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domingo, 7 de junio de 2015

ANTÓN AVILÉS DE TARAMANCOS, EL POETA GALLEGO CANTOR DEL VALLE DEL CAUCA



                                           
Cantos Caucanos
Antón Aviles de Taramancos
Sotelo Blanco Editor, Santiago de Compostela, 62 páginas
Edición bilingüe en traducción de Ánxeles Penas
Espiral Maior, Santiago de Compostela, 100 páginas
(LIBROS DE FONDO)
  

   Al menos durante un período de once años, desde 1980 a 1991, el cartel: “Que viva Cali, Chipichape e Yumbo”, rotulaba la entrada del mesón la Tasca Típica en la villa marinera gallega de Noia. Era el encendido y permanente homenaje que su propietario, el eximio poeta gallego, Antón Avilés de Taramancos, rendía a Colombia y especialmente a la ciudad de Cali, que le había acogido en su día con inmensa calidez durante diez años. Hoy rememoramos aquí la figura del poeta en el que obra y biografía dialogan constantemente, la personalidad humana y lírica, quizás del mayor cantor en verso del Valle del Cauca. Homenaje a Antón Avilés de Taramancos y a Colombia, su patria de exilio y acogida. Al cosmos literario de un poeta gallego universal y unido para siempre a Cali y al Valle del Cauca en muchos e sus poemas, pero de forma especial en su libro Cantos caucanos.

   En Taramancos, una minúscula aldea labriega y marinera  del Municipio de Noia, en Galicia, nace Xosé Antón Avilés Vinagre el 6 de abril de 1935. Crece integrado en aquella naturaleza de bosques y maizales, huertas y viñedos, vientos y aromas atlánticos. Con catorce años publica sus primeros poemas y ya en ese momento tiene clara una cosa: nunca dejará de ser poeta, un poeta nacionalista, monolingüe en lengua gallega, mas nunca un poeta profesional: “Soy la grandeza y la miseria de la poesía. Un francotirador de la hermosura”, declarará muchos años más tarde.

   En el año 1953 se traslada a la ciudad de A Coruña para estudiar náutica. Son años de bohemia y e contacto con poetas, pintores e intelectuales gallegos que resisten en el idioma propio de Galicia bajo la presión de la dictadura de Franco. Fue entonces cuando por sugerencia de los escritores Manuel María y Uxío Novoneyra, se convierte en Antón Avilés de Taramancos. Escribirá sus primeros libros también en aquellos años: As moradías do vento (1955), A frauta y-o garamelo (1959) y Pequeño canto (1959). Pero vigilado por la policía franquista, un comisario amigo le recomienda que ponga tierra por medio. Tiene veinte y seis años y ningún futuro laboral. En 1961 por invitación del Cónsul colombiano en A Coruña, Avilés de Taramancos embarca hacia el país andino con apenas nueve dólares en la cartera.

   Inicia así un periplo vital que lo llevará a desempeñar los más peregrinos oficios para sobrevivir: “Hice de todo. Fui comerciante, domador de caballos, contrabandista. He cavado más de cuarenta hectárea de tierra americana de sol a sol, hasta que el acero del azadón se agrietó y no hubo siega ni cosecha que no fuera quemada por la peste, por la helada, por el destino”. Pero no todo es desarraigo. En Bogotá, recién llegado, Avilés de Taramancos conoce en la Embajada de Brasil donde ambos trabajan a la que será su compañera hasta el último aliento de su vida. Es Sofía Baquero Céspedes con la que tuvo tres hijos, el último nacido en Cali en 1971, y que fue el lazo para que Aviles de Taramancos se uniera definitivamente con la tierra colombiana que había acogido al poeta como hijo propio. Con fina sinceridad y acento apasionado y fantástico explica así el poeta el suceso de su vida: “Me casé con una india andina como pude casarme con una princesa turca. Llega un día en que nos encontramos tan huérfanos que necesitamos una guarida, un puerto en el que invernar, una compañera que nos aliente. No estoy arrepentido. Es una mujer simple y amorosa como necesita un presidiario. Y como la tierra, es fértil, segura para siempre”.

   Su vida en Colombia es una pura anécdota, una cruel aventura olvidada en el anonimato de la emigración. La familia se traslada en el año 1970 a Cali y en esta ciudad Avilés de Taramancos regentará durante diez años la Librería Cultural Colombiana de Occidente, desde la que organizó la primera fería del libro de Cali al año de su llegada. Es el período de la estabilidad económica y de la integración en la vida de la ciudad, en el Valle. Conoce a personajes famosos, cantantes y poetas (Celia Cruz, Miguelito Valdés, Pablo Neruda, pero también a Nereo, a Daniel Santos, a la orquesta de  Pacho Galán y el merecumbé de Alberto Beltrán -el Negro del Batei -, a Jimmi Boogaloo, el gran chamán de la salsa brava, a Elcano Sidelnik...). En 1980 Antón Avilés regresa a Galicia donde escribe los libros definitivos de su trayectoria lírica, los que le consolidan como una voz singular en el contexto de la poesía gallega contemporánea. Son ellos: Cantos caucanos (1985), As torres no ar (1989  y la obra póstuma, su testamento poético, Última fuxida a Harar. En marzo de 1992, la enfermedad quiebra la figura del poeta que fallece prematuramente víctima de un cáncer. Diez años más tarde la Real Academia Gallega dedica el Día de las Letras Gallegas a honrar la memoria y la obra de Avilés de Taramancos, uno de los grandes poetas gallegos del siglo XX.

   La huella colombiana, especialmente la huella del Valle del Cauca, es muy profunda en el alma y en la obra del poeta gallego. Poeta épico, pero también elegíaco y lírico. Sus versos están escritos para ser escuchados, desde los endecasílabos a los versículos, desde el soneto al himno, desde los ritmos populares a las nuevas crónicas. En tierras colombianas nacen los versos conmovidos y nostálgicos de Poemas de ausencia que recrean el mito de Ulises a través de un léxico que comienza a incorporar topónimos colombianos.

   Pero Colombia y el Valle del Cauca centran sobre todo la materia lírica del poemario Cantos caucanos, editado en 1984 y galardonado con el Premio Nacional de la Crítica. Los once poemas que componen el volumen  son el homenaje agradecido a las tierras colombianas. Poemas que rezuman por todos sus poros líricos los sabores del Cauca. Los escribe el poeta herido por los recuerdos, bajo las bóvedas góticas de su taberna de Noia, eludiendo toda referencia personal, para ceñirse  a una geología inmisericorde, a las botánicas exuberantes, a las crónicas, a los relatos orales, a la tradición indígena de las tierras del Valle. Relato lírico, vital y apasionado de la “saudade” americana, recreación del gozo de la naturaleza y de la calidez humana de sus moradores. Poemas nerudianos capaces de expresar la desmesura telúrica de las tierras del Cauca.

Busto de A. Avilés de Taramancos en Noya  (A Coruña)
   Avilés de Taramancos, lírico herido por la nostalgia, se recrea desde la distancia en este mundo erguido entre la naturaleza y los mitos y que fue su segunda patria. Comenzando por la dedicatoria (“Aos meus fillos: que gardan de Colombia a luz extensa que percorre o Cauca” ), el poeta gallego recupera los ámbitos geográficos del Valle, su desmesura tropical y muchas de sus figuras míticas y reales. Buena parte del Valle, de sus ciudades y municipios, de sus árboles y frutas se hallan vivos  en los versos nostálgicos del poeta. El “branco corazón de la guanábana”; Guacarí, Popayán, Palmira, Tuluá, “onde os cóndores esfollaron un día margaridas”; el viento perezoso “nas corredoiras de Timbío”; la casa que aspira a poseer en Cahachauí, en la cumbre del Cúndur-Cundur, “para ver no fondo do precipício o Putumayo brincar como un regueiro pequeniño”; la sal del mango biche que se bebe en Guacarí; el indio Chankaka “que debullaba  na cana brava unha guabina”. Y los ritmos y bailes del folclore colombiano: el mapelé, la cumbia, el currulao, el bunde y la tamborera, los xoropos y el bambuco. O la fórmula secreta del sancocho del Cauca, afrodisíaco y regenerador (“Despois deste sancocho queda o mozo / co que ten de varón ergeuito e duro / e a meniña, diposta a todo gozo”). La exégesis lirica así mismo de  María, la novela romántica del escritor colombiano Jorge Isaacs (“Abres o libro / e o perfume de xardín silvestre / de xardín doutro tempo aínda fresco / emana da lectura” ) y desde cuyo balcón el Valle del Cauca aparecía como recién hecho en la tenue luz y en la calma. Y el himno órfico, el “Canto a Noralba Timbacoi”( “un elixir no medio da agonía”) que recrea las noches estelares de Cali (“Ninguna noite tan fermosa como a noite de Cali”), en las que Dionisios unge los cuerpos de un frenesí inagotable y la danza se convierte en ceremonia necesaria. Espléndido y telúrico homenaje al Valle del Cauca, territorio abierto, llanura del confín, la otra casa, la otra tierra, de Antón Avilés de Taramancos, francotirador de la hermosura, capaz de salvaguardar la memoria a través de la escritura.

Francisco Martínez Bouzas

(Este texto con ligeras modificaciones fue publicado el día 28 de agosto de 2005 en el periódico El País de Cali (Colombia)

Antón Avilés de Taramancos


Fragmentos (con traducción al español)




PRIMEIRO CANTO

I

Era o clamor universal:

gorxeaban os astros o seu canto,

e o río inmenso

esfarrapaba a vaxina froital do mundo

no ámbito do Cauca.



Un deus sinxelo apacentaba os aerolitos

ao pé das criaturas inocentes

-branco corazón de guanábana.



(Aínda o ferro non coñecía

a súa paixón máis terríbel,

e no taller escuro do espanto

un garañón a gargallada aberta

artellaba a morte total dos séculos

-doce territorio da vida)



II

Vén na doce cantiga da torcaza

todo o amor a me subir na illarga:

e bico os dous peitiños de María

como puidera un temporal, acaso,

bicar a flor.

Cómo ergo o meu estandarte de brétema

-a memoria é un can tan triste,

tan triste.

Cómo ergo, digo, o meu estandarte de sol

e nos outeiros brúa o meu corazón,

meu corazón

que un día afiaron afervoadamente

pola beira do mar.

E en Guacarí bebe-se o sal do mango biche

en Guacarí.

Pero de súpeto o paxaro prismacolor

ouvea como unha torre solitaria

e quixera estender o sangue ao vento

nas caneiras do Cauca.



III

Necesito tanta fermosura

coma un día calquera en Popaián

-pero xa ninguén ceiba

os poldros a voar

como antigamente.

E vou derramando a miña arxila,

vello barro occidental

na agra aberta de Palmira

no límite do tempo.



Ai como amo a Tuluá

onde os cóndores

esfollaron un día margaridas.



E amo o sancocho, miña nai,

e amo os trapiches

coa ternura elemental do tigre.



IV

Non hai regreso, avoa,

nunca

regresa o mesmo home

ao mesmo sitio.

O lobo do deserto

perdeu a túa voz,

e a auga clara da túa man

non apaga a saudade revertida.

Todos os rumbos, todos os navíos

levan-me ao grande río a renacer:

No ámbito do Cauca.


 
PRIMER CANTO

I

Era el clamor universal:
gorjeaban los astros sus canciones
y el río inmenso
desgarraba la vagina frutal del mundo
en el ámbito del Cauca.
  
Un dios sencillo apacentaba los aerolitos
al pie de las criaturas inocentes
–blanco corazón de guanábana.

(Aún ignoraba el hierro
su pasión más terrible,
y en el taller oscuro del espanto
un garagón a carcajada abierta
articulaba la muerte total de los siglos
–dulce territorio de la vida).

II
En la dulce canción de la torcaza
viene el amor subiéndome la ingle:
y beso los pechitos de María
como pudiese un temporal, acaso,
besar la flor.

Cómo alzo mi estandarte de bruma
–la memoria es un perro tan triste,
tan triste.
Cómo alzo, digo, mi estandarte de sol
y en los oteros brama mi corazón,
mi corazón
que afilaron un día ardientemente
por la orilla del mar.
Y en Guacarí se bebe la sal del mango biche
en Guacarí.
Pero de pronto el pájaro prismacolor
aulla como una torre solitaria
y quisiera extender la sangre al viento
en los cauces del Cauca.

III
Necesito tanta hermosura
como un día cualquiera en Popayán
–pero ya nadie suelta
los potros a volar
como antiguamente.
Y voy derramando mi arcilla,
el viejo barro occidental
en el abierto agro de Palmira
en el límite del tiempo.

Ay cómo amo a Tuluá
donde los cóndores
deshojaron un día margaritas.

Y cómo amo el sancocho, madre mía
y amo los trapiches
con la ternura elemental del tigre.

IV
No hai regreso, abuela,
nunca
regresa el mismo hombre
al mismo sitio.
El lobo del desierto
perdió tu voz,
y el agua clara de tu mano
no apaga la saudade revertida.
Todos los rumbos, todos los navíos
me llevan al gran río a renacer:
En el ámbito del Cauca.


    

…..





FÓRMULA SECRETA DO SANCOCHO DO CAUCA



A galiña ha de ser de capoeiro,

algo entrada en idade, abastecida

de vermes, grao de millo, e a comida

que atope pola horta e o rueiro.



O pelexo amarelo, e o gorgueiro

queimado polo sol. A preferida

é aquela que leva boa vida

e tén unha polgada de peteiro.



O plátano pintón verde-maduro.

Ola de barro e leña de carozo;

e o cilantro que sexa fresco e puro.



Despois deste sancocho queda o mozo,

co que tén de varón, ergueito e duro,

e a meniña disposta a todo gozo.






FÓRMULA SECRETA DEL SANCOCHO DEL CAUCA



La gallina ha de ser de gallinero,

algo entrada en edad, abastecida,

de gusanos, maíz, y de comida

que encuentre por la huerta y el terrero.



El pellejo amarillo y el gorguero

quemado por el sol. La preferida

es aquella que lleva buena vida

y tiene un pulgada de petero



El plátano pintón, verde-maduro.

Olla de barro y leña de carozo;

y el cilantro que sea fresco y duro.



Después de este sancocho queda el mozo

con lo que es de varón, alzado y duro

y la muchacha abierta a todo gozo.


(Antón Aviles de Taramancos, Cantos caucanos, traducción al español de Ánxeles Penas, páginas 30-35, 74-75)

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