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lunes, 10 de junio de 2013

"HOMO VIATOR": EL CAMINO Y SUS ENCRUCIJADAS




Caminantes
Un itinerario filosófico
Marcelino Agís Villaverde
Fundación Enmanuel Mounier, Madrid 2013, 179 páginas.

   El camino como representación simbólica de la vida se ha convertido a lo largo de la historia no solamente en una reiterada metáfora filosófica, sino  también e un símil filosófico, cuyas bases parten ya de Parménides, se acrecientan con Platón y Agustín de Hipona y alcanzan la modernidad. La filosofía, en efecto, en buena medida, se ha realizado en el pasado como itinerario. El hombre se vio a si mismo no sólo como animal creado, sino  como “homo viator”, como caminante con senderos que se abren bajos sus pies  en todas las direcciones. La vida humana es camino porque la especie humana, el “homo sapiens sapiens” es un ser en camino, en tránsito fugaz antes de alcanzar su verdadero destino: la ciudad celeste
   En este sentido fue entendida toda la tradición filosófica desde Parménides y Platón hasta el cristianismo de la patrística y del medioevo. La fundamentación doctrinal e incluso filosófica de la vida como camino se la debemos, entre otros, a Agustín de Hipona. Para el autor de La ciudad de Dios nuestro paso por el mundo no es un fin en si mismo. Es más bien un tránsito fugaz y efímero antes de llegar a nuestro verdadero destino: la ciudad celestial. Por eso mismo la condición de caminante, de peregrino hacia un destino superior, es lo que mejor le define. Una visión pues enteramente solidaria y armónica con la visión lineal del tiempo y de la historia del judeo-cristianismo.
   Pero el itinerario cambia de rumbo en la modernidad, con el giro antropológico iniciado con Descartes, quien realiza en el “cógito” una vuelta hacia si mismo como sujeto pensante. A partir de entonces el caminante se pierde en los infinitos meandros de la subjetividad. La filosofía consistirá en caminar, sí, pero a través de intrincados u oscuros laberintos sin salidas seguras.
   Partiendo de esta tradición filosófica y desde Compostela, meta secular de caminantes, Marcelino Agís Villaverde publicó en el años 2009, y en gallego, una reflexión filosófica, aunque escrita con un lenguaje perfectamente legible para un lector no especialista, sobre la irremisible condición itinerante del ser humano. El autor, catedrático de Filosofía de la Universidad de Santiago de Compostela y especialista en Filosofía hermenéutica vio traducida su obra, Camiñantes. Un itinerario filsófico, al ruso en el 2012. Este año la Fundación Emmanuel Mounier nos ofrece la posibilidad de leer en español esta reflexión sobre temas de siempre, pero analizados desde una óptica propia. Un personal itinerario filosófico, un libro de viajes por la condición del hombre moderno y por muchos de los interrogantes abiertos que el futuro nos depara. Pero no se trata de un libro “piadoso”, con soluciones obtenidas desde instancias suprahumanas. Reflexiones únicamente desde la propia experiencia vital, guiadas siempre por el deseo de comprender. Entender la condición itinerante humana y las encrucijadas que tendrá que sortear todo caminante en nuestro tiempo, derivadas de un mundo globalizado, con excesos de información, de violencia y la sombría soledad de un mundo sin sujeto.
   Muchos de esos obstáculos, especialmente la sobreabundancia de estímulos comunicativos, generan lo que el autor denomina una generalización de la sordera como dolencia postmoderna. No escuchamos al otro, ni tampoco esa otra voz que suena en nuestro interior: la propia conciencia. De ahí que Marcelino Agís ofrezca en este libro también un intento de filosofía de la comprensión.
   Si desmenuzamos más detalladamente esta sinopsis global de la publicación, cabría decir que Caminantes es ante todo un ensayo que habla de la condición humana, del horizonte de nuestra existencia, compartido por el  escritor y sus lectores. Un hecho biológico y a la vez social en el que la educación nos muestra los marcos imprescindibles de ese camino que finaliza para algunos con la muerte, que es para otros un nuevo nacer, el inicio de un nuevo itinerario. La primera parte de la publicación analiza con amplitud este inicio del camino.
   En la segunda nos encontramos con una profunda cala en los escollos y encrucijadas que el ser humano hallará en su caminar. Son los problemas de siempre, ahora sobredimensionados por la globalización, las paradojas de la condición humana, el desafío de la eliminación de la violencia de nuestro vivir cotidiano, la democracia y el futuro de la paz, los valores de la vida diaria  que deberían convertirse en el punto central de los discursos éticos (“La ética como laboratorio de valores”), la soledad de un mundo en el que la postmodernidad y el pensamiento débil han eliminado al sujeto dejando al ser humano al desnudo.
   Finalmente en la tercera parte de su ensayo, Marcelino Agís “camina” por los caminos del lenguaje. Por consiguiente, su reflexión se centra en las posibilidades expresivas que el lenguaje le brinda al pensamiento. Desde el lenguaje poetizante (la razón poética de María Zambrano) hasta el ser del lenguaje que con Heidegger consigue al menos rozar el “entreverado sentido del ser”
   Un elogio de la felicidad sostenible, “construida con los retazos huidizos de nuestros momentos de dicha” (página 141) y vista como el último de los caminos del hombre, y a la vez el primero, pone un broche optimista y realista a esta reflexión filosófica sobre el continuo peregrinar que es la vida humana. Una reflexión que el autor ha escrito con la conciencia, no de estar levantando, como él dice, una de las grandes cooperativas del pensamiento, sino de ser el modesto jardinero que solo aspira a ofrecer los pequeños frutos de una producción artesanal, ecológica, pero traspasada por la autenticidad.
   El ensayo de Marcelino Agís tiene el mérito añadido de estar escrito originariamente  en gallego y con prosa literaria, perfectamente reproducida en su versión española, aceptando los desafíos de la “Xeración Nós” y de Ramón Piñeiro de convertir el gallego en una lengua madura, también en el terreno de la filosofía.
   Un libro, pues, que habla del hombre actual y le habla así mismo a ese  hombre de hoy con palabras sencillas, ajenas casi siempre a complejas terminologías filosóficas y que pretende hacernos recapacitar a todos con la lucidez de la palabra reflexiva.

Francisco Martínez Bouzas



Marcelino Agís Villaverde


Fragmentos

“Entre las más evocadoras metáforas, quizá también entre las más reiterativas, que nos hablan de la vida del hombre, está la del camino y el caminar. La condición del hombre es efímera pero está obligado a hacer su vida y es este quehacer vital lo que invita a establecer un itinerario, a trazar un camino, a elegir y rechazar posibilidades que harán del nuestro un itinerario singular. El camino representa para el hombre un reto, una aventura, desgraciada o feliz, fraguada en la pequeña determinación cotidiana, heredera del rumor fantasmagórico del pasado y de los incómodos demonios del futuro. Se trata de un camino imposible de trazar con tiralíneas, que no se vende prefabricado ni podemos adquirirlo de segunda mano. Es nuestra vida, nuestro camino. Gratuito y costoso. Limitado y libre. Instintivamente conservador y razonablemente audaz. Quizá, por eso, el hombre suele hacer balance hacia el final de sus días en un ejercicio vano de autocomplacencia, pero no inútil. Su aspiración a dejar una huella indeleble,  a ser recordado por el camino que ha recorrido, y que éste, una vez trazado y abierto, no se pierda sino que pueda ser seguido por otros, es legítima. Como legítima es también la aspiración de cada nuevo ser a andar su camino.”

…..

“Cuando morimos, nuestra existencia se perpetúa en un lugar, fuera obviamente de las coordenadas del espacio físico, un lugar insustancial que se encuentra en los labios de los vivos. Cuanto mayor fue el amor que entregamos más grande será también nuestra capacidad para sobrevivir a la muerte. Nuestra muerte creará un vacío físico, generará un profundo dolor en las personas que nos quieren pero no moriremos mientras ellas sigan vivas y nos guarden en el calor de la memoria. El amor es, nadie lo dude, más fuerte que la muerte.”

…..

“Los bienes materiales son condición necesaria pero no suficiente. Es preciso tener cubiertas las necesidades perentorias. A partir de ahí cada cual debe establecer sus prioridades recordando que, en general, las cosas más hermosas no es posible adquirirlas en el hipermercado. Las cosas materiales -y el dinero en particular como símbolo e todas ellas- son sólo un medio para alcanzar un fin distinto. Pero se trata de un medio perverso, que trastorna la relación entre medios y fines, tornándose para muchos insensatos en el único fin de su vida. Es el ser y no el tener lo verdaderamente importante.”


(Marcelino Agís Villaverde, Caminantes. Un itinerario filosófico, páginas 19, 67-68, 177)






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