Eso no
Marcelo Birmajer
Tusquets Editores, Barcelona, 219 páginas
(LIBROS DE FONDO)
En el mes de diciembre de 2003 Tusquets Editores sacaba a la luz Eso no, novela que el jurado del XXV Premio La Sonrisa Vertical había declarado finalista, a la vez que recomendaba su publicación. El jurado apreció en los relatos de Marcelo Birmajer (Buenos Aires, 1966) seis ejemplos paradigmáticos de literatura erótica, un terreno difícil y ciertamente pantanoso que admite opiniones encontradas, ya que no resulta fácil fijar las fronteras del erotismo, quizás el género más borroso y difícil de precisar. Para Vargas Llosa, por ejemplo, no existe literatura erótica, sino erotismo en grandes obras literarias y apela a dos piezas maestras donde eso acontece: La Celestina y Lolita de Nabokov. Otros escritores, entre los que me viene a la mente el nombre de Lola Beccaria, van mucho más allá. En declaraciones efectuadas cuando presentó su novela Una mujer desnuda manifestaba que es reaccionario etiquetar un libro como novela erótica. Para un jurado tan legendario como el de La Sonrisa Vertical, presidido por Luis García Berlanga desde su creación en 1977 hasta su suspensión en 2004, los buenos libros susceptibles de hacerse merecedores del premio, han de reunir dos condiciones: tensión erótica y una satisfactoria elaboración literaria.
Ambos desafío y alguno más supera Marcelo Birmajer en esta su primera y única incursión en el controvertido género erótico. Nos brinda, en primer lugar, una obra en la que la sexualidad ocupa un espacio al menos tan importante como la trama: el relato detectivesco, el viaje en el tiempo propio de la ciencia ficción, la literatura de terror, la novela de espías, el diario íntimo y el cuento tradicional. Ese fue su reto: abordar en tono erótico algunos de estos géneros narrativos clásicos. En todos lo relatos anteriormente mencionados, que son los que componen el volumen, se centra además en un único tema erótico que tiene que ver con el lugar donde la espalda pierde su nombre. Birmajer supera esta prueba con una escritura rigurosa y de calidad literaria.
Eso no confirma sin duda a un escritor que desde hace tiempo suena como una de las grandes promesas consolidadas de la más reciente literatura argentina. Mezcla de Woody Allen y Somerset Maughan, es uno de los pocos narradores de su generación que se deja escuchar con voz singular. Una voz que, como en una de sus obras más conocidas, Historias de hombres casados, siempre consigue filtrar por medio de la intriga y del humor un buen contenido de preocupaciones recurrentes: los interrogantes acerca de la identidad, el irreversible paso del tiempo, la existencia de un lugar donde los valores morales cambian o desaparecen, la idea de que los acontecimientos actuales pueden alterar el pasado.
El escritor, para el que las restricciones funcionan como un motor creativo, piensa que en literatura resulta fundamental incomodar al lector, producir en él grandes desasosiegos.
Así pues, no escribe historias para representar a una generación ni para reflejar la realidad que atraviesa o coloniza su país. Ni siquiera para referir dramas históricos o conflictos personales. Escribe historias para inquietar, para producir esa extraña sensación de saber que en el período de tiempo en el que uno está leyendo, nada acontece y, sin embargo, al terminar la lectura, uno tiene la certeza de que algo sucedió en nuestro interior. Algo inexplicable y a la vez irreversible. He aquí el “darse” al lector de Marcelo Birmajer que se puede apreciar en estos relatos en los que el desasosiego se mezcla con el placer.
Francisco Martínez Bouzas
Marcelo Birrmajer |
Fragmentos
“Si bien es cierto que yo necesitaba atisbar los genitales del señor Tures, no era menos cierto que, por mi espejo secreto, al que ningún cliente tiene acceso, podría apreciar también las nalgas de mi nuevo y furtivo empleador. Tenía un culo redondo y lampiño. Siempre me había negado a las muchas ofertas para penetrar anos masculinos, pero debido al incremento de las mismas en los últimos meses, decidí que, de aceptar alguna vez semejante proposición -dado el cambio ontológico que significaría para mi vida-, elegiría el mejor culo que hombre alguno pueda proporcionarme. Pensaba hacerlo una sola vez, y esa debía ser, por única, la mejor comparada con todas las ofertas que me hiciesen. Reconozco que miré durante mucho más tiempo de lo que hubiera querido el culo casi femenino de mi pobre cliente, al punto que éste me llamó la atención, creyendo que me había distraído”
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“De todas las mentiras entre amantes, la del único amor es quizás la más efectiva, y perniciosa. Suele funcionar especialmente con las mujeres solas, sin marido ni novio, que pasan largas semanas sin follar, o follando sin escuchar una palabra de ternura. Ana Laura tenía treinta y nueve años, y era guapa, inteligente y, cuando quería, sensual. Hasta los treinta había preferido no comprometerse en ninguna de sus muchas relaciones, y después de los treinta había descubierto que ninguna de sus muchas relaciones quería comprometerse con ella. Los hombres la buscaban sólo una vez: no insistían si ella se negaba, y no la llamaban más que para follar en ocasiones. Ana Laura conocía los tonos de voz, y éstos indicaban: «Mi esposa está de viaje», «Mi novia está trabajando», «Estoy más solo que un faro», etcétera. Era una mujer suplente”.
(Marcelo Birmajer, Eso no, páginas 13, 133)