Orhan Pamuk
Traducción de Rafael Carpintero
Mondadori, Barcelona, 2007, 182
páginas
(LIBROS DE FONDO)
El
castillo blanco (Beyaz Kale,
título original en la lengua turca) no es una novedad editorial, sino una
novela que Orhan Pamuk publicó en 1979. Es la tercera novela de Pamuk, que se
ha convertido en un clásico de la literatura turca y para el escritor significó
el inicio de su éxito mundial como narrador que le llevaría a ganar el Premio
Nobel de literatura en el año 2006. Por todo ello Orhan Pamuk es el narrador
más internacional de la actual literatura turca. Pamuk nació en Estambul en
1952 en el seno de una familia acomodada. Inició estudios de arquitectura que
pronto abandonaría para dedicarse enteramente a la literatura. En su momento
tomó partido polos derechos de las minorías kurda y armenia, hecho por el que
sería sometido a juicio y que le obligó
a exiliarse en el año 2005. En diciembre de ese mismo año escritores de la
talla de García Márquez, Günter Grass, José Saramago, Humberto Ecco, John
Updike o Salman Rushdie firmaron una declaración de apoyo a Pamuk. En aquellos
momentos Orhan Pamuk ya estaba avalado por una exitosa carrera literaria,
iniciada a finales de la década de los 70.
Su proyección internacional arrancó
precisamente con Beyaz Kale traducida
al español en 1994 con el título El astrólogo
y el sultán que en las ediciones posteriores se cambiará por el actual El castillo blanco. La consagración
definitiva de Pamuk le llega en 1998 con Me
llamo Rojo y en 2001 con Nieve.
Pamuk está considerado como el gran renovador de la narrativa en Turquía, a la
que impregnó de proyección universal, sin perder por eso su preocupación por el
destino y origen del ser humano, el papel de la religión en una sociedad laica
o el conflicto con sus raíces culturales. Pamuk es así mismo uno de los grandes
símbolos de la defensa de la libertad y de las luchas contra la intolerancia y
contra el fanatismo.
El
castillo blanco está ambientada en el siglo XVII, y relata las peripecias
de un joven humanista veneciano convertido en esclavo por los piratas turcos.
Después de un cierto tiempo bajo el poder del sultán, acaba siendo regalado como
esclavo a un sabio turco que, deseoso de conocer los avances de la ciencia
europea, termina muy pronto seducido por los conocimientos de su adquisición.
En el relato se dan cita, por lo tanto dos protagonistas que se debaten entre
la admiración y el desprecio, generándose así una verdadera relación
sadomasoquista que Orhan Pamuk no tiene reparos en confesar que está basada en
la relación competitiva que mantuvo con un hermano.
La trama literaria pone de manifiesto la
obsesión que caracteriza toda la creación literaria de Pamuk: los encuentros
entre Occidente y el Islam. El esclavo italiano representa la modernidad
occidental. Su amo, el Maestro turco, se mueve más por la fe que por la lógica,
pero está deseoso de conocer los avances de la otra parte del mundo. Y de este
modo, y casi sin darse cuenta, viven en compañía veinticinco años en Estambul,
en un diálogo intercultural que produce buenos resultados: fabrican
espectaculares fuegos artificiales, controlan la peste bubónica e interpretan
los sueños del sultán.
Sin embargo llegará un momento en el que
esta prolongada convivencia pasa su factura. Ambos comienzan a confundir sus
identidades hasta el punto de que al final del libro cada uno toma el rumbo del
otro y ni siquiera tenemos la certeza de quién de los dos cuenta la historia en
primera persona. Esta es sin duda la idea principal, el hilo conductor de la
novela: el motivo del doble, del intercambio de roles, tema muy reiterado en la
literatura universal. Un juego de identidades que en el relato acontece a nivel
individual, pero que se muestra como una metáfora de lo que puede ocurrir a
nivel de las culturas.
El nobel turco emplea en su relato una
estructura narrativa muy cercana a la de la novela occidental, pero también los
colores, los sonidos y los sentimientos que encierra y se expresan en su propia
lengua. El ambiente mágico, rebosante de leyendas con las que está hilvanada la
obra, nos acercan a esa “alma melancólica de su ciudad natal”, como en su día
señaló la Academia sueca. Todo esto se completa con una prosa eficaz, muy
natural, sin lirismos innecesario, capaz de acompañar la evolución psicológica
de dos personajes que se desenvuelven adaptando cada uno de ellos la
perspectiva del otro, viendo a través de su mirada.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Me
estaba diciendo que tomaría una decisión… Entonces me rendí pensando que lo que
se acercaba no sería distinto al sueño y esperé… Fue entonces cuando el bajá me dijo que me había regalado al
Maestro. Al principio le miré sin entenderle y entonces el bajá me explicó: Ahora yo era el
esclavo del Maestro, y ahora mi manumisión estaba en sus manos, o lo que
quisiera hacer conmigo. Luego el bajá
desapareció saliendo de la sala…”
…..
“Me irritó ver cómo crecía su confianza en sí mismo
porque me consideraba un cobarde. Quise que se desprendiera de aquel orgullo
vacuo que le otorgaba la temeridad… No
supe si creía o no en lo que había dicho hasta el día en que nos perdimos
mutuamente… Le dije inocentemente que su falta de miedo provenía de que
era consciente de la proximidad de la muerte… Le expliqué que podíamos
evitarla, pero que para esto la gente debía reducir al mínimo los contactos…
Esto último le dio una idea aún más horrible que la peste. A la tarde siguiente
extendió los brazos hacia mí diciendo que había tocado a todos los niños, uno
por uno; al ver que me daba miedo y que no quería que me tocara, se me acercó y
me abrazó. El maestro me decía con una ironía que sólo pude descubrir mucho más
tarde que me enseñaría a ser valiente… La peste se extendía con rapidez peor yo
seguía siendo incapaz de asimilar aquello que el maestro llamaba ser valiente…”
…..
“Una vez en Gebze
nos instalamos en una casa distinta para poder olvidar al Sultán. Quizás fuere
entonces cuando mejor llegué a conocer el país en que había vivido desde niño:
antes de predecirles el futuro a los tullidos, a los desesperados, a los
enfermos, a los desahuciados… Fue por aquellos años cuando conocí a aquel
anciano. Se llamaba Evliya y en
cuanto vi la tristeza de su rostro decidí que le consumía la soledad, pero no
eso lo que me dijo: había consagrado su vida entera a viajar y a escribir un
libro de viajes que estaba a punto de terminar… Esa noche, cuando todos se
retiraron a dormir y cayó sobre la casa el silencio que ambos estábamos esperando,
regresamos a mi habitación. ¡Fue
entonces cuando soñé por primera vez esta historia que estáis acabando!….
No me cabe duda de que Evlija estaba
pensando en su propia vida. Yo también estaba pensando en mi vida, en Él… Era
como si a medianoche, junto con mi relato, hubiera aparecido en la habitación
la sombra de un atrayente fantasma que a la vez que despertaba nuestra
curiosidad nos inquietaba… ¡Un lapsus que revelaba la simetría de la vida!.
¡Eso es lo que más echo de menos ahora!… Por eso he vuelto al libro de mi
sombra, que supongo que algún curioso leerá años o quizás siglos después de Su
muerte soñando más con su propia vida que con nosotros…”
(
Orhan Pamuk, El castillo blanco)
Interesantísimo, amigo. Mi ignorancia se pone a prueba cada vez que descubro un nuevo autor, y éste es uno de ellos, para colmo premio Nobel, ni más ni menos. Gracias por el regalo, amigo. Un abrazo.
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