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sábado, 26 de abril de 2014

"LA EXPERIENCIA DRAMÁTICA": ENTRE LA REALIDAD Y LA REPRESENTACIÓN



La experiencia dramática
Sergio Chejfec
Editorial Candaya, Avinyonet del Penedés (Barcelona), 2013, 171 páginas.

   Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956) está considerado como uno de los pocos novelistas filósofos. En las páginas de sus novelas (o artefactos literarios) hay una ruptura de géneros  y en ellos  conviven la ficción, el ensayo, los viajes, el deambular, diálogos escenificados e incluso el análisis de obras de arte. Artefactos de pensamiento narrado como las ha calificado Enrique Vila-Matas. Porque la sola ficción, confiesa el escritor, no basta para entender los misterios del alma. Es la singularísima forma de entender la literatura, que fue para Chejfec un verdadero acto de voluntad porque, de origen familiar polaco y judío, el yiddish fue en su niñez una lengua fantasma, un muro que le impedía comunicarse con sus hermanos. Pero apostó por ser escritor y poder expresar mediante un idioma que no traicionara sus orígenes, lo que deseaba exponer. Y hoy en día se ha convertido en uno de los escritores más originales de las letras latinoamericanas, porque su novelística, intrigante y sólida, refleja lo que le interesa al autor: no cómo ocurren las cosas, sino cómo se describen.
   Por eso mismo Sergio Chejfec se plantea la creación como el desafío de proponer una suerte de convivencia entre la determinación y la indeterminación, ya que es en esa frontera, mantiene el escritor, donde se produce la ficción, tentativa y cavilante que a él le gusta desarrollar. De ahí que sus novelas sean textos reflexivos con inclinación hacia el género ensayístico.
   La experiencia dramática se sustenta sobre una historia minimalista: Rose y Félix, “navegantes de la soledad”, se dan cita al menos una vez por semana en un bar de una ciudad cuyo nombre se nos oculta, para conversar y pasear en interminables caminatas urbanas. Y tal como refleja la contraportada, ambos “tienen la extraña sensación de haber dicho más de lo que esperaban y menos de lo que querían decir” que  se insinúa, tras los pliegues del presente y de las experiencias pasadas, en la siguiente pregunta: ¿Actuar la vida es la única forma de vivirla? ¿Es ésta menos verdadera cuando se la representa? La historia acontece al compás del  deambular de los protagonistas, con fijación en los espacios que recorren, puesto que con sus recorridos se desplazan también sus pensamientos, sus reflexiones, condenadas a ser parciales. Son por lo tanto muchas veces silencios significativos. Un caminar pues que tiene lugar siguiendo las coordenadas del pensar y viceversa y que nos permite descubrir la psicología dramatizada de estos dos seres que conscientemente actúan como personajes que se interpelan conscientemente a sí mismos.
   Caminan como una forma de instalarse en el mundo: Félix, extranjero dentro de su propia ciudad; Rose, la nativa, que se mueve de forma natural por las calles y barrios. La novela coloca además en el primer plano el interrogante de si la representación es una forma de estar en el mundo. Pero, aunque los paseos de los protagonistas constituyan todo el material narrativo, el asunto principal es una propuesta que el profesor de teatro de Rose lanzó a sus alumnos: cada uno de ellos debe elegir y escenificar la experiencia más dramática de su vida. Rose vacila, no sabe cuál. Y a partir de aquí, Sergio Chejfec envuelve a los lectores en una atmósfera de gran intensidad que va dando lugar a un encadenamiento de enigmas y vacilaciones sobre lo efectivamente ocurrido en el pasado que adquiere una gran importancia en esta novela, y del que solo quedan recuerdos desdibujados.
   Más si algo se cuestiona en La experiencia dramática es el estatuto de verdad de la representación: ¿algo es menos verdadero por el hecho de ser representado? Pregunta a la que el escritor responde negativamente, ejemplificando la respuesta con el texto inicial de los mapas virtuales (“Google Maps”): los edificios, esquinas, semáforos, veredas, árboles y luminarias tienen como principal cometido ser ejemplo de aquello que de todos modos los mapas dan por sentado; o sea, como si los objetos físicos no fueran más que una réplica espacial medio adormecida de aquello señalado por los mapas (página 10). Confusas y desvanecidas fronteras, pues, entre lo real y la representación, auspiciadas y promovidas por los nuevos desarrollos tecnológicos que alteran constantemente nuestra forma de percibir el mundo.
   Estética minimalista: ni el argumento ni la acción son decisivos. Los personajes, más que seres reales, representan ideas proyectadas en un anónimo espacio urbano, que funciona a la vez como escenario y alegoría de lo que el autor da cuenta en un texto continuo y con una prosa tan precisa como elegante.

Francisco Martínez Bouzas


Sergio Chejfec

Fragmentos

 “No hace mucho, un párroco quiso graficar en la misa dominical la idea que tenía de Dios. Explicó que siempre se ha dicho que Dios está en todas partes y que acompaña a todo el mundo en todo momento. Lo difícil, sugirió, es hacer tangible esa presencia, ofrecer ejemplos prácticos que no dejen lugar a dudas. Hizo silencio y enseguida agregó que Dios es como los mapas en línea (dijo textualmente “Google Maps”). Puede observar desde arriba y desde los costados, es capaz de abarcar con la mirada un continente o enfocarse en una casa, hasta hacer zoom sobre el patio de una casa. Y así, como todos los presentes en ese momento podían imaginar, nada escapaba a su vigilancia. Ahora bien, agregó, Dios funcionaba como los mapas digitales, pero mejor, porque no estaba reducido a la representación visual y sus distintas modalidades (mapa, relieve, tránsito, etc.): estaba en condiciones de abarcar literalmente todo, desde las voces y sonidos en el aire hasta los sentimientos más inconfesables, de un modo tal que podía prescindir de la visualización sin mayor problema, cosa imposible para Google Maps. El párroco dibujó con la mano un gesto de advertencia, o aclaración, y siguió diciendo que ello no significaba que los mapas digitales fueran equivalentes a Dios, sino que eran un ejemplo del, como dijo, funcionamiento divino de Dios. En ese momento se hizo nítido un murmullo, como si los asistentes repitieran para sí las últimas palabras del cura. Después, al igual que siempre, al término de la misa se formaron grupos en el pequeño atrio; y entre quienes conversaban algunos de cuando en cuando dirigían la vista hacia el cielo como si temieran lluvia.
Esta anécdota ha quedado grabada en la memoria de Félix, la recuerda en cualquier circunstancia y cuando menos lo espera. En realidad son muy pocas las veces en las que piensa en Dios, y raramente en los términos usados por el párroco. En cambio sí piensa con frecuencia en los mapas digitales, en miradas superiores y en acciones levemente trascendentales. Concibe los mapas en línea como aparatos escénicos de vigilia continua, dentro de los cuales se siente incluido más allá de lo que haga o dónde esté en determinado momento; y por la combinación que encarnan entre observación insomne y fatal permanencia, se han convertido en un modelo de funcionamiento de la realidad diaria que le resulta muy inspirador. No piensa que desde la aparición de los mapas digitales su vida haya mejorado o sea menos indistinta, ni siquiera diferente, pero sí advierte que sus desplazamientos en general se han transformado en algo verificable por partida doble, como si en algún momento hubiese empezado a sembrar un rastro o halo electrónico y ahora tuviera a la mano una forma de asistir a lo que antes hacía pero no podía ver con sus propios ojos.”
…..

“A veces se internan en calles por las que nadie camina: un barrio de grandes galpones tipo industrial hace tiempo olvidados que muy de cuando en cuando recibe la visita de un auto. Son edificios gigantes y silenciosos, algunos con los ventanales rotos, gracias a los cuales aves de la ciudad y del extrarradio consiguen refugio. Los pocos vehículos que aparecen se mueven despacio, como si no llegaran a encontrar el punto de destino frente a la desesperante repetición de perspectivas y fachadas.
En esta ocasión Rose teme que terminen llegando a ese barrio. Sabe que la zona es una de las preferidas de Félix, y más de una vez ella ha dirigido los pasos de ambos, sin que él lo advierta, a través de calles que en cierto momento y sorpresivamente derivan en el lugar, provocando en Félix una reacción de sorpresa, obvio, y también de alegría, similar, piensa Rose, a los gestos de los niños inesperadamente recompensados. En gran parte debido a estas felices sorpresas es que Félix ha preferido desde un principio dejar los recorridos en manos de Rose. No sólo porque están en la ciudad de ella, sino porque le gusta someterse a su iniciativa y adoptar una actitud de pasividad, es una especie de gratitud sobreen­tendida y en ocasiones anticipatoria de los premios que ella le depara. Pero ahora es distinto. En el barrio de los galpones Rose sentirá más frío, aparte llegarán ahí cuando haya anochecido. La belleza del lugar, ya de por sí incierta y hasta equívoca, se habrá entonces replegado; en medio de la oscuridad nocturna podrán verse los reflejos medio inertes de luces esporádicas, muchas de ellas exhibiendo un extraño movimiento de sombras tras las zonas de estribaciones urbanizadas, dibujando con sus titilaciones nuevos pozos de oscuridad.
Y es precisamente este paisaje de desolación embellecida, unido al frío, el motivo de su resistencia, sencillamente porque no siempre tiene ganas de hacer un esfuerzo y descubrir lo bello en lo estropeado, o lo sugestivo en la devastación y el abandono.”

(Sergio Chejfec, La experiencia dramática, páginas 7-8, 133-135)

2 comentarios:

  1. Me parece una reseña totalizadora del libro, que aunque no lo he leído, gracias a tu trabajo lo intuyo, lo recreo. Estas brújulas son inevitables para quien quiera ponerse al día en la buena literatura. Un abrazo agradecido, amigo.

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