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sábado, 10 de diciembre de 2016

"AL UMBRAL DE LAS HORAS": LA SERENA EXPERIENCIA



Al umbral de las horas
Mario Vega
Valparaíso Ediciones, Granada, 2016, 63 páginas.

   Mario Vega (Oviedo, 1992) llega a poeta muy joven, y no obstante su poesía no parece una obra inmadura y mucho menos improvisada. Quizás él, como un gran poeta renacentista, cumbre de la lírica española, hable algún día de estos versos, estrofas y poemas de su primer libro como aquellas obrecillas que en la mocedad y casi en la niñez se le cayeron de entre las manos. Sé de buena tinta que Mario Vega no considera su poemario como una obra madura, sino como poemas escritos en ese tránsito de la adolescencia a la madurez. Sin embargo, como lector, este su primer libro me sabe  a fruta madura;  a una plasmación de la expresión pura caracterizada por una gozosa serenidad. En efecto, la poesía “joven” de Mario Vega se sutura dignamente con aquella poesía que expresa y simboliza la apacible serenidad, la veta de la poesía clásica, una condición fielmente reflejada en la imagen de la portada de Al umbral de las horas, en las citas de Cátulo, Marcial, Propercio, si bien modernizada por la influencia de los poetas contemporáneos a los que homenajea en la citas paratextuales que encabezan varios de sus poemas; e intertextualizados  posiblemente en los mismos: Víctor Botas, Francisco Brines, Rafael Alberti, Felipe Benítez Reyes, Luis Cernuda, Ángel González, Luis García Montero entre otros, sin olvidarnos del magisterio del profesor y poeta José Luis García Martín.
   Pero, siendo sus versos, estrofas y poemas una plasmación de la  expresión pura por la sobriedad y sencillez estilística -el incomparable ne quid nimis-, Mario Vega es al mismo tiempo un poeta íntimo y ardoroso. Bajo la marmórea hermosura de sus estrofas, arde la llama viva de la inspiración y sus palabras tienen el recato del ascua encendida que ilumina sin incendio y calienta sin abrasar. Primor pues de depuración y equilibrio sobre los que reverbera  un íntimo fuego lírico, la emoción poética. Sin ella no habría poesía, sino una secuencia de palabras encadenadas y sujetas quizás a medidas y rimas, pero nada más.
   Leo y me empapo -o eso procuro- de la sustancialidad de los treinta y cuatro poemas que le dan forma y contenido a Al umbral de las horas, y nada hallo que remita al artificio, a la sonoridad fácil y somera, sino la búsqueda de la palabra exacta, términos quizás cotidianos que adquieren en la pluma del poeta lustre, armonía y belleza.
   Claridad y acordada armonía, musicalidad no artificial, limpieza de lenguaje empapan las tres partes en las que Mario Vega organiza los poemas de su opera prima. “Amarilis”: ocho poemas evocadores del amor, también de la soledad del amor fenecido, porque el tú amado tomó otro camino diferente. El amor de los veinte años (¡Alberti dixit!) que no se arrepiente de nada en el frenesí de la noche pasional. Una recuperación del tópico horaciano: la invitación a gozar de la juventud. Mas también una poesía amorosa que recuerda a Pedro Salinas y que se realiza en la dialéctica de un yo y un tú enamorados, como se deja sentir en  poemas como “Cautiva intimidad”, “Ruego” o “Balada interior”, entre otros: “…ahora unidos por un solo / amor tan inconstante como efímero / abandonado al último viaje / más allá de la muerte” (página 21).
   En la segunda y tercera parte (“La orilla” y “Soledades”) se acentúa, si cabe, la profundización del poeta en la lírica de la experiencia y en la poesía descriptiva, pero no de geografías externas, no de nubes y calles, sino de los senderos más íntimos del ser, los paisajes más profundos del alma. Frente al experimentalismo y a la poesía arriesgada, los poemas de Mario Vega, en la senda de sus maestros José Luis García Martín o Luis García Montero, son lírica mimética con relación sobre todo a la realidad interior. Intimismo que se despliega en monólogos vivenciales de la juventud rebelde, soliloquios o ficticios diálogos sobre la propia labor del poeta que se reconoce “el ser más frágil / que habita este mundo: puedes matarme con pasar la página” (página 27); el voraz paso del tiempo causante del olvido, ese tiempo que “solo queda para herirnos” (página 30). Los recuerdos  adquieren una profunda carga connotativa en la transmisión de las interioridades de la voz poética: recuerdos que evocan miradas que aún persisten tan solo como ascuas, o los versos de Eliot para liberarse de la soledad, del viejo espejo de madera testigo de los pasos infantiles y del bello rostro de la persona amiga, hoy cansada y vieja pero imagen perfecta de belleza. O de los árboles marchitos que estimulan un regreso a los rincones de la infancia. Mas los recuerdos también hacen que surja la reflexión, y con ella el deber de asumir que llega la madurez a pesar de que sabemos que no existe (“La madurez tan solo es una máscara / que nos oculta el miedo a morir jóvenes”, página 42).
   La experiencia se hace así mismo autobiografía, memoria especialmente de la juventud evocada con cierto aire melancólico como algo “que acabará  por ser solo cenizas” (página 53). Entonces el único camino es vivir el “carpe diem” de una segunda adolescencia. Pero también descripción de algunos momentos del día, si bien siempre en conjunción  con los estados anímicos. La calma de una tarde de abril seguida de la “la noche y su puñal de frío viento”. O lugares como las tierras castellanas manchados de recuerdos.
   Varios son en los poemas de aliento clásico, de ritmos acompasados y armonía musical del poemario de Mario Vega, los topoi literarios: los recuerdos de la infancia, el paso del tiempo, el universo amoroso con sombras y luces, la presencia determinante de la memoria. Temas inteligentemente revisitados y apropiados con voz propia y auténtica. Son ellos las vigas maestras sobre las que se sostiene esta poética de lo vivido. Son igualmente perceptibles algunos estilemas, elementos simbolizadores recurrentes: la noche, tiempo de amor y de la esperada muerte, la playa entendida como territorio de disfrute, la nada y su eterno reino.
   En esta poesía de la experiencia, el poeta no canta, cuenta y describe, comunica los estados del alma, con equilibrio entre contenido y forma, con contención y tino. Versos muy trabajados para lograr que se presenten desnudos, cribados de cualquier exceso barroquizante -apenas algún hipérbaton-; con un hábil manejo de los metros clásicos, incluidos los milenarios tankas japoneses. Arte de difícil temple en una época como la actual tan a contracorriente de esta clase de algoritmia versal. El resultado es una poesía vivencial, esencializadora, aunque sin ir a las esencias, escrita con elevada depuración sintagmática y concentración expresiva. Mario Vega, precoz cincelador  de la palabra como lo demuestran estos versos vivenciales de su debut en solitario. Por eso apuesto a que el camino hoy abierto tendrá continuidad en otras entregas poéticas, teñidas de la excelencia que brinda el tiempo, como reconoce el poeta.

Francisco Martínez Bouzas

                                                
Mario Vega


Selección de poemas de Al umbral de las horas

CREPÚSCULO

“Saca del mar, amor, tu mano plena
del rocío, del viento que la enfría
ante el clamor del valle, verde guía
hasta tus pies en la candente arena.

Escucha de la brisa larga pena
al acercarse hasta la orilla umbría
y ver como la luna aparecía
ensangrentada -en tu mirada llena-.

Y de la luz de ambos astros torna
a tu mano, tu rostro, iluminada.
Descubre del color argénteo paso

del tiempo que la carne al hueco adorna.
Hunde en el mar, amor, tu mano helada,
sumérgela en el fuego del ocaso.”
(página 13)

…..

RENCUENTRO
Quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa
                                               Joan Manuel Serrat

“Volver a ver tu pelo,
tu pelo huracanado entre la arena
de aquella playa donde disfrutamos
-en el calor- nuestro primer encuentro.
Repetí tantas veces el amor de la noche
tantas promesas rotas
en ese nombre tuyo tan pequeño
Oh, Irene -o quizá fuera Amarilis-.

En la noche tomada por el viento
de una luna arrastrada por las olas
nos prometimos un amor secreto
que no supiera de relojes, gentes,
del amnésico humo de ciudades.
Apreciamos la paz de la distancia
y su falsa promesa de habitar el recuerdo.

Las huellas en la arena se han borrado.
Volver a ver tu rostro después de tanto tiempo
y descubrir que nada es ya lo mismo.”
(página 18)

…..

INTROITO

“Mi juventud lograda en tantos años,
mi rebeldía, mi inocencia intacta
las perdí en el instante
en que tomé la grave decisión
de medir estos veros
y entregártelos libres de ceniza,
sin las manchas que poco a poco, lento,
el paso de los días va dejándonos;
sin aquellas palabras que me llevo,
que arrastro y me hacen ser umbrío, necio,
y transido de vida.”
(página 25)

…..

CARPE DIEM
                         A Lorenzo Roal

Apenas quedan los recuerdos tristes
que desmigábamos en el pasado.
Hoy tan solo perdura en la memoria
la fresca juventud de ciertos labios
y el volcán de inexpertos cuerpos tibios
manando de las noches de verano.

Escaso calculábamos el precio
del lento transcurrir de nuestra vidas,
sentados a la sombra de aquel árbol
probando de la fruta más prohibida
que pasaba por nuestros ojos niños,
creyendo indestructible la clepsidra.

Pero visto por fin el reloj roto
del exceso asumimos consecuencia,
siendo cada vez menos, más amargos,
rendidos a este raudo latir, queda
solo para salvarnos un camino:
vivir una segunda adolescencia.”
(página 57)

…..

EPÍLOGO

“Detrás, detrás del mar.
Detrás de los naufragios y mareas,
o de las cálidas manos del desierto
o el hálito del trópico, de juncos,
montañas, selvas, hielos;
se encuentra en una playa, observando
con ojos infantiles el ocaso.
Detrás, detrás del mar.”
(página 59)

2 comentarios:

  1. Francisco, me parece una gran reseña por su calidad y calidez a la hora de introducirnos en este joven poeta. Sus versos, sus poemas, atestiguan cuanto dices, debe ser un gozo leer el libro que propones. Gracias por alentar y prodigar poesía. Un abrazo.

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  2. Gran artículo...

    Saludos
    ¡ Feliz Navidad !

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