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martes, 29 de abril de 2014

LA NOVELA DE Y CON UNAMUNO EN PORTUGAL



Por tierras de Portugal

Un viaje con Unamuno

Agustín Remesal

 La Raya Quebrada Editorial, Zamora, 2013, 396 páginas.





    
   Puesta en circulación la primera edición el pasado agosto, hace unos días, Agustín Remesal,  a pesar de los malos tiempos que corren para este tipo de literatura, acaba de situar en las librerías la segunda edición de un libro singularísimo, transgenérico: Por tierras de Portugal. Un viaje con Unamuno. El autor zamorano, y también rayano puro,  es de sobra conocido por el público español en su faceta de corresponsal en el extranjero durante casi tres décadas de TVE (Roma, París, Nueva York, Londres, Lisboa, Jerusalén). Apasionado y fervoroso viajero, ha sabido compaginar su trabajo profesional con el gusto por la escritura. Fruto de ese placer por escribir son la docena de libros que ha publicado.

   Agustín Remesal, “castellano recio, delibesiano, con un idioma bien dicho y rotundo” como él mismo se autodefine nos ofrece en su última publicación un libro original, una amalgama hecha de documentación rigurosa, con personajes, acontecimientos y circunstancias reales y  diálogos ficcionalizados en buena medida, sobre una parcela vital de Miguel de Unamuno: sus más de veinte viajes y estancias en Portugal, frecuentemente ignoradas por biógrafos y estudiosos de la obra unamuniana. Así pues, literatura viajera sobre las estancias del Rector salmantino en Portugal, que no fueron unas simples y anodinas vacaciones, como se han tratado, sino parcelas importantes de su vida e incluso de su obra, vividas en solitario, en familia o acompañado de relevantes amigos, políticos, revolucionarios, pero también pescadores humildes, libreros, cabalistas o poetas suicidas.

   El autor rastrea las huellas unamunianas por los enclaves y nudos geográficos por los que pasó Unamuno. Tres años tras los pasos portugueses de Miguel de Unamuno y un trabajo ingente de documentación están en el origen de este libro. Después de ese esfuerzo investigador,  la conclusión a la que llega el autor, es que Unamuno como personaje es incompleto sin saber lo que vivió, sintió y pensó en Portugal. Abre pues la obra de A. Remesal nuevas e importantes vetas en la biografía de uno de los personajes españoles más eximios y carismáticos de la primera mitad del siglo XX.

   El libro, concebido como una biografía novelada del pensador bilbaíno en tierras portuguesas, estructura su abundante material -los viajes unamunianos a Portugal fueron muchos y frecuentes; más de veinte están documentados- en diez capítulos. La narración inicia su recorrido en el “recóndito paraje ferroviario" fronterizo de Fregeneda. Es un viaje del 21 de marzo de 1894, que el autor repetirá muchos años más tarde en un último convoy ferroviario, cuando la vía férrea llevaba años abandonada. Un viaje hasta Barca d’Alva. Y al otro lado del Duero, el encuentro con el político y poeta trasmontano Guerra Junqueiro. Y uno tras otro se suceden los viajes: a Coimbra, y el encuentro con el poeta simbolista Eugenio de Castro, con el antropólogo Bernardino Machado y otros personajes de la vieja Universidad de Coimbra, así como con el librero y editor Francisco França.

Unamuno disfrutará de muchos otros viajes a tierras portuguesas para descansar mentalmente y reunirse con otros intelectuales lusos como el poeta Teixeira de Pascoaes, que le ofrece refugio en su casa de Amarante ante los peligros que intuyen llegarán muy pronto a España; con el médico y escritor Manuel Laranjeira, un personaje medio loco que terminará escribiéndole a Unamuno con el anuncio de su suicidio, como así sucedió. Viajes y estancias en Oporto, en Amarante, al sosiego del Támega, Barca d’Alva y nuevo encuentro con el poeta Abilio Guerra Junqueiro. Viaje a Braga, aburrido de las vacaciones familiares en las playas de Espinho, y donde, sin amigos que le guíen, “puede buscar sin prejuicios ni consejos ajenos los signos invisibles de la esencia portuguesa” (página 206). Viajes improvisados a Lisboa, Alcobaça y Guarda; a Espinho, la ciudad balneario, la Gomorra ibérica, y nuevo encuentro con el poeta Laranjeira que ya había traspasado la puerta hacia la muerte (página 307). Figueira da Foz, la colonia de bañistas donde se harta de tantas españoladas. Finalmente, la crónica del último viaje: 3 de junio de 1935, destino Lisboa y Estoril, con el relato del encuentro confidencial con el exiliado español más famoso del momento, el general José Sanjurjo, en el que el general golpista engañó a Unamuno sobre los planes del golpe militar del 36 y la creación de un Estado fascista.

   Un copioso material que rueda por este libro, como se le hace decir en un apócrifo Epílogo al Rector de Salamanca, que compone una detallada, sugestiva y rigurosa crónica viajera, imprescindible ya desde ahora para conocer al personaje de carne y hueso, Miguel de Unamuno. Escrita con altas cotas de fidelidad documental y conocimiento  de hechos y vivencias, porque si algo demuestra esta obra,  es que Agustín Remesal tiene metido a  Unamuno  en su cabeza; no solo el de las tierras portuguesas, sino toda la biografía y buena parte de su obra como pensador, narrador, poeta y viajero.

   Acierta el autor con esa estructura paralela que le permite al viajero -alter ego del propio autor- revisitar cien años después los lugares y ciudades en los que el Rector salmantino pasó sus descansos lusitanos. Porque son esas recreaciones viajeras un itinerario ilustrado del Portugal unamuniano tras el paso del tiempo, convirtiéndose así mismo, y en buena medida, en un reflejo de la intrahistoria portuguesa, de sus avatares históricos, de sus revueltas libertarias como la de Diogo Telonio en 1762.

   Atina igualmente el autor en su apuesta: sutura de crónica verídica con la recreación de espacios, ambientes y diálogos, escritos en un elevado tono ficcional y literario, que erradica de la mente lectora la cansada simpleza de una larga lista de lugares, fechas y encuentros y convierte a este libro en una pieza narrativa que se puede leer como novela. Unamuno y Portugal en estado puro, pero también novelados.

   Y no solo es acierto sino también regalo para la mente y los sentidos el estilo de la prosa de esta doble crónica viajera: castellano de altas cotas, fuerte, rotundo, perfectamente moldeado, sin concesiones a inútiles y enrevesados barroquismos, pero ornado con todas las galas de esa lengua delibesiana que el escritor rayano refleja en los cientos de descripciones y relatos de su viaje con Unamuno por tierras lusas.



Francisco Martínez Bouzas





Agustín Remesal

Fragmentos



“De regreso a la estación de Fregeneda, descubrió el viajero años más tarde algunos indicios ciertos de que por aquellos rieles habían transitado durante un siglo algo más que viajeros, emigrantes, tenderos y mercancías. Los dinteles sin puertas, las ventanas desvencijadas, las techumbres hundidas y el pavimento de azulejos hecho añicos no han borrado la grandeza de aquel delirio ferroviario; se derrumbaron las paredes y se borraron los letreros, pero el hierro ha resistido bien el paso de los siglos. Allí siguen herrumbrosos pero intactos los topes de las vías, las palancas y las ruedas dentadas del cambio de agujas; el tanque de la aguada y los raíles marcados en cada extremo con la inscripción de los hornos donde fueron fundidos y moldeados: la fábrica siderúrgica alemana Krupp. El mejor remedio que conoce el viajero para curarse de estas soledades es echarse a andar sobre las traviesas, divisar la peña del Sastre, observar las águilas que vigilan el paso de algún tren fantasma, conversar con su vuelo, oler la jara y la retama y ver el reflejo del agua de los viaductos metálicos. Es ese un buen método para perseguir la felicidad y la quietud que se alejan por los rieles hasta el otro lado de la Raya.”



…..



“No padece tampoco el Rector las manías del paseante curioso, mucho menos las del turista compulsivo. Cuando esta mañana tomó el tren en la estación de Espinho, con dirección a Oporto, y tras hacer trasbordo en Campanha vino hasta aquí, se sintió tan libre como en sus correrías por la sierra de Francia hablando con los pastores y comiendo a la sombra de sus chiviteras el hornazo y el jamón serrano que ellos trasiegan con el vino áspero de la mortera. Aquí, en esta vieja ciudad arzobispal, el descubrimiento nada tendrá que ver con los de sus retiros en la montaña y el cansancio dulce de las caminatas. Está en Braga, ciudad monumental de cimientos romanos, encrucijada de la historia patria, sede primada y baluarte monárquico que aún llora en los carteles colgados por las calles el asesinato en Lisboa del Rey Don Carlos, hace apenas seis meses. Aquí como en Castilla, todas las piedras destilan historia y algunas tragedia. Bien lo ha experimentado él en Salamanca, en Zamora y en Ávila. Si no fuera por el traje de la gente y ese idioma tan musical que hablan aquí susurrando, se creería en Toledo.”



…..



“En el chalet situado no lejos de la playa y el Casino, un edificio pequeño de dos plantas con jardín al frente y vistas al mar, el general (José Sanjurjo) vive con su esposa,  a punto de dar a luz un segundo hijo, pegado al teléfono y a la radio según comentan sus amigos.

-Sea bienvenido, don Miguel. Usted ha probado también en carne propia la crueldad del exilio. – dice en tono campechano tras saludar a los visitantes. Y añade zalamero: -Te agradezco, querido Wenceslao, la oportunidad de recibir en esta pobre casa al ciudadano más honorable de España; al menos eso dicen los republicanos.

Unamuno calla. Le disgustan la gran humanidad física del militar y el estrecho recinto del salón oscuro, donde toman asiento dispuestos a tomar una taza de te.(…)

-Ni siquiera me dejan visitar el balneario de Archena y tomar las curas que me prescribe el médico -se queja.-. Aquí nos tienen a todos, don Miguel, encerrados en nuestro dulce hogar.

-Pero sí pudo usted ir a Gibraltar y Tánger hace dos meses –señala F. Flórez-. Menudo escándalo levantó ese viaje.

- Imaginerías de una fantástica confabulación de mente estrecha como la de Riquelme -replica Sanjurjo-. Ese generalito catalán tiene las obsesiones de un cabo furriel: movilizó los cuarteles cercanos al Peñón porque sospechaba de otro complot. (…)

No es esa la conjetura que el escritor se hace sobre la vida en Estoril de los Sanjurjo, idolatrados por los aristócratas españoles que les rodean. Se percibe en ese ambiente el hervor de la insurrección que se cocina a fuego lento. Wenceslao le advirtió cuando llegaron, antes de llamar a la puerta, que en la quinta de al lado ha establecido su residencia de conspirador transeúnte el joven diputado monárquico Pedro Sáinz Rodríguez.”



(Agustín Remesal, Por tierras de Portugal. Un viaje con Unamuno, Raya Quebrada Editorial, páginas 21, 205, 362-363, rayaquebrada@gmail.com)

sábado, 26 de abril de 2014

"LA EXPERIENCIA DRAMÁTICA": ENTRE LA REALIDAD Y LA REPRESENTACIÓN



La experiencia dramática
Sergio Chejfec
Editorial Candaya, Avinyonet del Penedés (Barcelona), 2013, 171 páginas.

   Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956) está considerado como uno de los pocos novelistas filósofos. En las páginas de sus novelas (o artefactos literarios) hay una ruptura de géneros  y en ellos  conviven la ficción, el ensayo, los viajes, el deambular, diálogos escenificados e incluso el análisis de obras de arte. Artefactos de pensamiento narrado como las ha calificado Enrique Vila-Matas. Porque la sola ficción, confiesa el escritor, no basta para entender los misterios del alma. Es la singularísima forma de entender la literatura, que fue para Chejfec un verdadero acto de voluntad porque, de origen familiar polaco y judío, el yiddish fue en su niñez una lengua fantasma, un muro que le impedía comunicarse con sus hermanos. Pero apostó por ser escritor y poder expresar mediante un idioma que no traicionara sus orígenes, lo que deseaba exponer. Y hoy en día se ha convertido en uno de los escritores más originales de las letras latinoamericanas, porque su novelística, intrigante y sólida, refleja lo que le interesa al autor: no cómo ocurren las cosas, sino cómo se describen.
   Por eso mismo Sergio Chejfec se plantea la creación como el desafío de proponer una suerte de convivencia entre la determinación y la indeterminación, ya que es en esa frontera, mantiene el escritor, donde se produce la ficción, tentativa y cavilante que a él le gusta desarrollar. De ahí que sus novelas sean textos reflexivos con inclinación hacia el género ensayístico.
   La experiencia dramática se sustenta sobre una historia minimalista: Rose y Félix, “navegantes de la soledad”, se dan cita al menos una vez por semana en un bar de una ciudad cuyo nombre se nos oculta, para conversar y pasear en interminables caminatas urbanas. Y tal como refleja la contraportada, ambos “tienen la extraña sensación de haber dicho más de lo que esperaban y menos de lo que querían decir” que  se insinúa, tras los pliegues del presente y de las experiencias pasadas, en la siguiente pregunta: ¿Actuar la vida es la única forma de vivirla? ¿Es ésta menos verdadera cuando se la representa? La historia acontece al compás del  deambular de los protagonistas, con fijación en los espacios que recorren, puesto que con sus recorridos se desplazan también sus pensamientos, sus reflexiones, condenadas a ser parciales. Son por lo tanto muchas veces silencios significativos. Un caminar pues que tiene lugar siguiendo las coordenadas del pensar y viceversa y que nos permite descubrir la psicología dramatizada de estos dos seres que conscientemente actúan como personajes que se interpelan conscientemente a sí mismos.
   Caminan como una forma de instalarse en el mundo: Félix, extranjero dentro de su propia ciudad; Rose, la nativa, que se mueve de forma natural por las calles y barrios. La novela coloca además en el primer plano el interrogante de si la representación es una forma de estar en el mundo. Pero, aunque los paseos de los protagonistas constituyan todo el material narrativo, el asunto principal es una propuesta que el profesor de teatro de Rose lanzó a sus alumnos: cada uno de ellos debe elegir y escenificar la experiencia más dramática de su vida. Rose vacila, no sabe cuál. Y a partir de aquí, Sergio Chejfec envuelve a los lectores en una atmósfera de gran intensidad que va dando lugar a un encadenamiento de enigmas y vacilaciones sobre lo efectivamente ocurrido en el pasado que adquiere una gran importancia en esta novela, y del que solo quedan recuerdos desdibujados.
   Más si algo se cuestiona en La experiencia dramática es el estatuto de verdad de la representación: ¿algo es menos verdadero por el hecho de ser representado? Pregunta a la que el escritor responde negativamente, ejemplificando la respuesta con el texto inicial de los mapas virtuales (“Google Maps”): los edificios, esquinas, semáforos, veredas, árboles y luminarias tienen como principal cometido ser ejemplo de aquello que de todos modos los mapas dan por sentado; o sea, como si los objetos físicos no fueran más que una réplica espacial medio adormecida de aquello señalado por los mapas (página 10). Confusas y desvanecidas fronteras, pues, entre lo real y la representación, auspiciadas y promovidas por los nuevos desarrollos tecnológicos que alteran constantemente nuestra forma de percibir el mundo.
   Estética minimalista: ni el argumento ni la acción son decisivos. Los personajes, más que seres reales, representan ideas proyectadas en un anónimo espacio urbano, que funciona a la vez como escenario y alegoría de lo que el autor da cuenta en un texto continuo y con una prosa tan precisa como elegante.

Francisco Martínez Bouzas


Sergio Chejfec

Fragmentos

 “No hace mucho, un párroco quiso graficar en la misa dominical la idea que tenía de Dios. Explicó que siempre se ha dicho que Dios está en todas partes y que acompaña a todo el mundo en todo momento. Lo difícil, sugirió, es hacer tangible esa presencia, ofrecer ejemplos prácticos que no dejen lugar a dudas. Hizo silencio y enseguida agregó que Dios es como los mapas en línea (dijo textualmente “Google Maps”). Puede observar desde arriba y desde los costados, es capaz de abarcar con la mirada un continente o enfocarse en una casa, hasta hacer zoom sobre el patio de una casa. Y así, como todos los presentes en ese momento podían imaginar, nada escapaba a su vigilancia. Ahora bien, agregó, Dios funcionaba como los mapas digitales, pero mejor, porque no estaba reducido a la representación visual y sus distintas modalidades (mapa, relieve, tránsito, etc.): estaba en condiciones de abarcar literalmente todo, desde las voces y sonidos en el aire hasta los sentimientos más inconfesables, de un modo tal que podía prescindir de la visualización sin mayor problema, cosa imposible para Google Maps. El párroco dibujó con la mano un gesto de advertencia, o aclaración, y siguió diciendo que ello no significaba que los mapas digitales fueran equivalentes a Dios, sino que eran un ejemplo del, como dijo, funcionamiento divino de Dios. En ese momento se hizo nítido un murmullo, como si los asistentes repitieran para sí las últimas palabras del cura. Después, al igual que siempre, al término de la misa se formaron grupos en el pequeño atrio; y entre quienes conversaban algunos de cuando en cuando dirigían la vista hacia el cielo como si temieran lluvia.
Esta anécdota ha quedado grabada en la memoria de Félix, la recuerda en cualquier circunstancia y cuando menos lo espera. En realidad son muy pocas las veces en las que piensa en Dios, y raramente en los términos usados por el párroco. En cambio sí piensa con frecuencia en los mapas digitales, en miradas superiores y en acciones levemente trascendentales. Concibe los mapas en línea como aparatos escénicos de vigilia continua, dentro de los cuales se siente incluido más allá de lo que haga o dónde esté en determinado momento; y por la combinación que encarnan entre observación insomne y fatal permanencia, se han convertido en un modelo de funcionamiento de la realidad diaria que le resulta muy inspirador. No piensa que desde la aparición de los mapas digitales su vida haya mejorado o sea menos indistinta, ni siquiera diferente, pero sí advierte que sus desplazamientos en general se han transformado en algo verificable por partida doble, como si en algún momento hubiese empezado a sembrar un rastro o halo electrónico y ahora tuviera a la mano una forma de asistir a lo que antes hacía pero no podía ver con sus propios ojos.”
…..

“A veces se internan en calles por las que nadie camina: un barrio de grandes galpones tipo industrial hace tiempo olvidados que muy de cuando en cuando recibe la visita de un auto. Son edificios gigantes y silenciosos, algunos con los ventanales rotos, gracias a los cuales aves de la ciudad y del extrarradio consiguen refugio. Los pocos vehículos que aparecen se mueven despacio, como si no llegaran a encontrar el punto de destino frente a la desesperante repetición de perspectivas y fachadas.
En esta ocasión Rose teme que terminen llegando a ese barrio. Sabe que la zona es una de las preferidas de Félix, y más de una vez ella ha dirigido los pasos de ambos, sin que él lo advierta, a través de calles que en cierto momento y sorpresivamente derivan en el lugar, provocando en Félix una reacción de sorpresa, obvio, y también de alegría, similar, piensa Rose, a los gestos de los niños inesperadamente recompensados. En gran parte debido a estas felices sorpresas es que Félix ha preferido desde un principio dejar los recorridos en manos de Rose. No sólo porque están en la ciudad de ella, sino porque le gusta someterse a su iniciativa y adoptar una actitud de pasividad, es una especie de gratitud sobreen­tendida y en ocasiones anticipatoria de los premios que ella le depara. Pero ahora es distinto. En el barrio de los galpones Rose sentirá más frío, aparte llegarán ahí cuando haya anochecido. La belleza del lugar, ya de por sí incierta y hasta equívoca, se habrá entonces replegado; en medio de la oscuridad nocturna podrán verse los reflejos medio inertes de luces esporádicas, muchas de ellas exhibiendo un extraño movimiento de sombras tras las zonas de estribaciones urbanizadas, dibujando con sus titilaciones nuevos pozos de oscuridad.
Y es precisamente este paisaje de desolación embellecida, unido al frío, el motivo de su resistencia, sencillamente porque no siempre tiene ganas de hacer un esfuerzo y descubrir lo bello en lo estropeado, o lo sugestivo en la devastación y el abandono.”

(Sergio Chejfec, La experiencia dramática, páginas 7-8, 133-135)

lunes, 21 de abril de 2014

EL FERROCARRILERO Y SU TREN-MUJER



Métase mi Prieta, entre el durmiente y el silbatazo

Elena Poniatowska

Editorial Trifolium, A Coruña, 2014, 54 páginas.



  (En homenaje a Elena Poniatowska que dentro de dos días recibirá el Premio Cervantes 2013)

                     
                       
                              

                                             

                                       

   Elena Poniatowska es un pájaro en la literatura mexicana. Así retrató Octavio Paz los cerca de cincuenta años de creación innovadora en la narrativa de Elena Poniatowska, que dieron comienzo con un libro de cuentos Lilus Kikus, y en los que la mujer que nació princesa polaca, condición a la que renunciaría, presta su voz y sus fantásticas imposturas a los sin voz de su país y de otras partes del mundo. La más reciente, a Leonora Carrington en su novela Leonora (2011). Antes lo había hecho con la lavandera, heroína veterana de la Revolución mexicana, Josefina Bórquez, en la ficción Jesusa Palancares de Hasta no verte Jesús mío (1969), o a aquellas mujeres con las que se conduele como la fotógrafa Tina Modoti en la investigación novelada Tinísima (1992) o como a Angelina Beloff de Querido Diego. Te abraza Quiela (1978), un relato de amor intransitivo.

   La mano maestra de Elena Poniatowska ha escrito además algunos cuentos antológicos de la narrativa en español. Uno de ellos es este Métase mi Prieta, entre el duermiente y el silbatazo, que por estas fechas edita la coruñesa Editorial Trifolium, un homenaje de primavera a la mujer que dentro de dos días recibirá el Premio Cervantes.

   El cuento desarrolla su trama narrativa en el micromundo de los ferroviarios o ferrocarrileros, para ser fieles a los mexicanismos que emplea la autora, de México D.F., en la época del tránsito de la máquina de vapor a la de diesel. En este mundo sitúa E. Poniatowska a su protagonista, el ferrocarrilero Pancho, cuya cultura e identidad están fuertemente unidas al grasiento y ruidoso ambiente de las máquinas de vapor. Pero carece de toda posibilidad, pese a la solidariedad entre los trabajadores, para controlar sus condiciones laborales. Y también sus condiciones de vida, lo que acontece cuando la máquina de vapor es substituida por la de diesel. Pancho ya no podrá tratar a su nueva máquina como a su amante Teresa. La relación con ambas era similar: a la dos acariciaba, lubrificaba, domesticaba, de las dos captaba sus olores y gemidos. Las dos se dejaban hacer. La locomotora es su amor despierto. Teresa le recibe con sus ojos fijos de vaca buena que “desplazaba lentamente su gran pasividad de la cocina a la recámara” (página 9). Mas la maquina diesel no lubrifica como la Prieta; ella se mantiene sola. Y Pancho comienza a mirarla con desazón: ya no sentirá el mismo deseo que sentía cuando montaba  a Teresa, cuando con la Prieta corría en medio del silencio. Y, en un último acto de rebeldía y amor, con la Prieta se perderá en paisajes desconocidos que se adentran en la sierra para dar pábulo a rumores que hablan de una máquina loca que hace corridos fantasmas.

   Es verdad que se puede hacer, y así se han hecho, lecturas de este relato desde una perspectiva genérica y en el contexto de una cultura fálica, que se hace presente ya en el primer párrafo: “El tubo de la luz perfora la noche y la locomotora se abre paso entre muros de árboles, paredes tupidas de vegetación inextricable” (página 7). Una metáfora que se presta a una lectura sexual en el tejido cultural de los ferrocarrileros que tratan a sus máquinas de vapor como si fueran mujeres. Una relación -fundamento de su identidad- que se pierde con la irrupción de los nuevos trenes, que como Teresa y la Prieta, ya no se dejan hacer. Según esta lectura, Poniatowska quiere indicar que Pancho es el representante de un sistema de  un “género exhausto”, un hombre definido por la tradición machista, que es incapaz de reinventarse con la llegada de la modernidad. Y con la pérdida de la amante sumisa y de la máquina de vapor, pierde así mismo las bases de su identidad.

   Aceptando no obstante las connotaciones machistas -para Pancho Teresa nunca existió como persona, sino solamente como objeto de su apetito sexual- caben otras traducciones del relato de Poniatowska: como una historia de solidariedad entre los viejos ferrocarrileros. Y de amor a los viejos trenes. Estos viejos ferrocarrileros  descubren al mismo tiempo a la mujer y al riel y cómo la máquina se hace a uno, igual que Teresa, la amante a la que también le complacía que él fuera acariciándola, suavizándola.

   Elena Poniatowska recupera en este cuento la voz y el indeleble apego de un curtido ferrocarrilero, seducido  por su Prieta, la máquina de vapor a la que viste  con su ajuar de novia, como si fuera su primera noche. La escritora mexicana  reviste a su vez  su cuento con un ajuar lingüístico de primera calidad: lengua fuerte, incontenible, a veces arrebatada -inmensa su fuerza verbal-, que conjuga a la perfección el castellano y los mexicanismos, así como el usos frecuente de potentes imágenes poéticas, penetradas con frecuencia de humor, que hacen de la lectura de este cuento un deleite también para los sentidos.


Francisco Martínez Bouzas



  
Elena Poniatowska

Fragmentos



“Lo más bonito de Teresa, además de su gordura, era su prudencia; mejor dicho, su absoluta incapacidad para la intriga o la malevolencia. Él regresaba echando pestes contra el jefe de patio general; que se iban a unir todos para sacar al desgraciado, que por algo había un sindicato, que…y Teresa y sus ojos fijos de vaca buena, respondía con voz tranquila:

-Pues a ver.

Nunca un juicio, nunca una palabra de más. Desplazaba lentamente su gran pasividad de la cocina a la recámara, a la azotechuela, y parecía abarcarlo todo. Nada le hacía mella, nada alteraba su humor parejo y, sin embargo, cómo le gustaba a Pancho que Teresa se sentara encima de él a la hora del amor; él de espaldas en la cama y ella en cuclillas, montada en su pecho, sus piernas acinturándolo; tan enorme que Pancho no alcanzaba a verle el rostro, asfixiado como estaba por su vientre, sus muslos fortísimos, pero qué dulces, qué reconfortante asfixia.”



…..



“De Apizaco a Huauchinango y también entre las poblaciones que se adentran en la sierra, por el rumbo de Teziutlán se esparce el rumor de una máquina loca que hace corridas fantasmas y en la noche se escucha cómo el maquinista abre válvulas de vapor y la montaña resuena entonces con un lamento largo, como el grito de un animal herido, un grito hondo y dolido que parte la sierra de Puebla en dos. Nadie la ha visto (aunque todos los hombres del mundo se han ido un poco con el tren que pasa), pero una vez, un despachador que se iniciaba en una estación perdida de Huastca, de ésas donde no cae un alma viviente y en las que suelen mandar a entrenarse, en medio de los abismos oscuros,  a los nuevos para que se despabilen, envió un telegrama que leyeron en Buenavista: «Métase mi Prieta, entre el duermiente y el silbatazo». El Gringo que andaba en la chancla de la estación se enteró y fue el único en sonreír. Pero como ya no le gustaba platicar no dio explicación alguna. Tampoco la dio Alejandro Díaz, empleado de confianza.”



(Elena Poniatowka, Métase mi prieta entre el durmiente y el silvatazo, páginas 9-10, 53-54)

sábado, 19 de abril de 2014

LA SEGUNDA VIDA DE VIOLA WITHER




La segunda vida de Viola Wither
Stella Gibbons
Traducción de Laura Naranjo y Carmen Torres García
Editorial Impedimenta, Madrid, 2013, 453 páginas.

   Stella Gibbons (1902-1982) es una notable y prolífica narradora inglesa -es autora de veinticinco piezas narrativas- aunque es conocida sobre todo por la novela La hija de Robert Post (1932), que alcanzó gran éxito de ventas, el aval de algún prestigioso premio literario y está considerada como una de las novelas cómicas más singulares y perfectas de la narrativa inglesa del siglo XX. Hace unos meses, y para conmemorar la edición del título número cien, Impedimenta edita en español Nightingale Wood, traducido con el título, no demasiado fiel con el original, La segunda vida Viola Wither.
   La novela se mueve de nuevo en los terrenos de la comedia. Comedia ingeniosa, aguda, como suele ser la que cosecha la narrativa inglesa, especialmente la de la época victoriana y su inmediata heredera. Comedia además con mucha vida social en la que nacen, casi por generación espontánea, multitud de enredos que tienen casi siempre que ver con historias de amor. Y todo ello sin que acontezcan grandes cosas.
   La segunda vida de Viola Wither vio la luz en 1938 y en una escueta sinopsis que no revelará la esencia de la trama argumental, cabe decir que Stella Gibbons nos presenta como protagonista, o mejor dicho como coprotagonista, a Viola, una joven hermosa y sencilla, una vulgar dependienta, cuyo padre muere dejándole como herencia treinta libras. Viola comete el error de casarse con un hombre, un “joven” rollizo que superaba la cuarentena, perteneciente a la alta burguesía rural inglesa, propietaria de una imponente y anticuada mansión familiar, “The Eagles”. Su vida matrimonial no le proporciona ningún tipo de felicidad porque Viola no está realmente enamorada de su marido. Poco después, éste también fallece  dejándola en la miseria y ella se ve empujada a vivir en la mansión de los Wither, que a pesar de ser una acomodada familia burguesa, viven en un entorno opresivo y aburrido: marido y padre controlador de todas las inversiones de los miembros de la familia; esposa y madre, sumisa y conservadora. Con ellos conviven dos hijas solteras: Madge que concentra su afecto en un perro como substituto del novio militar que la abandonó, y Tina que proyecta sus deseos y energías  en conquistar al atractivo chofer que acaba de contratar el señor Wither. Mas todo comienza  a cambiar cuando aparece en escena un personaje masculino: el joven, apuesto y rico Victor Spring, por el que aspiran todas las casaderas del lugar a pesar de su profundo machismo, y del que Viola se enamora.
   El largo relato da comienzo “in media res”, con la llegada de Viola a la mansión de los Wither, después de haber quedado viuda, donde es recibida con indiferencia. Solamente al final de la novela, cuando Viola y Victor Spring están contrayendo matrimonio, la autora nos desvela por dónde discurrirá, de forma insospechada, el futuro de todos los personajes.
   La segunda vida de Viola Wither es una novela concebida y escrita con inteligencia; una escritura clásica que nos recuerda, aunque sea desde la distancia, a Jane Austen a quien admiraba Stella Gibbons. Portadora de una profunda carga irónica, en este caso contra la burguesía rural, anclada todavía en la época victoriana: gran importancia del qué dirán, rechazo de matrimonios interclasistas…La autora consigue sobre todo destapar la situación de la mujer en los años treinta del siglo pasado. Y nos muestra así mismo con lucidez un buen retrato de la época, a la vez que teje una intriga romántica y moldea con agudeza el retrato psicológico de los personajes, especialmente el snobismo de alguno de ellos.
  La novela es además un perfecto muestrario de mundos femeninos insatisfechos, independientemente la situación social, económica o sentimental de las mujeres encerradas en esos mundos. Mujeres que sobre todo anhelan conocer el amor. Otro punto fuerte que en la novela mueve muchos hilos, es el poder del dinero que discrimina de forma radical a la alta burguesía rural acomodada de la clase trabajadora.
   Trama entretenida, bien escrita en la que, a pesar de que no se nos brindan grandes acontecimientos y de que el ritmo, sobre todo al principio, es lento, los lectores amantes de la narrativa pausada y del fino humor inglés no dejarán de hallar deleite.

Francisco Martínez Bouzas



Stella Gibbons

Fragmentos

“la verdad era que los pasatiempos de Phyllis y su pandilla resultaban demasiado femeninos para el gusto de Victor. Él habría disfrutado mas la vida social de hacía cincuenta años, cuando los dos sexos gozaban de sus placeres e intereses por separado. De vez en cuando le encantaba pasar una noche de chicos, salvaje o aburrida, y darle vueltas y vueltas al periódico de ese modo narcótico tan propio de los hombres, pensando ensimismado en las noticias sin discutirlas con nadie. O ver los partidos de futbol y de tenis y conducir solo.
Yse guardaba para sí lo que pensaba de las mujeres, que solo compartía con su madre, pues ambos tenían el mismo punto de vista.
Su opinión era estúpida, retrógrada y ultramasculina. Nunca abandonaba la idea (aunque, por supuesto debía disimular delante de Phyllis y de sus amigas) de que a las mujeres había que mantenerlas ocupadas con algún entretenimiento puramente femenino como coser, arreglar flores o cuidar niños hasta que un hombre requiera su atención. Las mujeres que sobrevolaban océanos, ganaban carreras de coches, escribían novelas brillantes o dirigían grandes negocios no le despertaban ni un ápice de admiración (aunque esto también tenía que disimularlo).”

…..

“La cara del señor Wither era una máscara petrificada de horror e incredulidad. Tenía la piel parcheada de gris y púrpura. Intentó decir algo en dos ocasiones, pero luego se sentó, temblando, sacudiendo la cabeza aturdido como un perro viejo al que hubieran apaleado.
-¿Cuánto tiempo lleva pasando esto?  -casi susurró al fin.
-Seis meses. Me enamoré de él en cuanto llegó. Es muy guapo y en esta casa…-la voz de Tina era dura y calmada, pero qué exquisito alivio se obtenía de dejar salir esas dulces palabras de sus labios; ¡la verdad, la pura verdad, tan desnuda como Venus!-. Ninguno de nosotros es guapo y la vida que llevamos tampoco es bonita. Él es como el Dios de la Primavera. Ninguna mujer puede resistirse a eso, compréndelo, padre. Sobre todo una mujer de mi edad que lleva años hambrienta de sexo…
- ¡Por Dios, Tina, no tienes por qué ser desagradable! -le cortó Madge.
-…y como me he estado preparando para enfrentarme a la verdad de un modo que ninguno de vosotros podría siquiera imaginar, lo planeé todo y decidí que era mejor arriesgarse a tener un hijo…”.

(Stella Gibbóns, la segunda vida de Viola Wither, páginas 295, 307)
 

lunes, 14 de abril de 2014

DANIELSTOWN Y EL ECO LEJANO DE LA GUERRA ANGLO IRLANDESA



El último septiembre
Elizabeth Bowen
Traducción de María Belmonte
Acantilado, Barcelona, 2013, 325 páginas.

   Elizabeth Bowen (1899-1973) fue una destacada narradora y ensayista anglo irlandesa. Sus seguidores y partidarios la consideran de hecho como la Virginia Woolf irlandesa. Aunque menos famosa y menos conocida que Virginia Woolf o Henry James, es considerada como un miembro colateral del Círculo de Bloomsbury. Nació en Irlanda pero avatares familiares (los problemas mentales que padecía su padre) provocaron el traslado de la familia a Hythe (Londres), donde logró relacionarse con los miembros del Círculo de Bloomsbury. Fue precisamente la Editorial Hogart Press, creada por Virginia Woolf y su esposo Leonard, la que le abrió las puertas de la edición, y en ella, en efecto, publicó su primer libro Encounters (1923).
   Sin embargo, su primera novela fue The Hotel (1927). The Last September fue la segunda y lo que en ella narra -los vaivenes en el mundo de la nobleza anglo irlandesa en una Irlanda amenazada por los rebeldes independentistas y ocupada por las tropas británicas- tiene lugar en 1920, cuando la escritora apenas había cumplido veinte años. Elizabeth Bowen recuperó  buena parte de esas vivencias -experiencias de su propia adolescencia y juventud y de la vida real en el Condado de Cork, en la  mansión llamada  Danielstown- tamizadas no obstante por la ficción.
   La trama de la novela centra su acción en la época de los “Disturbios”, es decir, en la guerra de guerrillas entre los independentistas irlandeses, las tropas británicas acuarteladas en la Isla y los Black and Tans. Emboscadas, detenciones, incendios, represalias y contrarrepresalias mantuvieron al país en permanente agitación. En general la postura de las familias anglo irlandesas, terratenientes protestantes como los Naylor, propietarios de la mansión de Danielstown, era muy ambigua: una contradictoria lealtad a Inglaterra, país al que debían sus tierras y su poder y un sentimiento de empatía por la sangre irlandesa que corría por sus venas.
   En Danielstown los ecos del conflicto parecen lejanos. Nada da la impresión de alterar el ritmo de vida de los Naylor y sus invitados, a no ser el comportamiento de la joven Lois, sobrina de los Naylor, personaje que sin ser Elizabeth Bowen, proviene de ella, y que medio a ciegas camina hacia la vida adulta y experimenta la irrupción del amor. Pero avanza el mes de septiembre y las evidencias de alarma y peligro se multiplican, y tanto los propietarios de la mansión como sus invitados no pueden seguir de espaldas a la realidad. Se acabaron las fiestas y los torbellinos independentistas son imparables.
   El último septiembre es sobre todo una historia pausada, morosa, en la que la ambientación de la trama, las descripciones y la vida interior de los personajes tienen un gran peso. Fuera, en el exterior, apenas acontece nada, motivo por el que esta novela es apta sobre todo para aquellos paladares exquisitos que gozan con la descripción del mundo en ella contenido, con el clima interior, con la intención evocadora. Es la propia autora quien recuerda en el Postfacio  (página 321) que lo que busca en la novela es el “entonces”, el pasado, el estado de ánimo de sus personajes, así como sus acciones, transmisoras del resplandor de un tiempo determinado. Mas con la intención que espera transferir al lector, de que “todo se acabó” y empieza nuestra historia (En 1928, tiempo de la escritura, la paz había llegado a Irlanda).
   Escritura, por otro lado, dominada por el escenario y las épocas. Así, por ejemplo, la mansión Danielstown no es solo una presencia espacial. Desempeña su propio papel, es el verdadero protagonista, dotado de vida propia, a la manera de Faulkner en sus solitarias mansiones que cobijan el yugo del linaje y el peso de la tradición.
   En la composición narrativa, la autora acude de nuevo a un recurso que ya había utilizado en The Hotel: reunir a sus protagonistas, mujeres y hombres, bajo el mismo techo y mantenerlos allí, ya fuera por azar o por elección, durante el tiempo del desarrollo de la historia, que Elizabeth Bowen teje con una prosa extremadamente refinada, de elevados quilates, con la que logra transmitirnos, no solo el amor de una muchacha irlandesa y un joven suboficial británico, así como la presencia del ejército ocupante que precipita los hechos, sino también la melancólica fuga de un “entonces”, ya pretérito y remoto que deja paso a un nuevo y distinto amanecer.

Francisco Martínez Bouzas

  
Elizabeth Bowen

Fragmentos

“En aquellos días las chicas llevaban faldas blancas almidonadas y blusas transparentes adornadas con flores también blancas; sobre los hombros, se dejaban caer unas cintas, enjaretadas para que hicieran bonito. Con este aspecto fresco y pimpante permanecía Lois en lo alto de la escalinata; era muy consciente de la frescura que, como el resto de las chicas de su edad, emanaba, y, con los brazos firmemente  cruzados a la espalda, hacía todo lo posible por disimular su turbación. Los perros salieron correteando del vestíbulo y se colocaron a su lado; detrás, la enorme fachada de la casa lanzaba una fría mirada a los prados de la finca. A Lois le hubiera gustado congelar el momento y conservarlo para siempre. Pero, mientras el coche se aproximaba y frenaba, se inclinó para acariciar a uno de los perros.”

…..


“Hugo, que se debatía entre encontrarla sutil o muy estúpida, y Lois, concentrada en su melodrama, regresaron a paso vivo. Al sur, los árboles de la heredad Danielstown dibujaban un cuadro oscuro y regular, semejante a una alfombra colocada sobre los verdes prados. En su centro, como una aguja caída, el tejado gris en el que se reflejaba el cielo centelleaba ligeramente. Desde allá arriba, Lois tenía la impresión de que vivían en un bosque: el espacio ocupado por el prado desaparecido, absorbido por la densa penumbra de los árboles. Le extrañó que no se ahogaran; le extrañó más todavía que no tuvieran miedo. También desde aquí su aislamiento era evidente. La casa parecía achicarse por el miedo, disimulando su rostro, como si viera con los ojos de Lois dónde se encontraba. Se hubiera dicho que reunía a sus árboles a su vera por miedo o asombro ante la extensión de este país luminoso, entrañable, incapaz de amar, ese seno recalcitrante sobre el que estaba situada.”

…..

“Porque en febrero, antes de que esas hojas no fueran siquiera brotes, durante esa misma noche tuvo lugar la muerte -la muerte o más bien la ejecución- de las tres mansiones, Danielstown, Castle Trent y Mount Isabel. Un espantoso rojo devoró la salvaje oscuridad primaveral; en realidad, se hubiera dicho que un día de más, inesperado, moría antes de haber nacido para permitir que se produjeran esos acontecimientos. Mirando de este  a oeste el cielo agrandado por los resplandores escarlatas, se habría dicho que el propio país estaba  en llamas; aunque al norte la línea de montañas que se elevaba ante  Mount Isabel destacaba con una nitidez terrorífica (…) En Danielstown, a mitad de camino de la alameda bordeada de hayas, la endeble verja de hierro chirrió (tras perder el cerrojo seguía balanceándose, horrorizada) mientras el último coche se alejaba silenciosamente, con todas las luces apagadas, llevándose a los verdugos, indiferentes ante el deber cumplido.”

(Elizabeth  Bowen, El último septiembre, páginas 7-8, 99-10, 317)

viernes, 11 de abril de 2014

AMÉLIE NOTHOMB REESCRIBE LA FÁBULA BARBA AZUL



Barba Azul

Amélie Nothomb

Traducción de Sergi Pàmies

Editorial Anagrama, Barcelona, 2014,  138 páginas.



   Es una verdadera grafómana, una maniática de la escritura ya que -son sus propias palabras- si no escribe se vuelve peligrosa. Por eso escribe cuatro libros al año aunque solo publique uno. Su legado literario lo componen por el momento setenta y siete manuscritos, quince relatos y veintidós novelas publicadas. Es Amélie Nothomb, la “sale gosse”, la niña mala de la literatura francesa, que escribe a mano todos los días, antes del lucero del alba, desde las cuatro de la madrugada. Se reveló en 1992 como un prodigio precoz al vender 350.000 ejemplares de Hygiène del’assasin, una novela que dio lugar a dos versiones teatrales y a otra cinematográfica. Años más tarde, con Stupeur e tremblements (1999), la escritora que tiene siempre a Japón como país de referencia, conquistó definitivamente al público. Cientos de miles de ejemplares editados y vendidos y el galardón  “Gran Prix du Roman” de la Academia francesa. Autora de obras breves y a la vez refinadas, en la actualidad Amélie Nothomb es uno de los fenómenos literarios europeos más interesantes: sabe conectar con insólita complicidad con las inquietudes e interrogantes de nuestro tiempo y las traduce y modela en ficciones breves pero contundentes, tan alejadas de lo frívolo como de lo grandilocuente, de la candidez como del academicismo.

   Las fabulaciones de Amélie Nothomb, organizadas como un juego, giran alrededor de dos ejes referenciales. Por un lado, aquellos textos que pueden ser considerados como ficciones puras; y por otro las novelas que cumplen con el requisito que Lejeune incluyó en el concepto de “pacto autobiográfico”: un tratamiento de ciertas temáticas vivenciales que hacen que el lector piense que se encuentra ante recreaciones retrospectivas que una persona hace de su propia existencia. Y aunque en los personajes de Barba Azul, tanto en el femenino como en el masculino, puede existir una proyección de Amélie Nothomb, la nueva novela pertenece claramente a las ficciones puras.

   En Barba Azul la autora belga escribe su propia versión del cuento fetiche de su infancia, el Barba Azul (1697) de Charles Perrault y lo hace cuando, pasados los años, descubre que en el,  a primera vista, inocente cuento de hadas hay grandes dosis ocultas de misoginia. El Barba Azul de Perrault es un monstruo y el autor no ofrece ninguna explicación de sus asesinatos de mujeres, ni siquiera del de la primera. Y al lado de este monstruo grotesco, sitúa mujeres que rivalizan en estupidez y todas ellas caen en la misma trampa. Por eso Amélie Nothomb reescribe este lóbrego cuento de hadas: su Barza Azul, en cuanto poseedor de un secreto, es atractivo, seductor y, frente  a él, una mujer inteligente, segura de sí misma, capaz de defenderse. Será ella la que mueva las cartas de la historia.

   En la reescritura del cuento clásico en la nueva y provocativa ficción de Amélie Nothomb, la heroína es Saturnine Puissant, una joven belga que nada tiene de frágil,  es dura de pelar, poderosa como sugiere su apellido, y será ella la que teja los hilos de la trama. Además la autora no delinea un ogro vulgar, inspirándose, como hizo Perrault en la figura de Enrique VIII. Al contrario, es un refinado y seductor aristócrata español, Elemirio Nibal y Mílcar. La autora confiesa que se inspiró en el Gran Duque de Alba (Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel), tan odiado por los belgas por su crueldad, pero que, por ser español, podría llevar hasta el final sus pasiones. El nuevo ogro invierte su tiempo en ser español y en las lecturas de Baltasar Gracián, las Actas de la Inquisición y los escritos sobre alquimia de Ramón Llull.

   Amélie. Nothomb traslada la trama novelesca a territorio parisino. El aristócrata español alquila a la joven belga una habitación de su palacete, en el que hay, como en la versión clásica, un cuarto oscuro cuya entrada está vedada. Saturnine sabe que las ocho mujeres, anteriores inquilinas, desaparecieron sin dejar rastro. Pero el lujo, el arte culinaria del nuevo Barba Azul y el champán pueden más que los presentimientos temerosos. En régimen de coinquilinato y de la mano de inteligentes diálogos y disquisiciones entre el ogro de nuestros días y su previsible víctima, regadas con champán y delicias culinarias, se van descubriendo el uno al otro. La sinceridad del aristócrata acaba por convencer a Saturnine de que aquel es el lugar apropiado para reivindicar su propia independencia sentimental. Por eso mismo está decidida a afrontar todos los retos. Y de este modo, entre exquisitas cenas de pareja, conversaciones prolongadas que giran sobre lo divino y lo humano, pero especialmente sobre el amor, el pretendiente neurótico y depresivo se convierte en objeto de amor para la joven belga.

   La novela se estructura a base de diálogos brillantes entre dos potentes fuerzas opuestas y termina convirtiéndose en una fantasía siniestra, con un crescendo de sensaciones escalofriantes y un final inesperado: el de la Caperucita lista jugando al ajedrez con el lobo feroz, transformado en verdadera víctima. Reescritura nothombiana pues del cuento de Perrault con un tema de fondo, verdadero substrato de la novela más allá de la trama argumental: una meditación, incrustada entre inteligentes diálogos sobre el engaño, la mezquindad ratera  de las relaciones amorosas. Obra de madurez, depurada en su escritura, con diálogos brillantes (A. Nothomb construye sus novelas como si de piezas teatrales se tratase) cargados de acentos filosóficos, escasez de prosa de la autora, con dosis de humor y horror en equilibradas proporciones.



Francisco Martínez Bouzas





 
Amélie Nothomb

Fragmentos



“Finalmente le acompañó hasta la puerta pintada de negro.

-Ésta es la entrada al cuarto oscuro, en el que revelo mis fotografías. No está cerrado con llave, cuestión de confianza. Doy por sentado que entrar aquí está prohibido. Si usted decide entrar, lo sabré, y lo pagará caro.

Saturnine no dijo nada.

-Por lo demás, puede ir a donde se le antoje. ¿Alguna pregunta?

-¿Tengo que firmar un contrato?

-Despachará este asunto con mi secretario, el excelente Hilarión Grivelan.”



…..



“El hombre dejó su cuchara y, con toda la solemnidad posible, declaró:

-Señorita, la amo.

-¿Tan pronto? ¿Y por tan poco?

- Le ruego que no estropee con palabras poco consideradas la excelente impresión que acaba de causarme. El oro es la sustancia de Dios. Ninguna nación en el mundo tiene tanto sentido del oro como España. Comprender el oro es comprender España y, por consiguiente, comprenderme  a mí. La amo, es así.

-Está bien. Yo no le amo a usted.

-Todo se andará.

-Saturnine probó la crema de yema

-Delicioso –dijo

Don Elemirio esperó a que terminara y luego exclamó:

-¡Aún la amo más!

-¿Qué ha ocurrido?

- Es usted la primera que no añade que resulta asqueroso demasiado dulce. No es usted una debilucha.

La joven se esforzó en no decir nada más, por miedo a reforzar una pasión que no entendía en absoluto. Para librarse de la mirada ardiente y, en adelante, fija del español, pretextó cansancio para restirarse a sus aposentos.”



…..





“Ahora entiendo por qué no quería escuchar sus confesiones. ¡Disfruta tanto con ellas! ¿Cómo las mató?

-Existe un mecanismo en el cuarto oscuro que, antes de entrar hay que bloquear. Si no se bloquea, la puerta se cierra y activa un comprensor que disminuye la temperatura hasta cinco grados bajo cero.

-Murieron de frío! Es usted de una crueldad abominable.

-El asesinato no es un acto amable. Lo siento. La hipotermia  no estropea el cuerpo.

-¡Qué narcisismo! ¿Castigar con la muerte el hecho de haber visto sus fotos!

-Me parece mucho más narcisista enseñar sus fotos

-¿Se da cuenta del suplicio que infligió a aquellas de las que supuestamente estaba enamorado? ¿Qué puede ser peor que morir de frío?

-Esas mujeres también decían que amaban. ¿Acaso se viola el secreto de alguien a quien amas? ¡Ni siquiera cuando no le amas! ¿Acaso el secreto no merece respeto?”



(Amélie Nothomb, Barba Azul, páginas 14, 29-30, 106-107)