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miércoles, 19 de agosto de 2015

BAJO EL ENGRANAJE DEL PODER BUROCRÁTICO Y TOTALIZADOR



  Primera edición en español, Editorial Losada (1939)

El proceso

Franz Kafka

Editorial Losada, Buenos Aires, 1939 (1ª edición), 268 páginas

(Libros de fondo)



   El proceso (título original alemán, Der Prozess) es una novela inacabada de Franz Kafka, publicada de manera póstuma en 1925 por Max Brod, basándose en el manuscrito inconcluso de Kafka. Es sin duda una de las obras de la literatura universal que ha logrado más traducciones y ediciones en la mayoría de los idiomas de todo el mundo. La portada de El proceso que aparece en este comentario está tomada de la mítica primera edición de la bonaerense Editorial Losada del año 1939, hoy muy difícil de encontrar.

   La redacción de El proceso data de 1914, coincidiendo con los primeros meses de la Gran Guerra, cuando todavía no se presentía el terrible caos ni el mundo de los campos de exterminio nazis, a los que serían conducidas las hermanas del autor. Estamos, eso sí en la cumbre de la “era de la burocracia”, la misma en la que Franz Kafka desenrollaría un papel destacado como inspector de una entidad de seguros de accidentes que lo obligará a redactar una infinidad de informes sobre medidas preventivas. En la redacción de los mismos, este “judío de excepción”, se familiarizó con un mundo regido por los burócratas y con ese estilo que le es propio: exacto, conciso, muy ramificado no obstante, pero al mismo tiempo construido  con un léxico muy limitado.

   Nace así El proceso, una pieza narrativa cuya lectura nos sumerge en una de las experiencias más extraordinarias por su complejidad e intensidad. No, en cambio, porque su autor, a pesar del carácter “kafkiano” de El proceso se hubiese propuesto envolver la realidad en el misterio, mistificándola, sino justamente  porque fue capaz de penetrar en la esencia y escritura de la misma con tanta profundidad que “existen pocos escritores -como escribió H. Luckas- que hayan representado con tanta fuerza como Kafka la originalidad y la elementalidad de la concepción y representación de este mundo y el asombro ante lo que jamás ha existido”.

   El proceso forma parte del legado póstumo de Kafka, consistente en no más de quinientas páginas, que tendrían que haber sido destruidas por su amigo y testamentario, Max Brod. Porque Kafka las veía como piezas incompletas, a medio hacer. Las vicisitudes de Josef K., detenido y juzgado sin que nadie le diga de qué lo acusan, y por un código penal que resulta ser un libro pornográfico, pueden ser interpretadas, como de hecho se hizo en más de una edición, en clave biográfica y social. En efecto, el protagonista de El proceso, más que símbolo de una absurda tragedia, preanuncia muchos de los conflictos del hombre contemporáneo, víctima de los engranajes del poder burocrático y totalitario. Sin embargo, también es posible otra interpretación: considerar la novela como el fruto de la lógica de los sueños. Tanto el protagonista de El proceso como el de La metamorfosis abren los ojos en la cama, al iniciar sus relatos, y nunca llegaremos a saber si despiertan de verdad o siguen sumergidos en el sueño, amalgamando así las narraciones lo onírico con lo real. Hasta que mueren en la desmesura de esa ambigüedad.

Der Process, primera edición, 1925
   Mas este Kafka profundamente perturbador, que desenvuelve “ad absurdum” una hipótesis o una idea, deja paso con frecuencia al escritor ingenioso, hiperbólico, humorista y más socarrón que turbador. El mismo autor se partía de risa cuando les dio a conocer a sus amigos el primer capítulo de la novela. La misma necesidad emerge en nosotros cuando leemos algunos capítulos de la obra, por ejemplo aquel en el que hace una caricatura de la justicia, a la que describe como una jungla en la que se hunde el procesado, sin saber de qué es acusado, ni dónde se halla su expediente, entre un numeroso grupo de abogados y jueces. En el mismo capítulo, un pintor le explica a Josp K. que solamente podemos aspirara una absolución aparente, jamás a la absolución real que solo puede ser otorgada por un supremo tribunal, inaccesible a todos, y del que nadie sabe ni quiere saber nada. Un proceso, pues, que resulta ser increíblemente inofensivo comparado con los procesos y condenas de la vida real, que no se hallan gobernados por el signo del absurdo, sino por el odio y las ojerizas más ensañadas.

   El estilo conciso, exacto, equilibrado de Kafka, con ciertas concesiones a una ironía contenida, avanza en El proceso sin que se corresponda con una verdadera progresión dramática, sino con una sencilla acumulación de escenas y episodios. Un eje conductor que se alimenta en una “reflexión interminable”, sin necesidad de un verdadero final, convierte a esta novela en un testimonio desesperado de la absoluta deshumanización del mundo histórico que le tocó vivir a Franz Kafka, como mantiene alguno de sus más reputados intérpretes.



Francisco Martínez Bouzas



                                                      
Franz Kafka

Fragmentos



“Era un largo pasillo al que se abrían algunas puertas toscamente construidas que daban paso a las oficinas instaladas en el piso. Aunque en el pasillo no había ventanas por donde entrara directamente la luz, no estaba completamente a oscuras, porque algunas oficinas, en lugar de presentar un tabique que las separara del corredor, tenían enrejados de madera que llegaban hasta el techo, a través de los cuales se filtraba un poco de luz, y podía verse a unos cuantos funcionarios, que escribían sentados a una mesa o que, de pie junto al enrejado, miraban por sus intersticios a la gente que pasaba por el corredor. En el pasillo no se veía a muchas personas a causa, seguramente, de que era domingo. Todas tenían un aspecto muy decente y estaban sentadas a intervalos a lo largo de una fila de bancos de madera dispuestos a ambos lados del corredor. Había dejadez en el vestir de aquellos hombres, aunque a juzgar por su fisonomía, sus maneras, su corte de barba y otros pequeños detalles imponderables, pertenecían obviamente a las clases mas altas de la sociedad. Como en el corredor no existían perchas, habían dejado sus sombreros sobre los bancos, siguiendo posiblemente cada uno de ellos el ejemplo de los otros. Cuando los que estaban sentados cerca de la puerta vieron venir a K. y al ujier, se pusieron de pié cortésmente, visto lo cual sus vecinos se creyeron obligados a imitarles, de modo que todos se levantaban a medida que pasaban los dos hombres. Pero ninguno de ellos se ponía derecho del todo, pues quedaban con las espaldas inclinadas y las rodillas dobladas dando la sensación de ser mendigos callejeros."



…..



“Intentaré ser honesto con usted, dijo K. No te engañes, dijo el sacerdote. ¿En qué podría engañarme?, preguntó K. Te engañas en lo que se refiere al tribunal, dijo el sacerdote, en la introducción a la Ley se ha escrito sobre este engaño: "Ante la Ley hay un guardián que protege la puerta de entrada. Un hombre que viene del campo que se acerca a él y le pide permiso para acceder a la Ley. Pero el guardián dice que en ese momento no le puede permitir la entrada. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde podrá entrar. "Es posible" responde el guardián, "pero no ahora". Como la puerta de acceso a la Ley permanece abierta, como siempre, y el guardián se halla a un lado, el hombre se inclina para mirar a través del umbral y ver de ésta manera qué hay en el interior. Cuando el guardián advierte su intención, ríe y dice; "Si tanto te tienta, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero ten en cuenta que soy poderoso y que, además, soy el guardián más insignificante. Ante cada una de las salas permanece un guardián, cada uno más poderoso que el otro. La mirada del tercero ya resulta para mí insoportable". El hombre procedente del campo no había imaginado tantas dificultades. La Ley, piensa, debe ser accesible a todos y en todo momento, pero al considerar ahora con más exactitud al guardián, cubierto con su abrigo de piel, al observar su enorme y prolongada nariz, la barba negra, fina, larga, tártara, decide que es mejor esperar hasta que reciba el permiso para entrar. El guardián le da un banquillo y deja que tome asiento a uno de los lados de la puerta. Allí se queda sentado días y años. Hace muchos intentos para que le permitan entrar y agota al guardián con sus súplicas. El guardián lo somete frecuentemente a cortos interrogatorios, le pregunta de su hogar y de otras cosas, pero son preguntas indiferentes, como las que hacen los grandes señores, y al final siempre repetía que aún no podía permitirle la entrada. El hombre, que estaba muy bien provisto para el viaje, utiliza todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Éste lo acepta todo, pero al mismo tiempo le repite: "Sólo lo acepto para que no creas que has omitido algo". Durante todos los años que permaneció allí, el hombre observó al guardián de forma casi ininterrumpida. Se olvidó de los otros guardianes y éste le terminó pareciendo el único impedimento para tener acceso a la Ley. Los primeros años maldijo la desgraciada casualidad, más tarde, ya envejecido, sólo murmuraba para sí en un rincón. Finalmente se vuelve senil, y como se ha sometido durante tantos años al guardián en una larga contemplación, termina por conocer a una de las pulgas que habita en el cuello del abrigo de piel del guardián, por lo que solicita a la pulga que le ayude a cambiar la opinión del guardián. Por último, su vista, ya débil, no sabe reconocer si oscurece a su alrededor o si son sólo sus ojos los que lo engañan. Pero ahora advierte en la oscuridad un brillo que irrumpe indeleble a través de la puerta de la Ley. Ya no vivirá mucho más. Antes de su muerte se concentran en su mente todas las experiencias pasadas, que toman forma en una sola pregunta que hasta ahora no había hecho al guardián. Entonces le guiña un ojo, pues ya no puede mover su cuerpo entumecido. El guardián tiene que agacharse mucho porque la diferencia de tamaños ha variado en perjuicio del hombre de la provincia. «¿Qué quieres saber ahora?» pregunta el guardián, «eres insaciable». «Si todos buscan la Ley», dice el hombre, «¿Cómo es posible que durante todos estos años, sólo yo haya solicitado la entrada». El guardián comprende que el hombre se encuentra en sus últimos instantes de vida y, para que su débil oído pueda percibirlo, le grita: «Ningún otro podía haber recibido permiso para entrar por esta puerta, pues está entrada estaba reservada sólo para ti. Me iré ahora y la cerraré»”. 


(Franz Kafka, El proceso, sin paginación debido a las numerosas ediciones)

3 comentarios:

  1. Siempre tan interesantes tus comentarios, hoy más que nunca en una obra de obras como es ésta, la de Kafka. No creo en casualidades, pero no es éste el espacio para ponerme a dilucidarlas, sólo contaré que estoy leyendo un libro de autor nuevo en el que el narrador se encuentra con Gregorio Samsa, un bicho desde el que se comunica con Kafka en el infierno.
    Te refieres a lo difícil de encontrar una edición de Losada, editorial con una larga e interesante historia en la Argentina. Yo todavía conservo el libro en el que leí El proceso por primera vez y es de otra editorial que se abrió en 1966 bajo la dictadura de Onganía: Centro Editor de América Latina, editorial vista con malos ojos por los gobiernos militares. Y yo lo leí por primera vez en la década de los '70, bajo otro gobierno militar llamado paradojalmente: PROCESO Militar de Reorganización Nacional. Eran épocas en que no sólo había que tener cuidado con el autor que se leía sino además con la editorial de la que comprábamos los libros.
    Sí, recuerdo todavía mi primera impresión al leerlo, era como si alguien pusiera en letras el horror silencioso interno que se vivía aquí por entonces.
    Los argentinos y el resto de América Latina estábamos viviendo bajo un poder totalitario, y lo que le sucede al protagonista lo sentíamos en carne propia, ser llevado sin saber por qué, ni dónde, ni por quién, ni para qué. Vivir esperando al juez, simbolizaba para nosotros vivir esperando la libertad, la democracia, (buena o mala) ya es harina de otro costal, pero en tiempos tan crueles se la espera sin juzgarla. Recuerdo todavía la última página del libro, la forma en que me impresionó la injusticia, la impunidad del poder en manos de los "burros", la indefensión del ciudadano común, etc.
    Nosotros lo estábamos viviendo muy de cerca todo eso.
    La maravilla de esta historia es el hecho como dices la cantidad de interpretaciones que tuvo y tiene aún. Ante la burocracia que infecta al mundo, en especial en mi país, una burocracia heredada de la colonia y que no ha cambiado más que en su forma pero no, en su fondo. Siempre pienso que Kafka debe haber tenido algo de sangre argentina.
    Se me ocurre también la lectura de una interpretación quizá un subtema, como es el de la robotización del ser humano, cuando cada uno deja el sombrero en el lugar que ocupa, y al ponerse de pie uno, todos los demás lo hacen.
    El guardián en la puerta como si hablara del Cerbero que guarda la puerta del Hades, y cada uno tiene más poder que el otro, recuerdo aquí a Heracles tratando entrar en el Hades y sólo lo logra con el poderoso Hermes que se impone sobre Coronte. Algo así, parecido al inframundo era lo que aquí se estaba viviendo en el más terrorífico de los silencios.
    Perdón, pero cada vez que hago una relectura de El proceso, me parece imposible encontrar un adjetivo, pues está siempre construyendo el futuro en el que se vive, es como si Kafka siguiera siendo parte de este universo y cada vez que se lo lee, hablara del presente de ese futuro que se repite una y otra vez.
    Una vez más gracias por compartirnos este trabajo.

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  2. Es un honor recibir en mis modestas reseñas comentarios como estos. Especialmente el de Norma Aristeguy, que contextualiza con oportuna precisión la novela de Kafka con los procesos represivos de los gobiernos militares en Argentina. Seguramente que los represores militares de tu país no jusgaban a los encarcelados y torturados por un código que era un libro pornográfico, como a a K. el protagonista de la novela kafkiana, sino por códigos resultado del capricho y de una inaudita crueldad. La crueldad del hombre para el hombre. Gracias una vez más por tan inteligente y portuno comentario.

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