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miércoles, 17 de abril de 2013

"SEÑORÍA", UNA GRAN INTRIGA EN UNA BARCELONA FINISECULAR



Señoría
Jaume Cabré
Traducción de Daniel Royo
Ediciones Destino, Barcelona, 2013, 475 páginas.


   Traducida del catalán por Daniel Royo y publicada por Mondadori en 1991, reeditada en varias ocasiones y traducida así mismo a distintos idiomas, ahora la vuele a rescatar Ediciones Destino, en la emblemática colección Áncora y Delfin, consecuencia directa de las propias virtudes de la novela y del impulso recibido por la favorable acogida de la crítica y del público lector a las dos últimas novelas de Jaume Cabré, Yo confieso y Las voces de Pamano.
   Jaume Cabré, un autor imprescindible en la literatura catalana contemporánea, fusiona con habilidad en Señoría rigor y creatividad en el subgénero de la narrativa histórica, que además, en este caso, se sutura con el relato criminal y la investigación detectivesca.
   La novela nos retrotrae a una Barcelona finisecular. Son los últimos días del siglo XVIII. A lo largo de las cerca de quinientas páginas de la novela, la misma ambientación en el clima meteorológico y en el clima ético y social de una ciudad: una lluvia  otoñiza que todo lo tiñe de obscuridad y una corrupta sociedad borbónica, ajena por completo a los aires y al espíritu de la Revolución francesa, regida por una clase aristocrática decadente y sumida en la frivolidad, el lujo, la superficialidad, las prácticas injustas, la corrupción o en una beatería pacata y farisaica. Además una red entrecruzada de cuernos daba lugar a una buena parte de las relaciones vitales de la aristocracia venida a menos (página 323). Y en la misma senda, una burguesía adinerada, cada vez más influyente, con las mismas ambiciones de poder, dinero y sexo. A su lado subsistían los insignificantes menestrales.
   Todos ellos forman parte de un gran friso coral en el que aparecen retratados la inútil aristocracia borbónica, el capitán general, los diversos eslabones de la justicia, con un corrupto regente  civil de la Real Audiencia, un ambicioso, insaciable y foráneo jefe de la policía, influyentes eclesiásticos, mujeres con un apetito sexual insaciable y otras que subliman sus yermos matrimonios con la dedicación a la beatería, que se vuelve ávida cuando huelen carne de horca.
   En esta atmósfera finisecular decadente, coloca Jaume Cabré una trama de novela negra. Una intérprete lírica francesa canta en el salón del marqués Dosrius. Luego se acuesta con un joven e idealista poeta romántico, Andreu Perramón que será acusado del crimen, cuando la cantante aparece asesinada a la mañana siguiente. El regente civil de la Audiencia no duda en enviar a este joven a la horca para salvar su posición, sobre todo cuando en el domicilio del joven poeta se descubren ciertos papeles que podrían poner en tela de juicio al regente, su Señoría, Rafael Massó, que con la misma frivolidad decide sobre la vida de las personas y se entretiene en lo que más le satisface: conquistar y expiar a hermosas mujeres. Mas los acontecimientos se vuelven en contra de su Señoría  al descubrirse su implicación en otro asesinato acontecido años atrás.
   Lo más destacable de Señoría es para mi gusto esa amalgama de relato histórico y trama criminal que le permite a Jaume Cabré no solamente provocar y mantener el interés del lector a lo largo del entramado novelesco y su desenlace, sino sobre todo, abordar y denunciar la podredumbre social, la degeneración del poder, en especial del sistema judicial. La novela no degenera en un alegato retórico gracias a que Jaume Cabré domina la gramática del relato. Aunque el relato gire sobre todo en torno a la figura del corrupto regente y de su joven víctima, al lector no se le concede respiro, debido, sobre todo, a la riqueza de personajes que pueblan la novela, personajes perfectamente delineados, así como a la exposición del retrato social, la corrupción política, la envidia, las intrigas, el desenfreno sexual, la infidelidades… en la Barcelona borbónica finisecular.
   Jaume Cabre construye también una novela coral ataviado con las armas de la ironía y de un humor punzante. Una escritura pues llena de malicia, quizás redundante algunas veces, empleada para remarcar situaciones o caracterizar personajes. En definitiva, una gran habilidad narrativa para poner en pie una novela de intriga, ambientada en un pasado recreado paródicamente, aunque en este caso la parodia no esté demasiado alejada de la realidad.

Francisco Martínez Bouzas


Jaume Cabré


Fragmentos

“Obediente, el matrimonio Massó fue a interrumpir la conversación de un grupo que, por el repentino cambio de tema, debía de estar criticándolos. Buenas noches, barón, baronesa, regente, don Rafael, sonrisas, saludos, besamanos, suspiros, ¿qué se cuentan?, ¿saben si vendrá el capitán general?, tengo entendido que sí, señor barón, y aquella mirada fugaz de don Rafael al poderoso tetamen de doña Gaietana, que hay cosas que…porque don Rafael, ahora que ya no se estilaba el espectacular miriñaque de otras épocas, sabía que era más fácil acercarse a las damas y explorar su escote, una aventura apasionante, y a don Rafael le sudaban las manos cuando estaba cerca de doña Gaietana, que era una manera de olvidar el rostro de Elvira, pobrecilla”.

.....

“Le humillaba lo indecible que con aquellos aparatos se vieran las cosas al revés, pero todo su espíritu estaba exultante a la espera del día en que doña Gaietana se decidiera a echar la siesta a la hora en la que él podía estar ojo avizador. ¡Oh! ¡Oh! ¡Sí! Don Rafael, entusiasmado, aplicó el ojo al objetivo. Sí, efectivamente, se abría la puerta y, ¡oh!, doña Gaietana entraba en la habitación, bostezaba, ah, perezosilla mía, mira qué pechitos como limones…Anda zorrona, eso no lo haces delante de la gente, ¡eh…? Ay, ay…Doña Gaeitana empezó a quitarse la falda, don Rafael maldecía el aire que los separaba. ¡Oh, oh, oh, menuda, oh! A don Rafael se le caía la baba. Gaietana mía, si parece que te pueda tocar, qué éxtasis…¿Por qué no te desnudas  del todo, amor mío? Anda mujer, que no se ve nada…Anda, amor mío…Venga sin miedo…”

…..

“Al vizconde de Rocabruna le gustaba que de los asuntos del baño se hiciese cargo Agustina, una mujer que rondaba los cuarenta, de muy buen ver y aunque no la criada más antigua de la casa, sí la de más confianza. Qué hacían el vizconde y Agustina encerrados en el baño y tragando vapores durante una hora, era algo que media Barcelona se preguntaba pero desconocía. Lo que sí era evidente es que el vizconde salía fresco, acicalado y a punto para una nueva jornada de amores fortuitos que, básicamente, era todo su programa de vida. A sus veintiséis años había aprendido a la perfección cuál era el comportamiento más adecuado para moverse con agilidad a través de la red entrecruzada de cuernos que constituían las relaciones vitales de la aristocracia venida a menos de la noble ciudad de Barcelona. Más de una vez había tenido que instruir a alguna joven, llorosa y desconcertada por su cinismo, con lecciones del estilo de mire, señora: amar a alguien está mal, tout court y, además, queda horroroso y la gente enseguida habla y chismorrea, ¿me comprende?, y lo peor de todo es que encima se sufre. Concluyendo, ma chérie: vaya tirando, páseselo bien, tenga cuidado de que no la perjudiquen, no exija nada y nada le exigirán. Ah, y procure no quedar embarazada.”

(Jaume Cabré, Señoría, páginas 18, 103-104, 322-323)

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