Vicente Valero
Editorial
Periférica, Cáceres, 2015, 101 páginas.
La condición de poeta, reconocido no solo por premios, sino sobre todo
por la alta calidad de sus destellos líricos, del autor de El arte
de la fuga es una fiel garantía de
acierto, al menos emocional, a la hora de calar en tres momentos, tres fugas de
la tríade de poetas formada por San Juan del Cruz, Friedrich Hölderlin y
Fernando Pessoa. Tres instantes capaces de marcar nuevos rumbos en las
existencias de los tres personajes recreados en los tres textos de Vicente
Valero.
No es la primera vez, ni será la última, en la que la narrativa
contemporánea se deleita en convertir a
literatos reales en personajes de ficción. Julian Barnes, Alan Hollinghurst,
Jacques-Pierre Amette, Raymond Carver, J. M. Coetzee, y más cercano a nosotros
Juan Tallón, entre otros, han tratado como “dramatis personae” a importantes
escritores, sobre todo poetas. Un excelente poeta, transformado en esta ocasión
en un envidiable y refulgente prosista,
nos ofrece, en páginas breves, tres fugas de la obtusa realidad
cotidiana de tres grandes poetas que,
separados por el espacio y el tiempo, comparten, no obstante, “el mismo impulso
vital y poético, hacia una plenitud que sólo parece poder alcanzarse en
territorios extremos (la muerte, la locura o el desdoblamiento)”, como con gran
acierto se escribe en la presentación editorial.
Vicente Valero, en efecto se interna, a través de un recorrido
personalísimo, en tres episodios históricos de otros tantos poetas en los que
la mística, sagrada o profana, afloraba con frecuencia en sus versos. Tres
episodios en esas difícilmente comunicables antesalas de la fuga, de ese
traspasar fronteras (la muerte, el viaje que cambia la vida, el desdoblamiento)
que actuaron como experiencias radicales en los tres seres humanos, convertidos
brillantemente en personajes de ficción. Con esas huidas, evasiones,
desdoblamientos, tres grandes poetas escaparon a su manera de la obtusa
realidad monolítica en la que suele convertirse la existencia humana.
El primer relato bellamente rotulado (“Ven, hermana mía esposa”) tiene
como protagonista a San Juan de la Cruz en los días postreros de su vida,
cuando corroído por la enfermedad, llega moribundo al convento de Úbeda. Desde
la ficción, Vicente Valero reconstruye esos últimos momentos, la humanidad
sufriente de Juan de la Cruz, aquel fraile un poco loco y distraído, que se
consume entre los estertores de sus carnes podridas, con la oposición del prior
del convento que rechazaba que le vinieran con monsergas de milagros y versos.
El santo y poeta percibe la muerte y, superando sus dolores con alegría, busca
que le guíen por el sendero último de la obscura noche del alma. Porque toda su
vida no había sido otra cosa que una celebración anticipada de esta fuga
definitiva. El cuerpo de Juan siente la impaciencia de la ceniza que le unirá
al Amado. Será el morir en verso de Juan de la Cruz, el triunfo de la amada,
reproducido con extremada sensibilidad estilística, por las prosas de Vicente
Valero, una prosa luminosa, profundamente evocadora.
El segundo relato, la segunda huida (”Parece que vivimos en una edad de
plomo”) persigue las huellas de Friedrich Hölderlin en sus huida y viaje a pie desde Burdeos hasta Stuttgart, en un
momento crucial de su existencia. Un recorrido de más de mil kilómetros, que
tiene su motivación en razones sentimentales: ver de nuevo a su amada Sussete,
la mujer casada con la que vivió una apasionada historia amorosa, y que termina
en un dramático periplo, sin vuelta atrás, hacia la locura, en la que solamente
importa el camino pisado por unos pies que desoyen los dictados de la razón.
Una vez más la pasión, eso que también somos, se alza vencedora frente a la
razón. Es la fuga del relámpago enamorado en una edad de plomo, cuando lo que
se ama no sea quizás más que una sombra.
Finalmente Vicente Valero fantasea en la última secuencia (“No sé quién
soy ni qué alma tengo”) sobre otro momento igualmente crucial de Fernando
Pessoa: la larga noche insomne del 8 de marzo de 1914, noche de febril
inspiración. El poeta se siente arrebatado por el don de una musa distinta de
la suya y percibe cómo se le presenta Alberto Caeiro, que se convertirá para él
en el poeta de la experiencia, de la naturaleza, ante el que se siente
fascinado. Bajo su inspiración celebra Pessoa la plenitud de la vida,
escribiendo sin parar, y como al dictado, varios poemas que poco tenían que ver
con sus anteriores versos oscuros y nebulosos (“lector de sombras y mareas”,
página 80). Una alucinada autodestrucción de sus ansias metafísicas -el mundo
no debía ser pensado, bastaba con mirarlo y estar conforme con él, página 92)-,
tras la cual surgen otros heterónimos, seres desmedidos, Ricardo Reis, Álvaro
de Campos, que emergen de forma paralela a los numerosos extravíos en los
laberintos interiores del poeta y a un frenesí de días sombríos, desgarros,
autodestrucciones, excesos, desasosiegos.
Tres viajes, tres huidas, tres disociaciones, recogidas en tres breves e
iluminadas instantáneas literarias. Tres pequeñas joyas escriturales, tres
nuevas delicatesen, prosas fragantes,
perfumadas, iluminadas, pero a la vez sencillas, desnudas de colorismos
tropicales; preñadas sin embargo de fertilidad léxica y de un estilo de prosa
harmonioso, acompasado, que está a la altura de la riqueza interior de los
personajes en cuyos momentos cruciales
se cala y que nos adentran en la ilimitada riqueza estética del español. Es el
arte de Vicente Valero, un poeta y narrador para grabarlo en las brasas de la
memoria y no perder su andadura.
Francisco Martínez Bouzas
Vicente Valero |
Fragmentos
“No le era extraño el morir, su impulso
de fuga y destierro, su abandono y su concierto de nadas, su silencio enamorado.
En la mazmorra de Toledo había sentido aquel aire helado en soledad y la poesía
brotó entonces como amistad profunda, como lenguaje que, al hundir sur raíces
en lo más oscuro, podía ofrecer vida verdadera, la semilla de la luz. ¿Era
verdad que ahora se moría? Morir es unirse a lo más claro, transformarse en
serena claridad. Todavía hacía calor en Úbeda aquellos primeros días de otoño.
El dolor era insoportable, la fiebre aumentaba y no tenía apetito. Los hermanos
ya sabían también que Juan se moría y el tono de sus voces se había vuelto
compasivo y dulce. Se acercaban a él y lo besaban. Una y otra vez acudían al Cantar de los Cantares, se diría que ya residían en él, que habían puesto su tienda entre
aquellos versos mágicos, y el enfermo lo celebraba repitiendo con ellos
susurrándolo. En aquel poema antiguo había encontrado Juan, cuando apenas era
un adolescente, la fuente verdadera: todo estaba dicho y cantado en aquellas
estrofas llenas de amor, de verdades profundas.”
…..
“En aquel andar enardecido y salvaje, ni
siquiera sabía ya si Sussete lo había olvidado o continuaba amándolo, ni
siquiera sabía si él la amaba aún como la había amado, pues lo que amamos no es
más que una sombra, y de esta sombra nadie puede responder, no sabemos qué
contiene ni cuál es la razón de su existencia. Hasta llegar a Nevers durmió al
raso todos los días y se alimentó de garbanzos crudos y semillas, de hierbas y
de flores silvestres, su aspecto era cada vez más el de un mendigo o un
borracho del que todos se apartan al cruzarse con él, y ni siquiera se detuvo
al pasar por la ciudad, continuó caminando por la misma vía lemosina que había
tomado en Périgueux hacía ya casi dos
semanas, descansando aquí y allí, en campo abierto o en recónditos meandros
bajo sauces o chopos, en la hiedra sombría…”
…..
“Reparó al principio solamente en las
palabras: aquel que tiene las flores no necesita a Dios. Esta vez no se tumbó
sobre la cama sino que se sentó en uno de sus lados y se puso a pensar en
ellas, mientras bebía de nuevo un trago de aguardiente, y sólo después de
haberse repetido varias veces aquel verso, porque ya estaba seguro de que lo
era, reparó entonces en la voz que se lo había susurrado y volvió a reírse,
como cuando minutos antes le habían venido a la cabeza, tumbado y con los ojos
cerrados, aquellos paisajes pastoriles, aunque ahora notaba también, mientras
se reía, que estaba un poco nervioso, sin saber el motivo (…)
Continuó sentado a un lado de la cama,
con los pies descalzos en el suelo, durante un tiempo más, pensando en las
palabras y en la voz, hasta que se levantó y se acercó a la cómoda, donde
esperaban siempre sus cuadernos cerrados y otros muchos papeles de la noche
anterior, y fue allí mismo entonces cuando, al abrir uno de aquellos cuadernos
por una de sus páginas en blanco y tomar al mismo tiempo la pluma con la otra
mano, seguramente para anotar aquellas ocho palabras, tuvo una sensación de
vértigo o mareo, por un momento se le nubló la vista, y todavía sin haber
salido de aquel estado y, por tanto sin poder pensar en nada, allí mismo de
pie, se puso a escribir, pero no le salieron aquellas palabras sino estas otras
también nuevas: nunca guardé rebaños pero es como si los guardara. Lo que vino
después fue un temblor y un chorro inspirado, una combustión, una alegría
indecible, una música desconocida, una muy larga noche, en fin, de versos sorprendentes,
un saber extraño, ajeno a su temperamento, las palabras fluían de tal modo, con
tal necesidad o urgencia, que ni siquiera había tiempo para preguntarse qué era
lo que estaba ocurriendo exactamente en aquella habitación…”
(Vicente Valero,
El arte de la fuga, páginas 27, 66, 87-88)
Tres joyas literarias...
ResponderEliminarSaludos
Uffff!!! me atrapó con tan sólo leer estos fragmentos, preciosos y de gran riqueza narrativa, se nota que es poeta, ya que la belleza no la ha dejado de lado para escribir como los grandes.Muy interesante. Me encantó Francisco, gracias por llenar mi espíritu con esta crítica que nos compartes, ojalá y lo pueda leer, porque es brillante. Un abrazo de luz para ti y otro para el autor y mis felicitaciones.
ResponderEliminarAraceli: mil gracias por tu comentario. Sí, realmente en la prosa de este libro se advierte la calidad de página de un escritor que es esencialmente poeta. Ojalá lo puedas hallar en México y goces con su lectura.
EliminarUna obra de estilo elegante, diría que florido al recrear los ambientes tanto físicos como anímicos. Se ve el talento del autor, su imaginación que parece vivencial. Un abrazo, amigo, y muchas gracias.
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