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viernes, 28 de junio de 2013

"LA TERNURA CANÍBAL": ANTROPOFAGIA SENTIMENTAL Y OTRAS HISTORIAS



La ternura caníbal
Enrique Serna
Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2013, 270 páginas.


   Una colectánea de relatos en cuyo epicentro se encuentran los conflictos de poder y las relaciones de pareja. Así describe su autor, Enrique Serna, este volumen que la Editorial Páginas de Espuma publica simultáneamente en España y en México, porque el autor y su curriculum literario son realmente merecedores de lecturas y reconocimientos que traspase fronteras y el océano que nos separa. Enrique Serna (México, DF, 1959) es un novelista de reconocido prestigio en tierras aztecas desde la aparición de sus novelas Señorita México, El seductor de la patria (Premio Mazatlán de literatura), Ángeles del abismo o La sangre erguida, entre otras. Y los mismo cabe decir de sus libros de cuentos Amores de segunda mano y El orgasmógrafo. Relatos que llevan su firma forman parte de antologías de renombre, como la preparada por García Márquez para la revista Cambio. Todo ello se convierte en prometedoras premisas para hacernos llegar a la conclusión de que el lector va a encontrar en este volumen los cuentos de un gran contador e historias.
   Los diez relatos de mediana extensión de La ternura caníbal son en este caso la prueba del algodón para comprobar si Enrique Serna profundiza lo debido o con la agudeza requerida en los conflictos que tienen su origen en las relaciones sentimentales. Pero vaya por delante la primera advertencia: no todos los relatos del libro giran en torno de los conflictos sentimentales, de esa suerte de guerra fría o caliente que, explícita o soterrada, corroe a muchas parejas. Quizás otro hilo conductor, la existencia como farsa trágica, amalgama con más propiedad el abanico de crueldades en las que muchas veces quedamos inmensos y que pueden ser de vida o muerte.
   Pero de lo que no cabe duda es que Enrique Serna es un excelente investigador de la conducta humana. Y en ella halla un sinfín de pesadillas que han llegado a hacer pensar que el escritor mexicano cultiva una literatura amarga. Una valoración que no se ajusta  a la realidad, aunque sus personajes, casi siempre seres solitarios, resentidos, peleados con todo el género humano, sí suelen ser seres atormentados.
   La lucha por el poder en las relaciones de pareja es, como he dicho, el hielo conductor de algunos de los cuentos de esta colección. En ellos el autor nos encara con aquellos conflictos que se generan cuando el egoísmo es más fuerte que la entrega amorosa hasta que llega el momento en el que los amantes, creyéndose actores de una guerra de abnegación y ternura, los que hacen realmente es depredar emotivamente al otro. De ahí los apropiado del título que casa perfectamente con una buena parte de los cuentos del libro. Esta antropofagia sentimental está presente en los relatos sobre parejas, comenzando por el que abre el libro, “Entierro maya”, un cuento perfectamente estructurado y con una buena ejecución, con un final sorpresivo y coherente con el título: un viejo general, enfermo del corazón, casi se muere de placer en los encuentros sexuales con su aún joven esposa. Cuando, por no escuchar los consejos del médico, llega la muerte, se cumple a la perfección el plan que el viejo general había urdido: tener un entierro maya. Y quizás de una forma mucho más llamativa en los que llevan por título “Drama de honor” y “Material de lectura”. En el primero reconoce el narrador que lo ideal sería que nadie necesitara tener aventuras fuera del matrimonio, pero la monogamia es una carga muy pesada. Por eso y puesto que hasta el obispo tiene sus citas con efebos y llevado el asunto con discreción ¿no será el swinger con sus aportes de emociones frescas la solución, como pretende un marido infiel que logra convencer a su esposa? La resolución del cuento, sin embargo, aunque original, no es demasiado convincente, porque tener un pene desconocido y de grandes dimensiones metido entre las piernas puede convertirse en una aventura traviesa, pero difícilmente en un hecho transcendente y rompedor de la vida sentimental de una mujer enamorada. Similar planteamiento es el que nutre el relato “Material de lectura”: una mujer madura, insatisfecha de su vida y que ya no soporta al borracho de su marido, impotente y rico venido a menos, realiza en su compañía un viaje al Amazonas y, ya que está en la selva, le va sacar todo el jugo al viaje, entregándose a  una placentera promiscuidad, hasta el punto de que la verga categórica del mulato le devuelve “el instinto poético soterrado desde la infancia”.
   Pero la colectánea agrupa también otros cuentos, cuyo centro nodal no se asienta en los conflictos de pareja. Quizás el más logrado de todos ellos es “La vanagloria”. Un relato que nos presenta la insatisfacción existencial de un profesor de secundaria, poeta incipiente que recibe una carta providencial de Octavio Paz celebrando uno de sus poemarios. La respuesta elogiosa del poeta mexicano por antonomasia desata en el protagonista una obsesión por el prestigio que le coloca en las puertas del extravío.
   Pese a la desigual temática y estructura constructiva, La ternura caníbal nos revela  un narrador perspicaz, dominador del oficio, dueño de una gran habilidad narrativa que, con una inequívoca vena satírica, ahonda en la vida privada de los personajes, escudriñando en sus motivaciones más ocultas.

Francisco Martínez Bouzas




Enrique Serna




Fragmentos

“TANIA DEJÓ A LOS NIÑOS encargados con la sirvienta y al volante de una Suburban roja con vidrios polarizados, tomó la avenida Tetabiates rumbo al consultorio de su marido. Necesitaba descubrir la verdad por amarga que fuera, y sin embargo, el temor de enfrentarse con ella le tensaba los músculos de la espalda. Por desgracia, sus intuiciones nunca fallaban: Ramiro se había enredado con alguna puta, quizá conocida suya, y esta vez no se trataba de un simple capricho. De un tiempo a esta parte andaba esquivo, distante, perdido en un limbo de vanidad y egoísmo. No cabía en su piel de tanta hinchazón, como si le hubieran inflado los huevos con gas butano. Se acicalaba horas frente al espejo, celebraba con desgano los éxitos escolares de los niños, perdía el hilo de la charla en las comidas familiares de los domingos y en la cama pagaba el débito conyugal con una destreza de autómata, economizando el ardor y la pasión que sin duda prodigaba en el lecho enemigo.”

…..

“Bajo la maraña de falacias edulcoradas con palabras tiernas, Ramiro había deslizado una amenaza muy clara: o le entras al swinger o sigo teniendo amantes a tus espaldas. Su artera extorsión ameritaba una ruptura inmediata, pero Tanía estaba tan confundida que no se atrevió a echarlo de casa ni a pedir el divorcio, como le dictaba sus conciencia. Había podido manejar a Ramiro cuando era un adúltero convencional, que ocultaba sus aventuras y pedía perdón al ser descubierto. Pero no sabía cómo tratar a ese libertino cursi, que defendía el intercambio de parejas como si fuera la mayor fineza del corazón. Su propuesta era tan sórdida que ni siquiera se atrevió a comentarla con una amiga íntima en busca de consejo, pues la confidente podía creer que usaba subterfugios taimados para proponerle un trueque de maridos. En busca de luz interior, un lunes por la tarde, cuando regresaba de hacer la compra en el súper, se metió a rezar en el templo del Sagrado Corazón.”

…..


ESTABA GOZANDO EN SUEÑOS a doña Leonor Acevedo, la presidenta del patronato de obras pías, cuando un llanto infantil me despertó en la alta madrugada. Era un llanto sostenido y rabioso, que poco a poco fue ganando intensidad hasta perforar mis tímpanos. Tan hechizado me tenía el voluptuoso cuerpo de Leonor que, en el primer momento no quise dar crédito a mis oídos. Por fortuna, los berridos me apartaron de la cópula onírica antes de tener poluciones. Pensé primero que se trataba de una criatura enferma. Lo extraño era que el llanto provenía de la calle principal del pueblo, en donde estaban instalados los juegos mecánicos de la feria. Cuando logré aplacar la erección con un chorro de agua helada, bajé las escaleras de la casa parroquial, temiendo que alguna madre soltera hubiese abandonado a su retoño. No sería nada raro: el hospicio el pueblo está lleno de niños a quienes sus madres dejaron tirados en cualquier parte, porque los jóvenes preñan a sus novias antes de irse de braceros  al otro lado, y luego no les quieren cumplir las promesas del matrimonio.”

(Enrique Serna, La ternura caníbal, páginas 51-52, 71, 225-226)

lunes, 24 de junio de 2013

HISTORIAS AL FILO DE LA COTIDIANIDAD O NO TANTO



¿Habla usted cubano?

Marieta Alonso Mas

Talleres de escritura creativa Clara Obligado, Madrid, 2013, 78 páginas.



   Marieta Alonso, cubana de nacimiento transterrada en Madrid ya desde hace muchos años, pierde su virginidad literaria -afortunada metáfora de su abuela/profesora, Clara Obligado- con este libro en solitario. Con anterioridad sus relatos habían visto la luz en otros medios de maternidad colectiva: revistas y antologías. Y la pierde en la microficción, en el relato breve, porque por algún sitio/género se ha de comenzar, como ella misma confiesa; pero con la clara conciencia de los retos que asume: jugarse la vida en las primeras líneas, como diría Andrés Neuman y, si se sube la apuesta, jugárselo todo en contados párrafos. Pero la autora asume estos retos con atrevimiento y a la vez con el temblor del primerizo. El resultado termina siendo a la vez bendición, estímulo, escritura sedante.

   Y así entre “Deslices”, “Inocencia”, “Entelequias”, “Locuras de amor” y “Barbaries”  -los epígrafes con los que la autora rotula las partes en las que estructura la carga diegética de sus relatos- asistimos  al nacimiento literario de Marieta Alonso, al reventar de su fantasía en un derroche de imaginación, en ingrávidas ocurrencias, a sus juegos de palabras nutridas seguramente en la materia de los sueños o en los manjares de la vida despierta, del día a día, con sus rutinas diarias, manantiales para la imaginación transformada en palabra escrita, con trabajo, voluntad y paciencia.

   Relatos breves, muchos de ellos con sabor y acentos cubanos, no mancillados por ese discutible criterio de la “traducibilidad” que suele exigir la industria editorial española y que, por consiguiente, nos permiten disfrutar de un verdadero frenesí de usos locales del idioma que con su colorido, en este caso, nos acercan a la Cuba natal de la escritora. Porque, por mucho que lo niegue unos de sus personajes, hablar el mismo idioma tiene sus ventajas.

   Es justamente la riqueza de esos usos locales de la lengua común la que alimenta la trama de algunos de los relatos, como el de la cubana que se hizo española gracias a su abuelo que era de Valladolid y que sesea haciendo honor a sus orígenes. Imaginación y un atrevido sentido del humor es lo que mana de ese español-cubano de la peluquera  de su primer relato, peluquera con “ñañarita en el calcañal”, que otea a su clientela, a las habituales y, sin mala intención, si con ella somos benévolos, se va de la lengua. ¡Menos mal que lo hace en cubano! También imaginación, amalgamada con dolor de cabeza en la delineación de ese fontanero, un verdadero “letraherido”, que se topa con Borges, con la prisión de sus laberintos y la amenaza de los fantástico y que, no obstante, le permiten ver el mar, la nieve, el vapor de agua, desiertos, el universo entero.

   Como no podía ser menos, también el circo y sus infinitas historias, con sus magos y magias, hacen acto de presencia en los relatos de Marieta Alonso, mas en este caso como vocación frustrada, mejor dicho, prohibida, porque el padre elige para el hijo un título universitario, la sustanciosa cuenta bancaria y el matrimonio con Pelo Pobre, en vez del aplauso atronador. Y al lado de la frustrada vocación por el circo, las travesuras infantiles, convertidas poco menos que en proezas, pero no exentas de los correspondientes castigos ni del minuto de gloria.

 Y así, transitando la misma senda y luciendo una excelente capacidad para convertir el  vivir diario con sus pequeños o grandes acontecimientos, sus anhelos, temores y también pesadillas, hasta veintiséis  relatos, preñados de borbotones de ironía; historias en cuyo centro de gravedad se encuentran existencias anónimas que viven su cotidianidad o momentos singulares entre soledades, frustraciones o pequeños consuelos. A Marieta Alonso cualquier cosa o pequeño detalle le provoca una historia que su imaginación, ataviada con las galas de un humor, a veces suave otras, esperpéntico y cruel, transmuta en sueño y su habilidad con la lengua en hermosas y a la vez sencillas palabras que suscitan en nosotros, lectores, la sorpresa, la sonrisa, la placidez o el deseo de proseguir con la historia a partir de las bellas condensaciones de esta tejedora de sueños.

   Prosas, pues, muy variadas en sus planteamientos, moviéndose la voz narradora entre lo posible y aquello que solamente cobra vida en la fantasía. Pero unidas por la fina costura de una lengua pulcra, pulida que convierte así los cotidiano, lo anormal -sin que falten las locuras de amor con sirena de testigo- en material literario.



Francisco Martínez Bouzas







Marieta Alonso en la presentación de "¿Habla usted cubano?"

Fragmento



Sirenas



Estoy desquiciada. Con lo que me ha costado conseguir a mi hombre. Él, de nacimiento y como hobby, es…el perfecto mujeriego. Como todas tenemos lo mismo, aunque a unas le luce más que a otras, utilicé la inteligencia…y me llevé el gato al agua.

Le encanta el mar. Tiene una zodiac y vamos de Santa Pola hasta la isla de Tabarca. Nos dicen que con el motor de la zodiac es una locura pero él es así. Un temerario. Me subo al bote con el corazón en la garganta porque soy de secano, ni se nadar, ni llevar una barca…, el pescado me da alergia.

Durante meses ninguna nube oteó en nuestro horizonte. La soledad de la barca nos unía lo que nunca pude imaginar. Pescaba, se daba un chapuzón y volvía a mí, que permanecía leyendo en aquella chalupa.

Una tarde nos quedamos los dos ensimismados con una  puesta de sol maravillosa, las manos unidas, mi cabeza sobre su hombro y de fondo…un canto melodioso. Nos recreamos en el sonido hasta que sentimos un peso lateral. Miramos a la vez y nos encontramos con una sonrisa preciosa y un busto de mujer meciéndose entre las olas. Su cola de pez se bamboleaba a un ritmo hipnótico. La melodía seguía acariciando nuestros oídos. Cerré los ojos y los volví abrir dos veces porque no me creía lo que estaba viendo.

Lo que es la aparición pasaba de mí. Solo tenía ojos para él y él no apartaba de ella su mirada. Sus ojos le decían lo que nunca me habían dicho a mí.

Aquel ser mágico con su mirada y su sonrisa le prometía un mundo maravilloso. La atracción se hacía patente. Mi hombre se levantó haciendo que la barca se moviera con gran peligro y sin previo aviso se hundió en el Mediterráneo.

Sigo sin reaccionar. La sirena desapareció con él…y yo estoy mar adentro.”



(Marieta Alonso Más, ¿Habla usted cubano?, páginas 53-54)

viernes, 21 de junio de 2013

EL AMOR Y SUS LABERINTOS



Casi amor
Ugo Cornia
Traducción de Julio Carrobles
Editorial Periférica, Cáceres, 2012, 171 páginas.


   A los pocos meses de la publicación en español de Sobre la felicidad a ultranza, un libro que nos permitió conocer a Ugo Cornia, un escritor que contagia por un aire paradójicamente optimista, Editorial Periférica, nos ofrece, en traducción de Julio Carrobles, Quasi amore, un viaje introspectivo por esas misteriosas sendas por las que discurren tanto el amor como el desamor, en esas cruciales etapas de la vida, la infancia y sobre todo la adolescencia en las que los sentimientos y pulsiones amorosos y sexuales revientan  en el ser humano con la franqueza de la inocencia y el poderío de un dios monoteísta.
   El amor como eje de la existencia, sus momentos inolvidables, nostálgicos con el paso del tiempo, que celebran el júbilos de vivir y al que frecuentemente llenan de sentido.
   La novela que comento, se nutre con las experiencias que  el propio escritor, Ugo Cornia, nos traslada recordando sus primeros amores, esos amores de adolescencia y juventud, a la vez que repasa ese cúmulo de sensaciones experimentadas, con sus efectos positivos y destructores que nos sobrevienen cuando el corazón humano se abre a esas experiencias imperecederas e inolvidables de los primeros enamoramientos. Y nos sumerge en ese viaje interior, en sus exploración interna, mientras realiza un viaje exterior a través de la geografía italiana, por los paisajes ensoñadores de Módena o Ferrara, jalonados por episodios amorosos, cortos pero muy intensos que marcaron la existencia del narrador y que perviven en su memoria nostálgica a través del tiempo.
   Procesos de enamoramiento y de desenamoramiento que son los grandes hitos de una novela romántica, aunque no empalagosa, que nos introduce con juvenil franqueza en los mil vericuetos de esa gran aventura humana que es la vida sentimental. Y por esa aventura nos conduce Ugo Cornia con una mirada intimista y una sutil delicadeza. El lector lo percibe por ejemplo en la manera en la que habla del sexo: tan lujuriosa como elegante.
   Este libro es un nuevo fruto de la poética de Ugo Cornia, una poética que nos permite entrar en una dimensión feliz, construida con ladrillos de vitalismo y cemento de alegría. Con la experiencia de haber vivido una alegría sensual, natural, heredera de una concepción plenamente epicúrea de la existencia, en el sentido filosófico del término.
   Narrativa, por otro lado, con un ínfimo grado de dificultad para los potenciales lectores. Sin embargo, Casi amor huye de la linealidad narrativa a la hora de moldear la trama. Al contrario, la novela está construida a base de miradas retrospectivas, como una suerte de cuaderno sentimental de un adulto que desplaza su mirada hacia sus años jóvenes con nostalgia y pulcro humor.
   Una escritura fluida, mórbida, luminosa, verbalizada a través de una voz narrativa en la que resuena la sabiduría popular, capaz de dar vida y dignidad a cualquier cosa, ya se trate de una persona, de un animal o de un fenómeno natural. Ugo Cornia sabe ser humorista e incluso cómico, sin caer en el sarcasmo o en el cinismo. Y tiene además la capacidad de aprehender y describir sabiamente el momento, esos instantes de infinita plenitud que nos iluminan durante un instante, para desaparecer después para siempre. Un lenguaje pues ligero, limpio, sencillo que pone de relieve los momentos más luminosos de la vida: el amor y sus vicisitudes, sus laberintos, que pueblan nuestra memoria emocional.

Francisco Martínez Bouzas




Ugo Cornia


Fragmentos

“En aquellos meses, una noche de agosto fui con una amiga a un bar con veladores al aire libre situado en una avenida y no hubo manera de mirarla a la cara sin distraerme. Aunque la chica siempre me había gustado, me pasé una hora entera volviéndome a cada momento para ver qué coches pasaban. Me esforzaba durante tres minutos en mirarla  a la cara, pero luego la cabeza se me volvía otra vez, como si aquellos coches tuvieran el poder de hacer girar mi cuello. El caso es que, más o menos una semana más tarde, volví con la misma chica a tomar algo en otra terraza y enseguida me senté con la cara hacia la pared para poder mirarla sólo a ella, sin que mis ojos se desviaran a cada momento. Entonces conseguimos hablar. Estuvimos hablando durante una hora y, además, lo pasamos bien. Por fin me pareció que me encontraba justo donde estaba, y no en otra parte.”

…..


“Para mi, desde cierto momento, siempre ha sido una cosa extrañísima lo sexual que puede ser siempre el sexo: por ejemplo, un día de sol estival, hacia las tres de la tarde, cuando hay una luz tal que sólo te apetece buscar una sombra, vas en coche con una chica (…) Entonces dais una pequeña vuelta con el coche por los alrededores hasta que veis unos árboles, con un prado de cincuenta metros que hay que cruzar a pie entre un rebaño de vacas, y luego empieza un bosque. En ese momento dices tú: «ése es para mi el sitio ideal».
Detuvimos el coche, y ella, mientras yo estaba cerrando el coche, abrió el maletero y, a continuación, mientras yo miraba lo que estaba haciendo, sacó una cestita con un mantel -que dejaría de ser mantel dentro de poco- y dos mantas dentro y dijo «así estaremos más cómodos tumbados en el suelo»(…)
Para mi, ese instante, cuando olfateas en el aire que ella tiene tantas o más ganas que tú, es siempre un instante de verdadero desconcierto. El caso es que echamos a correr hacía el bosque, deseando encontrar cuanto antes un escondrijo entre los árboles y arbustos (…), y después de unos treinta metros en un angosto sendero, en los primeros cuatro metros de espacio libre extendimos el ex mantel y las mantas y luego dos besos y fuera la ropa (…)
Seguimos, más besos, ya estábamos desnudos y ella se me puso encima y se la metió dentro y me respiraba en las orejas, golpeaba sus mejillas contra las mías, y sentía sus labios, los labios de abajo, que apretaban y se contraían -y yo nunca he sabido si cuando dos están juntos se pierden o no, pero mañana, o pasado mañana, o dentro de cinco años, perdidos o no perdidos, una tarde volveré a revivir entero esos momentos maravillosos, y ese día lejano que regresa será una verdadera maravilla, como algo que no se ha acabado de digerir de todo.”

(Ugo Cornia, Casi amor, páginas 12-13, 95-97)

miércoles, 19 de junio de 2013

LA LITERATURA, EXORCISMO CONTRA EL DOLOR



La ridícula idea de no volver a verte
Rosa Montero
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2013, 233 páginas.

   Este libro publicado en marzo de este año, sin ser un best seller al uso ni literatura de consumo, ha llegado en tres meses a la novena edición. Rosa Montero lo escribió suturando biografía y ficción y utilizando a Marie Curie como paradigma o arquetipo de referencia en el que apoyarse para reflexionar sobre ciertos temas vividos en carne propia.
   Rosa Montero, en efecto, relata la vida de Marie Curie antes y después del duelo por la muerte de su esposo Pierre. Y relata igualmente su propia experiencia vital al lado de su marido, Pablo Lizcano, también antes y después de su fallecimiento, intentado hallar sentido a esas vivencias. Por eso este libro se convierte en un acto de creación. No debe extrañarnos pues esa frase que produce escalofríos colocada en el frontispicio del libro: “Como no he tenido hijos, lo más importante que me ha sucedido en la vida son mis muertos” (página 9). Casi al final de la publicación la autora recuerda los resultados de un estudio, según el cual los separados y los divorciados están más deprimidos que los viudos. Porque a los primeros les falta una narración convincente, un relato consolador que le de sentido a sus vidas.
   Este relato es el que Rosa Montero nos ofrece en este híbrido artefacto literario. Nos relata en efecto, sin sentimentalismos, pero con la justa dimensión de dramatismo que encierran los hechos, el truco más antiguo de la humanidad frente al dolor y al horror: transmutar a través de la literatura el sufrimiento en belleza porque -y tiene toda la razón la escritora- la literatura es un escudo poderoso frente al mal y al dolor, un poderoso exorcismo frente a la desolación  que produce la ausencia definitiva de un ser amado. Su propio dolor por la muerte de quien fue su pareja, como he dicho, amalgamado con el de la mujer Marie Curie, que no pudo despedirse de Pierre, su esposo, contarle lo que fueron el uno para el otro; y por eso escribe un diario en forma de carta, reproducido al final de este libro.
   Un libro que, no obstante, brota del sufrimiento y pivota sobre la vida de Manya Sklodowska, la física y química polaca nacionalizada francesa, que descubre el radio junto a su marido Pierre y fue la primera mujer en múltiples frentes: en recibir dos Premios Nobel, en licenciarse y doctorarse en Ciencias en Francia, la primera en tener una cátedra en la Sorbona. Una mujer que no lo tuvo fácil en ningún momento de su vida: su crecimiento en un ambiente pobre y políticamente enrarecido; su lucha contra el miedo y la oposición del mundo masculino a la visibilidad y ascensión social de la mujer; su descubrimiento del radio en un ruinoso hangar; sus despreocupada exposición a las radiaciones que le llevarán a la tumba, el fatal fallecimiento de Pierre; su ausencia que no le cabe en la cabeza; su enamoramiento a los cuarenta y dos años de Paul Langevin que le supuso un verdadero linchamiento por parte de la puritana sociedad parisina y que obscureció su segundo Nobel (año 1912). Una mujer de sobrehumana voluntad, capaz de hacer milagros, con un gran compromiso humanista, pasional y también con pequeñas mezquindades, muy dura, sobre todo contra sí misma, siempre tan triste y con un cuerpo sometido voluntariamente a una brutal radiactividad durante tantos años.
   Un libro con un acontecimiento medular: el fallecimiento de Pierre Curie que desencadena el relato de la vida de su esposa, antes y después del fatídico accidente y que le permite a la autora narrar en paralelo su propio duelo, que no es, sin embargo, un túnel cerrado a la vida, como tampoco lo fue el de Marie Curie.
   No es este libro incalificable un impúdico tráfico con el dolor, sino un intento de hallar un sentido al mal y a la congoja. Y para Rosa Montero ese sentido se encuentra en la narración. De ahí nació este torbellino de palabras, escritas con un tono confesional, que nos hablan de tú a tú, con una gran fuerza poética capaz de conmocionarnos, como cuando la autora relata que Marie Curie guardaba coágulos de sangre y trozos de los sesos de sus esposo para besarlos. Y también de horrorizarnos al hacernos ver el pavoroso desprecio para su salud con que Marie manejaba el radio.
Hashtags, fotografías que interactúan con el texto escrito, completan un libro híbrido, ambiguo y pantanoso, de lo que la misma autora es consciente: la fusión entre la realidad biográfica y la ficción. Por eso también a este libro cabe aplicarle la receta de Álvaro Pombo: la invención creativa, la ficción, como marcador semántico que es, introducido en una biografía, anula la exactitud de la realidad biográfica, por mucho que la escritora nos diga que todos los datos del libro sobre Marie y Pierre están documentados, que no hay una sola invención en lo factual. Pero ese marcador semántico no es un frívolo adorno: expresa bellamente y de forma optimista la realidad biográfica. Es la acción embellecedora y catártica de la literatura.

Francisco Martínez Bouzas




Rosa Montero



Fragmentos


“Eso es lo que hizo Marie Curie cuando le trajeron el cadáver de Pierre: encerrarse en el mutismo, en el silencio, en una aparente, pétrea frialdad. Llevaban once años casados y tenían dos hijas, la menor de catorce meses. Pierre había salido esa mañana como siempre camino del trabajo; tuvo una comida con colegas y, al volver al laboratorio, resbaló y cayó delante de un pesado carro de transporte de mercancías. Los caballos lo sortearon, pero una rueda trasera le reventó el cráneo. Falleció en el acto.
 
 Entro en el salón. Me dicen: « Ha muerto.» ¿Acaso pude una comprender tales palabras? Pierre ha muerto, él, a quien sin embargo había visto marcharse por la mañana, él, a quien esperaba estrechar entre mis brazos, esa tarde, ya solo lo volveré a ver muerto y se acabó, para siempre. (Diario)

Siempre, nunca, palabras absolutas que no podemos comprender, siendo como son pequeñas criaturas atrapadas en nuestro tiempo. ¿No jugaste, en la niñez, a intentar imaginar la eternidad? ¿La infinitud  desplegándose delante de ti como una cinta azul mareante e interminable? Eso es lo primero que te golpea en un duelo: la incapacidad de pensarlo y admitirlo. Simplemente la idea no te cabe en la cabeza. ¿Pero cómo es posible que no esté? Esa persona que tanto espacio ocupaba en el mundo, ¿dónde se ha metido? El cerebro no puede comprender que haya desaparecido para siempre. ¿Y qué demonios es siempre? Es un concepto inhumano. Quiero decir que está fuera de nuestra posibilidad de entendimiento. Pero cómo, ¿no voy a verlo más. ¿Ni hoy, ni mañana, ni pasado, ni dentro de un año? Es una realidad inconcebible que la mente rechaza: no verlo nunca más es un mal chiste, una idea ridícula.”

…..

“Hay gente que, en su pena, se construye una especie de nido en el duelo y se queda a vivir ahí dentro para siempre. Permanecen en ese lugar común, repiten el destino de vacaciones, visitan ritualmente los antiguos lugares compartidos, mantienen las mismas costumbres en memoria del muerto. Yo no creo que sea bueno, o quizá sí, quién sabe, quién soy yo para decir cómo debe uno tratar de superar una pérdida; pero, en cualquier caso, no es mi elección. Me cambié de domicilio tras la muerte de Pablo (Marie también se mudó de casa cuando enviudó) y el mundo tiene varios rincones que es posible que yo no vuelva a visitar: Estambul, Alaska, Islandia, ciertas zonas de Asturias o estas hermosísimas iglesias de madera.”

(Rosa Montero, La ridícula idea de no volver a verte, páginas 24-25, 88-89)

sábado, 15 de junio de 2013

TAN REAL Y TAN IRREAL COMO LA VIDA MISMA



El váter de Onetti

Juan Tallón

Edhasa, Barcelona 2013, 255 páginas.



  

   El váter de Onetti va de todo lo que va escrito en ella. Así, con humor socarrón aunque quizás con sinceridad,  define la novela su propio  autor, echando mano del “dictum” de Vila-Matas. Juan Tallón, en efecto confiesa que tiene dificultades para conocer exactamente de qué tratan sus libros. Así es Juan Tallón, capaz de insultarse a si mismo para animarse, que escribe novelas, que escribe blogs para ocultar sus mierdas. Seremos pues los lectores a los que nos corresponda formarnos nuestra personal idea sobre de lo que va la trama de El váter de Onetti, una novela escrita originariamente en gallego, traducida al español por el propio autor y publicada en Edhasa, hace apenas unos días, inaugurando una nueva colección literaria, “Tusitala”, que pretende darles un espacio a nuevas voces, “posibles clásicos en el futuro”.

   Y lo primero que percibe cualquier lector es que El váter de Onetti va de una mudanza, si bien ese cambio de ciudad y de domicilio no es más que una escusa para hablarnos el autor de los divino y de lo humano, sobre todo de libros, del oficio de escritor y sus pesadumbres y menguadas alegrías. Pero también de atracos a bancos. El protagonista, alter ego o mejor dicho, “alterísimo ego” del autor, trabajaba en la pocilga de un periódico de Ourense en el que estaba prohibido hacer periodismo. Pensando en mejorar su status se traslada a la capital del reino y allí, a la vez que busca trabajo comienza a promocionar su novela El caso Aira-Bolaño (en gallego: A pregunta perfecta. O caso Aira-Bolaño), con el propósito de verla editada en español. En Madrid encuentra trabajo en el despacho de un ministro al que le escribirá los discursos, y se instala en un apartamento en el que tiene de vecinos toda clase de criaturas: un cura que es visitado regularmente por una exuberante prostituta -la única gente, se refiere al cura putero, que puede contribuir a cambiar la Iglesia-, una vecina estupenda, en plenitud, que no tiene reparos en dejarle ver una de sus piernas tostadas al sol de Tenerife, su marido, con el que forman una curiosa pareja que no follan o lo hacen en completo silencio. Y sobre todo, unas paredes hechas con papel de fumar que le permiten enterarse de la abstinencia sexual de sus vecinos y de sus planes para atracar un banco, cuya programación vive al detalle desde el primer momento hasta el punto de sentirse cómplice, mientras escribe en el Ministerio de Justicia discursos  sobre el anteproyecto de una nueva ley de Enjuiciamiento Criminal.

   Pero esto no es más que la vestidura externa de una trama que va mucho más allá, que disecciona el vivir diario haciendo que la realidad se aproxime a la ficción y viceversa. Juan Tallón es capaz de erguer una soberbia y divertida novela, a pesar del tono ácido que impregna muchas de sus páginas, sobre una mudanza, sus nuevos vecinos, el proceso de creación de su anterior libro, los garitos de Madrid y las subsiguientes resacas, los editores que se le escurren de las manos, los encuentros y correos intercambiados con un amplio abanico de escritores (Vila-Matas, Cesar Aira, Michel Lafon -traductor de Aira al francés-, Javier Marías, Carmen Martín Gaite, Marcos Giralt Torrente, Méndez Ferrín…) y algunos editores (Enrique Redel de Impedimenta, Constantino Bértolo de Caballo de Troya, Olga Martínez de Candaya.

   También ciertos críticos/as literarios gallegos/as hacen acto de presencia en esta propuesta que sutura realidad y literatura. Críticos gallegos como Ana Rosa (un obvio alias) que desde un ciego minifundismo y para equilibrar de alguna manera  los cientos de reseñas elogiosas, se cebaba sádicamente con un autor novel y nunca llegó a entender esa intrahistoria de una historia que nunca aconteció. También otros que le apoyaron desde el primer momento.

   Todo eso y los retales de la vida de un escritor que encuentra condiciones perfectas para escribir y sin embargo no escribe nada, y por supuesto el váter del escritor uruguayo que conserva en Madrid como una reliquia otro personaje de la novela, son algunos de los mimbres de este libro en el que la metaliteratura no es un estorbo, sino un tema novelesco que tira del lector con los garfios de una verdadera aventura.

   Novela, pues, sobre la vida y sobre la literatura, escrita con un tono ácido, escéptico, pesimista, verbalizado frecuentemente a lo largo de la misma (“Mi facilidad para ponerme en lo peor me mantuvo a salvo de cualquier expectativa”, página 43, “…ya trabajaba con el escenario de que todo se quedase en nada”, página 44). A veces, ciertas expresiones (“Siempre sucede lo que sucede”) parecen haber heredado la impronta del  más puro evidencialismo, aquella corriente de la literatura gallega que inventó el escritor Cid Cabido y que se dejó conocer en los años 90. Expresiones nunca contaminadas por comeduras de tarro. Tal es la escritura de Juan Tallón, afortunadamente todavía un escritor sin pose ni carrera, sin pinturas pintadas, aunque sí con un fino olfato para el desenmascaramiento social, aunque todo comience con algo bien simple: una mudanza, una mala mudanza.



Francisco Martínez Bouzas









Juan Tallón



Fragmentos



“Era febrero y sólo hacía algunas semanas que el periódico había tenido el enésimo detalle con sus redactores. Cada año, por Navidad, mis editores compraban para ellos un coche nuevo con el que mantener el prestigio perdido de la cabecera -habitualmente un Porche- , y para nosotros, un vale descuento para una peluquería. Durante un tiempo -en realidad, cuando sólo estaba empezando- esta mierda de detalles me habían hecho inmensamente feliz. A decir verdad, aquellos días inaugurales yo era un hombre dichoso, sólo por saber que podía llevar a la redacción un cenicero de mi casa y depositarlo junto al ordenador para fumar a todas horas. Por una regla de honor, nadie te lo robaba. Otra cosa muy distinta era perder de vista el paquete de Chesterfield.



…..



“Hasta ese sábado, el manuscrito de El caso Aira-Bolaño había seguido siempre caminos de perdición. No calaba. Durante un año peregrinó de premio en premio sin despertar la atención de nadie. La novela viajaba por la geografía, como un boxeador castigado de lado a lado del cuadrilátero, lleno de cardenales, hinchado, pero se mantenía en pié en virtud de un extraño principio del equilibrio, hasta que Miguel Albarellos y Ángel Cambados, críticos y miembros del jurado del Príncipe Lear, hallaron valores en el texto que decidieron apoyar. Lo salvaron del k. o en el último instante. ¿Quién sabe si después de ese certamen yo no hubiese prohibido viajar más al manuscrito?”



…..



“¿Quieres ver algo asombroso?, me preguntó Horacio. En realidad no sonó a pregunta. Más bien quiso decir: Y ahora, vas ver algo asombroso. Sígueme. Se levantó y lo seguí. Atravesamos la casa por un pasillo que conducía a la habitación del matrimonio. Una vez en ella, abrió la puerta del cuarto de baño y me pidió que pasase. Señaló con el mentón el retrete. Ahí lo tienes: el váter de Onetti. Miré la taza y miré a Horacio, y luego a la taza de nuevo y otra vez a Horacio. Lo saqué de su baño hace treinta años y lo guardé. Ahora está aquí, explicó. Yo seguí en silencio analizando el váter. En verdad era antiguo, aunque su estado de conservación me pareció más que aceptable.

Cada día, me contó, antes de salir de casa, se encerraba en el baño y leía a Onetti. En efecto, al lado del váter había una pequeña mesa con una hilera de libros del autor uruguayo, ediciones viejas, sin valor, manoseadas mil veces, perfectas para el baño. Es medicina preventiva, como el Sintrom. Por si acaso. Llevo veinte años tomando a Onetti aquí cada mañana.”



(Juan Tallón, El váter de Onetti, páginas 11, 40-41, 150-151)

miércoles, 12 de junio de 2013

ATADOS A MIMOUN, LA RATONERA



Mimoun

Rafael Chirbes

Editorial Anagrama, 4ª edición, Barcelona 2013, 153 páginas.



   Se cumplen este año veinticinco de la publicación de Mimoun, la ópera prima de Rafael Chirbes (Tavernes de la Valldigna, Valencia, 1949) y Anagrama ha querido reeditarla con honores de estreno como escribe el editor, Jorge Herralde en la entrevista concedida a la publicación Kölner Stadt-Anzeiger el año 2007. Mimoun no es la mejor novela de Rafael Chirbes, pero sí la primera, la que inaugura un camino jalonado de auténticos éxitos literarios (La buena letra, Los disparos del cazador, La larga marcha, La caída de Madrid, Crematorio, sin duda la mejor, y la última hasta ahora: En la orilla, otra novela que marca cumbres y fronteras).

   Ya en su primera novela Chirbes deja sentir los acentos de su voz narrativa: literatura intimista, introspectiva, que proyecta su mirada hacia las interioridades de sus  personajes, hacia sus conflictos existenciales, a sus estados de consciencia o inconsciencia. Y literatura que narra lo que ve y tal como lo ve, con flecos expresionistas sin duda. Un realismo comparable al defendido por Francis Bacon, escribió Fernando Valls.

   Mimoun  es hoy en día un texto mítico. Finalista en 1988 del Premio Herralde de Novela, agotada durante años, pese a las tres ediciones precedentes, es un título mítico también en el ámbito de la narrativa-pesadilla, porque el Marruecos que el protagonista halla en Mimoun, el pequeño pueblo del Atlas, no es un marco exótico, sino un mundo cerrado, hostil, opresivo, amenazador. Una localidad polvorienta y moribunda como Comala. Y esa atmósfera fantasmagórica, fría y opresiva la consigue crear Chirbes desde las primeras líneas de la novela.

   Ese ambiente descrito en  Mimoun cobija a un español, un profesor de nombre Manuel que llega a Marruecos con el vano propósito de concluir un libro que apenas escribe porque la historia que había comenzado en Madrid, ya no le parece creíble. El es el principal protagonista y también el narrador. Y sobre todo, un tipo abúlico que empieza a relacionarse con distintos personajes con los que establece un extraño entramado de vínculos tan desconcertantes como la soledad que les corroe, un aislamiento que “era como el de esos árboles inmensos y solitarios cuyas raíces se buscan bajo la tierra” (página 115-116) y que terminará degradándoles. Personajes a la deriva, envueltos en una red invisible, en una ratonera que atrapa. Son Manuel, Francisco, Hassan, Aixa, Rachida, Charpent, cómplices casi todos tanto en los vagabundeos alcohólicos  como en el sexo sórdido, practicado tanto con chaperos como con prostitutas. Y mientras el pueblo duerme el letargo de las largas borracheras, Manuel es incapaz de encontrar un instante de lucidez, agobiado por el alcohol, la ansiedad que le producen los encuentros con sus amantes y por los peligros latentes, los asesinatos o la policía corrupta.

   Mimoun se convierte así en una ratonera. Los personajes que transitan por la novela, parecen irremisiblemente atados al pequeño poblado marroquí del Atlas. Allí siguen viendo transcurrir las horas muertas, yendo al café por las noches o buscando compañía para la cama. Esa era toda su vida, su quehacer diario en un pequeño lugar que subyuga y vampiriza. Allí todos ocultan algo, todos engañan a todos, todos se hallan inmersos en un frenesí del que parece que no hay forma de escapar.

   Novela, pues, de perdedores, sumidos en el mar de fondo de una soledad inmisericorde, más interior que exterior.

   Pese a ser su primera novela, en Mimoun encontramos un escritor sólido que estructura su obra de una forma lineal, con pocos personajes, descritos sobre todo por sus acciones, que escribe con un estilo preciso, compuesto en buena parte de frases cortas, de diálogos escuetos, muchos de ellos en francés que el autor no traduce. Una prosa que a la vez envuelve al lector en esa atmósfera siniestra, caótica, enrarecida, asfixiante, sensual y mortuoria, acompasada así mismo a la paulatina degradación interna del personaje central. Un texto perfectamente encuadrable en esa categoría de los “textos de la ambigüedad”, en la terminología de Teodorov, como recuerda Carmen Martín Gaite, una de las primeras voces críticas que analizaron esta novela.



Francisco Martínez Bouzas






Rafael Chirbes en el marjal  de Pego (foto Mikel Ponce)


Fragmentos



“La tierra de Mimoun era de color rojo y,  a pesar de que me había comprado unas botas que me llegaban hasta la mitad de la pantorrilla, siempre llevaba las perneras del pantalón llenas de salpicaduras. El camino hacia la casa se convertía periódicamente en un barrizal que atravesaban los perros como sombras fugitivas. Los veía romper los charcos bajo las bombillas amarillas y, de noche, ladraban sin cesar cerca de la casa. El frío del invierno había agostado la hierba del espacio que hacía las veces de jardín y que separaba la Creuse de la vivienda de Charpent. En cuanto dejaba de llover algunos días, oía el ruido de las patas de los perros, que trotaban durante toda la noche sobre la hierba reseca. Ese ruido me desvelaba algunas veces y, otras, se metía en mis pesadillas.”



…..



“A medida que fue avanzando el verano, me acostumbré a las noches en vela. Esperaba que amaneciese, sin otra preocupación que la de entender la mecánica de aquella ciudad que volvía a alejarse de mi a fuerza de litros de alcohol. Empecé a buscar amantes con quienes llenar las largas noches que pasaba sin Hassan. Por mi casa, a partir de las diez de la noche, circulaban los compañeros de la última copa, o las prostitutas encontradas en cualquier acera. Dentro de mí fue rompiéndose todo en pedazos. En el colchón de mi cuarto hubo noches en las que nos mezclamos media docena de individuos. Me sentía como un imbécil. Nos acostábamos unos sobre otros completamente ebrios y, luego, en la oscuridad de la habitación, empezábamos a buscarnos con sigilo como si nos importase algo que los demás pudieran darse cuenta.”



(Rafael Chirbes, Mimoun, páginas 44, 104-105)

lunes, 10 de junio de 2013

"HOMO VIATOR": EL CAMINO Y SUS ENCRUCIJADAS




Caminantes
Un itinerario filosófico
Marcelino Agís Villaverde
Fundación Enmanuel Mounier, Madrid 2013, 179 páginas.

   El camino como representación simbólica de la vida se ha convertido a lo largo de la historia no solamente en una reiterada metáfora filosófica, sino  también e un símil filosófico, cuyas bases parten ya de Parménides, se acrecientan con Platón y Agustín de Hipona y alcanzan la modernidad. La filosofía, en efecto, en buena medida, se ha realizado en el pasado como itinerario. El hombre se vio a si mismo no sólo como animal creado, sino  como “homo viator”, como caminante con senderos que se abren bajos sus pies  en todas las direcciones. La vida humana es camino porque la especie humana, el “homo sapiens sapiens” es un ser en camino, en tránsito fugaz antes de alcanzar su verdadero destino: la ciudad celeste
   En este sentido fue entendida toda la tradición filosófica desde Parménides y Platón hasta el cristianismo de la patrística y del medioevo. La fundamentación doctrinal e incluso filosófica de la vida como camino se la debemos, entre otros, a Agustín de Hipona. Para el autor de La ciudad de Dios nuestro paso por el mundo no es un fin en si mismo. Es más bien un tránsito fugaz y efímero antes de llegar a nuestro verdadero destino: la ciudad celestial. Por eso mismo la condición de caminante, de peregrino hacia un destino superior, es lo que mejor le define. Una visión pues enteramente solidaria y armónica con la visión lineal del tiempo y de la historia del judeo-cristianismo.
   Pero el itinerario cambia de rumbo en la modernidad, con el giro antropológico iniciado con Descartes, quien realiza en el “cógito” una vuelta hacia si mismo como sujeto pensante. A partir de entonces el caminante se pierde en los infinitos meandros de la subjetividad. La filosofía consistirá en caminar, sí, pero a través de intrincados u oscuros laberintos sin salidas seguras.
   Partiendo de esta tradición filosófica y desde Compostela, meta secular de caminantes, Marcelino Agís Villaverde publicó en el años 2009, y en gallego, una reflexión filosófica, aunque escrita con un lenguaje perfectamente legible para un lector no especialista, sobre la irremisible condición itinerante del ser humano. El autor, catedrático de Filosofía de la Universidad de Santiago de Compostela y especialista en Filosofía hermenéutica vio traducida su obra, Camiñantes. Un itinerario filsófico, al ruso en el 2012. Este año la Fundación Emmanuel Mounier nos ofrece la posibilidad de leer en español esta reflexión sobre temas de siempre, pero analizados desde una óptica propia. Un personal itinerario filosófico, un libro de viajes por la condición del hombre moderno y por muchos de los interrogantes abiertos que el futuro nos depara. Pero no se trata de un libro “piadoso”, con soluciones obtenidas desde instancias suprahumanas. Reflexiones únicamente desde la propia experiencia vital, guiadas siempre por el deseo de comprender. Entender la condición itinerante humana y las encrucijadas que tendrá que sortear todo caminante en nuestro tiempo, derivadas de un mundo globalizado, con excesos de información, de violencia y la sombría soledad de un mundo sin sujeto.
   Muchos de esos obstáculos, especialmente la sobreabundancia de estímulos comunicativos, generan lo que el autor denomina una generalización de la sordera como dolencia postmoderna. No escuchamos al otro, ni tampoco esa otra voz que suena en nuestro interior: la propia conciencia. De ahí que Marcelino Agís ofrezca en este libro también un intento de filosofía de la comprensión.
   Si desmenuzamos más detalladamente esta sinopsis global de la publicación, cabría decir que Caminantes es ante todo un ensayo que habla de la condición humana, del horizonte de nuestra existencia, compartido por el  escritor y sus lectores. Un hecho biológico y a la vez social en el que la educación nos muestra los marcos imprescindibles de ese camino que finaliza para algunos con la muerte, que es para otros un nuevo nacer, el inicio de un nuevo itinerario. La primera parte de la publicación analiza con amplitud este inicio del camino.
   En la segunda nos encontramos con una profunda cala en los escollos y encrucijadas que el ser humano hallará en su caminar. Son los problemas de siempre, ahora sobredimensionados por la globalización, las paradojas de la condición humana, el desafío de la eliminación de la violencia de nuestro vivir cotidiano, la democracia y el futuro de la paz, los valores de la vida diaria  que deberían convertirse en el punto central de los discursos éticos (“La ética como laboratorio de valores”), la soledad de un mundo en el que la postmodernidad y el pensamiento débil han eliminado al sujeto dejando al ser humano al desnudo.
   Finalmente en la tercera parte de su ensayo, Marcelino Agís “camina” por los caminos del lenguaje. Por consiguiente, su reflexión se centra en las posibilidades expresivas que el lenguaje le brinda al pensamiento. Desde el lenguaje poetizante (la razón poética de María Zambrano) hasta el ser del lenguaje que con Heidegger consigue al menos rozar el “entreverado sentido del ser”
   Un elogio de la felicidad sostenible, “construida con los retazos huidizos de nuestros momentos de dicha” (página 141) y vista como el último de los caminos del hombre, y a la vez el primero, pone un broche optimista y realista a esta reflexión filosófica sobre el continuo peregrinar que es la vida humana. Una reflexión que el autor ha escrito con la conciencia, no de estar levantando, como él dice, una de las grandes cooperativas del pensamiento, sino de ser el modesto jardinero que solo aspira a ofrecer los pequeños frutos de una producción artesanal, ecológica, pero traspasada por la autenticidad.
   El ensayo de Marcelino Agís tiene el mérito añadido de estar escrito originariamente  en gallego y con prosa literaria, perfectamente reproducida en su versión española, aceptando los desafíos de la “Xeración Nós” y de Ramón Piñeiro de convertir el gallego en una lengua madura, también en el terreno de la filosofía.
   Un libro, pues, que habla del hombre actual y le habla así mismo a ese  hombre de hoy con palabras sencillas, ajenas casi siempre a complejas terminologías filosóficas y que pretende hacernos recapacitar a todos con la lucidez de la palabra reflexiva.

Francisco Martínez Bouzas



Marcelino Agís Villaverde


Fragmentos

“Entre las más evocadoras metáforas, quizá también entre las más reiterativas, que nos hablan de la vida del hombre, está la del camino y el caminar. La condición del hombre es efímera pero está obligado a hacer su vida y es este quehacer vital lo que invita a establecer un itinerario, a trazar un camino, a elegir y rechazar posibilidades que harán del nuestro un itinerario singular. El camino representa para el hombre un reto, una aventura, desgraciada o feliz, fraguada en la pequeña determinación cotidiana, heredera del rumor fantasmagórico del pasado y de los incómodos demonios del futuro. Se trata de un camino imposible de trazar con tiralíneas, que no se vende prefabricado ni podemos adquirirlo de segunda mano. Es nuestra vida, nuestro camino. Gratuito y costoso. Limitado y libre. Instintivamente conservador y razonablemente audaz. Quizá, por eso, el hombre suele hacer balance hacia el final de sus días en un ejercicio vano de autocomplacencia, pero no inútil. Su aspiración a dejar una huella indeleble,  a ser recordado por el camino que ha recorrido, y que éste, una vez trazado y abierto, no se pierda sino que pueda ser seguido por otros, es legítima. Como legítima es también la aspiración de cada nuevo ser a andar su camino.”

…..

“Cuando morimos, nuestra existencia se perpetúa en un lugar, fuera obviamente de las coordenadas del espacio físico, un lugar insustancial que se encuentra en los labios de los vivos. Cuanto mayor fue el amor que entregamos más grande será también nuestra capacidad para sobrevivir a la muerte. Nuestra muerte creará un vacío físico, generará un profundo dolor en las personas que nos quieren pero no moriremos mientras ellas sigan vivas y nos guarden en el calor de la memoria. El amor es, nadie lo dude, más fuerte que la muerte.”

…..

“Los bienes materiales son condición necesaria pero no suficiente. Es preciso tener cubiertas las necesidades perentorias. A partir de ahí cada cual debe establecer sus prioridades recordando que, en general, las cosas más hermosas no es posible adquirirlas en el hipermercado. Las cosas materiales -y el dinero en particular como símbolo e todas ellas- son sólo un medio para alcanzar un fin distinto. Pero se trata de un medio perverso, que trastorna la relación entre medios y fines, tornándose para muchos insensatos en el único fin de su vida. Es el ser y no el tener lo verdaderamente importante.”


(Marcelino Agís Villaverde, Caminantes. Un itinerario filosófico, páginas 19, 67-68, 177)