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miércoles, 10 de septiembre de 2014

"LOS HEMISFERIOS": EL AMOR ENLOQUECIDO EN UNA GRAN NOVELA



Los hemisferios
Mario Cuenca Sandoval
Editorial Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, 2014, 536 páginas.

   Los hemisferios es la tercera novela de Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975, con residencia actual en Córdoba). Una novela importante, muy significativa, erguida con una escritura impactante. Quizás complicada a primera vista y por consiguiente no apta para todos los públicos, especialmente si el acto de lectura se encamina por derroteros ciegos a los detalles, marcas y matices narrativos. No obstante, merece la pena enfrascarse en su lectura por la gran solvencia con que el autor aborda la narración de su historia. Uno de esas marcas o detalles aludidos que es preciso tener en cuenta para una cabal y confortante lectura de Los hemisferios, es el verso de Octavio Paz: “Todo es espejo”, cita con la que el autor inaugura el pórtico de su libro. Los espejos lo reflejan todo, la globalidad, las partes simétricas y asimétricas. Y eso es la existencia humana, a la que es preciso buscarle el sentido completo y complejo a través de la captación de los mundos dispares, perspectivas que son la esencia de lo que sucede. Y para manejar todo eso, el ser humano precisa de dos hemisferios cerebrales que se complementan.
   Por eso mismo la novela está vertebrada en dos grandes hemisferios por los que se dispersa la trama. Dos novelas, “La novela de Gabriel” y “La novela de María Levi”, dos lecturas diferentes punteadas por dos grandes películas: Vértigo de Hitchcock la primera y Ordet de Carl Dreyer la segunda, como posibles puentes de escape para enmendar, si ello es posible, un hecho sangriento, la tragedia que atraviesa toda la novela: el abdomen de una mujer hundido en el volante del coche en el que viajan los dos amigos -Gabriel y Hubert-, tras el impacto de dos vehículos. ¿Acaso cabe esa posibilidad con la “luminosa mirada y la poética de la resurrección” de Dreyer en Ordet  o con el abanico de posibilidades que Hitchcock propone en Vértigo? Quepa o no esa contingencia, lo que es innegable es que  Cuenca Sandoval propone dos grandes películas para darle sentido a dos grandes espejos desfigurantes, enfrentados a dos universos narrativos paralelos que inician su andadura a partir de un acontecimiento trágico pero casi cotidiano en el que participan los dos actantes de estas dos novelas: el accidente automovilístico en el que fallece una mujer.
   El tema central de Los hemisferios es el amor enloquecido, la obsesión amorosa y sus itinerarios que dan lugar a las dos historias que actúan  como espejos deformantes. La primera mitad, la novela del hemisferio izquierdo, “casi un palimpsesto de Vértigo” en palabras del autor, una antinovela negra, parte de la experiencia de la pérdida de una mujer en ese choque automovilístico ya aludido, que marca el desarrollo de toda la historia, aunque en dos copias. En efecto, el relato da comienzo con la espeluznante descripción del accidente que imprimirá para siempre una huella imborrable en las vidas de los protagonistas: Gabriel y Hubert Mairet-Levi y que pondrá fin a la alocada road movie, a la manera de Vértigo, por Barcelona e Ibiza. Que se hace además evidente en la advertencia que Hubert  hace a su amigo para que vigile las tendencias suicidas de su mujer, de asombroso parecido con la víctima del accidente. Del encuentro con el cadáver de esa mujer anónima surge la pasión sentimental que empuja de forma irresistible a Gabriel a mantener una relación amorosa con la que fuera la amante de su amigo. Porque le recuerda a la mujer destripada en el impacto. Relatada al estilo de Vértigo, el autor nos sumerge en ese mar de fondo que es la explosión del deseo y en la relaciones de los dos protagonistas enfriadas con el paso del tiempo. Hacen acto de presencia en este primer hemisferio múltiples referencias culturales de las décadas de los sesenta, setenta y ochenta: Deleuze, Barthes, Foucault, Derrida, Perec, Resnais y sobre todo Rayuela de Cortázar; también la Barcelona de la transición, el París de los ochenta y el estallido de sucesos y acontecimientos que convierte la relación de los personajes en una permanente simulación.
   En la segunda parte, “La novela de Maria Levi”, el relato se acopla al estilo cinematográfico de Dreyer. Encontramos a Maria Levi en otra alucinante road movie por Mística, una isla nórdica, junto a Marianne, otra replica de la Primera Mujer, estancada en una cabaña. Incapaz de moverse, sin sentir nada, nos transmite, no obstante, la historia de sus recuerdos. El texto nos permite presenciar una auténtica bajada a  los infiernos, entre el humo tóxico de los volcanes de la isla del fin del mundo, que no es otra cosa que la otra cara de la degradación de la protagonista en su periplo barcelonés, gótico y vampiresco.
   Sin embargo, en la lectura de Los hemisferios cobran mucha más importancia que  la percepción de la trama, otros elementos como la organización del material, esos “agujeros de gusano” que conectan ambas partes, la estructura compositiva, el tratamiento espacio-temporal, el esmerado estilo de la prosa, entre otros haberes de la novela. Y especialmente el papel del lector para completar lo que subyace a lo que al autor propone y poder cartografiar así las líneas paralelas de este universo narrativo.
   Los hemisferios es dos novelas en una, pero entre ambas se produce un proceso de mutua contaminación, porque ambas  son interdependientes, gemelas, como las define el propio Cuenca Sandoval. Una novela refleja y deforma a la otra ya que las dos comparten el mismo tema de fondo: erigir la imagen de la mujer amada a partir de la Primera Mujer, la que solo es cadáver. Es el milagro de la resurrección de la mujer perdida como ocurre en Ordet con la resurrección de Inger. La estructura compositiva de Los hemisferios se ajusta a este juego de espejos temáticos que provoca que cada acontecimiento que sucede en uno de los hemisferios, tenga su reflejo en el otro. Parece oportuna pues la división de la narración en dos mitades, idénticas en su extensión y con estructuras simétricas.
   En la novela hay un juego espacio-temporal, un constante vaivén entre el tiempo del relato y el tiempo de la historia. Oscilación perseguida  a propósito por el escritor; así como lo  que, a primera vista puede ser interpretado como anacronismos y, en algún episodio, como una verdadera congelación del tiempo. Es destacable la gran capacidad narrativa de Cuenca Sandoval. La suya en esta novela es una escritura muy viva, con el empleo frecuente de imágenes impactantes para cualquier sensibilidad. Prosa hipnótica, alucinada, pero de gran belleza que emana del corazón de cada frase y que es capaz de precipitar al lector en los abismos que la novela oculta. Las referencias filosóficas forman parte de este estilo y, al igual que el cine, iluminan la narración.
   Cuestión muy importante es el papel del lector. Como se ha reiterado, Los hemisferios acoge dos novelas, la copia y el doble. Mas ambas coinciden en el cero y esa novela cero es la que el lector debe construir en una lectura activa para darle así sentido a su propio relato. Para ello habrá de hilvanar los acontecimientos que se narran. No se trata sin embargo de forzarle a un ejercicio intelectual cansino para atar cabos a la vez que lee, porque -advierte Cuenca Sandoval- “no nos movemos en un universo espacio-temporal coherente, sino que nos movemos en una falsa linealidad temporal”. El lector deberá pues dejarse llevar por el frenesí de acontecimientos para lograr una verdadera experiencia estética enriquecedora y colmada de buena literatura.
   Así pues, Los hemisferios es una novela muy densa y compleja, pero una gran novela, una de las mejores que la narrativa en español ha generado en los últimos tiempos. Enfrenta sin duda al lector con una experiencia lectora diferente de la que demandan la mayoría de las piezas narrativas en las que prima una “jerarquía de sentido”. Novela exigente pero generosa en sus recompensas. Este es mi testimonio: pocas veces me he encontrado con una novela tan exigente, pero el reto mereció la pena porque la lectura de Los hemisferios se convirtió para mí en un ejercicio estético sumamente gratificante.

Francisco Martínez Bouzas


Mario Cuenca Sandoval

Fragmentos

“Muchas veces se pregunta qué debió sentir la Primera Mujer durante aquellas escasas décimas de segundo de ingravidez en que sus piernas y su espalda se despegaron del asiento, en el seno de aquel instante que sucedió al impacto entre los dos vehículos, qué sintió antes de que su abdomen se hundiera en el volante y de que su cabeza rompiera el parabrisas. Y se pregunta cómo es posible que unas décimas de segundo de ingravidez ejerzan semejante peso sobre la vida de Hubert y sobre la suya. Un vuelo tan breve, apenas un suspiro en la historia del planeta, que puso en marcha un ciclo demencial, una obsesión por buscar a la Primera en todas las demás mujeres. Un ciclo en el que todavía giran. Tantos años después. Sus vidas como la reverberación de un deseo.”

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“La mano de Marianne Laquièze  dentro de mi mano. Estábamos tumbadas en la cama de una cabaña en una ciudad minúscula de un país extranjero, una isla a dos mil kilómetros de casa, desnudas y sudorosas, viendo televisión en silencio, do prófugas que acaban de hacer el amor, y era como si después de hacerlo nos hubiéramos convertido en dos desconocidas, lo que, por otra parte, acostumbra a sucederles a todos los amantes.”

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“Un par de días a la semana, Gabriel asiste  a las lecciones de Foucault en el Colegio de Francia y algunas veces le acompaño. Foucault tiene una extraña manera de gesticular, además de un cráneo que hipnotiza con su perfección y que te distrae de sus palabras. Sin embargo, es muy amable: cuando un alumno le formula una pregunta compleja, siempre responde con total humildad que tendrá que pensarlo. Y semanas después regresa a clase con una respuesta cuidadosamente meditada. No se olvida de ningún alumno. De ninguna pregunta. No se olvida de las minorías. No se olvida de los que sufren, de los enfermos, de los leprosos. Sus discursos se parecen al de las bienaventuranzas. Bienaventurados los locos, los enfermos, los homosexuales, los masturbadotes. Sé que es un hombre, pero también es uno de los últimos hombres, de esos que conocen su condición crepuscular, de los que saben que tienen que perecer, como todas nosotras, para alumbrar un tiempo nuevo. Por eso me siento a gusto  en sus cursos. Porque también María Levi pertenece al universo de Foucault.”

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“Vinimos a esta isla buscando un paisaje muy frío, en el que las huellas humanas fueran tan escasas que la naturaleza cobrara todo su protagonismo. Vinimos con la esperanza de que las montañas heladas, los glaciares, el vapor, la naturaleza, los dioses pudieran limpiar a Marianne y prepararla para el canje. Vinimos a Mística a desprendernos de todo, el cabello, las agendas, los teléfonos móviles, la memoria, obedeciendo al imperativo de la desposesión absoluta; a entregarnos a una degradación material, y a otra degradación, que cualquiera llamaría psicológica si el término no resultara tan tibio y tan lejano de nuestro estado. Dos billetes de avión y una tarjeta de crédito cuyo adeudo no pensaba liquidar nunca. Una isla salpicada de volcanes y cataratas en las que verteríamos el pasado, en que romperíamos el cordón umbilical que nos une con el pasado a través de un programa de degradación paulatina, una retirada gradual, capa por capa, de nuestras respectivas identidades.”

(Mario Cuenca Sandoval, Los hemisferios, páginas 15 ,272-273, 372, 522-523)

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