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jueves, 27 de agosto de 2015

RUMBOS DE LA CRÍTICA LITERARIA





      La palabra “crítica”, al menos en las principales lenguas occidentales, tiene el significado de “examinar, analizar, discernir, evaluar o dictaminar”. La excepción es seguramente el alemán, idioma en el que el término “crítica” arrastra una carga semántica peyorativa o despectiva: evaluar equivaldría a devaluar, y dictaminar, a emitir una condena, lo que dificultó la labor de críticos como Lessing o Marcel Reich-Ranicki que se comprometieron a hacer alegatos a favor de la crítica como institución, defendiéndola y luchando por su reconocimiento, a pesar de que, en opinión de Reich-Ranicki, la crítica alemana “languidece y se consume lentamente”.

   Por mi parte siempre pensé que el crítico, el que es verdaderamente crítico, practica un género de opinión con la finalidad pragmática de orientación del lector. Mediante el empleo de bases e instrumentos de delineación literaria, el crítico orienta su labor crítica hacia la emisión de un juicio orientativo más o menos profundo, claro y explícito que ilustre al lector sobre las bondades o maldades de un determinado producto literario.

   La crítica, como elemento decisivo e imprescindible en cualquier forma de vida intelectual, como apunta Reich-Ranicki; nunca debería de estar en crisis ni ser cuestionada. Entrará en crisis si deja de ser crítica y se convierte en otra cosa. Hace apenas tres meses, la narradora Sara Mesa publicaba un breve artículo en El País  que hace saltar todas las alarmas: “Todo está en crisis, dicen, y la crítica literaria no se salva de la quema. La inmediatez periodística, las reglas del mercado -¡los libros son mercado!-, las condiciones de trabajo -no pagar, o pagar muy poquito-, todo contribuye a que muchos críticos hoy día critiquen sin leer. O más bien, sin leer el texto -el libro-, pero sí lo que viene a llamarse el paratexto -la solapa, la contraportada, la nota de prensa, las entrevistas y las críticas previas- , a ver qué dijeron otros antes, a ver por dónde va la cosa.” Por cierto, algo similar, aunque con una connotación totalmente positiva, escribió Virginia Woof del crítico romántico William Hazlitt: “Es uno de esos raros críticos que han pensado tanto que pueden prescindir de la lectura.”

   En este estado de cosas, me parece oportuno recordar algunas de las funciones o caminos que se le han atribuido a la crítica literaria, o que se le han propuesto como rutas. Así como formas -algunas canónicas, otras no tanto- de practicarla. Un texto de referencia será la obra  Sobre la crítica literaria que Marcel Reich-Ranicki (1920-2013), conocido como el “papa de la crítica alemana”, escribió en 1970, traducida al español y editada el pasado año por la barcelonesa Editorial Elba. Los juicios de Reich-Ranicki como crítico  eran temidos por editores y escritores, entre ellos Günther Grass, Martin Walser o Peter Handke.                                                                          


   Comienzo por los llamados por Reich-Ranicki “los domingueros de la crítica”, es decir, la crítica sumamente benevolente. Reseñas o comentarios que aparecen, por lo general, en los suplementos de fin de semana y en ellas  sus autores se dedican a describir elogiosamente las obras de sus amigos o colegas, o las de las editoriales con las que tienen una especial relación, cayendo en la sobrevaloración desmedida y en la impertinencia del elogio inmerecido. Ya en 1755 detectó este tipo de crítica Christopher Friedrich Nicolai: “Los errores de la crítica -escribía- no han sido ni de lejos tan dañinos como los elogios que se prodigan los autores entre ellos”. Lo haría más tarde Robert Musil  que en 1933 se quejaba de que se ha dejado la crítica de libros en manos de gran parte de literatos que se elogian entre sí. “Sociedades de elogios mutuos”, llamaba a este tipo de crítica Kurt Tucholsky. Y similar es la tesis de Georg Lukács: “En general para el escritor una «buena» crítica es aquella que lo elogia a él o censura a sus rivales; una «mala» crítica, la que reprocha algo a él o favorece a sus rivales”. No todo el mundo, sin embargo, está de acuerdo  con la falta de objetividad profesional de un escritor a la hora de ejercer cómo crítico. Menciono, por ejemplo, a un prestigioso crítico español, Robert Saladrigas, cuya opinión reproduzco en uno de los fragmentos conclusivos.

   En el polo opuesto, al menos en términos lingüísticos, si situaría la llamada crítica negativa, cuyo representante más emblemático es precisamente Marcel Reich-Ranicki, aunque la legitimidad de tal postura a la hora de criticar libros ya fue defendida entre otros por C. F. Nicolai, Goethe o  Friedrich Schelegel: “La crítica es el arte de matar en la literatura lo que vive solo en apariencia”.  Es verdad que las críticas de Reich-Ranicki destrozaron a algunos libros, El tambor de hojalata de Günter Grass entre otros. El judío polaco, crítico de cabecera del Frankfurter Allgemeine Zeitung, escribía en realidad y como norma general críticas ponderadas, con un marchamo individual y subjetivo, como cualquier otro crítico, pero no ocultaba la obligación del crítico, y él la ponía en práctica,  de “diagnosticar epidemias y expedir partidas de defunción”. Y en efecto, muchas de sus críticas fueron demoledoras, pero otras muchas, elogiosas, entre ellas a un libro de Günter Grass, Encuentro en Talgte (1979). Reich-Ranicki creía en la misión profiláctica de la crítica y para ello comenzó a criticar libros diciéndole a la gente de forma simple y llana lo que pensaba de un determinado libro. No obstante, en la elevación de su gusto subjetivo a un juicio de valor estético, nunca cupieron  ni el varapalo gratuito, ni la ambigüedad elusiva, ni las reseñas abstractas, ni tampoco la cortesía ecuménica.

   
                                                     


 Otro de los rumbos que marcan las rutas de algunos críticos, es el comentario contracanónico o desacralizador, que está tomando carta de naturaleza en nuestros días. Vienen a mi mente el libro de Frédéric Beigbeder, Último inventario antes de liquilación y el más reciente, Libros peligrosos de Juan Tallón. F. Beigbeder comenta de una forma personal, libre y desacralizada, frecuentemente con frivolidad, inconsecuencias y humor (“para superar el efecto intimidatorio que producen las grandes obras de arte”) los cincuenta libros del siglo XX escogidos por los lectores de Le Monde y FNAC. Quizás obras maestras, pero que, a su juicio, odian ser respetadas, prefieren vivir, es decir, “ser leídas, machacadas, contestadas, manoseadas.” Mucho más inteligentes, aunque no exentas de una mirada cínica y a veces un poco golfante, son las cien reseñas que Juan Tallón hace de otros tantos libros. Comentarios muy lúcidos, más también desacralizados, desenfadados, escritos con mucha chispa, mas también con rigor, que tienen la virtud de poder encerrar en una sola línea o en un par de ellas la esencia de una obra (“La escritura de Carver transita por pasadizos inciertos y hábilmente accidentados”, “Cada comienzo de sus relatos es una invitación a temblar” -escribe sobre Catedral de Raymond Carver, una misa para muchos.)

   Y entre unos y otros nos situamos aquellos que estamos unidos por el común denominador de pretender ser intermediarios entre el libro y los lectores, ofreciendo nuestro punto de vista, juicios siempre subjetivos, huyendo a la vez del ajuste de cuentas y del slogan que se puede apreciar en solapas, contraportadas o bandas con las que las casas editoras pretenden ganar lectores. Los textos de Fernando Aramburu y Armando Requeixo que reproduzco, señalarían esos rumbos.


Francisco Martínez Bouzas


Textos


“Detesto las normas, los cánones y los consejos vengan de donde vengan. ¿Quién los dicta, desde qué pretendida altura y con qué propósito? Lo que es útil para uno puede no serlo para otro. ¿Qué tiene en común Updike con Edagar Allan Poe, con Foster o con Coetzee? Cada uno representa un concepto distinto de la estética literaria. En el mundo del arte no hay reglas. Por fortuna es un espacio de libertad que es, o debería ser, de libertad absoluta. Por otro lado, no creo en el mito de la objetividad. ¿Desde cuándo he de ser objetivo ante una tela de Matisse o leyendo e intentando desentrañar los significados de un poema de Verlaine? Y ¿quién mejor que un escritor para intentar, eso sí, mediante un ejercicio de honestidad, entender las claves de otro escritor?”

(Robert Saladrigas, Entrevista concedida al diario Público, 26 de octubre de 2013)

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Ignacio Echeverría

“¿Cómo han reaccionado sus amigos ante críticas demoledoras?

Nunca reaccionan bien. Dependiendo de la categoría humana del escritor, hay quien se lo toma con deportividad y hay quien no te lo perdona. En este sentido, el plano en el que resulta más difícil sostener la independencia del crítico es personal. Un crítico, al fin y al cabo, es un tipo que circula en el medio literario, que es pequeño. Si eres crítico, hay cierta apuesta por la misantropía. Cyril Connolly, en Enemigos de la promesa, lo formula muy bien. Un crítico solo puede serlo hasta los treinta y pico años porque, a partir de entonces, el tejido de las relaciones que tiene en el mundo literario le impiden ejercer su independencia, ya no por un problema intelectual sino por un problema moral y afectivo. Pero creo que eso se puede sostener, todo depende de habilidades propias.”

(Igancio Echeverría, Entevista concedida al diario Público, 22 de noviembre de 2012)



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Quien se pronuncia públicamente sobre el trabajo de otros y no lo encuentra todo bello y bueno provoca que otros se froten las manos, pero de inmediato levanta la sospecha de ser un tipo malicioso que se deleita en enmendar la plana a sus congéneres.

En todas partes, es decir, también allí donde se reconoce plenamente la importancia de la crítica y se ve en ella un elemento decisivo de cualquier forma de vida intelectual, se la trata con cierta susceptibilidad, con un malestar más o menos encubierto; la relación con aquellos que critican o que incluso han hecho de la crítica su oficio no está en ninguna parte exenta de resentimiento y desconfianza. «Porque, del mismo modo que, para convertirse en un autentico mendigo, el más rico de los aspirantes deberá desprenderse de hasta el último centavo, así nadie podrá tampoco iniciarse como un autentico critico si no dilapida antes todas las buenas cualidades de su espíritu; lo cual, tal vez, aun por un precio menor, podría considerarse una mala inversión», afirmó Jonathan Swift en torno al año 1700.»

(Marcel Reich-Ranicki, Sobre la crítica literaria, Editorial Elba, Epílogo de Ignacio Echeverría, Barcelona, 2014, 144 páginas)



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“¡Basta ya de purismos! Sólo cuatro letras separan esta palabra del puritanismo. Aunque sepamos que en arte la competición no existe («Lo hermoso no devora lo hermoso. Ni los lobos ni las obras maestras se devoran entre sí», Victor Hugo dixit) nada nos impide divertirnos un poco clasificando, comparando, enfrentando entre sí a algunos genios que, en vida, se declararon frecuentemente la guerra. Un crítico es un lector como los demás: cuando da su opinión, favorable o desfavorable, sólo se representa a sí mismo, y ni siquiera eso, sólo a una de sus múltiples facetas contradictorias.”
(Frédéric Beigbeder, ¨Último inventario antes de liquidación, Editorial Anagrama, Barcelona, 2002, página 13)

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“Hace tiempo, José Martí Gómez me preguntó delante de cincuenta personas, por redondear, si los escritores éramos todos gilipollas. Ni siquiera dijo «casi todos», para salvarme. Me cogió en calzoncillos, y me derrumbé entre la multitud. Confesé que, si no todos, al menos en mi caso se podía afirmar que sí. Lo era. En cierto sentido es importante ser un poco gilipollas y creerse el mejor escritor del mundo, aunque  esa categoría no existe. Necesitas, muchas veces, perseguir sombras para llegar a algún lugar. Esa fe y constancia en tus sueños pueden ayudarte a alcanzar los puestos del medio. No es poco.”
(Juan Tallón, Libros peligrosos, Larousse Editorial, Barcelona, 2014, página 12)

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Fernando Aramburu

“Merece algo más que aplauso, merece agradecimiento el crítico que hace apetecible las obras valiosas; aquel que no se limita a descifrarlas con adusta terminología de profesor, sino que se toma la molestia de transmitir entusiasmo, humanizando generosamente sus textos críticos por la vía de exponer una parte de su condición de lector sensible; aquel, pues, que explica con precisión y claridad las razones por las que considera que una obra determinada repercute positivamente en él. Nada de lo cual es compatible con eslóganes del tipo: «lean sin falta la novela, no se la pierdan» y demás clichés del redactor de reseñas metido a mercader. Ni con la dejación intelectual de quien, para ponderar la calidad de un autor, menosprecia a otros. Ni con el lanzamiento de cohetes artificiales del tipo: «el mejor de su generación, el más grande de su época» y demás hipérboles de improbable demostración que, además, contribuyen a difundir y fijar los tópicos.”
(Fernando Aramburu, “Crítica de la crítica”, artículo publicado en el periódico El País el 13 de julio de 2013).

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“El crítico literario es un lector autorizado, que tiene una competencia lectora superior que proviene de su experiencia y / o conocimientos técnicos en la materia. Su visión del texto literario se sirve de elementos de descripción científico-literaria pero puestos al servicio de la emisión de un juicio de valor, de una valoración más o menos subjetiva del texto. La suya es, por lo tanto, una crítica inmediata, una crítica pública cuya misión es, fundamentalmente, la de informar y analizar panorámicamente, pero también la de valorar -con argumentos y justificación, por supuesto- los textos a los que se refiere, pues en la orientación del potencial público reside buena parte de su razón de ser.”

(Armando Requeixo, Tradución de un párrafo del trabajo “Crítica literaria galega: problemática y actitudes”, publicado en la revista Grial, octubre-diciembre, 2005, páginas 123-127)

3 comentarios:

  1. Creo que has dado una excelente paráfrasis de lo que es un crítico y hacia dónde se destina su trabajo. Que a veces los escritores no damos por bienvenida esa crítica, eso como dice Igancio Echeverría es cuestión de la calidad humana del escritor. Hay quien reacciona bien y otros se desmoralizarán hasta ver nulos sus sueños. Yo te dejaré como escritora dos frases:
    1-Si no llego a conquistar al crítico, es porque no estoy llegando a apresar al lector, que a fin de cuentas, es para el que escribo.
    2-El escritor que es humilde ante una opinión y vence los hilos del ego, lo lleva a lograr la palabra perfecta.
    Un gusto leerte, abrazos de luz.

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  2. Una gran exposición sobre las distintas maneras de hacer una crítica....

    Saludos

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  3. He leído con suma atención todo lo que has dicho tú y los demás críticos a quienes citas.
    Y de todo lo que he visto, me quedo con la explicación que das en tu segundo párrafo, es lo que siempre he pensado, precisamente, lo que haces tú cuando nos hablas de un libro.
    Personalmente nunca he comprado o dejado de comprar un libro por lo que diga la crítica. Jamás. Pero me sirven algunas como la tuya para guiarme si el tema que trata puede interesarme o puede servirme de consulta para lo que yo escribo. Por esto es que quizá este comentario será el que tenga menos que decir, por ser yo, parte interesada en la materia.
    Creo que lo que tú haces, (sin querer arrojar flores) y algunos otros críticos que he leído de gente que conozco en otros blogs, son honestos y que siempre van dirigidos, como bien lo explicas, a guiar al lector.
    No creo en la objetividad, se puede tratar de dejar la subjetividad a un lado, pero siempre estará ahí, sería como querer deshacerse de nuestra propia sombra.
    Todo este contenido que acabo de leer me recuerda que las palabras tienen vida propia, algunas juzgan, otras, combaten, otras juegan, etc. y me viene a la memoria este fragmento de un escrito cuyo título es "MERECER" "... ¿Quién puede blandir la palabra: merecer, sin hacer gala de una soberbia implacable? ¿Quién puede arrojar semejante juicio con la omnipotencia del necio? ¿Desde qué arrabal de la arrogancia se esgrime semejante puñal? "
    Para mí esa palabra tiene mucho que ver con la opinión de algunos críticos Sobre todo, aquellos que hablan de lo que no han leído. Creo que como en todas las profesiones los hay honestos y los que no.
    Seguiré pensando que el trabajo del crítico, es como bien dices, una guía hacia los caminos literarios para quien hace de la lectura, su propia vida.
    Y como cuento con la impunidad de haber vivido tantísimos años y siempre, siempre leyendo, ten por seguro que coincido plenamente con lo que tú expones, de lo contrario, no lo diría.
    Me ha parecido éste un muy buen trabajo y supongo que debe haber sido también muy difícil de realizarlo.
    Hablar de sus pares, es un sendero casi intransitable.
    Un abrazo.

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