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domingo, 24 de julio de 2011

LA LITERATURA DE LOS HIJOS EN CHILE


Formas de volver a casa
Alejandro Zambra
Editorial Anagrama, Barcelona, 2011, 164 páginas.

Nacido en Santiago de Chile dos años después del golpe de estado de Pinochet, Alejandro Zambra pertenece a la generación de los hijos, la generación que vivió los años de la dictadura “escuchando” el silencio de los adultos. Como escritor, es uno de los narradores que, en el Chile actual, se interrogan sobre los miedos, la inocencia y la culpa y repasa la larga lista que da fe de lo que entonces, siendo niños, acontecía en el país andino. Un escritor pues que se viste con la ropa de los padres y se mira al espejo. Es su forma de recuperar, desde el presente, el pasado de los padres, de aquellos padres que sí participaron en política y se jugaron la vida y de aquellos otros que, por tibieza o por miedo, no participaron y, con ello apoyaron a la dictadura. Ya lo hizo en La vida privada de los árboles (2007), en donde un personaje recobra su infancia, y lo hace de forma mucho más explícita y contundente en Formas de volver a casa, que Anagrama acaba de editar en España y en Latinoamérica.
Formas de volver a casa es una novela enteramente chilena, lo cual no le priva de su correlato universal. Su traslación para el lector español o de cualquier otro país en el que las dictaduras se hayan sostenido por el miedo, la pasividad o esa reiterada apoliticidad de tantos ciudadanos, es obvia e inmediata. Un libro, pues, sobre Chile y sobre la generación del escritor, a la que el mismo llama la “literatura de los hijos”, que entraron en la edad adulta creyendo que la novela, la historia, las responsabilidades eran de los padres y que ellos nada tenían que contar. Pero para Alejandro Zambra es imprescindible esa literatura de los hijos, una mirada que haga frente a las versiones oficiales por parte de aquellos que, como el narrador, aprendieron a leer o escribir mientras sus padres se hacían cómplices o se convertían en víctimas o victimarios de la dictadura de Pinochet. Una mirada que no solo recuerde aquel pasado, sino que lo interprete, interpele y asuma, aunque para ello tenga que matar al padre, “enterrarlo en cal” como pretendían hacer, en sus manifiestos, los jóvenes poetas gallegos de finales de los 90.
En la senda de algún otro narrador chileno, su literatura de los hijos en Chile y su asunción  de la memoria histórica, no la ejecuta Alejandro Zambra contándonos resistencias de víctimas o la crueldad o el oprobio de los victimarios, sino con una mirada oblicua y transversal, mediante una historia cuya trama poco tiene que ver con aquellos horrores y sufrimientos, aunque, por omisión, desemboque en ellos.
En una breve sinopsis, cabe decir que Formas de volver a casa es la historia de una niña y de un niño, de sus peripecias y reencuentros. Ella, algo mayor y objeto de fascinación para el niño de nueve años, le pide que vigile a una cierta persona. Trabajo fácil y aburrido, o tal vez complejo, porque ignora exactamente el por qué y busca a ciegas. Veinte años más tarde, en el presente del Chile actual, se reencuentran y ahí se desvelan los motivos. Es entonces cuando el lector empieza a atar los cabos sueltos y comprende por qué durante la infancia los adultos les decían que no era bueno hablar de opciones políticas. Intuimos entonces el miedo, entendemos el por qué de los silencios y de las mentiras de los adultos.
Alejandro Zambra
Lo más llamativo, novedoso e interesante de Formas de volver a casa es la manera de abordar el hecho narrativo. Desde esa perspectiva, estamos ante un libro profundamente literario, que se estructura sobre la base de dos relatos paralelos, de dos historias contadas en cuatro tiempos. La historia inicial es la de la del niño y la niña, preocupados por sus labores de espionaje. En el capítulo segundo, plenamente metadiegético igual que el cuarto, hallamos la historia del narrador, un escritor que nos hace ver cómo la escritura de la novela influye en su existencia y en su relación de pareja. Es la “literatura de los padres”: el relator reflexiona sobre lo que ha contado en el primer capítulo, sobre si mismo y, poco a poco, va surgiendo en el relato la tragedia que vive Chile: los allanamientos, los muertos, esas cosas insondables y serias que los niños no podían saber ni comprender, obligados a vivir con pocas palabras y con el “no lo se” como respuesta universal. El tercer capítulo, la “literatura de los hijos”, es el reencuentro de los niños de los años 80, ahora adultos. Y es entonces cuando surge la mirada que hace frente a  las versiones oficiales, para abandonar aquellas verdades demasiado limpias. Por último, en el capítulo cuarto, el narrador reflexiona sobre el proceso y dificultades de creación de su libro en el día del triunfo electoral de Sebastián Piñera (“Entregamos plácida, cándidamente el país a Piñera y al Opus Dei y a los Legionarios de Cristo”, página 156).
Una vez más un escritor en su taller de escritura, sin abandonar del todo el taller de la vida presente y la de los años 80, en los que la muerte era totalmente invisible para los niños. Pero, desde ese taller, non hace llegar mensajes tan contundentes y elocuentes como estos: cualquiera frase es mejor que el silencio. El pasado nunca deja de doler. Formas de volver a casa entra de lleno en ese pasado, pero no para hablar de culpas o inocencias. Solo para iluminar algunos rincones.


Fragmento

“Lo dice para provocarme. Yo lo dejo hablar. Lo dejo decir unas cuantas frases rudimentarias y agrias. Nos han metido mano al bolsillo todos estos años, dice. Los de la Concertación son una manga de ladrones, dice. No le vendría mal a este país un poco de orden, dice. Y finalmente vine la frase temida y esperada, el límite que no puedo, que no voy a tolerar: Pinochet fue un dictador y todo eso, mató a alguna gente, pero al menos en ese tiempo había orden.
Lo miro a los ojos. En qué momento, pienso, en qué momento mi padre se convirtió en esto. ¿O siempre fue así?
Mi mamá no está de acuerdo con los que ha dicho mi padre. En realidad está más o menos de acuerdo, pero quiere hacer algo para evitar que la velada se arruine. Este mundo es mucho mejor, dice. Las cosas están bien. Y la Michelle lo hace lo mejor que puede.
No puedo evitar preguntarle a mi padre si en esos años era o no pinochetista. Se lo he preguntado cientos de veces, desde la adolescencia, es casi una pregunta retórica, pero él nunca lo ha admitido –por qué no admitirlo, pienso, por qué negarlo tantos años, por qué negarlo todavía.
Mi padre guarda un silencio hosco y profundo. Finalmente dice que no, que no era pinochetista, que aprendió desde niño que nadie iba a salvarlos.
¿A salvarnos de qué?
A salvarnos. A darnos de comer.
Pero usted tenía qué comer. Nosotros teníamos qué comer.
No se trata de eso, dice”
(Alejandro Zambra, Formas de volver a casa, páginas 129-130)

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