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miércoles, 16 de enero de 2013

LA MUJER PERRO DE CAROLA AIKIN


Mujer perro
Carola Aikin
Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2012, 165 páginas.

 

    Carola Aikin, formada literariamente en uno de esos talleres de escritura creativa, aquí se encuentra y nos encuentra con este su segundo libro de cuentos, enfrentada a si misma, como le dijo su maestra Clara Obligado y lactando de ese misterioso y caprichoso manantial que es la inspiración o dicho quizás con palabras más apropiadas: de la magia de la creación. Y en una especie de viaje en espiral, como ella misma se define. En espiral porque, en buena medida, la substancia más profunda de los relatos de Carola Aikin está simbolizada en el dibujo que ilustra la portada, de la autoría de su propia hermana, Helena Aikin: la mujer ser racional e irracional a la vez, suturada a su sombra inferior, a su lado animal, salvaje, condición que, por cierto comparte con el varón. Seres femeninos “sapiens” y úbricos en “su lucha por controlar ese lado salvaje y a la vez vivir”, como lo expresa la misma autora.
   Por eso mismo, ya de entrada, me parece oportuno un detalle del paratexto: la estrofa de de Jeannette  Winterson que inaugura esta colectánea de cuentos: “Soy demasiado inmensa para el amor. Nadie, ni varón ni hembra, se ha atrevido jamás a acercárseme”.
   La arquitectura compositiva de la obra de Carola Aikin se yergue sobre dieciséis cuentos de desigual extensión, aunque predominan las distancias cortas. Y una novela breve, “La expedición” por cuyo trayecto circulan varios personajes con los que nos hemos familiarizado en los relatos.
   Clara Aikin articula esta antología de textos de recompensa inmediata a base de un desfile de personajes y con una idea subyacente: la búsqueda de la identidad, la urgencia por definirnos en el maremagnum de las relaciones sociales con las que interactuamos y que, en buena medida, también nos constituyen. Explora pues la escritura de Carola Aikin lo más recóndito de nosotros mismos, que suele forjarse non en los contactos beatíficos, sino en los conflictivos. Una exploración que detectamos ya en el primer relato: una hembra, que vislumbramos como mujer y como gorila. La mujer sirena, a la vez también mujer perro, que luce su cola en el segundo relato, es así mismo un interrogante sobre la identidad cuando poseemos o somos poseídos. En otros cuentos como “Mujer cubo” la incógnita se refiere a los trabajos realizados. ¿No son también acaso ellos los que nos van definiendo, muchas veces entre desagradables sorpresas? Y con similares procedimientos en el resto de los cuentos, en una pugna  por aproximarse al menos a los aledaños del propio ser, entre luchas, conflictos y tensiones.
   La micronovela, tan extraña como estos cuentos protagonizados por seres metamorfoseados que ahora reaparecen de nuevo en una expedición por África, desbordados por sensaciones de desconcierto, extravíos, ansiedad. El terror y lo siniestro tiñe la atmósfera de la que respiran y muy pronto en el grupo impera la máxima hobbesiana: el hombre, un lobo par el hombre que, traducida al lenguaje de hoy, le hace decir a uno de los expedicionarios: “nos devoramos unos a otros”. Presos y depredadores, aunque solo sea simbólicamente.
   Los textos de Carola Aikin, rebosantes de referencias a la animalidad,  a lo zoológico, harán pensar a más de un lector en las tesis sociobiológicas que en pasadas décadas intentaron explicar la conducta humana únicamente desde nuestras raíces biológicas. No obstante, las prosas de Carola Aikin non caen en tal asimilación. Sus metamorfosis no traspasan el umbral de lo simbólico y el animal se nos presenta como un ser diferente, eso sí, inquiriéndonos a veces de forma desconcertante desde su alteridad. Por otra parte, en alguno de los cuentos la autora apuesta inequívocamente a favor de la singularidad, la singularidad de esa progenie de mujeres perro “que no tienen rango, no se pueden domesticar” (página 74).
   Todo esto, tejido con una lengua a veces exquisita, otras henchida de imágenes y texturas de gran potencia, hacen que el lector de Carola Aikin se sienta atrapado por estas paginas repletas de interrogantes.

Francisco Martínez Bouzas



Carola Aikin

Fragmento

“Ella se llama Gina, Gina andares de reina, Gina cabellos rojos y largos, bellísima entre las bellas orangutanes del harén. Al amanecer Gina juega a besarse en la boca con sus crías (…) En uno de los nidos de arriba duerme el macho, el gran Gambar, y la nueva hembra que le acaban de traer. Los demás nidos los ocupan las otras hembras que para Gina no tienen la menor importancia pues no han podido concebir. Gina hace todo el ruido que puede para despertarlas y cuando lo ha logrado les roba sus raciones de caña de azúcar y mandioca y se lo lleva todo a la gran piedra que está en el centro de la jaula, donde espera a que baje Gambar para hacer con ella el amor. Así es como Gina, con el vientre apoyado en la piedra, conquista al gran macho casi todas las mañanas (…) La becaria entiende perfectamente el mensaje de los ojos pequeños, vivos, ligeramente asimétricos de Gina. Le dice lo mismo cada día, cuando se planta ahí, frente a la jaula, cronómetro en mano, bolígrafo o lapicero rojo, hoja de datos preparada, melena lacia, dos senos grandes que estallan dentro del sujetador. Tetona le dice. Camiseta apretada, pantalón caqui, como de expedición, pies largos y estrechos, sandalias doradas. Me encantan tus sandalias, pero odio tus ojos. Y Liliana baja la vista al suelo. Borracha, te odio. ¿Con quien estuviste ayer?”.

(Carola Aikin, Mujer perro, páginas 70-71)      

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