La habitación oscura
Isaac Rosa
Editorial Seix Barral (Biblioteca Breve), Barcelona,
2013, 248 páginas.
Isaac Rosa (Sevilla, 1974) está considerado
por algún medio de comunicación como uno de los doce narradores más relevantes
del actual panorama narrativo español. Autor, pese a su juventud, de numerosas
obras en el género narrativo y alguna en el ensayístico y dramático, ha sido
galardonado así mismo con numerosos premios literarios importantes, entre ellos
el Rómulo Gallegos (2005).
Su última obra, editada por Seix Barral, es
una muestra más de esa capacidad que tiene la literatura para aprovecharlo
todo. En efecto, La habitación oscura
es un reflejo de lo que está ocurriendo en nuestro tiempo, una verdadera
habitación oscura en la que se encuentra buena parte de la ciudadanía de este
país, azotada por la crisis. La imagen de la habitación oscura, piensa el
autor, posee, un potente potencial metafórico para narrar el presente y
hacerlo, además, desde un lugar extremo en el que la ficción sitúa al lector.
Porque Isaac Rosa persigue una narrativa que enfrenta al lector con el
conflicto. Y lo hace sin quedarse en la epidermis de la denuncia y tampoco en el
discurso simplificador de la compleja realidad de nuestro tiempo, sino que
cuestiona al lector. El resultado es una novela “desoladora, amarga y violenta,
coherente con el momento que estamos viviendo”.
La novela echa a andar cuando un grupo de
jóvenes, en tránsito hacia la madurez, idea construir una habitación oscura.
Esa habitación, cegada a cualquier rayo de luz, será durante un buen número de
años el hilo conductor de sus vidas, el fetiche que dota de interés sus
existencias. Y en esa cámara oscura experimentan nuevas formas de relación,
practican sexo anónimo, las parejas se engañan mutuamente y dan rienda suelta a
sus celos. Los heterosexuales descubren a ciegas la llamada de la
homosexualidad y su incitación invisible. En las tinieblas de la habitación
oscura se reconocen por cualquier atributo. Allí desarrollan una creciente
fascinación que llega incluso hasta el hechizo, mas al salir se convierten de nuevo en desconocidos y los
emparejados vuelven a sus rutinas conyugales.
Hasta que llega un momento en el que la
comedia deja de tener gracia y de hipnotizar y entonces la habitación oscura
cambia de función: deja de ser un lugar de liberación sexual para convertirse
en refugio de silencio. Y es aquí donde comienza la parte más áspera e
inquisitiva de la novela. Porque la realidad del incierto contexto social
actual, los efectos y consecuencias de la crisis económica, la rutina o la
putrefacción de las relaciones sentimentales penetran en el interior de esa
cámara oscura. Y todos los que la frecuentan, tendrán que enfrentarse con la
vida, sabiendo que todo tiene un precio, el precio de la lucha hobbesiana (“Homo
homini lupus”) en los paraísos capitalistas
y en el contexto de una sociedad que se
derrumba mientras ellos follaban felices en su oscuro escondrijo.
Es entonces cuando la novela de Isaac Rosa
se convierte en un explosivo artefacto literario que retrata con fidelidad la
miseria en la que subsistimos tras la quiebra del estado de bienestar, tras
años viviendo por encima de nuestras posibilidades y engañándonos a nosotros
mismo; con todas nuestras ilusiones rotas y con la vulnerabilidad laboral y
personal instalándose en las existencias de ese grupo de mujeres y hombres que
fueron jóvenes y frecuentaron despreocupadamente el refugio y el hechizo de la
habitación oscura, transformada ahora en el lugar a donde huir, para evadir los
problemas, morada íntima donde nos consolamos de un ERE, un despido o una
derrota amorosa. Un lugar donde estar a salvo, al menos unas horas.
Isaac Rosa escribe en La habitación oscura una novela fuertemente metafórica que tematiza
no solo la crisis social y económica actual, sino también el paso de la
ingenuidad juvenil al duro realismo de la edad adulta, convertido por la actual
crisis en un laberinto sin salida. Una novela que necesariamente impacta al
lector con momentos de gran crudeza tratados con realismo. Hace gala el autor
de un estilo muy personal anclado en el realismo, un realismo no obstante a
años luz del realismo tradicional asentado en el costumbrismo y el folletín. El
retablo de sus personajes representa fielmente a toda una generación: la de
aquellos que están soportando el derrumbe de sus ilusiones y de su bienestar.
Acierta el autor con su escritura frecuentemente reiterativa e incluso
machacona y enunciativa, muy apropiada para describir un elenco de personajes
esclavos del trabajo, que reconstruyen su historia personal o incluso la
historia social de todo un país. No anda errado tampoco el autor al elegir al
narrador, cuyo nombre y género desconocemos, porque en la novela predomina la
identidad grupal sobre la individual. Por eso La habitación oscura, como dice la fajilla que acompaña al libro,
es la novela de tu una generación. Una pieza narrativa que no puede pasar desapercibida.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Imposible
contar la historia de nuestras vidas en los últimos quince años sin hablar de
la habitación oscura. Cuántas horas hemos pasado aquí dentro. Si cada uno
echase cuentas y sumase todas esas horas, de sábado, de martes por la tarde, de
jueves por la mañana, de visitas fugaces o de noches enteras, de semanas sin
entrar y otras en que acudíamos a diario, si las sumásemos veríamos el álbum de
nuestra vida entreverado de páginas en negro. A qué habríamos dedicado todas
esas horas de no existir la habitación oscura, con qué habríamos llenado el
hueco que parecía colmar cuando en realidad lo agrandaba más, sobre todo en
aquellos primeros tiempos en que su fuerza gravitatoria era irresistible, un
hechizo que nos acompañaba el resto del día, que dirigía nuestros pasos a la
salida de clase o del trabajo cuando de camino a casa desviábamos el itinerario
y acabábamos aquí…”
…..
“Ellos,
que cuando apagábamos la luz en la planta de arriba siempre se apartaban del
tumulto y follaban respetando su monogamia, aquella primera vez en la
habitación oscura entraron juntos, inquietos. Todavía les duraba la risa floja
al cruzar la segunda cortina, se dieron la mano pero ya no podían estar seguros
de si esa mano que apretaban era la del otro, a ciegas todas las manos son la
misma mano, así que ellos, mudos por obligación, tomaron la más próxima y la
apretaron, y a partir de ahí se dejaron arrastrar, uno de los dos tiró o fue
tirado hacia un lado mientras el otro lo hacía en dirección contraria y sus
dedos se despegaron(…), cayeron en el torbellino, besaron y fueron besados,
acariciaron y fueron acariciados, él penetró a alguien, ella sintió que la
follaban con una dulzura en la que creyó identificar a sus pareja hasta que
besó y no reconoció la otra boca…”
…..
“El
mundo se desmoronaba mientras nosotros follábamos felices, la gente desgraciada
era lanzada por los balcones con todos sus muebles y recuerdos mientras
nosotros follábamos felices, los enfermos se morían en los pasillos de los
hospitales esperando una prueba diagnóstica mientras nosotros follábamos
felices, los padres de familia hacían cola con sus hijos en los comedores
sociales mientras nosotros follábamos felices, los banqueros y sus políticos
robaban a manos llenas mientras nosotros follábamos felices, ella misma no podía
pagar el alquiler de la habitación ese mes porque le habían embargado la mitad
del paro para abonar una multa mientras nosotros follábamos felices; y así fue
enumerando cargos hasta que aceptamos la pena que nos correspondía: pusimos
dinero entre todos para que pagase la habitación ese mes y el siguiente; y aceptamos
sin discutir su exigencia de otra tarde más, la de los martes, para reunirse
con Jesús y el resto de su grupo en el local sin que nosotros estuviéramos.”
(Isaac Rosa, La habitación oscura, páginas 33, 53-54, 158)