Eduardo Blanco
Amor
Traducción del
mismo autor
Epílogo de
Manuel Rivas
Mar Maior (sello
de Editorial Galaxia), Vigo, 2015, 137 páginas
En veinticuatro horas de narración
inexorable Eduardo Blanco Amor (Ourense, 1897 – Vigo, 1979) le ofrece al lector
no solo una de las grandes novelas de la literatura gallega, sino una importante pieza literaria de todos los
sistemas literarios. No me cabe duda de que si esas contingencias de los gustos
personales de Harold Bloom hubieran catado la literatura periférica gallega,
como hizo con la catalana, Eduardo Blanco Amor y su novela A esmorga habrían figurado en ese “catálogo de libros preceptivos”
que es su Canon occidental. Pero al margen de listas canónicas, es indudable
que A esmorga, por su valor estético y
su originalidad, merece la condición de obra literaria universal en el espacio y
en el tiempo. Si le hacemos caso al crítico norteamericano, A esmorga por su poderosa originalidad
literaria se convierte en canónica.
A esmorga (La parranda en español) es la primera
novela de Eduardo Blanco Amor. Novela escrita en plena madurez y publicada en
1959 en Buenos Aires, porque la censura franquista no autorizó su publicación,
calificándola de “Burda novela corta en gallego, en la que se narran las
aventuras y desventuras de tres borrachos. En lenguaje a menudo soez se mezclan
los diálogos de estos tristes personajes con escenas de burdel y recuerdo de
aventuras. No debe autorizarse”. En 1970 apareció la primera edición publicada
en Galicia con un informe de la censura igualmente negativo, pero esta vez por
razones políticas, y con la mutilación de las frases finales en las que se
alude a la Guardia Civil. La sombría tonalidad trágica y la marcha nupcial
suicida sirven de reflejo, como se ha escrito, de la sucesión de
autodestrucciones vividas por el propio escritor en un tiempo intolerante con
cualquier oposición antifranquista y con las condiciones sexuales
“antisociales” de “vagos y maleantes” como las consideraban las leyes
represoras de la dictadura franquista. Pero, pese a su publicación mutilada,
con A esmorga funcionó la maquinaria
de la ocultación (Manuel Rivas, “Por navegar al desvío”, epílogo de esta
edición). También de absoluta condena: todavía en el año 1986 un miembro del
Opus Dei que firma con las iniciales J.C. califica a la novela de absolutamente
negativa y la priva de cualquier valor literario debido a la total ausencia de
cualidades humanas y valores del espíritu, por la condición de degenerados de
sus personajes (el Bocas es violador y el Milhombres, homosexual).
La novela se inicia con un paratexto (“Documentación”) en el que el
autor da cuenta de cómo llegó a obtener información sobre los acontecimientos
que se dispone a narrar, que habían sucedido hacía noventa años. Y a
continuación en cinco capítulos transcribe las declaraciones que Cibrán,
conocido también como el Castizo, realiza ante un juez, referentes a la
itinerancia parrandera por diversos escenarios urbanos y suburbanos de la
ciudad de Auria, claro trasunto literario de la ciudad gallega de Ourense, de
tres “esmorgantes” (parranderos), desde su encuentro casual con los otros dos
(Eladio Vilarchao, alias el Milhombres y Juan Fariña, alias el Bocas), hasta su
detención y tortura por la Guardia Civil, tras el asesinato de Bocas por Milhombres y la posterior muerte de
este. Veinticuatro horas de juerga y borrachera.
La acción y la posterior tragedia vienen desencadenadas por el encuentro
de Cibrán, un mozo soltero que tiene una amante prostituta, la Rajada, y un
hijo con ella, que de camino al trabajo de picapedrero, en la madrugada de un
lunes lluvioso se encuentra con el Bocas y el Milhombres, parranderos
habituales y ya bebidos. Convencen a Cibrán para que les acompañe y este, ante
la lluvia copiosa y a pesar de su mala conciencia y de las promesas de
formalizar su vida que le había hecho a la Rajada, les acompaña. Comienza
entonces la auténtica parranda, un frenesí de aguardiente, sexo, violencia y
muerte. Otro breve paratexto epilogal informa al lector de la muerte de Cibrán,
el relator, tras hundirse la navaja de autos entre las costillas, aunque añade
el escritor que nunca quedó claro si murió de la cuchillada o de los culatazos
que le atizaron los guardias de la Benemérita que lo custodiaban.
La novela se estructura, como ya quedó señalado, en cinco capítulos que
recogen de forma lineal las declaraciones de Cibrán ante un juez “ausente”,
cuyas intervenciones no se registran (aparece definido por un guión y una línea
en blanco). Por eso mismo se ha calificado de “técnica telefónica” la empleada
por esta novela, quizás por un afán de verosimilitud que impedirían al juez
hablar en gallego, un idioma despreciable para la justicia, o incluso para
poner de relieve el distanciamiento y la falta de comunicación de la misma que
solo condena.
Los protagonistas son los tres “esmorgantes”, más el juez mudo y un gran
número de actantes secundarios (arrieros, un alquitarero, tratantes de ganado,
un hidalgo, los criados del pazo, los taberneros y personas que frecuentan esos
locales, prostitutas, dementes, señoritas de pega, un ciego, chabolistas, la
pobre loca Socorrito con la que el Bocas consuma a la fuerza su obsesión de
estar con una mujer que no fuera puta). En su conjunto, estos personajes completan
un perfecto friso de una ciudad gallega de la época en la que suceden los
hechos narrados, aunque predomina la gente del pueblo, los marginados, entre
los que se encuentran los tres parranderos.
El espacio narrativo es la ciudad de Ourense, con escenarios
cambiantes continuamente. Las plazas,
calles, fuentes, iglesias, mesones, tabernas y prostíbulos de Auria por los que
transitan en su itinerancia los protagonistas principales. No resulta difícil
diferenciar los dos tiempos que se alternan en la novela. El tiempo de la
historia, es decir la sucesión de acontecimientos en los que se ven inmersos
los parranderos: desde el amanecer de un lunes hasta el mismo momento del día
siguiente. Y el tiempo del relato que comprende los diferentes momentos en los
que Cibrán presenta su declaración. Gran relevancia tiene en el relato el
tiempo físico o atmosférico: una situación climatológica de intenso frío,
heladas y sobre todo lluvia constante. En el relato de Cibrán, la lluvia
persistente es un elemento opresivo que lo convierte en un juguete en manos de
sus compinches y diluye sus propósitos de regeneración mediante el trabajo que
parecen arrastrados por la lluvia hasta el Campo de las Mulas, el esperpéntico
y podrido basurero de la ciudad donde concluye el viaje a los infiernos de los
tres marginados.
Eduardo Blanco Amor |
A esmorga es la primera novela
gallega que aborda sin eufemismos la temática de la homosexualidad. En las
declaraciones de Cibrán incluso por sus motes (Maricallas, Docesayas…) el Milhombres
aparece caracterizado como homosexual. Homosexualidad expresada con frecuencia
de forma violenta y sadomasoquista. También sin medias palabras se trata el
tema de la prostitución: no solo la mujer de Cibrán había ejercido la
prostitución, sino que buena parte de la acción está ambientada en prostíbulos.
Blanco Amor emplea en la novela una lengua popular, justificada por la
condición social de sus personajes y por la ambientación de la acción en los
bajos fondos. Ese sello y tonalidad popular que han llevado a asociar A esmorga con la novela picaresca, se
conservan en la excelente traducción al español efectuada por el mismo escritor
que hace hablar a su narrador-focalizador en un castellano castrapo, propio de
los marginados gallegos y de la gente humilde.
Novela muy rica, polisémica, que posibilita distintas lecturas, todas
ellas justificadas, en especial las que se pueden hacer desde claves
existenciales. Narración veloz, con tensión ascendente y un desenlace
inexorable. Todo ello hacen de A esmorga
una novela revolucionaria para su tiempo y que en la actualidad sigue conservando toda su fuerza. Heterodoxa
sí, pero preñada de literatura.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“Sí, señor, sí, los mismos, los
interfectos, como usté me enseña, o séase Juan Fariña y Eladio Vilarchao, que
vienen a ser el Bocas y el Milhombres por sus motes, que es como todos nos
conocemos aquí y nadie se ofende, porque Juan y Eladio pueden ser cualquiera,
pero el Bocas y el Milhombres solo pueden ser los que son; de la misma manera que
yo soy Cipriano Canedo, para servir a usté, y me llaman Cibrán o el Castizo,
como usté guste, pues mi padre tenía un castizo o parador para servir cerdas,
perdonando la palabra; y cuando era más pequeño me llamaban el Sietelenguas
porque hablaba mucho, que aún dicen que no lo hago mal, y también el
Gorropodre, porque de muchacho tuve la tiña, que me duró hasta mozo y andaba
con la boina muy apegada…
-No, señor, no; solo era para que usté
me entendiese bien, pues ya me voy dando
cuenta de que usía no es de aquí…”
…..
“La Viguesa miraba para semejante
animal, sin apartarse de él, como si no se cansase de verlo, como si lo fuese a
robar, con los ojos húmedos y asombrados, como si hubiese caído un ángel del
cielo. ¡Hay que ver…! Y el otro baduleque se dejaba estar, con los brazos
caídos y viendo para las musarañas, como si la cosa no fuese con él. ¡Si fuera
yo, me caso en brena…! Y la Viguesa, venga a llamarle «mi chulillo», pues
siempre hablaba en castellano muy a lo fino, y no como la Culipava que siendo costurera
de aldea se echó a hablar castrapo, y ese fue el comienzo de su perdición, y
otras también, de las casas de a duro, que hablan castrapo con los señoritos
del pueblo para hacerse las andaluzas, que de todo hay en este mundo, como se
dice. No; la Viguesa se veía que era su habla natural que le venía de nacencia,
que hasta se murmuraba que era hija de un coronel, al que se le fueran yendo de
la casa la mujer y las hijas por ser muy jugador, que la gente no se cansa de
garlar cosas que a lo mejor son mentira, pero que también pueden ser verdad.
La Matildona, como siempre, estaba
espernancada, casi montada, sobre el brasero, con un cigarro en el canto de la
boca, las piernas como vigas maestras y aquella carota, maltratada de la
viruela, casi el doble de grande que la de cualquier cristiano, rematada en dos
papos colgantes y fofos como si no
fuesen de ella. Tenía en el brasero un cazuelo de barro con vino a templar, y
cada tanto pegaba en él, recogiendo para atrás toda aquella carnaza que tiene
por espetera, para que no le estorbase la visión, y le daba tales tragos que lo
dejaba mediado, por lo que lo volvía a llenar. Después de cada metido, soltaba
un regüeldo y decía, para sí, muy seria. «Buen provecho, Matilde; que estas
sean las pestes que te maten, y que se joda el mundo», porque es mujer de mucha
soberbia.”
…..
“Desde que me pusieran en el medio, el
Bocas había vuelto al tema de querer estar con mujer. Verdaderamente se había
quedado con aquello en las mientes, aún más desde que le marrara el asunto de
la que resultó ser muñeca; que, dicho sea de paso, es para reventar al más
pintado, sea dicho con licencia… Pero cuando el Bocas se ponía temoso, y mucho
peor cuanto más cansado y bebido, era mismamente como una mula fuera el alma, y
no había dios que lo parase. Aquellos grandes ojos de niño que tenía se ponían
fijos y asustados, y lo poco que hablaba era entre dientes, con las quijadas
duras, como si en vez de hablar gruñese, que había que poner mucho sentido para
entenderlo. Con que le daba por decir a cada paso, con su hablar tartajoso:
-¿Me caso en tal, que tengo que estar
con mujer que no sea puta…! Si fuerais buenos amigos…”
(Eduardo
Blanco Amor, A esmorga (La parranda), páginas 17-18, 66-67,
100-101)