Páginas

miércoles, 22 de marzo de 2017

VADO, LA AGONÍA DE UNA CIUDAD DESOLADA



Un incendio invisible
Sara Mesa
Editorial Anagrama, Barcelona, 2017, 238 páginas.

   Un incendio invisible, la novela con la que Sara Mesa ganó el Premio Málaga 2011, vuelve a tener una primera vida, porque la primera edición apenas tuvo repercusión. Ahora recupera la novela Anagrama tras leves cambios introducidos por la autora que no alteran, sin embargo, ni la trama, ni su sentido, ni su estructura y personajes. El libro tuvo su importancia en el macrotexto de Sara Mesa, ya que en Un incendio invisible, un título afortunado, préstamo de uno de los 80 sueños de Juan Eduardo Cirlot (“Una ciudad se derrite lentamente como carcomida por un incendio invisible”), aparecen diseminadas las semillas que germinarían y florecerían más tarde en la narrativa de la autora, Cicatriz y Cuatro por cuatro especialmente. Es la misma escritora quien en la “Nota a la nueva edición” da cuenta de algunas de esas semillas: “la ciudad de Cárdenas, la llegada de un foráneo a un mundo desconocido y hermético, la salvación -o pérdida- de un perro, la paternidad -o maternidad- encarnada en un maniquí, los centros comerciales como representación del caos, el amor desigual y perverso, la ambigüedad de las relaciones entre adultos y niños, el poder y sus abusos” (página 11). A ellas habría que añadir el gusto de la autora por los lugares opresivos y claustrofóbicos, por atmósferas densas y asfixiantes.
   La novela ficcionaliza una situación que ha tenido un correlato real en Detroit. El declive de esta ciudad norteamericana es uno de los procesos “no violentos” del abandono más grande de la historia moderna en la segunda mitad del siglo XX y a principios del actual. La gente se va de Detroit, sobre todo del centro de la urbe, dejando atrás casas y edificios porque  se había convertido en una ciudad peligrosa y con altos impuestos. Un incendio invisible narra así mismo los días postreros de Vado, una ciudad agonizante y fantasmal que está siendo abandonada por sus moradores. Mas la novela no explicita las causas de ese éxodo masivo.
   A Vado llega el protagonista del relato, el doctor Tejada, para hacerse cargo de la dirección geriátrica de New Life, una lujosa residencia de ancianos, igualmente mermada tanto en usuarios como en personal médico y cuidadores. En el aislamiento, en la indolencia, apatía y dejadez quiere el protagonista protegerse de un pasado turbio que presentimos en toda la novela, pero que solamente se nos revela en las últimas secuencias. Tejada no podrá evitar, sin embargo, interactuar con algunos de los habitantes de esta ciudad fantasmal. Son relaciones frías, estrambóticas, como las que mantiene con la directora del hotel en el que se hospeda, la mujer de kimono que muy pronto le muestra su lascivia; con la niña que arrastra con esfuerzo una maleta en la que guarda la basura que recoge, que quiere que le llamen Miguel y reinventa a su madre en una muñeca de goma y a la que Tejada busca de forma ambigua, mas como pez falto de agua; o con Rachid Benmoussa, un peculiar investigador de migraciones.
   La novela es una muestra de la predilección de la autora por las urbes abandonadas, fantasmales, paradigma de los espacios asfixiantes, habitados por personajes que no tienen otra escapatoria que enfrentarse consigo mismos y con los otros. Sara Mesa va creando poco a poco esa atmósfera irrespirable en una ciudad castigada por un tórrido e inclemente calor y por una pertinaz sequía. Todo es basura, putrefacción, polvo, apatía; con ancianos abandonados igual que sofás o colchones tirados por las calles. Miles de perros dejados a su suerte, edificios fantasmas… Un arsenal de municiones que le sirve a la autora para crear un escenario posnuclear, una ciudad tras la guerra pero sin guerra. Y en ella, en la agonía de Vado, Tejada se considera el demiurgo incapaz de sustraerse a su destino y obligado a expiar su pasado.
   El mismo sin sentido  de ciertos diálogos irreales entre de los residentes de New Life y la aridez de algunas secuencias contribuyen a sugerir en el lector la imagen de un espacio urbano decrépito, disparatado y hostil.
   Necesariamente concordará el lector con la opinión de la autora: Un incendio invisible no es un libro misericordioso, ni clemente, porque en sus páginas, como en otras novelas de Sara Mesa, se habla de incomunicación, egoísmo, desigualdad, miedo, soledad y encierro. Vado y las relaciones, no humanas sino entre seres humanos, es una elocuente alegoría del aislamiento solipsista al que nos están abocando las irracionales pautas comportamentales de las sociedades contemporáneas. Solamente en ese sentido se puede hablar de literatura distópica, de la historia distópica de Vado, porque el género distópico explora las estructuras sociales y políticas que degradan o esclavizan a los ciudadanos bajo el yugo de un poder absoluto, con el señuelo de un mundo feliz y perfecto. Pero la distopía nada tiene que ver con ciudades en ruinas, abandonadas. Tanto la utopía como la distopía hacen referencia a un conjunto social, no a las circunstancias del mundo que lo rodea que puede ser perfecto y maravilloso. No cabe pues hablar de la historia distópica de Vado. Sí, en cambio, aunque con un significado muy alejado del bíblico, de literatura apocalíptica o quizás postapocalítica. Es preciso “afrontar el apocalipsis” dice el Viejo, uno de los delirantes moradores que agonizan en Vado.
   Sara Mesa, en esta segunda o primera vida de su novela, muestra la honda acuidad de una narradora experta que yergue con buen tino una consistente arquitectura novelesca que, a pesar de la sequedad de su discurso narrativo, retrata a la perfección las sombras fantasmales de un espacio agonizante y opresivo; con personajes bien perfilados, pero en base a lo que dicen o hacen, sin que la escritora incluya demasiadas pausas descriptivas o reflexivas, lo que ayuda a mantener el ritmo de una novela que, en el último, capítulo se acelera de forma imparable como el incendio que consume y derrite a Vado.

Francisco Martínez Bouzas

 
Sara Mesa

Fragmentos

“A unos veinte kilómetros del centro de Vado, una vez enfilada la flamante autopista de Cárdenas, todavía podían verse los últimos barrios periféricos: unas casitas adosadas, urbanizaciones a medio construir, solares roturados y, más allá, los bloques terrosos de Bocamanga y de Pozolán. Mirado desde el coche, el paisaje carecía por completo de vida. Sólo de vez en cuando, entre las nubes deshilachadas, se distinguía una pareja de milanos volando con desgana a media altura. Un par de coches y un camión sin pollos cruzaron por uno de los carriles opuestos. Pudo oírse un graznido, pero no supo de quién.”

…..

“Desde el Madison hasta la estación de tren tuvo que recorrer dos manzanas. La noche anterior estaba demasiado brumosa para poder fijarse en los detalles, pero ahora,  a plena luz del día, veía los edificios semivacíos, la gente solitaria caminando con aire ausente, los coches abandonados en las aceras, algunos con los cristales rotos. Los semáforos cambiaban del rojo al verde y del verde al rojo en un parpadeo innecesario. Como una ciudad tras la guerra pero sin guerra, pensó. La estación, sin apenas trasiego, era una antigua construcción de ladrillo con altos techos rehabilitados. En la puerta un kiosquero se había quedado dormido entre los periódicos. Era peor de lo que le habían dicho y, sin embargo, no le resultaba demasiado preocupante. Apretó los dientes y continuó hasta la taquilla tratando de no pensar en Elena.”

…..

“La residencia ardía.
Dónde estaban los otros. El vello de los brazos y del pecho se le había electrizado. Le inundó la fragancia de la madera chamuscada. El porche se desmoronó. Dónde se habían metido. Dónde. Las llamas devoraban el porche con un hambre de siglos. Vuelta al fuego. Retorno a la ceniza. Las llamas del exterior no llegaban a tocarse con las del interior. Todas se elevaban adelgazándose hacia las estrellas que ya no brillaban. Un fogonazo reveló su sombra vacilante sobre el suelo. A sus espaldas, un nuevo resplandor. La reverberación del tercer foco, atrás, junto a los pequeños olivos de la huerta y la piscina vacía. Ya no hubo más gritos. Un absoluto silencio. Lejano, doloroso.”

(Sara Mesa, Un incendio invisible, páginas 13, 42-43, 232)

4 comentarios:

  1. SIEMPRE TUS CRÍTICAS SON ATRAPANTES, MUY BIEN ESTRUCTURADAS. ME ENCANTAN. ESTA NOVELA PARECE MUY BUENA. GRACIAS POR ACERCÁRNOSLA

    ResponderEliminar
  2. Gracias a tí Teresa por tu generosa valoración de mi labor como crítico literario. Sí esta novela tira del lector como alguna otra de Sara Mesa, especialmente "Cicatriz" Y "Cuatro por cuatro". Si tienes oportunidad lee alguna de estas últimas.

    ResponderEliminar
  3. Si hay algo que disfruto mucho, es leerte, ¡cómo aprendo de tu extensa gama de cultura, gracias Fran, el libro me parece muy interesante en todos los aspectos, gracias, por permitirme el lujo de estar aquí, un abrazo.

    ResponderEliminar