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lunes, 9 de junio de 2014

LA LITERATURA COMO ACTO DE MEMORIA



W o el recuerdo de la infancia
Georges Perec.
Traducción de Alberto Clavería
El Aleph Editores, Barcelona, 206 páginas.
(LIBROS DE FONDO)

   Al final de la Segunda Guerra Mundial muchos escritores europeos formularon un interrogante crucial: ¿cómo escribir de los horrores de la guerra después de los campos de concentración, después de que la atrocidad fantasmagórica pero real de Auschwitz se instalase en Europa?
   Algunos de estos escritores, víctimas directas de los campos, entre ellos Tadeus Borowski, Primo Levi o Paul Celan, los tres suicidas posteriormente, eligieron la escritura como forma y posibilidad de supervivencia. También lo hizo el premio Nobel Imre Kertesz y sobre todo el escritor francés Georges Perec (1936-1982), uno de los escritores más innovadores de su generación. Perec, hijo de una familia numerosa y políglota de judios, vivió doblemente la tragedia de la guerra y su primera infancia está marcada por la ocupación nazi de Francia: su padre, combatiente de la Legión Extranjera, murió en batalla al comienzo de la Guerra. Su madre fue deportada y asesinada en un campo de concentración. Perec asumió desde muy joven la decisión de ser escritor. Pero su primera novela, Las cosas, no se publicó hasta 1965. Dos años más tarde se unió al grupo “Ouvroir de littérature potentielle” (OULIPO), que reunía a una serie de escritores decididos a romper con todo tipo de limitaciones formales.
   Parte de la obra de este autor singular e innovador debe de ser entendida como una parábola ilustrativa sobre las posibilidades de escribir acerca del horror, las deportaciones y los desaparecidos. La habilidad de Perec ilustraría en 1969 el vacío inexplicable de las desapariciones y de los campos de concentración con la novela La desaparición, una verdadera gesta lingüística en la que tortura al lenguaje haciendo desaparecer la letra “e”, indispensable en francés para penetrar en los territorios femeninos.
   Pero será sobre todo en W ou le souvenir d’enfance,  traducida al español por El Aleph Editores, donde el autor muestra su concepción de la literatura como acto de memoria y como camino para dotar de sentido a la vida. Porque los recuerdos de Perec están poblados por ciudades fantasmagóricas, por recorridos sangrientos, por pesadillas inolvidables, ya que la mayoría de su familia desapareció en la deportación.
   Perec publicó  en 1975 esta parábola del universo nazi, con la que, por medio de signos, de letras, de textos, intenta verbalizar el terror de los desaparecidos. Perec supera la imposibilidad de nombrar el vacío de forma sesgada, por medio de un relato alejado y tajante que se limita a narrar los acontecimientos, poco menos que con el formato de una enumeración burocrática.
   El relato se desdobla en dos partes que corren paralelas y en secuencias alternas. Por una parte, la narración de la fantasía de un niño que hace brotar algo parecido a una novela de aventuras localizada en la América austral que acogía en la década de los 70 varios campos de deportados por los fascistas de Pinochet. Y por otra, los recuerdos de una infancia vivida durante la guerra. De los márgenes de ambas historias y de lo que el escritor no dice, emerge lentamente el espanto  del universo de la guerra que fabrica de forma inexorable víctimas y verdugos.

Francisco Martínez Bouzas

 
Georges Perec

Fragmentos

“No sé en qué punto se rompieron los hilos que me ligan a mi infancia. Como todas las personas, o casi todas, tuve un padre y una madre, un orinal, una cuna, un sonajero y más tarde una bicicleta, que al parecer nunca cabalgaba sin lanzar gritos de terror ante la sola idea de que le levantaran o incluso le quitaran las dos ruedas laterales que garantizaban mi estabilidad. Como todas las personas, lo he olvidado todo sobre los primeros años de mi existencia.
Mi infancia forma parte de las cosas de las que sé que no sé gran cosa. Está a mis espaldas y, sin embargo, es el suelo sobre el que he crecido, me ha pertenecido cualquiera que sea mi empeño en afirmar que ya no me pertenece. Durante mucho tiempo he intentado ocultar o enmascarar estas evidencias encerrándome en el estatuto inofensivo del huérfano, del no engendrado, del hijo de nadie. Pero la infancia no es una nostalgia, terror, paraíso perdido ni Toisón de Oro, sino quizás horizonte, punto de partida, coordenadas a partir de las cuales podrían hallar sentido los ejes de mi vida. A pesar de no haber dispuesto de más ayuda para apuntalar mis recuerdos improbables que la prestada por fotos amarillentas, testimonios escasos y documentos insignificantes, no tengo más remedio que evocar lo que durante demasiado tiempo he llamado lo irrevocable; lo que fue, lo que se interrumpió, lo que fue clausurado; lo que indudablemente fue para no ser ya hoy, pero también lo que fue para que yo sea todavía.”

…..

“Está claro que la organización básica de la vida deportiva en W (la existencia de pueblos, la composición de los equipos, las modalidades de selección, para no dar más que ejemplos elementales de esta organización) tiene como única finalidad exacerbar la competición o, si se prefiere, exaltar la victoria. Desde este punto de vista puede decirse que no hay sociedad humana capaz de rivalizar con W. Aquí la struggle for life es la ley; incluso la lucha no es nada, no es el amor al Deporte por el Deporte, de la hazaña por la hazaña, lo que anima a los hombres W, sino la sed de victorias, de la victoria a cualquier precio. El público de los estadios jamás perdona a un Atleta por haber perdido, pero no escatima su aplauso a los vencedores. ¡Gloria a los vencedores! ¡Desgracia a los vencidos! Para el deportista profesional que es el ciudadano de un pueblo, la victoria es la única salida posible, la única oportunidad. La victoria a todos los niveles: en el propio equipo, en los encuentros con otros pueblos y finalmente, y sobre todo, en los Juegos.”

(Georges Perec, W o el recuerdo de la infancia, páginas 24-25, 115)

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