Amin Maalouf
Traducción de
Santiago Martín Bermúdez
Alianza
Editorial, Madrid, 485 páginas
(Libros de
fondo)
En la víspera de que Alianza Editorial,
el sello editor que ha publicado en España todos los libros de Amin Maalouf,
ponga en el mercado una nueva edición de dos de las obras más emblemáticas del
escritor libanés (Samarcanda, 5ª
edición y Las Escalas de Levante, 4ª
edición), saludo ambas reediciones con un comentario de otro libro importante
de Maalouf, El viaje de Baldasare,
cuya primera edición tanto en el original francés,( Le Périple de Baldassare) como en otros muchos idiomas tuvo lugar
hace ahora quince años.
Amin Maalouf (Beirut, 1949), es sin embargo un escritor francés. Toda su
obra, en efecto, está escrita en francés, y desde junio de 2011 ocupa uno de
los cuarenta sillones de la Academia Francesa. La narrativa de Maalouf amalgama
dos importantes realidades: la cultura oriental y la occidental y la historia
con la ficción. Desde la publicación de su primer libro, León el Africano es uno de los escritores más leídos en todo el
mundo por aquellos lectores interesados en la simbiosis entre Oriente y
Occidente.
El viaje de Baldassare es un libro admirado y en buena medida
embrujador, especialmente si a la
palabra viaje no la privamos de la connotación de “periplo” que tiene en el
original francés. El libro de Maalouf es una hermosa y colosal fábula en la que
la aventura estalla con fuerza, fresca y reluciente, y en la que el lector
perseguirá rutas de tierra y de mar con la misma pasión y perseverancia con las
que el narrador protagonista persigue el libro que, en el año 1666, año
apocalíptico, año de la Bestia (según el Apocalípse el 666 es el número de la
Bestia) revela el centésimo nombre de Dios. Pero teniendo en cuenta que esta es
una novela de aventuras muy especial. La esencia de la misma y la meta
perseguida no son únicamente la superación de espacios, obstáculos y
dificultades que en el libro de Maalouf aparecen de forma muy abundante -lo que
los teóricos de la ciencia literaria denominan “la retórica del acto”-, sino
algo mucho más sutil y profundo y que en la novela aparece tanto de forma
explícita como simbólica.
La reflexión, la constante tensión entre las vivencias interiores del
protagonista y la capacidad que posee Maalouf para reflejar el espíritu del
tiempo en un momento convulso y tensionado por creencias mágicas y las luces
del racionalismo que de alguna manera ya se preanunciaba en la segunda mitad
del siglo XVII, son el gran mérito de esta obra. En cierto sentido, y aunque la
escritura de Maalouf -especialmente en aquellas obras en las que se relatan
historias en primera persona- es mucho más diáfana, El viaje de Baldassare nos recuerda los relatos de Conrad. En
efecto, la aventura, la verdadera aventura,
tampoco la hallaremos en Maalouf, allí donde sería legítimo pensar que
se encuentra: en los acontecimientos exteriores. No en el itinerario que lleva
al protagonista por el mundo entero, superando dificultades, violencias,
peligros, fábulas, amores y engaños, sino en el camino de sus dudas interiores
y en esa permanente sensación de sentirse extranjero en todas las partes, lo
que lo obligará a seguir un periplo en la búsqueda de una minúscula pizca de
seguridad y de felicidad.
En la novela existe ciertamente una historia central, el viaje de
Baldassare Embriaco por Oriente y Occidente a la búsqueda de la salvación a
través del conocimiento del nombre íntimo y definitivo de Dios, salpicada de
múltiples historias secundarias, como la emotiva historia de amor entre
Barinelli y la esclava Liva, la increíble peripecia iluminada y revoltosa de
Sabbatäi delante de los ojos omnímodos de la Sublime Puerta, o el contrabando
de mastic en el Mediterráneo, pero el lector nunca pierde el norte. En primer lugar
por la estructura de la novela en forma de diario, mas sobre todo por la
capacidad del autor de suturar los hilos argumentales secundarios en el hilo
diegético principal, que se corresponde con la aventura interior del
protagonista. Sus perplejidades, la contemplación de su propia angustia en el
espejo del mundo, la tensión que constantemente se produce en su interior entre
el azar / superstición / providencia y la razón. Baldassare maldice la superstición y la credulidad,
pero, al mismo tiempo, se mueve como un muñeco en las manos del azar.
Baldassare es un escéptico muy poco constante tanto en la defensa de la
razón, como en la búsqueda de quimeras. En su mente se le muestra una y otra
vez que la numerología es capaz de sugerir toda clase de cosas sin probar
ninguna. Sin embargo, a lo largo de su periplo, va hallando señales que casi
siempre derramaban desolación, y el personaje acabará arrodillado delante de la
providencia, dejando que otros y la concatenación de los hechos determinen su
propio futuro. Y rindiéndose a la evidencia de que el viaje no es más que una
ilusión y ese centésimo nombre salvífico, un signo invisible.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“Me señaló con el dedo el título en
letras cirílicas, y se puso a recitar con fervor «kniga o vere…», antes de
darse cuenta de que era preciso traducirlo: «El Libro de la Fe una, verdadera y
ortodoxa». Me miró con el rabillo del ojo para comprobar si tal formulación no
me había revuelto mi sangre papista. Pero por dentro estaba yo como por fuera.
Por fuera, la sonrisa amable del comerciante. Por dentro, la sonrisa socarrona
del escéptico.
-Este libro anuncia que el apocalipsis
está allegar.
Me señaló una página, hacia el final.
-Aquí está escrito con todas las letras
que el Anticristo aparecerá, de acuerdo con las Escrituras, en el año del papa
de 1666.
Repitió aquella cifra cuatro o cinco
veces, escamoteando cada vez un poco más el «mil» del comienzo. Después me
observó, esperando mi reacción.
Como todo el mundo, yo había leído el
Apocalipsis de Juan, y me detuve un momento en aquellas frases misteriosas del
capítulo decimotercero: «Que el inteligente calcule la cifra de la Bestia; pues
es la cifra de un hombre. Su cifra es 666.”
…..
“Por desgracia, los rumores sobre la
peste no se han desmentido. Nuestra caravana se ha visto obligada a rodear la
ciudad y alzar la tienda hacia el oeste, en los jardines de Meram. Hay aquí una
multitud, ya que numerosas familias de Konya han huido de la epidemia y se han
refugiado en este lugar, donde sopla un aire sano en medio de unas fuentes.
Llegamos a eso del mediodía, y a pesar
de las circunstancias reina un espíritu…iba a decir «de fiesta»…no, no es de
fiesta, sino de paseo despreocupado y resignado. Por todas partes hay vendedores
de sirope y de zumo de albaricoque, que hacen chocar los vasos que acaban de
enjuagar en las fuentes; por todas partes hay puestos humeantes que atraen,
seducen y encandilan a grandes y pequeños. Pero yo no puedo desviar la mirada
de la ciudad, que está muy cerca, mirar las torres de la muralla, adivinar las
cúpulas y los minaretes. Allá hay otra humareda que sube, que oculta todo, que
lo ensombrece todo. Ese olor no llega hasta nosotros, a Dios gracias, pero lo
olemos con la nariz del alma y nos hiela la sangre. La peste, la humareda de la
muerte. Dejo la pluma para santiguarme. Antes de volver a mi crónica.”
…..
“Aquí
tengo, junto a mí, encima de la mesa, El centésimo nombre…¿He de considerarme privilegiado de poseerlo ahora que termina el año
fatídico? ¿Nos encontraremos realmente en los últimos días del mundo? ¿En los
tres o cuatro días que preceden al Juicio Final? ¿Va a arder el universo para
extinguirse después? ¿Es que las paredes de esta casa van a arrugarse y
retorcerse como un papel en la mano de un gigante? ¿Es que el suelo sobre el
que se alza la ciudad de Génova va a hundirse de pronto bajos nuestros pies, en
medio de aullidos, como en un gigantesco y último temblor de tierra? Y cuando
ese momento llegue, ¿podré todavía coger este libro, abrirlo, encontrar la
página oportuna y ver aparecer súbitamente ante mí en letras fulgentes el
nombre supremo que todavía no he conseguido descifrar?
A decir verdad, no estoy convencido de
nada. Me imagino todas esas cosas, algunas las temo, pero no creo en ninguna.
Durante un año entero he corrido detrás de un libro que ya no deseo. He soñado
con una mujer que ha preferido a un bandido. He emborronado cientos de páginas,
y no me queda nada…Sin embargo, no soy desgraciado. Estoy en Génova, arropado,
soy codiciado y tal vez hasta un poco amado. Miro el mundo y mi propia vida como
un extranjero. Nada deseo, salvo tal vez que el tiempo se detenga el 28 de diciembre
de 1666.”
(Amin Maalouf, El viaje de Baldassare, páginas 17, 100,
473-474)