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domingo, 25 de enero de 2015

FRUSTRADAS PROMESAS DE FELICIDAD A CORTO PLAZO



Pronto seremos felices

Ignacio Vidal-Folch

Ediciones Destino, Colección Áncora y Delfín, Barcelona 2014, 325 páginas



   Esta novela del  periodista cultural Ignacio Vidal-Folch (Barcelona, 1952) tiene su origen remoto en la caída del Muro de Berlín, cuyo aniversario se celebró el pasado 9 de noviembre. Aquel día del año 1989 se inició el paso del comunismo al capitalismo en los países del Este, lo que dio lugar a una verdadera y precipitada carrera de privatizaciones y a una eclosión de negocios oscuros que el autor conoció bien por su trabajo como corresponsal periodístico en esos países y en esos años. A esa alocada parafernalia de privatizaciones a precio de saldo acudieron algunos empresarios españoles, aunque sin lograr ningún contrato porque parece ser que no  sabían sobornar, o lo hacían mucho peor que alemanes y austríacos. En ese proceso, vivido en primera mano, hunde sus raíces  la trama de Pronto seremos felices. Ignacio Vidal-Folch recicla pues en forma de ficción sus vivencias en esos países del Este, a cuya descomposición, a finales de los ochenta, asiste como espectador escéptico pero privilegiado.

   Pronto seremos felices es una novela itinerante que viaja por esos países, pero es sobre todo una ficción crepuscular, de desmoronamientos que avanzan hacia un despedazamiento. Pero también es un relato que rezuma nostalgias, las añoranzas del fin de las euforias y sueños juveniles, confiesa el autor. Porque la euforia con la que se inició el proceso de transición del comunismo al capitalismo, concluyó convirtiéndose en escepticismo desesperado, al ver cómo todo lo que se había previsto para el futuro -esa pronta felicidad a la que alude el título- quedó sin cumplir y en el lugar de las utopías se instaló la delincuencia, la corrupción y las mafias. Una novela pues que nace del interés por “chequear qué pasó con las eufóricas ilusiones” en la Europa del Este.

   La novela engarza en su trama varios temas de dimensión universal: la esencia y persistencia del amor, la amistad, la traición y todo lo que bajo estas palabras puede existir de sólido y permanente. Estos grandes ejes temáticos los desarrolla Vidal-Folch a través de una trama en la encontramos a un viajante español que trabaja como delegado de su empresa en los países del Este, y que nos cuenta en primera persona un viaje en tren que emprende hacia Praga, y aprovecha  la excusa de cerrar un acuerdo comercial para revivir los recuerdos con ciertas personas que habían sido muy importantes en su propia experiencia vital en los años agitados del cambio desde el comunismo hacia el capitalismo. Inicia de este modo la reconstrucción de su pasado por países y ciudades como Rumania, Bulgaria, la antigua Checoslovaquia, Brno. Sofía, Bucarest. Un tiempo que ya no existe, un tiempo desabrido, amargo. Y con el recorrido por ciudades y países se reencuentran con su memoria las historias de aquellas mujeres y hombres que conoció durante ese cuarto de siglo que media entre sus vivencias reales y sus recuerdos: Camila, su secretaria, que él comparaba con los arbustos, que jamás renunció a su carnet del Partido Comunista, y a la que busca desesperadamente, mas sus huellas, por motivos políticos, se han perdido definitivamente. A Alina, una coleccionista de amantes, entre ellos el propio protagonista. A Petru, héroe durante la dictadura de Ceaucescu  y villano tras el derrumbamiento de la misma. A Otik, un cura que sufrió en carne propia la persecución religiosa en Praga. A Felipe, un español, un hijo de la Guerra española, que quedó encallado en la Bulgaria comunista y ahora vive el gran desconcierto de una realidad capitalista igualmente opresora.

   Y como la nueva delincuencia de los países del Este forma parte casi indisoluble de su realidad social, por la novela también transitan las mafias rusas que se expanden hacia los antiguos países de la órbita soviética. La delincuencia que surgió auspiciada por las descontroladas privatizaciones  de los bienes estatales de la que surgieron grandes magnates como el Pirata de Praga, Viktor Kozeny que con dos mil dólares se convirtió en propietario de medio país. O grandes frustraciones y naufragios humanos como el poeta obligado a suicidarse, un espía comunista que enloquece. El protagonista se encontrará con algunos de ellos. A otros los reconstruye casi como espectros desde los recuerdos crepusculares de su memoria.

   A través de estos y otros personajes, Vidal-Folch crea un gran mural colectivo de la desilusión, contrapuesta a la propaganda capitalista, publicitada tras la caída del Muro, y que frustró tantas esperanzas, porque, si algo aparece nítido en esta novela es ese escenario de desencantos, de aspiraciones y de promesas sin cumplir. Ilusiones de prosperidad desvanecidas a corto, a medio o a largo plazo. De ahí lo apropiado de un título -Pronto seremos felices- que juega sarcásticamente con las promesas incumplidas por los gobernantes y poderosos que tienen en sus manos el timón del capitalismo salvaje en los países exsoviéticas que visita el protagonista. Se ha ganado en libertad, sobre todo para enriquecerse unos pocos, pero no en bienestar para toda la población.

   Crónica viva y muy realista del cambio efectuado en esos países situados tras el antiguo Telón de Acero en su caminar hacia un estado de bienestar en progresivo declive tras la globalización y debido en buena parte a que, desparecido el comunismo, ya no hay enemigos ni adversarios a los que convencer. Ya no existen pseudo utopías que le hagan frente a la onda expansiva de un capitalismo ultraliberal, despiadado y cada vez menos democrático.

  
Cadáver de Ceaucescu, fusilado en Rumanía 
Novela que también recupera múltiples microhistorias: narración de experiencias no de grandes personajes de la historia reciente en esos países, sino las de la gente de la calle, que han tenido un cierto peso en la vida  del Vidal-Folch, corresponsal español. A través de las páginas de la novela se las recupera del olvido y se les concede voz. Homenaje y celebración pues de los seres anónimos, pero en el fondo, los grandes protagonistas de la historia.

   La novela está levantada a base de relatos que podrían funcionar independientemente, o incluso ser suprimido alguno de ellos sin sufrir menoscabo la trama argumental. Una trama cohesionada por un único narrador, siempre presente, que maneja las distintas voces e hilos narrativos desde una aparente invisibilidad, hasta el punto que concluida la novela, es muy poco lo que de él conocemos. Vidal-Folch se sirve de un estilo de prosa muy densa en ciertos momentos. Echa mano así mismo de la metaliteratura para dilatar el espacio de la narración y extender horizontes, como confiesa el autor. Y modula todo el relato no sólo con recuerdos nostálgicos, sino también con humor, con sarcasmo y fina ironía, sin renunciar a transcribir secuencias pavorosos como la ejecución de Ceaucescu  y su esposa, narrada una y otra vez por la televisión en un ambiente familiar que no le presta más atención que a un bloque de anuncios.



Francisco Martínez Bouzas



                                                    
Ignacio Vidal-Folch

Fragmentos.



“La señora Rugénova resolvió muchas noches de Camila recibiéndola en su casa a despecho de su adhesión al partid., que ya todo el mundo denostaba. (Alguna vez le pedí a Camila que tirase cu carnet de afiliada, sólo porque me encantaba verla en pose heroica, en jarras, y oírla exclamar: «¡Nunca! ¿Los dirigentes pueden estar equivocados pero las ideas generosas no caducan!».) La Rugénova contribuía modestamente al derrumbamiento de aquel régimen con la fuerza de sus sarcasmos. Cada noche disponía de nuevas anécdotas más o menos aparatosas para comparar la calidad de vida de los occidentales -su superior cultura, su teatro más avanzado, su cine más vistoso, sus óperas más suntuosas, sus grandes exposiciones de arte, ay, inaccesibles para ella, sus coches más veloces y cómodos, su ropa de un gusto infinitamente superior, la calidad de sus electrodomésticos- con la escasez local y la necedad de su clase dirigente.”



…..



“En las afueras de Bucarest se rodó una película que excitó al mundo entero.

Es un documental -en realidad una snuff movie- de ritmo tan apresurado y elíptico que el cineasta se ahorró los detalles superfluos y las transiciones y cortó por lo sano: así la primera escena transcurre en el aula de un cuartel de infantería donde una pareja de ancianos -los dos protagonistas-, envueltos en abrigos, las cabezas cubiertas, él con su negro gorro de astracán, ella con un pañuelo de seda anudado a la manera campesina, asisten entre atónitos a irritados al alegato de un fiscal y al veredicto de un juez invisible que en dos minutos les condena a muerte.

-La sentencia será ejecutada inmediatamente.

Segunda escena: al escuchar la sentencia, los condenados superan un instante de asombro, se yerguen, con sus gorros y sus abrigos, y protestan la mar de exaltados.

-¡No reconocemos a este tribunal!

En la siguiente escena irrumpen unos soldados imprecisos que les reducen, les maniatan, les fuerzan a cruzar una puerta…

Y en la cuarta y última, los dos viejecitos cascarrabias y vagamente ridículos ya sólo son dos inertes bultos al pie de una tapia, en un charco de sangre que corre en oscuros regatos por el cuarteado pavimento. Una mano apoya el cañón de una pistola en la cabeza del varón y le asesta el llamado «tiro de gracia». A continuación repite el tiro en la cabeza de la mujer, de la que se desplaza el pañuelo como de un papirotazo…THE END.

Pocos meses antes, a principios de otoño del año 1989, tuve el privilegio de estrechar la mano de aquellos dos ancianos durante una recepción a los invitados extranjeros del que iba a ser el último congreso del Partido. Conocidos como «el Caudillo» y «la Científica de renombre mundial», relucientes de honores, adorados y temidos, no podían imaginar que serían tan rápidamente despojados del poder, la gloria y la vida, y presidían con la pompa de siempre el Congreso.”



(Ignacio Vidal-Folch, Pronto seremos felices, páginas 44, 203-204)

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