diciendo Marajá? ¿Te has vuelto loco?
Entre
los muchachos de la banda descendió ese silencio que anticipa la decisión.
-Tú
ahora traes a tu hermana, que nos tiene que hacer una mamada a todos, a todos los
miembros de la banda.”
(Roberto Saviano,
La banda de los niños, páginas 126, 171-172, 195, 251- 252)