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lunes, 11 de julio de 2016

"LA ÚLTIMA POSADA": TESTAMENTO VISCERAL DE IMRE KERTÉSZ



La última posada
Imre Kertész
Traducción de húngaro de Adamn Kovacsics
Acantilado, Barcelona, 2016, 294 páginas

   Este libro es la culminación de la obra de Imre Kertész. Así lo consideró el Nobel húngaro, fallecido el pasado mes de marzo. Testamento visceral de una de las últimas memorias vivas del Holocausto. Un escritor prácticamente desconocido en Occidente, hasta que en el año 2002 la Academia sueca le otorgó el Nobel de literatura, porque Imre Kertész fue capaz de confrontar la frágil experiencia del individuo contra la bárbara arbitrariedad de la Historia. Como Primo Levi, otro superviviente del exterminio, entendió los campos de concentración como una siniestra señal de peligro. Y en ambos brotó la necesidad interior de dar testimonio, de hablar a los “demás” para que supiésemos lo que el hombre fue capaz de hacer con el hombre.
   A pesar del párkinson que martirizó sus últimos quince años, Imre Kertész se aferró a la vida, no permitió que la desesperanza anidara en su alma, como tampoco lo había permitido en los infiernos de Auschwitz-Birkeneau y Buchenvald. Pero también se asió a la literatura, contenido esencial de su existencia, y cuyo último testimonio íntimo es La última posada, un texto sobre la senectud, una novela inspirada en los últimos cuadros de William Turner y en los postreros cuartetos de Beethoven. Escrito en el formato de un diario que incluye una novela, recogiendo veloces apuntes, con el propósito de “girar el timón rumbo al último puerto”, el libro se convierte en un veraz ajuste de cuentas en las proximidades de la muerte presentida. Crónica pues en la “antesala de la muerte” del autor que tuvo en la escritura la razón de su existencia.
   El libro bascula en torno a la vida y a la vejez del escritor, con una descarnada reflexión sobre la decadencia física, los síntomas de la vejez, la enfermedad que cada día galopa de forma más rápida, la existencia que toca a su fin. Pero también repasa Kertész el curso de su vida: sus sufrimientos, los achaques, la depresión, la concesión del Nobel. Y por supuesto, también el Holocausto. Y Auschwitz: “Escribo sobre Auschwitz y a mí no me llevaron allí para que me dieran el premio Nobel, sino para matarme. Todo cuanto ha ocurrido más allá de eso es mera anécdota”.
   Reflexiona igualmente sobre muchos otros temas: la función y destino del ser en las actuales sociedades, la liquidación de la individualidad: “Nuestra época, la del ser humano funcional y sustituible, la de la sociedad de masas y del Estado moderno, lleva implícita la posibilidad del totalitarismo y, por tanto, de Auschwitz”. Y transcribe así mismo sus opiniones sobre muchos otros temas, como el papel de la novela, la cultura, o escritores como Kafka, Thomas Mann, Paul Celan, W.G. Sebald, Albert Camus, Jean Améry, Milan Kundera… Sus viajes a España, con estancias en Madrid y Barcelona. También sale a relucir su vida secreta que siempre fue la verdadera.
   Este libro, híbrido entre la novela y la biografía, fue escrito con el mismo propósito del resto de la obra del Nobel húngaro. Además de lo ya señalado, critica el tupido velo que los países occidentales, por conveniencia o cobardía, dejaron sobre Auschwitz y sobre Siberia, las topografías del horror vivido por millones de personas. De esa cobardía ha nacido la Europa de hoy: débil, ineficaz, cicatera, carente de coherencia cultural, con una cultura que tritura a los seres humanos hasta convertirlos en amebas, carentes de toda sustancia, una masa obediente susceptible de ser dirigida por ordenadores y como ordenadores.
   ¿Alguna razón para la esperanza? Sí, la construcción de un edificio ético a partir de la experiencia de la ignominia. Pero más que esperanza, es resistencia. Por eso Imre Kertész no se suicidó, no optó por la vía rápida, no quiso añadir su nombre a la lista de los supervivientes que pusieron fin a sus vidas (Primo Levi, Jean Améry, Tadeusz Borowski). “No quiero que puedan decir que yo mismo ejecuté la sentencia. Por eso aguantaré hasta el final”. Aunque su deseo es desaparecer, la única forma de ser libre: “Desaparecer  en la nada por amor a la vida de otro”.
                                                      
Oleo de William Turner, pintor en el que se inspiró Imre Kertész
 En La última posada encontramos así mismo secuencias metaliterarias. Imre Kertész confiesa las dificultades que le supone escribir: las distintas versiones, los cambios que sus exigencias perfeccionistas le obligan a introducir en los textos. Sus experiencias como escritor bajo un régimen totalitario. Pero tampoco se ahorra críticas contra los regímenes que se orgullecen de sus democracias, y cuyos únicos valores son el dinero y el poder.
   Un libro crudo, descarnado y desgarrador, que nos obliga a reflexionar. Porque está habitado por alguna zona luminosa, aunque predominan las tinieblas, las zonas oscuras. Quizás no añade nada nuevo, porque todo ya está contado en las novelas de Kertész. Con no pocas secuencias poco cuidadas. Sin embargo, en este diario-novela, Imre Kertész deja las huellas de toda una existencia vivida entre el terror, el dolor y la resistencia a los dictadores malignos y a las sociedades actuales que liquidan la individualidad.

Francisco Martínez Bouzas
                                                      
Imre Kertész

Fragmentos

“Puedo afirmar, sin embargo, que soy el escritor de una forma de vida judía anacrónica, del galut, de la forma de vida de los judíos asimilados, portador y representante  de esa forma de vida, cronista de su liquidación, mensajero de su necesaria desaparición. En este sentido, la Endlösung, la Solución Final, desempeña  un papel decisivo. Aquel cuya identidad judía le viene dada única y exclusivamente por el intento de exterminio de los judíos, por Auschwitz, no puede llamarse judío en cierto sentido. Es el «judío no judío» del que habla Deutscher, su variante europea sin arraigo; desempeña un papel grande -y quizá también importante- en la cultura europea (si es que tal cosa existe), pero ninguno en la historia reciente del judaísmo ni, en general, en la renovación del judaísmo (y una vez más hay que añadir: si es que la hay o la habrá). El «judío» es sólo una categoría inequívoca para los antisemitas”

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“Profundísima depresión. De paso se me ocurrió que tengo setenta y cinco años. Increíble. Esto, sin embargo, significa ya la cercanía de la muerte. Probablemente no tenga ya ningún sentido lo que he creado. ¿Quién lee en húngaro? Algunos miembros de la policía secreta que reciben un encargo esepcial. Según un artículo publicado en ÉS, mis traductores han confesado que pulen las aristas de mis textos para «no ofender el gusto del lector», como quien dice. No he hecho nada en todo el día. A la depresión se suma la somnolencia. Me da pena M., me doy pena yo mismo. Mucho me temo que mi vida creativa ha terminado.
He leído con envidia en el Frankfurter Allgemeine que el último premio Nobel -Coetzee- no concede entrevistas, no conversa, no habla sobre literatura, sino solamente sobre rugby. A mí, en cambio, me esperaba un fax de dos páginas en casa, con toda una serie de repelentes propuestas a propósito de la publicación en francés de Liquidación. Desgana, profundo cansancio, al anochecer puse Variaciones Goldberg interpretadas por András Schiff. Esto más o menos me consoló…”

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ÓBITO

Un hombre de buen gusto no vive ya a mi edad.
La historia natural de la destrucción. Escribirla con frialdad, casi con regocijo por el mal ajeno, como testigo de uno mismo.
¿Recoger los restos de mi existencia espiritual? ¿Conformarme con seguir viviendo? ¡Vaya arrogancia!... ¿Reconocer cómo le cambia la cara a la gente cuando me mira? ¿Vivir el el destierro? ¿Vivir en la vergüenza de la existencia? Es más: ¿implorar seguir viviendo?
He conseguido todo aquello a lo que he aspirado en la vida, y este exitoso cumplimiento demuestra que yo aspiraba a mi propia destrucción.
Siempre he tenido una vida secreta, y siempre ha sido la verdadera.”

(Imre Kertész, La última posada, páginas 11-12, 155-156, 294)

3 comentarios:

  1. Muy interesante, amigo. Creo que el húngaro es una lengua rica y difícil. Hubo un húngaro antiguo de antes de nuestra era, después imperó el latín, ahora el idioma actual. Leí algunos autores en Cuba, con la desventaja que se publicaban solo los del socialismo. Recuerdo una novela "Profesión Emigrado", pero no estoy seguro si el autor era húngaro. En la música he escuchado frecuentemente a Bela Bartok. Gracias y abrazos.

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  2. Este libro me ha cautivado, por toda la crónica que anuncia dentro del holocausto, así mismo veo un hombre cabal en el autor extendiendo su vida hacia la libertad, no sólo del alma que siente la muerte, sino de trascender en sus letras recogiendo cada paraje vivido con mucho esplendor. creo enlaza muy bien el dolor vivido y libera por completo su corazón. Un momento cúlmine, que no todos pueden presumir. Gracias Francisco, por la bella reseña que nos ofreces, me la encantado, yo quiero una copia de este libro y lo voy a conseguir. Gracias. Un abrazo.

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