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jueves, 25 de septiembre de 2014

"CAZADOR DE RATAS": ¿REALIDAD, DELIRIOS O LITERATURA DE TERROR?



Cazador de ratas
Alexander Grin
Traducción de Mercedes Noriega Bosch
Editorial Pasos Perdidos, Madrid, 2014, 102 páginas.

   Prácticamente desconocido en España y en los países con los que compartimos el mismo idioma, Alexander Grin, heterónimo de Alexandre Stepanovich Grinevski (1880-1932), es sin embargo autor de una extensa obra narrativa (relatos y novelas) que comenzó a escribir a partir de 1906, después de haber llevado una vida errante: marinero en el Volga, mendigo en Bakú, buscador de oro en los Urales, soldado revolucionario, deportado a Siberia y a Finlandia de donde logró escapar. En su obra narrativa funde temas tan diversos como la aventura, la ciencia ficción, los relatos de terror y la crítica social. Su obra literaria fue marginada durante décadas  y su autor permaneció en el olvido porque los mandamases  de la burocracia literaria de la URSS consideraban que sus textos eran ajenos a la nueva sociedad. Editorial Pasos Perdidos nos ofrece la oportunidad de disfrutar de una de sus obras más emblemáticas, Cazador de ratas. Podemos así catar la obra de un gran romántico ruso, creador de un mundo literario propio al que denominó Grinlandia, una utopía poblada por seres honrados, valientes, desinteresados y aquejados, como su autor, de un profundo romanticismo.
   En la novela, Alexander Grin non sitúa en el San Petesburgo de 1920, justamente el 22 de marzo de ese año. Una ciudad agotada, hambrienta, depauperada por la guerra civil; con el frío y la nieve acosando a la muchedumbre. El protagonista, cuyo nombre nunca sabremos, va al mercado a vender sus libros a cambio de un mendrugo de pan. Es cuanto posee y, aunque le paguen una miseria, se sentirá feliz. A la mañana siguiente cae desmayado, y, víctima de una epidemia de tifus que asola a la ciudad, le internan en el hospital. Y allí comienzan sus delirios. En ellos vislumbra a la joven que el adía anterior había sujetado los cuatro picos de su gabán con un imperdible. Una vez recuperado, le expulsan de inmediato del centro hospitalario, pero no tiene donde dormir porque en su antigua madriguera se había instalado un inválido.
   Es el prólogo de su singular aventura. Insomne deambula por las orillas del Moika donde un campesino pesca clandestinamente. Se tropieza con un tendero conocido, al que la Revolución había convertido en responsable de los alojamientos, que le ofrece los locales desiertos del Banco Central para que pase sus noches y le sirvan de refugio. Es a partir de este momento cuando la narración deja de lado los afanes realistas y se diluye en un relato onírico, alucinante, turbador  y repleto de vertiginoso paroxismo, rebosante, no obstante de expresividad.  Es también entonces cuando halla un almacén repleto de productos alimenticios dignos de figurar en la mesa de un gourmet. Y entre las delicias alimenticias aparecen las ratas. La primera, una enorme rata roja. La sigue una avalancha de esos inmundos roedores, que se deslizan entre sus pies  como gruesos lagartos. La esperanza, la angustia y el miedo -“la acerada cuchilla del miedo”- se apoderan del narrador protagonista que espera entre tinieblas la visita anunciada de un desconocido. El terror obsesivo, el pánico, los fantasmas, el ruido de las ratas corriendo sobre los amasijos de papeles, pueblan su vista y su mente, su caótica conciencia, incapaz de distinguir la realidad del delirio.
   Un desenlace donde una chispa esperanzadora de ese romanticismo tan caro al escritor, no impide que esta pequeña novela rebose de pesadillas en la mejor tradición del terror ofuscado de Hoffman y Poe.
   El lector de esta pequeña muestra de la narrativa de Alexander Grin se encuentra pues con un texto donde se difuminan lo real y lo onírico. La duda, como apuntan los especialistas de la literatura de terror, se instala en la mente lectora ante la presencia de lo que aparentemente es extraño, siniestro y hostil. O morbosamente antinatural como diría Lovecraft. Literatura de terror que cumple además con una de las condiciones compositivas que Alan Poe consideraba deseables en el subgénero: la brevedad que hace posible su lectura en una sola sesión para no alterar con las pausas la construcción del clímax.
   Una traducción que nos llega de la mano de Mercedes Noriega Bosch, supongo que a partir del original ruso, a un español correcto y preciso, acompañada además de notas a pie de página muy ilustrativas, así como un apéndice cronológico de Alexander Grin nos permiten degustar esta muestra elocuente de la narrativa de terror de A. Grin. Debo señalar, no obstante una pequeña mácula: sería preciso una puntuación más ajustada a la normativa y uniforme.

Francisco Martínez Bouzas

 
Alexander Grin

Fragmentos

“Nadie sabe que vengo aquí a vender libros –me dijo comunicativa, exhibiendo ante mis ojos un billete falso que el circunspecto ciudadano había deslizado entro los otros (lo agitaba distraídamente)-, aunque no vaya usted a creerse que los robo, no, los cojo de las estanterías cuando mi padre está dormido. Mi madre estuvo mucho tiempo enferma antes de morir, y tuvimos que venderlo todo, casi todo. No teníamos ni pan, ni madera, ni combustible. ¡Imagínese!  Aun  así, mi padre se enfadaría si llegara a enterarse de que frecuento lugares como este. Y, sin embargo, no me queda otro remedio; vengo con cosas procurando ser discreta. Te da dolor de corazón por los libros, pero ¿qué se va  a hacer? Gracias a Dios, tenemos de sobra. ¿Usted también tiene muchos?
-No-dije. Me castañeaban los dientes (ya había cogido frío y mi voz sonaba un poco ronca). No puede decirse que tenga muchos. En cualquier caso, es todo cuanto poseo.”

…..

“Los fantasmas invadieron las tinieblas. Veía el espectro velludo que se aparece a los niños en las esquinas oscuras de sus habitaciones durante las horas del crepúsculo. Aún más horrible, aún más aterrador que una caída en el abismo, era el temor obsesivo a que, justo detrás de la puerta, los pasos dejaran de oírse, a que no hubiera nadie, y que ese vacío me rozase el rostro con sus alas invisibles. Ya no podía imaginar que los rasgos de ese ser fueran los de un hombre corriente. Solo faltaban unos segundos: imposible esconderme. De repente los pasos se interrumpieron, justo detrás de la puerta, y fue tan prolongado el silencio, roto solo por el ruido de las ratas corriendo sobre los amasijos de papel, que tuve que esconderme para no lanzar un grito.”

(Alexander Grin, Cazador de ratas, páginas 10, 61-62)

2 comentarios:

  1. Me dejas la boca hecha agua, amigo. Soy admirador de la literatura rusa, no solo porque me tocara estar durante muchos años bajo la influencia soviética en mi país. Siempre me atrajo ese romaticismo casi terco, en un pueblo de violentas historias. Qué decir de Dostoievsky, de Tolstoi, de éste que nos presentas hoy,. Un abrazo agradecido.

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