Ángel Gracia
Editorial
Candaya, Avinyonet del Penedés (Barcelona), 2015, 255 páginas.
Ignoro si a principios de los 80 se
usaba el anglicismo “bullyng”. Quizás no, pero el acoso escolar actuaba
entonces con la misma brutal intensidad que en nuestros días. Sobre ese intenso
salvajismo del acoso escolar gira la novela de Ángel Gracia. Una pieza
narrativa que fluye de las propias experiencias del autor, y que actúa ante los
lectores como un verídico e inapelable derribo de esos mitos de la infancia
feliz. Las relaciones de poder se hallan incrustadas de forma omnipresente en
todas las etapas y estadios de la existencia humana. También en la infancia. Y
más quizás todavía en ese período en el que los niños se acercan a la pubertad, sobre todo cuando, como en la
novela, se les coloca en un entorno proletario impregnado de sordidez, en un
campo rojo como Marte, suburbio de cualquiera ciudad española: un descampado
rebosante de escombros y colonizado por las ratas. Una verdadera selva árida,
La Balsa, una plazoleta inundada de charcos y de materiales que quedaron de la
construcción de las casas baratas que la rodean. En ese escenario no puede
regir otra ley que la de la selva. Y ahí coloca Ángel Gracia esta brutal
historia hiperrealista de víctimas y verdugos. Un retrato de inusitada
crueldad, una despiadada novela coral que tiene como protagonistas a los
alumnos y alumnas de un colegio de suburbio, tan campo rojo, tan “mierda
pinchada en un palo” como el barrio de Los Molinos.
En el medio de esa pandilla de críos malnacidos (“orangutanes”, “micos”,
“monicacos”… el autor no ahorra apelativos) y de niñas ñoñas y niñatas,
existen, como ya indiqué, relaciones de poder: víctimas y verdugos. Una de las
primeras es el protagonista hipermétrope, un empollón marsisabidillo, que se considera a sí mismo
un pánfilo carente de gracia, un ababol que se ruboriza cuando habla con las
chicas. Es el Garrafas, obligado cada año a cambiarse de gafas y a soportar por
lo mismo las risas e insultos de sus compañeros. ¿Los verdugos? Muchos, la
mayoría de sus compañeros, especialmente los que ejercen el poder en este
suburbio a la intemperie. Pero en la cima de la jerarquía de la crueldad y del
salvajismo camorrista, el Farute y su banda que se consideran auténticos
supermanes porque comen muchos tigretones, beben mucha Coca Cola y se la cascan
al menos tres veces al día. Matones, auténticos chuloputas que con palizas a
diestro y a siniestro marcan su territorio y exhiben su poderío. Y esa ley no
escrita, aunque acuñada por Plauto, del “homo homini lupus” rige en este
colegio de marginados y en sus entornos marcianos. Su primer artículo impone
que los chavales de la banda muelan a los demás
a patadas y a golpes. Ellos deciden quién recibe las hostias, quién es
tonto de nacimiento, quién tiene hermanas putas. Niños y niñas de once y doce
años que viven aterrados, con profesores que cierran los ojos o se ven
incapaces de protegerlos. Preadolescentes
que despiertan a una sexualidad que es para ellos puro instinto animal:
follar, follar, follar, o meter mano a las chicas el día de la gran sobada.
Ángel Gracia escribe una historia con raíces en sus propias vivencias y
la visualiza con una pavorosa radicalidad sobre las intemperies de la infancia,
sobre los golpes recibidos y sobre las dolorosas e indelebles señales que esos
episodios salvajes dejan en quienes los han sufrido. Con realismo extremado,
sin apenas briznas de romanticismo -“romanticismo nihilista y desesperanzado”
admite el autor-, aunque no carente de humanidad. Un retrato demoledor en el
que se alterna la rutina diaria en el colegio y una excursión al Moncayo, al
mando de dos profesoras que parecen haber surgido del mismo inframundo de
gorilas y orangutanes y de seres enclenques que pierden todas las peleas.
Novela pues de suburbio, con todo el fatalismo envolvente que esa
palabra acarrea, de infancia salvaje y poblada por capos y parias, que nos
sumerge en espantosas situaciones sociales y en despavoridos estados del alma,
que seguramente pervivirán en la edad adulta. Y con un final tan certero como
desesperanzador: como la violencia no es gratuita, también se aprende, las
víctimas del principio acaban siendo verdugos de seres aún más indefensos: los
niños del pueblo y el perro herido y abandonado.
Ángel Gracia hace esta exploración por las intemperies de las infancias
infelices sin ahorrarse eufemismos lingüísticos, tal como puede comprobarse en los
fragmentos que reproduzco. Su prosa reproduce el mismo lenguaje brutal y
descarnado que, en sus batallas y pesadillas cotidianas, emplean estos
linchadores de los más débiles y apocados. Este lenguaje verosímil y el uso de
la segunda persona y del monólogo interior acrecientan la eficacia de esta
novela, un manual para sobrevivir en la infancia cuando esta se convierte en un
infierno.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“Desde tu ventana se ve el Panizo, un
antiguo campo de maíz convertido ahora en un aparcamiento lleno de grava y de
pedruscos, y el Campo Rojo, un descampado lleno de ratas, de escombros, de
electrodomésticos con las tripas fuera, donde jugáis a gol portero y a los
fusilamientos. Aquí solo hay dos tamarices enanos que sirven de portería y un
chopo que nadie toca porque de una de sus ramas se colgó el padre de vuestro
compañero Juanjo el Calvorota.
Desde tu ventana ves pasar el tráfico de
las autopistas a Barcelona y Madrid. Algunos días claros, vislumbras el Moncayo
y sus cumbres nevadas, donde según tu madre nace el cierzo. Cuando ese viento
helador arras La Balsa y la ciudad entera, tu madre dice que el primer soplo,
el primer aliento de ese aire cruel, ha nacido en la cima del Moncayo.”
…..
“Se pinta como una puta, dice el Farute
por lo bajini. Pero si es una momia más vieja que la tana, dice el Bandarras,
querrás decir que es la madre de las putas. Calla, retrasado, que te va a oír, no
hables tan alto, le dice el Farute, eres más tonto que mi culo cuando caga. Las
putas no tienen madre y si la tienen, su madre las echa de casa por putas. Será
la jefa de las putas. El Bandarras se queda muy serio mirando al suelo como si
hubiera visto una cucaracha. No tenéis ni puta idea, dice el Santito. Las putas
que mandan en el puticlub se llaman madame en francés. En Canadá también se
dice así.”
…..
“Todos los años, Castro Castro celebra
el inicio de curso recibiendo una paliza, Cuando salís de clase, el Farute y su
banda, que ya no pueden contener más las ganas de machacarlo con todas sus
fuerzas, acumuladas durante las vacaciones de verano, lo sujetan por los brazos
y le zurran. Hacemos esto por tu bien. Giboso. No eres más que un jorobado. Te
vamos a poner más recto que una vela. (…)
Durante el curso, Castro Castro llega
siempre tarde a la primera clase matinal para que los matones no lo hostiguen
en el patio. La Amargada lo castiga por el retraso y lo pone cara a la pared,
con los brazos en cruz. La banda entera se regocija, aunque no tanto como
cuando le cascan.”
…..
“A por ellas. Por las chavalas. Todos
juntos, a lo bestia.
Las chavales se dividen en potables y no
potables. Buenorras y mazizas hay pocas. Solo la novia del Manta. Las chavalas,
o están muy buenas o son un cardo, no hay punto intermedio. Las chavalas se
dividen en tetudas y planas. Todas sueñan con tener un buen par de melones para
dejar alelados a los tíos. Las chavalas se dividen en culonas y culosplanos, en
jamonas y tísicas. Todas querrían tener un buen pandero para que se lo soben
los tíos.
A
por ellas, a por las chavalas.
El Farute y el Bandarras abren sus
zarpas de gorilas. Los Guaperas se remangan. Todos los chavales babean. El
Santito marea a todos con su parloteo.
Bruslí dice que sí, que a por ellas.
Yuste también. Todos obedecen, están convencidos. Los Maravillas no dicen nada,
son unos retrasados. Tú quieres y no quieres hacerlo.
A por ellas, a por las chavalas. A por
sus tetas, a por sus culos, a por sus chochos. El Farute y su banda dicen que
son todas unas calientapollas, tienen ganas de marcha pero no se atreven a pedirla.
No seas cobardica, ellos lo van a hacer.
Míralos. Si no lo haces te llamarán maricón. Míralas a ellas. Son todas unas
calientapollas. Zorras. Pon tus manos en su cuerpo, mételes mano. Sóbalas.
Ahora, como el Farute. Le está tocando las peras a Cristina, qué ganas tenía.
Los chavales se dividen en sobones y
maricones. ¡No!, grita Martínez. Aparta a los chimpancés a manotazos. Los de la
banda lo empujan y lo golpean con la cabeza. Cae. Mazinger lucha contra el
ejército de brutos mecánicos. El precipucio.”
(Ángel Gracia, Campo Rojo, páginas 23, 63, 138-139,
238-239)
Muy interesante, gracias, este tipo de acoso me parece se vive en todos lados, no nada más en las escuelas, es una tortura reiterada que acaba a veces con la autoestima, hasta tal punto, que a veces se llega hasta de suicidio. Yo felicito al autor, pues creo que este tema es un mal que ataca al mundo y que necesita ser atendido, la violencia es algo que repruebo y me encanta leer temas así, reflexivos y profundos, lástima que no llegue el libro a México, me encantaría leerlo. Felicito tu trabajo Francisco es como siempre, un ejemplo de tu exacto juicio. te dejo un abrazo lleno de admiración, gracias por el honor de leerte.
ResponderEliminarUn interesante análisis de los muchos riesgos que vive la infancia...
ResponderEliminarSaludos
He venido por primera vez a su blog. Me gusta, tanto en su diseño como en lo que escribes. Me apunté como seguidor suyo y lo invito a que venga a mi blog, se apunte de seguidor para quedar enlazados y seguirnos comunicando.
ResponderEliminarUn tema muy duro el de esta novela, en la que hay que estar en un momento de ánimo muy bueno y un juicio equilibrado para leerla.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo con lo que dices sobre el mito de la infancia feliz, y tienes toda la razón al afirmar que en todos los estadios de la vida están esas relaciones de poder incrustadas, disimuladas de la hipocresía colectiva, más de una vez.
La agresión es también una conducta aprendida. En alguna oportunidad escuché a alguien decir que se lo castigaba de niño, entonces él, de adulto medía el amor de acuerdo al grado de daño que hacía al otro, porque de niño quien lo castigaba le decía que a él le dolía más tener que hacerlo por su bien.
Es un tema muy profundo para análisis de profesionales sociales, de la salud mental, etc. Pero mientras tanto, hasta que alguien alguna vez se ocupe, niños y niñas sufrirán esa marca indeleble que deja la violencia ejercida desde la cobardía y la ignorancia.
Aún se da en todos los niveles sociales, cada uno ejerce su fuerza contra el débil de diferentes maneras, tanto niños como niñas, con muchos años en la docencia secundaria, he podido comprobarlo personalmente.
Por los fragmentos veo que la novela endurece su vocabulario para hacer palpitar al lector dentro de un mundo tan cruel como el que muestra.
Como siempre tu análisis nos deja con deseos de saber más sobre el libro.